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22.10.07

El velo de los desvelos

El cuerpo de la mujer ha sido siempre un barómetro del poder del fundamentalismo islámico: satanizado por los radicales, utilizado como campo de batalla de las ideas políticas y vinculado al sentido del pecado y de la vergüenza. El velo, en sus variantes ha sido la cárcel en la que han vivido y viven millones de mujeres, aunque muchas intenten la fuga cada día.

Controlar el cuerpo de la mujer se ha identificado durante siglos, y no sólo en las sociedades musulmanas, con el control de la sociedad. La contención de las mujeres se convierte así en una poderosa arma para la contención de una sociedad que amenaza con romper las estructuras del sistema y exige el desarrollo de sus libertades. En la mayoría de países musulmanes -salvo Túnez y Turquía- el código civil, utilizando la referencia del Corán, dictamina la condición legal de la mujer, considerada durante toda su vida menor de edad y necesitada de la firma del padre, hermano o marido para las decisiones más elementales. Si existe un problema legal, ante los tribunales el testimonio de una mujer vale oficialmente la mitad que el de un hombre; si debe percibir una herencia y repartirla con sus hermanos, ella tiene sólo el derecho a una cuarta parte de lo que los varones reciban.

En ese entramado donde se mezclan tradiciones, intereses y tabúes, usar el hijab, el djilbab, el nikab o el chador marca posiciones sociales en relación con la moralidad exigida a las mujeres, pero, sobre todo, es una muestra evidente del grado de permisividad o intolerancia del entorno.

«La mujer para el Islam es una perla preciosa que hay que proteger como los objetos más preciosos de los museos. Las mujeres en Occidente están desconsideradas». El testimonio de Thoraya, una joven estudiante marroquí de 20 años, nos muestra el otro lado de una historia difícil de entender para quienes no se hallan inmersos en ella.

Amina era la chica más moderna del pueblo donde vivía, a un centenar de kilómetros de Túnez. No le preocupaban las críticas: vestía pantalones, faldas cortas, hacía deporte, hasta el día en que descubrió la fe. Su madre había enfermado gravemente y ella empezó a rezar para pedir a Dios su curación. Un día su hermana, al llegar de la playa, sufrió un infarto de miocardio y murió. Amina comenzó a culpabilizarse por la situación de su familia y se interrogó sobre la posibilidad de que ésta estuviera sufriendo un castigo divino por su conducta. Decide entonces aumentar el número de rezos y adoptar el velo.
A pesar de ello, no renuncia definitiva-mente a su coquetería y continúa utilizando un suave maquillaje que marca ligeramente sus facciones. «No está prohibido, a condición de que no sea excesivamente provocador», dice intentando justificarse. «La fe está en mi corazón y eso no cambia. En todo caso, la reforzaré pronto con el peregrinaje a La Meca».

En Mali el velo no es obligatorio y hace algún tiempo no era una práctica mayoritaria. La moda llegó cuando las mujeres privilegia-das que viajaban hasta Arabia Saudi para ir a La Meca, como establece la tradición, regresaron del peregrinaje importando la costumbre. En la campaña de reislamización que están llevando a cabo los movimientos islamistas, que presentan la religión como clave en la recuperación de la identidad del pueblo arábigo-musulmán, y aprovechando la crisis económico-social de una población que busca salidas, se sitúa de nuevo a la mujer y su imagen en primer plano.

Hace pocos meses, en Holanda, la presidenta de Al Nisa, la mayor organización de mujeres musulmanas del país, denunciaba que desde hace cinco años un buen número de mujeres musulmanas residentes allí, en su mayoría marroquíes y turcas, reciben un subsidio de los países musulmanes ricos, como Arabia Saudí, por usar velo.

La organización internacional Women Living Under Muslim Laws (Mujeres bajo Leyes Musulmanas) una de las más importantes en la defensa del estatuto legal de la mujer musulmana, se preguntaba en un debate sobre el velo si llevarlo puede considerarse o no una elección voluntaria, cuando frecuentemente -según casos denunciados- se trata de una imposición exterior que proviene del círculo familiar o el entorno social.

Esta organización subraya también en sus conclusiones que «si bien la población del mundo arábigo-musulmán es sensible a reconocerse en una llamada identidad musulmana, los grupos radicales islámicos están conformando, con el pretexto de recuperar lo indígena, una identidad, un nuevo perfil de lo musulmán importado de los países del Golfo, donde tienen sus bases de financiación».

Finalmente, ante las múltiples denuncias de agresiones contra mujeres que se han negado a ponerse el velo, la organización pide mayor tolerancia de las mujeres que llevan velo con las que deciden no hacerlo.

El velo no viene del Islam. Cubrir la cabeza de las mujeres con un velo no es un invento del Islam. Hace 3.000 años, 17 siglos antes del nacimiento de Mahoma, se establecía ya esta imposición. Queda constancia de ello en la Tabla A 40 de las Leyes Asirias promulgadas por el rey Tiglat Phalazar, depositadas actualmente en el Museo Británico de Londres.

El dictado o la tradición se mantenía a principios de la era cristiana. Todas las mujeres en tiempos de Jesús llevaban velo, empezando por su madre, María, y lo mismo ocurrió en el mundo greco-latino. Entre los musulmanes, frecuentemente justifican la imposición del velo a través de una supuesta conversación que existió entre Mahoma (el Profeta) y Ornar (su cuñado). «Oh, profeta», dijo Ornar, «di a tus mujeres, di a tus hijas y a las esposas de los creyentes que coloquen un velo sobre su vestido y así cubran el rostro del modo más conveniente para que no puedan ser reconocidas y confundidas con las esclavas y mujeres de costumbres libres».

También los historiadores tienen sus argumentos: «Tras la aparición del Islam, ciertos elementos amorales, reclutados entre los musulmanes y hostiles a la religión, comenzaron a atacar a las mujeres creyentes con objeto de provocarlas y atentar contra su pudor. Cuando estos provocadores eran llamados al orden se excusaban diciendo que no sabían que eran musulmanas y habían creído que eran esclavas; por ello, el Corán recomendó a todas las mujeres que cubrieran su rostro».

A lo largo de los siglos se ha mantenido el canon moral del velo para la mujer decente, y es incluso un signo de distinción social. A principios del siglo XX, en Egipto, punto de referencia en la época del esplendor en el mundo árabe, sólo llevaban velo las mujeres de clase media y alta, en contraste con las mujeres obreras que entraron a trabajar en fábricas tras la Primera Guerra Mundial, al descender la mano de obra masculina. Entonces surgió la creación de la primera organización feminista. Era 1923 y las líderes aristocráticas crearon la Federación de Mujeres en El Cairo. Entre sus reivindicaciones prioritarias estaba la abolición del velo, una actitud que fue muy criticada con el argumento de que era una reivindicación elitista. Ni las obreras ni las campesinas tenían ese problema. Hoy en día, sin embargo, nadie escapa a esta imposición que castiga al género femenino.

Bajo el chador

En los países donde la presencia de los movimientos fundamentalistas es cada vez más importante numerosos grupos de mujeres se organizan para resistir la presión de quienes se empeñan en situarlas de nuevo en la época feudal. En Irán o Ara-bia Saudi, donde el Estado impone directamente el uso del chador o el h¢ab, empieza a detectarse la revuelta de las mujeres. En Irán han sido ellas quienes con su voto, y contra todo pronóstico, dieron la victoria a Jatami frente al candidato conservador en las elecciones presidenciales del mes de julio. Jatami ha nombrado wcepresidenta del país a una mujer, Massou-meh Ebtekar, quien ha dicho que no es asunto de las autoridades ocuparse de la manera de vestir de las mujeres.

En Arabia Saudí, donde las mujeres no tienen derecho ni a conducir un coche, la supervivencia de muchas de ellas se basa en su capacidad para manejar la hipocresia social. Las ricas tienen su propio-chófer, mantienen sus negocios -eso sí, con el cartel de no se admite hombres en muchos comercios- y bajo las túnicas son capaces de vestir un vaquero ajustado o, para las más privilegiadas, las últimas creaciones de París. A pesar de vivir en un apartheid, luchan todavía para evitar ser condenadas a la renuncia.

Montserrat Boix
Periodista - Especialista en Mundo árabo-musulman
Coordinadora de Mujeres en Red

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