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8.5.04

El Apartheid Musulmán (por Bat Ye'or)


Cristianos sudaneses esclavizados por mercaderes árabes, en el momento de su liberación en Septiembre de 2002

Percepciones árabes y musulmanas del «otro»

La jihad es una guerra que hoy sería descrita como genocida, dado que ordena que los hombres sean masacrados y las mujeres y los niños esclavizados, si hay resistencia.
Estas normas fueron aplicadas durante todo el siglo XX y continúan aplicándose hasta el presente en el sur de Sudán, con la esclavización de las mujeres y los hijos de los rebeldes.

La percepción del Otro en las sociedades contemporáneas árabes y musulmanas está muy diferenciada; la situación en Turquía no puede compararse con la situación en Afganistán. La percepción del Otro está claramente influenciada por la historia y por cultura, y si los prejuicios tradicionales nunca han sido condenados en una sociedad, serán aún más significativos con el paso del tiempo, particularmente si son justificados por interpretaciones religiosas.

Al final del siglo XX, el líder espiritual del movimiento de la 'Hermandad Musulmana', el jeque Yusef al-Qaradawi intervino tras la visita del Rabino Jefe Ashkenazi de Israel, Israël Lau - a Mohammed Sayyid Tantawi, jeque de al-Azhar, el 15 de diciembre de 1997 - para indicar como respuesta que la ley islámica dividía a los Pueblos del Libro - judíos y cristianos - en tres categorías:

-1- no musulmanes en tierras de conflicto;
-2- no musulmanes en tierras de tregua temporal (hudna);
-3- no musulmanes 'protegidos' por la ley islámica, es decir, los dhimmis. (1)

El jeque dejó claro que la ley islámica había establecido mandamientos distintos para cada una de estas categorías. En pocas palabras, el jeque había resumido así la teoría de la jihad, que regula las relaciones entre musulmanes y no musulmanes. Esta teoría fue codificada e institucionalizada nada menos que a comienzos del siglo VIII por teólogos y juristas musulmanes. Hoy, como vemos en innumerables llamamientos a la jihad y en la situación día a día, esta ideología impregna el pensamiento y la conducta actuales.

Los habitantes de tierras en conflicto son gente contra la que se debe luchar, porque se oponen a la introducción de la ley islámica en sus países. Estos infieles carecen de derechos, sus vidas y sus propiedades son lícitas - [están permitidas], por utilizar la fórmula usual - para cualquier musulmán, sin importar a qué casta pertenezca éste. Esto explica los crímenes y asesinatos de civiles en las carreteras en el momento en que la ocasión se presenta. Su mera existencia es considerada ilegal.

Los infieles en tierras de tregua temporal (hudna) se encuentran en un estado de respiro entre dos guerras.

Los dhimmis son harbis (habitantes originarios) que han pasado de una categoría - del dominio de la guerra (dar al-harb) - a la categoría de ser pueblo 'protegido' (dentro de dar al-Islam). Han capitulado a la jihad que les amenazaba hasta el final gracias a la fórmula mágica: 'la tierra a cambio de la paz y la seguridad de la dhimmitud'. Han cedido su tierra a cambio de 'protección'. La ley islámica define sus derechos como dependientes de ciertas condiciones específicas (de la dhimma). Esto significa que, en el mejor de los casos, los no musulmanes carecen de derechos adicionales a los que especifica y administra la ley islámica. Esta ley es la fuente de los derechos de los no musulmanes. Hoy, en todas las sociedades movilizadas por la jihad, ésta es la interpretación que prevalece - hasta en Egipto.

La jihad es una guerra que hoy sería descrita como genocida, dado que ordena que los hombres sean masacrados y las mujeres y los niños esclavizados, si hay resistencia. Estas normas fueron aplicadas durante todo el siglo XX y continúan aplicándose hasta el presente en el sur de Sudán, con la esclavización de las mujeres y los hijos de los rebeldes.

Las leyes de la 'dhimmitud' - es decir, la relación con los no musulmanes - obedecen a tres principios básicos:

- La inferioridad de los no musulmanes en todos los campos. Esta situación existe hoy en la práctica totalidad de los países árabes, Irán, partes de Afganistán, y en otros países.

- La vulnerabilidad del infiel, lograda en el pasado a través de la prohibición de que tuvieran armas y de no testificar contra un musulmán - lo que implicaba un peligro mortal en caso de acusación de blasfemia, una situación que existe aún, particularmente en Pakistán, y que ha causado el asesinato de cristianos inocentes. John Joseph, Obispo de Faisalabad, presidente de la Comisión de Derechos Humanos establecida por la Conferencia de Obispos Católicos de Pakistán, se suicidó el 6 de mayo de 1998, para llamar la atención del mundo entero sobre la injusticia de estas leyes de blasfemia.

- La humillación y degradación de los no musulmanes, impuestas a través de un código de normas muy preciso.

Aparte de los dominios militar, jurídico y social que acabo de mencionar, y que han formado la base de las relaciones entre musulmanes y no musulmanes durante más de un milenio, también aparecen divergencias en el dominio teológico, particularmente entre judíos y cristianos por una parte y los musulmanes por otra. Los musulmanes creen fieramente, sobre la base de numerosos versos del Corán, que el Islam apareció en el comienzo de la Creación, y que en consecuencia, precede al Cristianismo y al Judaísmo. Adán, Eva y Noé, designados como progenitores de la humanidad, fueron musulmanes y profesaban el Islam. Se deriva de esto que la humanidad es islámica, y según un hadith, todos los niños que nacen son musulmanes. Esta creencia autoriza el secuestro de niños procedentes de comunidades dhimmi, una vorágine que era endémica por todo dar al-Islam.

Según esta interpretación, los profetas y las figuras mencionadas en el Corán, en una versión que difiere del relato bíblico - son musulmanes. Abraham, Moisés, David, Salomón, Jesucristo y los apóstoles son reverenciados como musulmanes y profetas que profesaban el Islam. De esto se deduce que la Biblia es un relato falsificado y que toda la historia de Israel, de la que también depende todo el cristianismo, es una historia islámica.

Ese es el motivo por el que los derechos de Israel en su país no son reconocidos. Los judíos no tienen historia. Los cristianos carecen de historia. La Biblia es solamente una colección de cuentos. La historia de Israel puede encontrarse en el Corán, y es una historia islámica. En este contexto, está claro que las referencias a la Biblia de Israel son propias, de sus reyes, de sus ciudades y aldeas, y no del carácter judío de Jesucristo, de María, y de los apóstoles, y sólo consiguen enfadar a los islamistas. Naturalmente, la islamización de la Biblia afecta a los cristianos tanto como a los judíos.

Existe obviamente un problema real en la aceptación del Otro, es decir, de la “otroridad” del otro. Toda la humanidad es musulmana - aunque pueda encontrarse aceptación de la diversidad y el pluralismo en el Corán. Pero la teoría de la jihad ha estructurado las relaciones con el Otro, ya sea a través del odio, o a través de la hostilidad latente hacia el pueblo que vive en el ámbito de una tregua, o en las condiciones inherentes al estado de dhimmitud.

Cada sociedad y cada religión han desarrollado sus propias formas de fanatismo. Sin embargo, en las sociedades judeo-cristianas, la separación de política y religión - en ocasiones, es cierto, a nivel puramente teórico - ha permitido que la intolerancia y la opresión fueran desahuciadas. Este es el caso de la Turquía secular.

Los hombres que lucharon contra la abolición de la esclavitud y la emancipación de los judíos eran cristianos. Judíos y cristianos lucharon hombro con hombro por el reconocimiento de los derechos humanos. Este desafío no aparece en el mundo musulmán. Nunca ha existido esa generosidad de espíritu hacia el dhimmi oprimido, representaría un crimen contra la humanidad.

La inteligencia común musulmana nunca ha condenado la jihad como una guerra genocida que ha exterminado pueblos enteros - ni la dhimmitud como una institución deshumanizadora y explotadora que ha causado el auge de la expropiación, la esclavitud, y la deportación de poblaciones cuya herencia cultural e histórica ha sido completamente destruida.

Mientras continúe sin lograrse un proceso de autocrítica hacia su propia historia, será imposible rehabilitar al Otro en una dimensión humana, y los prejuicios pasados continuarán rampantes. Es dentro de este contexto de jihad y dhimmitud donde se sitúa el conflicto árabe israelí, porque Israel representa la liberación de un país de las leyes de la dhimmitud.

(1) Saut Al-Haqq wa Al-Huriyya, 9 de enero de 1998, MEMRI, 8 de febrero de 1998 (Informe Especial: Reunión entre el jeque de Al-Azhar y el Rabino Jefe de Israel).

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