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29.5.05
Choque de civilizaciones - Gestos de buena voluntad
La Valla de Melilla es una barrera física de separación entre Marruecos y la ciudad africana de Melilla, en España. Su propósito es detener la inmigración ilegal y el contrabando comercial.
GUERRA DE MARGALLO. 1893, SIDI GUADIACH
"La mezquita de Sidi Guadiach ha sido completamente derribada por los cañonazos de los fuertes Camellos y Victoria Grande. Júzguese esto de una importancia trascendental por el efecto moral que ha de haber causado al enemigo".
El telegrama cruzó como una flecha la redacción de La Vanguardia y atravesó tres siglos hasta clavarse en el año 2006 con un cierto olor a choque de civilizaciones.
Porque la pólvora buscaba eso: el "efecto moral". El telegrama fue enviado desde Melilla a la una de la tarde del siete de noviembre de 1893, y publicado en la edición del día siguiente. Lo redactó Josep Boada i Romeu, el primer corresponsal de guerra que tuvo este rotativo.
Es - como tantas- la historia de un desencuentro. La intención inicial del ejército español no era derribar la mezquita (en realidad un morabo, la tumba de un santón islámico): fue la profunda desconfianza entre españoles cristianos y rifeños musulmanes lo que acabó en guerra, y la guerra la que acabó en la destrucción del santuario.
¿Qué hay en Sidi Guadiach, cien años después? Hay un sofisticado alambre trenzado de cortantes pinchos que resigue el cuadrante del morabo - fue reconstruido tras la guerra- y que resigue todo el cortante perfil de Melilla: en 1893, los rifeños no querían que los españoles entraran en el Rif y, en el 2006, los españoles no quieren que los rifeños entren en España.
- En todas partes hay vallas. Es normal. Lo que no me gusta es que tengan pinchos - comenta un periodista melillense que prefiere guardar su nombre-.
Todas las líneas - la guerra de 1893 y todo lo que vino después- empezaron el 14 de junio de 1862 con dos balas de cañón de 24 libras de peso lanzadas desde el fuerte de Victoria Chica.
Ese fue el método pactado entre Madrid y el sultán de Marruecos para trazar la indefinida frontera de Melilla: hasta donde llegaran los proyectiles, eso sería España.
Como gesto de buena voluntad, la delegación española tomó como válida la bala de menor alcance.
En un segundo gesto de buena voluntad, España renunció a la franja neutral para no tener que derruir el poblado rifeño de Farjana.
Hubo un tercer gesto hispano: se cedió una porción rectangular de terreno para que el muy venerado morabo de Sidi Guadiach, con su cementerio, quedara en territorio marroquí.
Pasaron tres decenios de muy relativa calma hasta que, en 1893, el ejército español decidió construir un fuerte sobre una pequeña loma frente al morabo. De edificarse la obra - pensaban los rifeños- ese lugar sagrado quedaría para siempre al alcance de la mirada infiel. El dos de octubre de ese año, los musulmanes atacaron a los presos comunes que contruían el fuerte y a sus guardianes: hubo 18 muertos y 53 heridos.
La guerra duró un par de meses, y el ejército español no sólo destruyó a cañonazos la mezquita de Sidi Guadiach, sino que - para más inri y choque de civilizaciones-al final de la contienda celebró una misa de campaña frente a sus ruinas con la confesada intención de provocar "la chispa que encienda nuevamente la guerra" y "castigar a estas cabilas que tanto han ofendido a España".
Dejemos que nos lo explique el reportero de La Vanguardia:porque su relato no tiene desperdicio. "El altar - explica- se montó en el tambor que protegerá la entrada del nuevo fuerte, a unos dos metros del suelo.
Estaba adornado con banderas nacionales y otras que facilitaron los barcos de guerra. Antes de comenzar la misa bendijo las obras el vicario general castrense.
Se cambió el nombre árabe con que hasta el presente era conocido el terreno -Sidi Guadiach- bautizándole con el de fuerte de la Purísima Concepción, en honor a la patrona de la infantería española". "Un vibrante punto de atención del corneta de órdenes anunció el comienzo de la misa.
Todas las miradas se fijaron en el altar, y aquellos 20.000 hombres allí congregados se sintieron presa de intensa emoción (...) La posibilidad de que se rompiera el fuego de un momento a otro - sigue explicando nuestro corresponsal- daba mayor solemnidad al acto. Cuando al llegar al punto culminante de la misa todas las bandas batieron la marcha real, hincando las tropas la rodilla y presentando las armas frente al símbolo de nuestra redención, el espectáculo resultó de una grandiosidad extraordinaria".
"El general Martínez Campos, erguido en su caballo, examinaba las montañas vecinas, en tanto que los moros, sorprendidos, admiraban en numerosos grupos aquel hermoso espectáculo. Lo que buscaba el general y lo que aguardábamos todos no venía... Los rifeños no parecían dispuestos a atacarnos.
Unos araban las tierras, otros marchaban campo a través, todos, en fin, demostraban el firme propósito de no guerrear, ahora que veían palpablemente numerosas fuerzas dispuestas a castigar sus desmanes".
"Los que ayer limpiaban de escombros la mezquita no trabajaban hoy - escribía el reportero-; sin duda la proximidad de las tropas españolas les inspiraba recelos". "¡No hay más medio de sacarles de su quietismo!, decíamos despechados. ¡Ni hiriendo sus sentimientos religiosos logramos que salga una bala de sus espingardas!...".
Hasta aquí el relato del primer corresponsal de guerra de La Vanguardia.
Que con esa misa no se celebraba precisamente el Sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo lo ratificó unos días más tarde Martínez Campos ante las tropas que regresaban a la Península.
"El modo cómo sufrieron la provocación que para ellos significa celebrar la misa en Sidi Guadiach, al lado mismo de la derruida mezquita, es demostración más que suficiente para que hasta la más ligera sombra de ofensa a nuestra bandera quede desvanecida", subrayó el general.
"Y es que la guerra al moro - añadía Josep Boada i Romeu- ha sido muy popular en nuestro país, teniendo el don de enardecer todos los corazones". En 1893, esa era la verdad.
En 2006 hay otras verdades.
Hoy, el fuerte cuya construcción provocó la guerra, con su imagen de la Purísima Concepción pintada en destellantes colores, es un centro de acogida de menores magrebíes. Es más: el pasado septiembre estaba a reventar de niños marroquíes y la Consejería de Bienestar Social de Melilla se vio obligada a solicitar literas al ejército.
Cosas de la historia: en 1893, el ejército español tuvo muy serios problemas para alojar a la masa de soldados que desembarcó en Melilla para luchar contra el moro, y en el 2006 el ejército ofrece literas para que el hijo del moro no duerma en el suelo.
Todos los mundos se cruzan por el espinoso alambre de Sidi Guadiach. Subiendo la cuesta hacia la Purísima, a las ondas de los móviles españoles les cuesta alcanzar la bala de cañón lanzada en 1862... "bip, bip... Morocco Telecom Welcomes You...".Todo está muy cerca de todo.
Debajo del viejo fuerte se extiende el aeropuerto de Melilla. Es como una alfombra asfaltada hacia el Paraíso: los niños magrebíes de la Purísima Concepción miran sentados sobre unos montículos de ruina cómo se elevan los aviones De Havilland con hélices de Iberia.
- ¿Adónde queréis ir? - les pregunto-. - A Barcelona - responden extrañados ante la pregunta, como si no hubiera otro lugar en el mundo dónde ir-. Es la foto del bloqueo soviético de Berlín en 1948: un muro y unos niños que se suben al cielo mirando las hélices de un avión. Sólo que en este cielo hay mucho Dios.
Plàcid Garcia-Planas
- Melilla. Enviado especial de la Vanguardia -
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