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8.3.06

Cadena de violaciones en Australia


El escenario es la aparentemente paradisiaca Australia.

En la prensa internacional, lo que apareció hace dos semanas fue que se habían producido violentos disturbios raciales en Nueva Gales del Sur. Se habló de racismo, de xenofoibia e incluso de intolerancia, pero -como suele ocurrir cuando se mezclan periodismo, y obsesión por lo políticamente correcto- se obvió o apenas se mencionó que en el trasfondo, como detonante, estaba el juicio a un joven musulmán de origen paquistaní, culpable de varias violaciones.

El sujeto, al que los periódicos identificaban sólo como MSK, había iniciado su cadena de violaciones apenas cuatros días después de haber puesto el pie en suelo australiano.

Durante su juicio por asalto sexual, MSK hasta se permitió el lujo de regañar a una de sus llorosas víctimas, una niña de 14 años, porque la cría tuvo la temeridad de negar con la cabeza al escuchar la declaración del acusado.

La realidad es que a la niña no le faltaban razones para agitar su cabeza, disgutada.

Tras hacer su juramento sobre el Corán, MSK declaraba al tribunal que si él había violado a cuatro niñas -una de ellas de 13-, era porque las muchachas no tenían derecho a decir “no”:

"No se cubrían la cara ni llevaban el velo, y eso es como invitar a que te acuestes con ellas”.

MSK ya está condenado a 22 años de prisión por incitar a sus tres hermanos menores a violar en grupo a otras dos jóvenes de Sydney en el 2002. En su defensa, argumentó que su contexto cultural era el responsable de sus crímenes.

Y según escribe Sharon Lapkin -doctor por la Universidad de Melbourne y alto mando retirado de la Marina Australiana- en Frontpagemag.com- el violador paquistaní tiene razón.

En algunas partes de Pakistán, el asalto sexual – violación en grupo incluida – está oficialmente autorizado como forma legítima de implementar el sistema de valores sociales.

El consejo de una aldea ordenaba recientemente que cinco jóvenes debían ser “secuestradas, violadas o asesinadas” por rehusar ser tratadas como bienes materiales.

Las jóvenes tenían edades comprendidas entre los seis y los 13 años cuando fueron casadas sin su conocimiento, con el fin de pagar una deuda familiar, y cuando se presumió que el hermano de 12 años de Mukhtar Mai había cometido una ofensa en una pequeña aldea agrícola paquistaní, el consejo de la aldea ordenó que su hermana fuera violada en grupo. Así, ella fue conducida a una choza donde cuatro hombres la violaron repetidamente.

Según la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán, hubo 804 casos de tales violaciones oficialmente orquestadas en el 2000, y 434 de ellos fueron violaciones en grupo. Y por si eso no es bastante malo, es de esperar que las víctimas de tales atrocidades cometan suicidio, porque las víctimas de violación llevan una vergüenza irreparable a su familia.

De modo que cuando MSK cometía sus actos de violación mientras estaba de visita en Australia, simplemente estaba perpetuando su propia herencia cultural. Se enorgullece de una sociedad en la que la violencia sexual oficialmente condonada se emplea comúnmente como medio de implementar la sumisión de la mujer.

Y aquí es donde chocan los dos pilares fundamentales de la Izquierda moderna: la irresistible fuerza del relativismo cultural colisiona con el pilar inamovible de la igualdad de género. Pero en el siglo XXI, es el segundo el que tiene que prevalecer.

Las posiciones de laissez faire del relativismo cultural son inaceptables en una sociedad moderna. La mutilación genital femenina no es una pintoresca costumbre tribal que tengamos que respetar: es un barbarismo, puro y simple.

Pero aún así, muchos izquierdistas occidentales excusan habitualmente estos crímenes contra la mujer con el fin de mantener la solidaridad política con sus aliados del mundo islámico. Después de todo, sería difícil hacer causa común con los grupos musulmanes del movimiento pacifista si los progresistas comienzan a criticar la práctica de la poligamia.

Junto con la inmigración islámica a Occidente, han llegado los sistemas de valores del Tercer Mundo con respecto al tratamiento de la mujer. No debemos dejarnos seducir por los falsos pilares del relativismo cultural que tolera matrimonios forzados, violaciones oficialmente autorizadas o matanzas de honor.

En la corriente única de multiculturalismo de Australia se conceden tanto derechos como obligaciones: mientras que la diversidad cultural y lingüística ha de ser apreciada, cada australiano tiene que suscribir un estándar único de derechos humanos. El drama -como ocurre a menudo en Europa- es que esos principiuos no se aplican.

A la hora de la verdad y en aras de la tolerancia, se renuncia a valores, libertades y principios esenciales.

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