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12.2.07

El Islam y Occidente


La fricción entre el modelo sociopolítico y económico de Occidente y el modelo defendido por los grupos ultraislamistas es cada vez mayor. Capaces de cualquier barbaridad, incluso si acarrea su propia muerte, miles de musulmanes han optado por el entendimiento más teocrático y subjetivo de su religión. Pero, ¿es una evolución espontánea? En realidad es un movimiento fomentado y financiado por personas y grupos concretos.

En los últimos años uno de los temas que más portadas está acaparando es el terrorismo internacional y, en particular, el que impulsan los grupos ultraislamistas.
En todo el mundo, expertos, periodistas y ciudadanos intentamos encontrar una explicación lógica a este fenómeno. Desde el fatídico 11-S no nos cansamos de oír a diario noticias y datos relacionados con el terrorismo internacional.
Casi todo el mundo está al tanto de cómo se llaman las más importantes agrupaciones fundamentalistas: Hamás, Al-Qaeda o los famosos guerrilleros de Alá (los denominados "muyahidines").

Todos estos nuevos conceptos han pasado a formar parte de nuestro panorama político internacional y de nuestro lenguaje. Los occidentales hemos abrazado un estilo de vida laico que prioriza el respeto hacia las creencias de los demás. Valores como la tolerancia, la democracia y la libertad individual son pilares de referencia para nuestra sociedad.
Pero hemos llegado a un punto en el que nuestras convicciones resultan objeto de odio para ciertos movimientos dentro del islam, además de seguir siéndolo, también, para todos los demás sistemas totalitarios que persisten en el mundo.
Por si fuera poco, se nos culpa de la situación de miseria que existe en ciertos países a la vez que se nos odia por los valores que representamos.

El ejemplo paradigmático es el de los jóvenes musulmanes dispuestos a abrocharse un cinturón lleno de explosivos y hacerse saltar por los aires en un sitio público para matar a personas inocentes. Lo importante es analizar quiénes y por qué están financiando la propagación de estos ideales extremísimos, quiénes están detrás de estos movimientos.

Se nos cuenta que la diferencia entre el mundo occidental y el mundo islámico reside en el materialismo puro y duro que caracteriza al primero (como si esto fuera algo inmoral y malo) y el misticismo o la riqueza espiritual que reside fuertemente en el segundo (como si esto fuera lo moral y lo bueno). Se afirma que el estilo de vida occidental ha relegado por completo la espiritualidad, y es visto por estos santos como algo maligno. Según ellos: a los occidentales solamente nos motivan intereses mezquinos y, entre ellos, principalmente el dinero.

En realidad, la diferencia entre el mundo occidental, que vive en el siglo XXI, y el mundo islámico fundamentalista que se empeña en revivir la época de gloria de los califatos, reside en el reconocimiento y la aceptación abierta de que para vivir una vida digna y alcanzar la felicidad es necesario ante todo el desarrollo del individuo, y éste sólo se puede conseguir en un marco filosófico relativista, cuya expresión económica es el mercado libre y espontáneo y cuya expresión política es la democracia liberal.

En cambio, en la mayor parte de los países islámicos, estos principios son aborrecidos y rechazados, sobre todo por los líderes espirituales que ostentan el poder absoluto después de los gobernantes de dichos países o, a veces, incluso antes que ellos. Se da, entonces, una importante contradicción: si se sienten mejores que los occidentales porque la espiritualidad y el misticismo son el fin último que persiguen con su estilo de vida, ¿por qué nos encontramos con una opulencia desmesurada de los dirigentes y una riqueza hasta límites que muchos occidentales no pueden ni imaginar que exista en manos de unos pocos?
Tanto los gobernantes de los diversos regímenes como los líderes de los movimientos espirituales fundamentalistas ostentan unas fortunas impresionantes, pero luego hablan de la guerra de los fieles y de que lo más importante es la vida espiritual y no la material que se vive en la Tierra.


Otra contradicción bastante obvia sobre “la superioridad espiritual” de los fundamentalistas islámicos es el mero hecho de que todos estos jóvenes suicidas eligen este camino porque sus respectivas familias viven sumidas en la más absoluta pobreza y, la única vía, para poder ayudarles, es hacerse explotar alegando que defienden la idea de un mundo islámico unido, poderoso y superior al occidental.
¿Cómo se justifica la magnitud espiritual con los miles de dólares que reciben las familias de un “mártir del islam”?

No se puede. Algo no encaja en sus justificaciones: o abrazan la vida espiritual tal y como proclaman los líderes fundamentalistas, y entonces no necesitarán la opulencia exagerada (o, en el caso de los más modestos, las primas de treinta mil dólares o más por tener un mártir del islam en la familia), o deberían abrir los ojos y decidir por sí mismos, exigiendo un marco social y político que les permita vivir una vida digna y próspera, manteniendo sus creencias en privado y respetando a quienes no las comparten.

La democracia no es un sistema perfecto pero es el que más se aproxima. Mientras no surja otro mejor, el mundo debe hacerlo suyo y regirse por sus reglas con independencia de las creencias religiosas. Cuanto antes lo entendamos todos, antes acabará el derramamiento de sangre entre seres humanos

Por Ann Thorn, analista política estadounidense.

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