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5.11.05

Francia, el suicidio de una nación

André Maurois definió al francés como aquella persona que por su nacimiento no podía siquiera imaginarse ser otra cosa. Algo así como lo que los ingleses cantan en su “because he is an english man”.

Sin embargo, desde hace varias décadas la República, cogida en la trampa del “ius soli”, o derecho a la nacionalidad de todo aquel que nace en el territorio, ha convertido en franceses a millones de personas a las que les repugna en lo más hondo todo lo que representa.

En 1992 Giscard se atrevió a cuestionar dicha regla y proponer su reforma, lo que le costó el furibundo ataque de la izquierda que apeló a un razonamiento tan absurdo como el origen revolucionario de aquel principio.

Francia, como toda nación digna de ese calificativo, es el resultado del trabajo y sacrificio de generaciones, casi sedimentos culturales que han ido conformando lentamente una identidad y unos valores.
Dos Francias que se entrelazan: la heredera de la “fille ainée de l’église”, generalmente burguesa y provinciana, y la legataria de la Revolución, más parisina y canalla, produciendo un fruto delicado, complejo y sumamente contradictorio.

Sin embargo, la imprevisión y cobardía de la clase política, puede que hacer que de un plumazo histórico ese “savoir vivre” sea laminado por una horda medieval que desprecia todo lo que suene a democracia, separación de poderes y pluralidad.

Quienes tenemos vínculos de cariño y sangre con Francia no podemos dejar de gritar la impotencia y la rabia que produce un stablishment que desde 1980 ha hecho oídos sordos al clamor de un electorado que, aterrado, vio venir lo evidente. Como en otras partes, los profesionales de lo público evitaron minuciosamente enfrentarse a los problemas reales que condicionan la vida de la gente, centrándose en artificios que ha nadie preocupan.

Así, se regaló en bandeja el monopolio de un debate que era muy real al partido de Jean Marie Le Pen. Cuando en las últimas presidenciales el Frente Nacional pasó a la segunda vuelta, los bienpensantes concluyeron que una parte del electorado había enloquecido, y nadie quiso verlo como un grito desesperado de atención al Ejecutivo al que, en la segunda vuelta, muchos de ellos votaron.

Culminación de un proceso electoral surgido en 1984, potenciado por la pérfida reforma electoral de Mitterand que, al introducir con fuerza en la escena a la extrema derecha, impidió al resto de las formaciones compartir una parte de su mensaje, por correcto que fuera “in odium auctoris”.

De ahí la aversión que provoca Sarkozy, quién se limitó a llamar por su nombre a los que se comportan como “racaille”, no ante un foro selecto de franceses descendientes de San Luis, sino en la calle dirigiéndose a las siempre humildes víctimas del terrorismo callejero mayoritariamente norteafricanas.

Personaje a abatir no solo por sus posiciones sobre la inmigración, sino por representar la excepción liberal, que incluso se atreve a cuestionar la vulgata laicista imperante que ha privado de su alma profunda a Francia. También los ingleses de los años 30 prefirieron relegar al ostracismo a Churchill por tener el mal gusto de recordarles a diario la tragedia que se avecinaba.

La ecuación era imparable, en tanto que se aceptó la inmigración desbocada de una comunidad sin ninguna voluntad de asimilación o respeto a quién les acogía. Los mismos que en tromba violentaron su llegada, no pueden exigir que la nación que les dio la educación y la salud que sus países de origen les negaron también les asegure un empleo.

En 2001 Guillaume Faye publicó La colonización de Europa, discurso real sobre la inmigración y el Islam”. Tomando como premisa estadísticas poblacionales y de natalidad de los institutos oficiales, concluía la imparable conquista hostil de Francia por el Islam.
Enfrentamiento con la cruda realidad que le costó una condena del Tribunal Correccional de París por delito de incitación al odio racial …

Muy al contrario, los hijos de los portugueses, italianos o españoles que llegaron desde 1950 se han fundido literalmente en la sociedad francesa y nunca vivieron en guetos por decisión propia, demostrando que el problema no esta en el anfitrión sino en el invitado.

No menos desolador resulta lo poquito que sirve el ejemplo tan cercano en una España que se ha convertido en un coladero, a pesar de contar con la baza preciosa de la inmigración hispanoamericana.

Giovanni Sartori tuvo que gritárnoslo a la cara en un auditorio tan poco predispuesto para ello como la entrega de los premios “Príncipe de Asturias”.
No ha servido de nada y casi no ha tenido reflejo en unos medios centrados en los rizos de Fernando Alonso …


Juan Gillard López
libertaddigital

1 comentario :

  1. Anónimo12/1/15

    La corrección política mata a mas occidentales que las balas islamistas

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