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22.8.05

Perdonad a los dhimmies

Cuando en 1047 las tropas reales asesinaron en El Cairo al judío Abú Said, su hermano, por toda reacción, les ofreció 200.000 dinares para asegurarse protección. Lo documenta el profesor Mordejai Nisán, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en su libro Las minorías en Oriente Medio (2002), donde encuadra la insólita reacción en el "síndrome del dhimmi", es decir, la actitud de sumisión al agresor que adoptaban quienes tenían el estatus de "monoteístas tolerados" bajo los regímenes islámicos. El dhimmi oprimido o violentado se limitaba a pedir disculpas de su agresor, o a hacerle obsequios.

A pesar de la guerra de defensa que libra Occidente contra el islamismo, hay agredidos que no reparan en la agresión y dan por sentado que los gestos de reconciliación y las ofrendas deben provenir de sus propios países, blancos del embate. El caso más conspicuo de ese postulado es Israel, del que se espera que siempre indemnice y beneficie a quienes lo atacan, aun a los más brutales de entre ellos.

El agresor sabe cómo avivar la llama del síndrome del dhimmi, nos pone siempre a la defensiva por medio de tres métodos:

– Denuncia una ficticia discriminación general contra los musulmanes. El Consejo sobre las Relaciones entre el Islam y EEUU (CAIR), fundado hace una década con el objetivo de "presentar una imagen positiva del Islam", lo intenta mayormente protestando por "crímenes antimusulmanes", sobre los que miente, para obligar a la sociedad occidental a justificarse constantemente.

– Relativiza el sufrimiento que los islamistas producen presentando su odio como una forma más de los muchos enconos que pululan por ahí. Así, para minimizar los estragos de la judeofobia han acuñado el concepto de islamofobia, con el que describen los prejuicios contra el Islam. La comparación es risible.

La judeofobia es el odio más universal, difundido y letal, con más de dos milenios de ininterrumpida antigüedad. Ha producido matanzas a lo largo de los siglos, y llegó a su nadir hace seis décadas, con el exterminio planificado de la tercera parte del pueblo judío.

¿Cómo comparar este suplicio con meros prejuicios de grupo, despreciables como sean? ¿Hubo acaso campos de exterminio de musulmanes, o ideologías que propusieran aniquilar a todos los mahometanos del mundo, o movimientos destinados a barrer del mapa a los países mahometanos? No, pero las quejas contra la pretendida "islamofobia" persisten, con el objeto de poner Occidente a la defensiva y así dar vuelta al dedo acusador que se cierne, con justa razón, contra el islamismo.

– Agita de vez en cuando supuestos "ejemplos de agresión antiislámica", que confirmarían su diagnóstico de que el Islam es más víctima que victimario.

Hace unas semanas hubo dos muestras excelentes de la maniobra. La menos conocida fue la supuesta blasfemia con que un lector anónimo habría manchado una página de un libro usado.

La estudiante islamista Azza Basarudin –residente en EEUU– adquirió hace un mes por internet un Corán usado; según su relato, al abrirlo vio una grosería manuscrita: "Muerte a los musulmanes". Así cuenta Basarudin su reacción: "Dejé caer el libro sin saber qué hacer. Después del 11-S había estado paralizada, y ahora noté que el miedo regresaba".

La manipulación es notable: podría suponerse que el 11-S no fue un ataque de musulmanes sino contra musulmanes, y que el asesinato de 3.000 personas es comparable a un garabato en un libro viejo, aun si se tratara del más ofensivo del mundo.

Pero la Basarudin supo sobreponerse rápidamente a su mentada parálisis: exigió una abarcadora investigación por parte de la cadena que vendió el libro, una condena pública contra el vituperio antimusulmán, una donación a la agrupación islamista en que la milita y el compromiso de los responsables a "una política de tolerancia cero hacia este tipo de conducta". Logró todo ello (y también que a la librería en cuestión se le prohibiera seguir vendiendo el Corán) gracias a una movilización (18-5-05) que el Consejo Musulmán de Asuntos Públicos organizó en el Centro Islámico del Sur de California.

El otro ejemplo fue que la revista Newsweek informó (9-5-05) de que los interrogadores en la base norteamericana de Guantánamo habían arrojado al retrete ejemplares del Corán para presionar a sus interrogados. Posteriormente la revista se retractó, pero, en el escándalo producido por la publicación, 16 personas murieron en manifestaciones antinorteamericanas en Afganistán.

En Malasia se quemaron públicamente banderas de EEUU e Israel (27-5-05). Podría sorprender la inclusión de Israel, ya que nada tenía que ver en la cuestión, pero no olvidemos que para estos fanáticos la mera existencia del pueblo judío mancilla el Corán.

La noticia de la "profanación" llevó a una exhaustiva investigación del ejército norteamericano, después de la cual el general Richard Myers –jefe del Estado Mayor Conjunto– declaró (6/6/05) que estaba entrenándose al personal militar sobre el trato apropiado a loa libros religiosos, y que se habían comprobado tres casos de manejo indebido del Corán por parte de soldados.

De las 68.000 personas que fueron detenidas en el marco de la guerra contra el islamismo, 28.000 fueron interrogadas. Hubo 325 acusaciones de maltrato, de las que 100 fueron confirmadas. Diez casos apuntaban a gestos irrespetuosos hacia el Corán, pero no se había revelado ningún caso en que fuera arrojado al retrete, como originalmente se dijo. En cinco casos, algunos ejemplares del Corán habían sido pateados adrede. Adicionalmente, resultaba de la investigación que varios presos musulmanes usaban volúmenes del Corán como almohada, y que algunos de ellos habían arrojado sus páginas a los inodoros para bloquearlos.

El atropello, relativamente menor, no había sido cometido por orden del Gobierno norteamericano, pero el síndrome del dhimmi alentaba a éste a dar explicaciones y pedidos de disculpas. Alentados por ello, algunos presos palestinos arguyeron (7-6-05) que el comando Najshón del ejército israelí había ingresado en la cárcel de Meguido para profanar libros del Corán, lo que fue expeditamente desmentido por las autoridades hebreas.

En cualquier caso, el punto fundamental era soslayado, y fue gracias a un musulmán moderado que algunos abrieron los ojos en Occidente. Un musulmán que reside fuera de los países árabes, para no pagar con la vida su sinceridad.

La más sagrada hipocresía

Alí al Ahmed publicó (20-5-5) en un diario norteamericano un artículo, titulado La más sagrada hipocresía, que debería servir de guía:

"Con las revelaciones de un supuesto maltrato al Corán, gobiernos musulmanes reaccionaron airadamente. Su ira podría haber sido atendida si el Gobierno norteamericano hubiera adoptado una política de profanar nuestro Corán. Pero no se alegaba eso. Como musulmán, puedo comprar copias del Corán en cualquier librería de EEUU, estudiar sus contenidos en innumerables universidades norteamericanas o ver cómo sus museos gastan millones en exhibir y celebrar el arte y herencia islámicos.

En contraste, mis hermanos cristianos y de otras religiones en Arabia Saudí (de donde provengo) no tienen derecho siquiera a tener una copia de sus libros sagrados. El Gobierno saudí profana y quema las Biblias que sus fuerzas de seguridad confiscan tanto en los puestos fronterizos desde donde se inmigra al reino como durante las redadas contra los exilados cristianos mientras rezan privadamente.

Después de la publicación en Newsweek el Gobierno saudí hizo oír su estruendosa desaprobación y pidió una rápida investigación. Pero en Arabia Saudí, bajo el gobierno de la extremista secta wahabí, la Biblia sigue prohibida y puede ser causa de muerte, arresto o deportación. En septiembre de 1993 Sadek Mallallah, de 23 años, fue decapitado en Qateef por tener una Biblia (…) en Arabia Saudí está prohibido el ingreso o la exhibición de cruces, estrellas de David o cualquier otro símbolo religioso desaprobado por la teocracia wahabí.

Los 30.000 norteamericanos que allí trabajan no tienen derecho de celebrar la Navidad o la Pascua (…) En el programa de estudios de Arabia Saudí los judíos y cristianos son considerados descarriados y enemigos eternos.

La lección es simple: si los musulmanes desean que otras religiones respeten sus creencias y su libro sagrado, deberían dar el ejemplo".


En efecto, la lección es simple, pero se le escapa al juez italiano de Bérgamo, Armando Grasso, quien dispuso (25-6-05) que la escritora Oriana Fallaci fuera enjuiciada por difamación del Islam. En La fuerza de la razón –publicado el año pasado– Fallaci menciona a las miles de víctimas asesinadas en nombre del Corán y concluye que "la fe islámica muestra odio en vez de amor y esclavitud en lugar de libertad".

Así ganaba Adel Smith, el islamista que había presentado la demanda original, a quien poco le importan los atropellos concretos, generalizados y violentos, que en el nombre del Islam se perpetran contra otras religiones, ni tampoco los asesinatos, concretos y demostrables, con que islamistas como él vienen arremetiendo desde hace años.

Contrariado, el ministro italiano de Justicia, Roberto Castelli, arguyó que "en el libro de Fallaci hay una crítica muy fuerte, pero no hay difamación". No reparó en que a los dhimmies no se nos permite criticar.

Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores (Universidad ORT de Uruguay).
Libertad Digital.

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