Asomado a la ventana, el viento de la tarde en la cara y los pájaros volando, se diría que el mundo no tiene problemas. La tarde deriva en rojos intensos sobre el relieve del horizonte, en el que destacan los tejados de edificios harto conocidos, mientras en los altavoces resuenan los cantos árabes del imán de turno.
Podría encontrarme en cualquier parte de Oriente Medio, cerca de alguna de las millares de madrazas saudíes, solo que el edificio dibujado en el horizonte no es una cúpula coronada en una media luna, sino la Torre Eiffel, y la misteriosa ciudad árabe, es París.
El debate se está calentando en Francia acerca de las relaciones de la mayoría con la minoría musulmana, un debate que a todos los europeos debería interesarnos, dado que Francia no sólo es un país importante dentro de la UE, sino que a menudo es puesto de ejemplo ante el resto de miembros, y a menudo también es un auténtico oráculo de “lo que va a venir”.
Durante muchos años, la República de Francia, esa que Delacroix vio como una mujer con los senos al aire, fue un ejemplo de absorción de extranjeros. La nacionalidad era siempre “francés”, y el modo de unirse a la nación era la aceptación de la ciudadanía y la cultura francesas.
A través de los años, la República Europea por excelencia absorbió una enorme variedad de minorías. Muchos de sus héroes culturales han sido extranjeros; por citar algunos ejemplos, Eugene Ionesco, Marc Chagall, Leopold Sedar Senghor...
Los judíos franceses disfrutaron en general de igualdad de derechos, excepto por supuesto bajo ese agujero de amnesia selectiva que todo francés posee, junto con la afición por el vino y por el queso: Vichy.
Esta fue la realidad hasta hoy. Esta realidad se alteró con la creación de una enorme minoría de comunidad árabe musulmana, que comprende alrededor del 10% de la población, que se niega a aceptar los principios de la república secular.
Un choque de valores – fuente de un debate público turbulento – ha emergido en las aguas de la república en cuestión, y sus efectos han sido tan devastadores que, con toda probabilidad, el resultado va a ser más parecido a “la República Islámica de Francia” que a “la Republique Française”.
Por ejemplo, las mujeres musulmanas reivindican su derecho a cubrirse la cabeza en las escuelas públicas. En el pasado, fueron las alumnas, ahora son las maestras las que llevan su hijab. Algunos ven en esto el reflejo del pluralismo y la libertad religiosa.
Otros ven un gesto constitutivo de un acuerdo general de la represión de la mujer. Y los hay que piensan que esto es el primer paso hacia la situación en que todas las mujeres deban taparse la cabeza, independientemente de su opción, por respeto tal vez hacia la opción distinta de la inmensa minoría.
No en vano comienzan a aparecer las primeras denuncias de francesas laicas agredidas en plena calle por ser “demasiado liberales” para la moral musulmana con la que se cruzaron, o franceses laicos agredidos por beber, salir de una sala de bingo, o, sencillamente, mascar chicle o ir del brazo de otro hombre.
Dos de los de la segunda opinión son dos figuras socialistas públicas, el anterior Ministro de Educación Jack Lang y el anterior Primer Ministro Laurent Fabius, quienes creen que todos los símbolos religiosos deben ser eliminados de las escuelas públicas, empezando por el hijab y acabando por la kippa judía o el crucifijo católico – aunque ninguno de los dos últimos haya sido acusado de ser degradante para quien los lleva por ningún grupo social.
Tanto en la derecha como en la izquierda, están los que – en primer lugar, las feministas – señalan que el hijab, cubrirse la cabeza con un pañuelo, dista bastante de ser una expresión de fe religiosa, sino que es un claro signo de discriminación, humillación y subyugación de la mujer.
La comunidad árabe responde que el Islam es un camino de perfección que la mujer tiene que seguir, un argumento que responde mecánicamente cuando es increpada, por ejemplo, acerca de la nulidad de la mujer en los países árabes, por no hablar de los malos tratos, violencia colectiva, violaciones, asesinatos, apaleamientos, apedreamientos.....
Durante las últimas elecciones, Le Pen esgrimió un argumento que para muchos, es impepinable: “tendrán los mismos derechos que yo tengo en sus países de origen”. Sin llegar a dilucidar si los aeropuertos franceses deben contar con áreas árabes y áreas para el resto como tienen por ejemplo, los saudíes, estas son las mismas aguas en las que se sumergen dos feministas francesas en Le Monde. “Los fundamentos de la libertad individual no deberían ser extendidos a aquellos que dañan la igualdad de derechos y la dignidad de la mujer”, en un argumento que personalmente me parece exquisito, pero no es nuevo.
Recientemente, el señor Villepin redactaba una carta aparecida en también Le Monde, que podría resumirse en “¿qué sentido tiene respetar a quien no me respeta?”. Las feministas exigen que el hijab sea prohibido en todas las escuelas públicas de Francia, y lo que es más, “si la violencia árabe contra las mujeres que no se cubren el pelo continúa, el hijab debería prohibirse en las calles de Francia” (Le Monde, 30 de Mayo).
El rasgo fundamental que distingue al Islam frente a otras religiones es que el Islam no respeta.
Unos y otros pueden decirme lo que quieran, pero cuando tengo aviones estrellándose contra Torres Gemelas “porque Estados Unidos debe convertirse al Islam”, bingos volando por los aires “porque se bebe y se juega” y cafés siguiendo idéntico camino “porque esta tierra es nuestra y la entidad sionista debe ser expulsada”, creo que es el momento de pedir a alguien que me explique que sucede, y espero algo más convincente que “esto no es el Islam porque el Islam es una religión de paz”.
No digo que no lo sea, pero si yo soy cristiano, y como cerdo, los judíos no van a perseguirme por la calle con bates de béisbol a hacerme cumplir con Dios. Si soy budista, los cristianos no van a amenazarme de muerte si como carne un viernes de vigilia. Si practico el sexo, los budistas no van a perseguirme blandiendo antorchas y anunciándome que he violado el sentido de circulación del Chi, y que mis chacras están tan desviados que sólo quemarme vivo puede purificarme.
Pero, ¿y el Islam?. Si usted bebe alcohol o se encuentra en una sala de juego, sepa que puede ser objeto de un atentado. Remitiéndome a los hechos, el Islam no respeta, y es lógico que sea Francia, el lugar de la comunidad musulmana europea más grande, el primer foco de tensión, y muy seria.
Las mujeres musulmanas son golpeadas por la calle, a ojos vista de transeúntes. Yo lo he visto. Y tanto si es por no llevar el pañuelo, como si es por otros motivos, las exigencias árabes en Francia no acaban con la ropa.
Los alumnos árabes se niegan a aprender acerca del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial (no sólo por los judíos, muchos de los países árabes estuvieron del lado de Hitler), los grupos árabes exigen y presionan para lograr cambios en el código penal francés que incluyan la Ley Islámica, y se exige al gobierno que destine enormes partidas de fondos para algo que Francia nunca ha hecho: financiar la construcción de ostentosos edificios religiosos, en este caso, mezquitas.
La República generalmente no sólo ha obviado hasta la fecha este tipo de exigencias, sino que las ha prohibido. Ahora los musulmanes claman que como el Estado cubrió la construcción de iglesias y cubre la reconstrucción de las mismas (monumentos), por qué no puede cubrir mármol italiano para la nueva madraza.
Y mientras, la opinión pública francesa se pregunta, en medio de certeros cortes al estado del bienestar, por qué reconstruir y proteger la fachada de Los Inválidos es lo mismo que levantar enormes mezquitas. Y eso por no hablar de los altavoces de las mismas, llamando a la oración muy por encima de los límites del ruido, y sin ánimo de bajar el tono.
Respondiendo a la cuestión de las iglesias apareció Claude Allegre, el Ministro de Educación en la era Lionel Jospin: "el Cristianismo está impreso en Francia – como el sello del Cristianismo Ortodoxo lo está en Rusia, o el sello del Islam lo está en Arabia Saudí. Así que, la exigencia musulmana de asistencia paralela a Cristianos y Musulmanes no puede ser aceptada." (L'Express, 5 de Junio).
Tan extrañas como son estas declaraciones (básicamente Allegre está diciendo que Cristianismo es a Francia lo que Judaísmo a Israel, sin embargo Chirac ha despreciado en numerosas ocasiones a Israel por ser Estado Judío), las hay mucho peores, y demasiado fuertes para poner aquí.
No es difícil poner cualquier canal de TV en Francia para encontrar un debate con algún líder de la comunidad musulmana francesa, explicando que “como es mi mujer”, le puedo cruzar la cara en plena calle, y después denunciar al Estado porque dos guardias me detuvieran.
Eso por no hablar de los apaleamientos a homosexuales, esas parejas gays que antaño paseaban por los Champs Élysées, y que ahora corren a las sedes de grupos gays a refugiarse de la lluvia de pedradas (si los incendios nocturnos de estas sedes dejan algo en pie). O de las salas de juego. Etc, etc... ¿Alguien recuerda a ese árabe que estranguló y ahogó respectivamente a una pareja de lesbianas a orillas del Sena, y declaró en el juicio que “es que yo estoy en contra de ser gay, y Francia es una democracia”?.
Hace ahora casi un siglo, Los Elementos de Mill pronosticaban que esos inmigrantes iban a venir, se iban a quedar prendados de nuestras democracias, y se iban a transformar en ciudadanos ejemplares.
Si bien no puedo generalizar, es obvio ya que el tiempo ha dejado a Mill por mentiroso: esos inmigrantes vienen, alcanzan su masa crítica al más puro estilo caballo de Troya, y hacen todo lo posible por construir un segundo, un tercer, un cuarto Egipto, la quinta Libia o la sexta Siria.
Si bien no hablo de una expulsión generalizada, sino de cuidar más las cifras, añadir requerimientos de estudios algo superiores al idioma, y estudiar por qué el sistema falla tan estrepitosamente como para haber convertido al país europeo por excelencia en una versión (light, eso sí) de Argelia, en tan solo 10 años, el debate en Francia me impresionó sustancialmente.
De hecho, el artículo de las dos feministas me llama poderosamente la atención, porque estas dos feministas han dado precisamente en el clavo.
Los fundamentos de la libertad individual (no hablo de los Derechos Humanos esenciales) no deberían ser extendidos a aquellos que dañan los fundamentos de la libertad individual. O dicho de otro modo, no tengo por qué respetarte, si tú no me respetas. De otra forma, ¿qué sentido tiene?.
Por cierto, ¿alguien más ha notado que el país de la Unión Europea con mayor racismo contra judíos (Francia), la República de la UE que bramaba hace unos meses por sanciones contra el Estado de Israel (Francia), el país más antisemita en el pasado reciente de la Humanidad (del caso Dreyfus a Vichy, pasando por las manifestaciones “de paz”, Francia) recurre a un judío (Woody Allen) para recuperarse del ostracismo al que sus desproporcionadas posturas pro árabes (amén de su prepotencia y una larga lista de factores, el primero de los cuales es que Francia no tiene ningún problema en que una potencia domine el mundo, siempre que esa potencia sea Francia) le condenan?.
La historia del boycoteador boycoteado.
¿Alguien quiere interesarse por esa creencia budista de que todo lo que haces, te vuelve multiplicado varias veces?.
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17.11.05
La República Islámica de Francia "Francislam"
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