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28.5.04

La democracia herida. (Pilar Rahola)

Conferencia de París. dia 25 de febrero de 2006.

LA DEMOCRACIA HERIDA.

« Soy una disidente del Islam ». Con estas palabras Ayaan Hirsi Ali, la diputada somalí que vive bajo el jugo de una condena a muerte fundamentalista, por su lucha a favor de los derechos humanos, encabeza su último grito a Occidente. Compañera del cineasta asesinado Theo Van Gogh, con quien trabajó codo a codo para denunciar la opresión de la mujer en el Islam, su vida está sometida a la presión de una amenaza que la condena por ser mujer, por ser musulmana y por ser libre.

Empiezo esta reflexión citando a Ayaan Hirsi Ali porqué su lucha y su tragedia, pero también su soledad, son un fino termómetro de la enfermedad que hoy recorre nuestro cuerpo social. Metáfora de la resistencia en tiempos oscuros, disidente en periodo de pensamiento único, y sobretodo testimonio, Ayaan sostiene dos luchas paralelas: contra el totalitarismo de base islámica, y contra la cultura del “apaciguamiento”, en pleno síndrome Chamberlain, que recorre Europa.

De sus palabras extraigo, como inicio de mi conferencia, esta reflexión que hizo en el acto de entrega del premio a la Tolerancia de la Comunidad de Madrid: "Cuando asesinaron a Theo, algunas personas en Holanda reaccionaron diciendo que si no hubiera insultado al Islam no hubiera sido asesinado.

Ello pone en evidencia el estado de confusión en el que se encuentran los relativistas de la moral”. Relativismo moral, o, lo que es lo mismo, una enorme confusión de valores que hace pendular a Europa, entre el paternalismo acrítico, el miedo servil y la dejación de responsabilidades.
Muchos son los síntomas de alarma y algunos se concentran, no en la amenaza visible del terrorismo o en su no menos aterradora ideología, sino en la incapacidad de nuestros agentes sociales por mantener sólidos los principios de la libertad.

Hoy, en el mundo libre, hay miedo, pero como este es un estado de ánimo que no nos podemos reconocer, camuflamos el miedo en alianza de civilizaciones, en paternalismo tercermundista, en cultura de la tolerancia o, directamente, en aceptación del chantaje. Algunas de las derivadas más lamentables del conflicto de las caricaturas danesas de Mahoma, resumirían a la perfección lo que estoy denunciando.

Vayamos por partes. El corolario fundacional de Med Bridge, la organización que tiene la amabilidad de acogernos en estas interesantes conferencias, es muy claro. Quisiera recordarlo por su valor simbolico. Dicen los fundadores de Med Bridge Strategic Center: “Europa no es ella misma si no es fiel a sus valores, y debe asumir las responsabilidades legadas por su historia.” Hablan de Oriente Medio, de un futuro europeo ligado a la paz en la región, del papel que debemos asumir.

Pero, en su declaración de intenciones, están hablando del futuro global de nuestra sociedad y nuestra libertad. Ciertamente, Europa no es ella misma si no es fiel a sus valores. Pero como la historia reciente de Europa está repleta de profundas traiciones a esos valores y a sí misma, habrá que activar todos los mecanismos de alerta.

Hoy vivimos un nuevo periodo de amenaza totalitaria, heredero natural de los grandes totalitarismos que destruyeron el siglo XX, y aunque son distintas las circunstancias y la propia naturaleza del fenómeno, los retos que plantea son parecidos.
El integrismo fundamentalista no es una religión, pero usa perversamente la mística religiosa.
No es una cultura, pero bebe de las fuentes de una cultura global. No es una causa nacional, pero utiliza todas aquellas causas nacionales que pueblan el planeta islámico.

Además, es ferozmente antimoderno, pero usa sin complejos la tecnología más avanzada. Como dije en su momento, a raíz del terrible atentado del 11-M en Madrid, “nos matan con móviles vía satélite conectados con la Edad Media”. Y aunque su coartada es religiosa, resulta ser, como todo totalitarismo, amante de la muerte.
Extraña contradicción: ¡la defensa del nihilismo en nombre de Dios!. Más allá de causas coyunturales, con sus motivos y sus derechos, existe una ideología supranacional que ha declarado la guerra a la Modernidad. Es decir, a los principios democráticos que la rigen. En cierto sentido, condenando a muerte a los Salman Rushdie de nuestros tiempos, el integrismo islámico está intentando degollar al propio Voltaire.

Es una ideología totalitaria, pero usa las miserias y las grandezas de nuestras democracias para combatirnos, y ahí empieza el enorme reto que tenemos planteado. “Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia”, aseguró no hace demasiado tiempo el jeque Omar Bin Bakri, y no lo hizo desde una madraza coránica en Karachi o en el Sudán.
Lo hizo desde su condición de ciudadano británico, perfectamente asentado en los privilegios que le otorgaba dicha ciudadanía.

Ante este doble reto, ideológico y violento, que ya ha matado a miles de personas y ha fanatizado a millones, cabe preguntarse como conseguiremos mantener los principios democráticos y, a la vez, combatir con toda la dureza al terrorismo. Difícil equilibrio cuyos límites son imprecisos y probablemente flexibles. ¿Estamos haciendo lo correcto? Más aún, ¿estamos haciendo lo necesario? O, como ocurrió ante el nazismo y también ante el estalinismo, ¿sacamos a pasear nuestro paraguas de apaciguamiento, vamos a saludar al totalitario de turno, y dormimos la siesta de los justos? Lo dije al inicio de este texto, y a ello me remito: me temo que el fantasma de Chamberlain ha vuelto de paseo.

Empezaré por lo más fácil, aunque resulta bastante complejo: el terreno de la seguridad. Sin duda la democracia no puede traicionar sus principios fundamentales, sin traicionarse a si misma, pero puede activar todos sus mecanismos legales para luchar, desde la legalidad, contra una amenaza violenta. En este sentido, creo que es necesario revisar las leyes, los códigos penales y toda la red legal que nos ampara, para descubrir qué resquicios, qué fisuras utiliza el terrorismo para colarse. No todo puede ampararse en el paraguas de la libertad individual, religiosa o asociativa, y el ejemplo más claro lo dio Francia expulsando a imanes integristas, o el propio Tony Blair alentando una ley que persigue la apología del integrismo en las mezquitas.

A diferencia de estos dos países, el ministro español de interior dio evidentes muestras de no entender nada cuando aseguró, en pleno debate de la ley Blair, que “en España hay libertad de culto”. La hay, y la democracia ampara ese derecho fundamental. Sin embargo, ¿qué tiene que ver la religión, con la llegada masiva de imanes wahabies, profusamente pagados por Arabia Saudí, que inundan las mezquitas europeas de discursos antioccidentales y antidemocráticos, en un planificado proceso de colonización ideológica?; ¿qué tiene que ver la trascendencia espiritual de cada religión, con los ulemas que alientan el ritual del martirio y enseñan a amar a Dios odiando a los demás?; y, ¿qué tiene que ver la religión con el desprecio a las mujeres, su segregación y su esclavitud?

Una mezquita donde se reza a Alá, es un lugar de culto. Una mezquita donde, en nombre de Dios, se alaba a la muerte, es una fábrica de intolerancia, fundamentalismo y, en su última consecuencia, terrorismo.
Por lo mismo, un imán es un ser espiritual. Pero un imán que usa su privilegiada condición espiritual para alentar la violencia, es un delincuente. Si la democracia quiere mantener los principios de la libertad, no puede caer en el liberalismo amoral, sino que tiene que tomar partido en contra de los enemigos de dicha libertad.

Porqué un ciudadano musulmán de nuestros países, es una pieza fundamental de la condición multicultural de una sociedad libre. Pero un fanático integrista es, claramente, un enemigo. Las sociedades democráticas tienen que tener claro un principio fundamental de la democracia: que, a pesar de nuestra entrañable cultura de mayo del 68, el verbo prohibir es una garantía. O adecuamos nuestras libertades a los límites que las garantizan, o, como dice el imán Bakri, las pueden utilizar para destruirnos.

¿Qué propongo? Aquello que parece evidente y que, en poca o mucha medida, empieza a hacerse en Europa: la consideración de terroristas para los ideólogos del terror y, en consecuencia, su persecución legal. Es tan importante, para garantizar la seguridad democrática, cazar las células suicidas, como desmontar las redes intelectuales y culturales del integrismo.

Redes que a menudo se alimentan de nuestras ayudas sociales, se transmutan en ong´s solidarias, se organizan en asociaciones culturales y religiosas e incluso consiguen ser los interlocutores de nuestros propios gobiernos. ¿Hemos investigado, mínimamente, las ong´s islámicas que pueblan nuestras redes internáuticas? ¿Conocemos sus discursos antioccidentales y furibundamente antisemitas? Resulta evidente que la lucha contra el terrorismo no puede ni debe producirse destruyendo las libertades individuales.

Pero resulta evidente, también, que nuestros sistemas legales contienen márgenes de actuación que aún no hemos explotado seriamente. Y no me refiero a actuaciones vergonzantes que recorten, innecesariamente, las libertades individuales.
Pero, entre un Guántamo, y el liberalismo más extremo, hay un campo de actuación amplio, sensato y racional. Ese campo, en muchos países europeos, aún está inexplorado.

Policialmente hemos empezado a hacer los deberes. Políticamente, socialmente e intelectualmente, estamos lejos de asumir de forma prioritaria nuestra responsabilidad. Al contrario. Hoy por hoy, muchas de las políticas, de las declaraciones, de las corrientes de opinión, son, de forma inconsciente o consciente, activos aliados de la locura integrista. La famosa y mítica frase de Martin Luther King, “lo que me preocupa no es la maldad de los malos, sino el silencio de los buenos”, está más vigente que nunca.

¿Cuáles son los agujeros negros de nuestra actuación colectiva? La primera irresponsabilidad, en la defensa de las libertades democráticas, se produce en el ámbito de la actuación política, cuyo doble rasero en función de los interlocutores, ha sido letal. El ejemplo de Oriente Medio es, en este sentido, paradigmático.

Durante años Europa ha criminalizado a Israel, la única democracia que existía en la zona, ha alimentado un discurso paternalista y heroico de Arafat y, con él, de todos los movimientos palestinos, incluyendo los terroristas, ha impedido el control democrático de las ayudas occidentales, ha minimizado la ingerencia de diversas dictaduras árabes en el conflicto –todas contrarias a la paz-, y, por el camino de defender intereses espurios, ha ayudado, consolidado y mimado a las diversas teocracias, ricas, fanáticas y dictatoriales, que dominan la zona.

Durante décadas hemos abandonado a los ciudadanos musulmanes a la suerte de los regimenes despóticos que los han empobrecido y fanatizado, y que no solo no los han preparado para la democracia, sino que los han vacunado contra ella. Décadas de integrismo islámico oficial, estructurado, convertido en pensamiento único, y perfectamente oficializado con su silla en la ONU y sus nobles alianzas occidentales, han sido el caldo de cultivo de una ideología mortífera.

¿Es comprensible que cincuenta años de petróleo no hayan generado ni un solo premio Nobel? Más aún, ¿es comprensible que la tragedia de millones de mujeres sometidas a códigos penales esclavistas, no hayan preocupado a ni un solo ministro de exteriores europeo? Y ¿qué decir de la ONU, auténtico blanqueador de dictaduras infames que no solo la han secuestrado en sus decisiones, sino que la han utilizado para legitimizar aquello que resulta ilegítimo?

Mientras la ideología totalitaria del fundamentalismo islámico iba creciendo en los barrios periféricos de El Cairo, en los suburbios de Karachi o en las barriadas lujosas de Riad, el mundo occidental enviaba estos tres mensajes letales: un dictador islámico es un interlocutor (no así un dictador fascista); la opresión de la mujer no preocupa a nadie; e Israel es el principal culpable de todos los males.
El ámbito político no solo no ha estado a la altura del derecho internacional, sino que ha minimizado al terrorismo, ha dado cobertura al despotismo fanático y no ha considerado un problema que 1.300 millones de musulmanes vivieran sin democracia en el mundo. Es decir, sin educación para la democracia.

Muchos serían los ejemplos que podría presentar, pero hay uno de emblemático. La cobertura política, como referente épico, intocable e incuestionable, de un líder violento, corrupto y dictatorial que llevó a los palestinos, durante décadas, por los caminos estériles de la guerra. Arafat fue el nuevo Che Guevara de la Europa post-mayo 68, y por el camino de convertirlo en mártir, se admitió todo. Incluso hacer una lectura maniquea del conflicto árabe-israelí, criminalizar a Israel en todas sus decisiones, y abandonarla a su suerte. Hamás es, en parte, el resultado de nuestras miserias.

Y podríamos añadir la vergüenza de querer juzgar a Sharon, pero no investigar ni un solo crimen cometido por las dictaduras de Medio Oriente, el abandono de la tragedia de Darfur a su propia suerte, o las muchas genuflexiones que han hecho algunos políticos europeos ante el conflicto de las caricaturas de Mahoma.

Por ejemplo, el papel de Chirac, y ello a pesar de la enorme dignidad del periodismo francés durante el conflicto. O el triste papel de Zapatero, firmando un artículo casi de petición de perdón al Islam. La última vergüenza, la protagonizada por otro español, Javier Solana, cuando, en un viaje a Arabia Saudí, mientras se quemaban embajadas, se proferían amenazas de muerte y se llenaba la calle de la abigarrada estética del fanatismo, pidió que la islamofobia fuera equiparada, como delito, con el antisemitismo.

El maestro Solana consiguió, con ello, dar la imagen perfecta del europeo chamberliano: en un país que destruye todos los derechos fundamentales, no dijo nada de la libertad, banalizó el antisemitismo como si fuera una versión cualquiera de racismo -con lo cual, banalizó la Shoá-, y confundió la libertad de expresión de unos dibujantes daneses, con la islamofobia.
Es decir, aceptó la presión violenta de los grupos fundamentalistas islámicos, como si fuera la manera natural de debatir los conflictos. Aceptó, por tanto, el chantaje.

Lo peor es que con este tipo de actitudes, y bajo el pretendido paraguas de un bonito titular, la alianza de civilizaciones, estamos dejando huérfanos de representación a los musulmanes democráticos. Ciertamente, alianza de civilizaciones, pero ¿con quien?, ¿Con el islamo-nazi Ajmadinejad, o con la diputada Ayaan Hirsi?; ¿con los imanes que soliviantan las calles, o con la oposición democrática marroquí? ¿Con Tariq Ramadan, o con Salman Rushdie?

Si en el ámbito político, no parece que estemos a la altura, el ámbito intelectual carece de algunos de los principios que tendrían que regir su responsabilidad histórica. En este sentido, el papel de los intelectuales como vanguardia del pensamiento, ha sido, en muchos casos, deplorable. Auténticos artífices de la creación de un pensamiento antiisraelí, han proyectado una imagen paternalista de los activos terroristas islámicos, han confundido causas legítimas con ideologías perversas y han relativizado el impacto que todo ello podía comportar. Es decir, no han estado, globalmente, y salvo las notables excepciones que conocemos, a la altura de las circunstancias.

Es cierto que se han alzado las voces de los Glucksmann y los Alain Filkenkraut, pero también lo es que las Universidades, los pensadores políticamente correctos y los foros de opinión han preferido escuchar a los Saramagos. Unos Saramagos que lloraban con el ojo izquierdo cada víctima Palestina en manos israelíes, pero nunca lloraron los más de cien mil muertos del integrismo en Argelia, el millón muertos de la locura fundamentalista sudanesa, los centenares de muertos palestinos en manos árabes, o los miles de libaneses cristianos asesinados por palestinos. Por supuesto, por no llorar, nunca lloraron ni una sola víctima israelí, ni globalmente judía. Miremos el último y terrible caso de Ilan Halimi y el hecho, denunciado por Primo-Europe, en su carta al ministro Nicolas Sarkosy.
Reproduzco un parágrafo:
« Ilan Halimi avait 23 ans. Il a été kidnappé, torturé, puis tué. Cet assassinat avait été précédé de plusieurs tentatives d’enlèvement. 80% des victimes du gang des barbares (sans guillemets) appartiennent à la communauté juive, qui représente 1% de la population française.Les chiffres ne laissent place à aucune ambiguïté, à aucun déni. »

Sin embargo, ¿hemos contemplado una alarma intelectual por el creciente antisemitismo que sufren nuestras sociedades? ¿Qué hubiera ocurrido si las víctimas lo fueran por su condición de musulmanas? Determinada intelectualidad practica una indecente solidaridad selectiva.Esa solidaridad selectiva, en función de quien muere y de quien mata, es la metáfora de la traición intelectual. Una traición que ha comportado el abandono de la causa femenina, el abandono de la lucha contra la judeofobia y, lo que es aún peor, el abandono de la defensa global de la libertad. Entre el dogmatismo antimoderno de los herederos del estalinismo, y el relativismo moral de los gurús del pensamiento débil, el mundo intelectual no ha sido capaz de crear una conciencia colectiva ante el reto que nos amenaza.

¿Qué pueden hacer las democracias frente a la locura terrorista?, se pregunta este Congreso ¿Cómo mantenemos nuestras libertades y, a la vez, protegemos la seguridad? Estas serían mis propuestas básicas de actuación:
1.- Revisar los códigos penales y civiles, para adecuarlos a la nueva amenaza que estamos padeciendo. Ello implica la persecución legal de toda la red ideológica y social del fundamentalismo islámico, incluyendo imanes que promueven la violencia, ong´s que la exaltan y todo tipo de propaganda que aliente la destrucción de los valores democráticos. El fundamentalismo islámico es una forma de fascismo. Tiene que ser tratado como lo que es, una ideología totalitaria que ha declarado abiertamente la guerra a la Carta de derechos fundamentales.

Perseguir policialmente a los autores de los actos terroristas, y no perseguir a los ideólogos asentados en nuestras sociedades y que gozan de todos los instrumentos democráticos para su cruzada, es un error que estamos pagando. En este sentido, cualquier paternalismo hacia el fundamentalismo, con la sana intención de proteger la multiculturalidad, es una auténtica irresponsabilidad. La democracia tiene que garantizar la pluralidad de culturas de nuestras sociedades. Con la misma intensidad, tiene que combatir a aquellos que usan esas culturas como coartada para imponer una ideología totalitaria.

2.- Considerar la lucha contra el antisemitismo como una prioridad política, intelectual y, por supuesto, policial. ¿Por qué el antisemitismo como prioridad, y no el racismo o la islamofobia o cualquier expresión de xenofobia? Porqué el antisemitismo es, de todas las formas de intolerancia, la que más ha matado en la historia, la que ha conformado una auténtica escuela de odio, y la única que ha sido capaz de crear una industria de exterminio. Podríamos decir que el antisemitismo es la escuela primera de la intolerancia y que el hecho de que hoy, en el mundo, vuelva a ser un fenómeno en claro apogeo, es un indicador de la gravedad de la situación. Un termómetro que avisa de la fiebre que padecemos. 1.300 millones de ciudadanos están siendo educados, de forma sistemática, en el odio a un pueblo cuya dimensión no llega a los 13 millones de personas.

En un estudio sobre el antisemitismo islámico titulado “Viaje al infierno”, que tuve el honor de preparar para el Centro Simon Wiesenthal de París, lo expresé en estos términos: “el antisemitismo islámico ha conseguido aunar todas los lugares comunes de la judeofobia, desde los religiosos, hasta los sociales o políticos, y así se encuentran en alegre compañía desde los mitos infantiles del antisemitismo medieval cristiano, pasando por los político-sociales de la Orjana rusa en sus “Protocolos”, hasta los modernos del antisionismo (entendido como combate contra el “imperialismo) o los propios mitos coránicos.” Son tan populares las Suras dedicadas a los judíos, como leídos son el “Mein Kampf” o los propios Protocolos, y ello desde Siria hasta Malasia, desde Sudán hasta Palestina.

No solo no existe una revisión de los prejuicios históricos, sino que personajes de siniestro pasado como el antiguo gran mufti de Jerusalén, Haj Amin Al Husseini, amigo personal de Ribbentrop, Rosenberg y Himmler, responsable del escuadrón “Hanjar” que provocó la matanza del 90% de los judíos bosnios y responsable, también, de haber presionado a Adolf Eichman para que no pactara, con el gobierno Británico, el intercambio de prisioneros de guerra alemanes por 5.000 niños judíos que debían ser embarcados hacia Tierra Santa, y que viajaron a Polonia, son considerados héroes épicos. Como dice el estudioso del fenómeno Patricio Brodsky, “el antijudaísmo en el mundo árabe alcanza el rango de sentido común”, “ocupa un lugar central en el pensamiento hegemónico dominante –único- en la totalidad de los países árabes, y, por la vía de la iteración de los prejuicios construida como política de Estado, va creando lentamente el consenso de que “los judíos no son parte de la humanidad”.

De ahí resulta fácil la educación masiva en el estigma, el prejuicio y el odio a los judíos. En la mayoría de los casos, ese odio va de la mano del odio a los occidentales. Al fin y al cabo, ¿no es el judío el paradigma de los valores occidentales? Y así hemos contemplado, sin elevar ni una sola resolución de condena, como la televisión pública egipcia emitía, en pleno Ramadán, una serie basada en los Protocolos y el mito del complot judío internacional, como se enseña a odiar a los judíos en los libros de texto palestinos que pagamos con dinero europeo o más cerca aún, como en siete países europeos, se acaba de estrenar la producción más cara de la historia del cine turco, “El Valle de los Lobos-Iraq”.

Esta película, que puede verse en 68 cines en Alemania, relata hechos como el asesinato masivo de niños y mujeres iraquíes para enviar sus órganos a Israel, en linda conexión con el mito cristiano medieval de los judíos bebedores de sangre de niños cristianos. Protagonizada por el famoso actor turco Necati Sasmaz, relata la lucha heroica del agente turco Polat Alerndar contra Sam Marshall, un comandante de las fuerzas especiales norteamericanas que actúa como virrey de la zona. Marshall es un sádico que no tiene reparos en asesinar, deportar y torturar a civiles con tal de imponer la hegemonía de Estados Unidos. Uno de los compinches de Marshall es un médico judío - una especie de doctor Mengele- que trabaja en la cárcel de Abu Ghraib y le ruega al villano que no le envíe a los prisioneros moribundos porque los necesita vivos para quitarles los órganos.

Este libelo merecedor de un espacio de honor en la biblioteca de Goebbels, no solo es un éxito en Turquia, sino que lo es ¡en la Alemania turca! Y no parece que pase nada... Combatir, pues, el antisemitismo tiene que ser una prioridad en nuestras sociedades, porqué es la puerta de entrada del desprecio a todos los valores que nos representan. Aprendiendo a odiar a los judíos, se aprende a odiar.

3.- En la misma jerarquía de prioridades, es fundamental fortalecer nuestro compromiso democrático con los derechos de la mujer, porqué la esclavitud de la mujer es la piedra angular del discurso fundamentalista. Si, aprendiendo a odiar a los judíos, los niños musulmanes aprenden a odiar los principios de la tolerancia, aprendiendo a despreciar a la mujer, son educados en el desprecio a la igualdad .
Cuando la propia madre, la propia hija, la propia esposa no está en un plano de igualdad y respeto, sino que puede ser sometida, despreciada y segregada, la sociedad se fundamenta en una honda miseria moral.
El marido dominante puede ser, a su vez, el siervo dominado, y así hasta llegar a la pérdida absoluta de identidad. Sostengo, con convicción, que la misoginia islámica es la base de la cultura del martirio.

El problema no es menor cuando encontramos, en nuestros propios barrios periféricos, un aumento alarmante del machismo más violento. No es una casualidad y va parejo al aumento del integrismo. Sin embargo, también aquí estamos fracasando, y permitimos, con la excusa de respetar el Islam, un auténtico retroceso de los derechos de las mujeres.

¿Qué decir, además, de la bondad con que toleramos que existan en el mundo decenas de países cuyos códigos penales convierten a las mujeres en esclavas? ¿Toleraríamos una nueva Sudáfrica racista? Y sin embargo toleramos alegremente las Arabias, las Qatar, las Iran sexistas.
No es un tema baladí, sino un auténtico tour de force entre el Islam y la democracia, de ahí la importancia de prohibiciones como el del velo en las escuelas francesas. Francia ha hecho algunos pasos, pero la mayoría de países estamos permitiendo, tolerando y hasta “comprendiendo” la segregación de nuestras mujeres musulmanas.

4.- En la misma línea de recuperación de valores, también es fundamental que nuestra prensa y nuestra intelectualidad dejen de criminalizar al estado de Israel, porqué por ese camino lo único que consiguen es enviar mensajes equívocos al mundo islámico, legitimar los discursos de las tiranías judeofobas de la zona, y abandonar los caminos de la paz. No se está más cerca de la paz minimizando el terrorismo palestino. Ni se está más cerca de la causa palestina. Solo se está más cerca de la demagogia integrista.

5.- Y sí, sería necesario presionar con más seriedad los países que tiranizan a sus ciudadanos y los educan en el fanatismo. El principal enemigo del Islam es la falta de libertad. Y, por ende, es nuestro principal enemigo. Entiendo que la geopolítica no asume valores, sino intereses. Pero Europa, ¿no ha sido demasiado comprensiva con la implicación de Siria e Irán en la logística terrorista? ¿No es demasiado indiferente con la locura sudanesa?

Ni la ONU está a la altura del momento, demasiado entretenida en demonizar a Israel como para preocuparse por unas cuántas dictaduras árabes, que secuestran su asamblea general, ni lo están la mayoría de nuestros propios países. Aún no hemos entendido que Irán no es un país exótico, con ideas feudales y un poco de extremismo. Irán, como otros países de la zona, es una gran fábrica de odio antioccidental, antidemocrático y antisemita. Es la Alemania nazi del siglo XXI, pasado por el tamiz del discurso islámico.

6.- Finalmente, ¿podemos recortar derechos individuales, en materia de vigilancia, detención, control, para garantizar la seguridad? Este debate, en la mayoría de los países, está siendo planteado en términos falaces. De hecho, la democracia revisa permanentemente sus leyes para adecuarse a los retos que la sociedad plantea, y los códigos penales se recortan o reformulan en función de cada momento. ¿O no hemos recortado derechos en la lucha contra el maltrato, por poner el ejemplo más abrupto? Si hoy tenemos una amenaza que viaja en metro o en tren, o vuela en aviones conducidos por máquinas de matar humanas, ¿cómo no vamos a recortar algunos derechos individuales? ¿Cómo no vamos a aumentar los controles y la presión policial? No estamos destruyendo la democracia, estamos apuntalando sus grietas. De hecho, la estamos defendiendo. Lo difícil es saber medir los límites.

"La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”, aseguró Albert Camus hace ya algunas décadas. Y ahí tenemos el miedo de algunos dirigentes europeos por unos simples dibujos de Mahoma. Lejos de combatir a los fanáticos, decidimos coartar la libertad. ¿Quién va a dibujar, ahora, a Mahoma?
Ahí tenemos a Solana hablando de islamofobia en la Arabia donde se destruyen todos los derechos fundamentales.
Ahí tenemos a la bonita Rusia tomando el te con Hamas.
Ahí tenemos a Kofi Annan más preocupado por la democracia israelí que por decenas de tiranías.
Ahí tenemos nuestras miserias al sol, y de esas miserias se alimenta la hidra totalitaria. Camus y la conciencia.
De ello se trata. De recuperar la conciencia de la razón frente al fanatismo, la tolerancia frente al odio, la cultura de la vida frente al culto a la muerte. Y de recuperar la conciencia de nuestra responsabilidad con la libertad. Nuevamente Camus y con el finalizo: “A pesar de las ilusiones racionalistas, e incluso marxistas, toda la historia del mundo es la historia de la libertad."

Pilar Rahola