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12.3.07

Mezquitas en Cataluña entre el "Corán y la 'yihad'



Recorrido por algunas mezquitas de Cataluña «radicales», aunque sus seguidores desmienten ser combatientes salafistas

ALI LMRABET

Conversar con islamistas radicales o integristas, según la denominación que se les dé en España, es bastante complejo. El discurso es siempre ambiguo y depende del interlocutor. Con el nazareno o cristiano, el eje del mensaje es la convivencia entre musulmanes, cristianos y, ¿por qué no?, judíos y ateos. Con un musulmán, el mensaje es distinto. Es un monólogo, una retahíla de sufrimientos padecidos en tierra ajena y con la idea fija de poder construir guetos musulmanes en medio de los infieles.

La idea de integrarse queda descartada. Y más aún la de unir a los musulmanes que viven en Occidente para formar un lobby de presión, y así hacer oír su voz.

Algunos extremistas hablan efectivamente de reconquistar Al Andalus, pero esta reivindicación no va mas allá de un «calentamiento de boca, durante una riña con un vecino de L'Hospitalet o de Santa Coloma de Gramenet», según la expresión de un conocedor del islam en Cataluña.

Cuando hablan con sinceridad, los musulmanes entrevistados lo hacen en nombre de la «hermandad» que une a la umma (comunidad) musulmana del mundo.

Naturalmente, no aceptan que sus nombres salgan publicados, y menos sus fotos.

En Cataluña, donde se concentra, después de la Comunidad de Madrid, la mayor proporción de población inmigrante musulmana de España, existen varias comunidades musulmanas que se podrían tachar de radicales, sin que este adjetivo signifique que sean violentos.

Hace algunos años, antes de que los marroquíes hicieran irrupción en el terrorismo islamista internacional, existió en Barcelona una diminuta y discreta comunidad chií dirigida por un sirio.Esta comunidad tenía su mezquita, que servía también de sede al grupo, en la calle del Príncipe. El dato más relevante, según algunas fuentes, es que había muchos marroquíes convertidos al chiísmo, cuando Marruecos es un país suní donde nunca existieron comunidades chiíes.

Ahmed -un nombre ficticio-, un albañil que fue maestro de escuela en Marruecos y que encontramos en la mezquita de la calle del Hospital de Barcelona, recuerda que tenía algunos amigos entre los chiíes marroquíes. Lo explica así: «La fascinación de la revolución iraní, la convicción de que deben ser los imames [en este caso, los ayatolás] los que deben dirigir la umma, han atraído a muchos. No hay que olvidar tampoco que, en medio de tantas capitulaciones de los regímenes árabes frente a los sionistas, el Hizbulá libanés [chií] fue el único que infligió una derrota militar a Israel». El ex maestro no descarta tampoco que el ritual de autoflagelación de los chiíes haya tenido alguna relación con la conversión de sus amigos.

«Recibir porrazos y palos todo el tiempo por parte de nuestros gobiernos y de los cristianos es nuestro lote cotidiano, pero los chiíes han ritualizado este sufrimiento», explica el antiguo maestro, que no sabe si sus amigos se han trasladado a otro sitio en Cataluña y no descarta que se hayan ido a vivir a Irán o a Irak.

Otra comunidad islámica considerada radical es la integrante de Al Adl wal Ihsan (Justicia y Espiritualidad), dirigida por el jeque marroquí Abdesalam Yasin. En Marruecos, esta asociación de origen sufí, ilegal pero tolerada, es la más poderosa de todos los movimientos políticos marroquíes y desempeña un papel relevante en la oposición al régimen. En el barrio la Bordeta, cerca de la estación de Sants, la mezquita Arrahma está dirigida por un imam adlista. Un habitual de la mezquita, Mohand, explica que el calificativo de radical que se da a la mezquita sólo puede provenir de «los dos agentes secretos del consulado de Marruecos», distante unos pocos centenares de metros hasta su traslado a otro barrio hace un mes.

La filosofía de la asociación de Yasin, explica Mohand, es «la educación de las masas inmigrantes y no la subversión. Aquí estamos en terreno neutro». Es cierto que, alejada de la violencia, la asociación de Yasin prefiere adoctrinar a los fieles para la toma del poder en Marruecos que tendría lugar, según la interpretación hecha de un sueño del viejo jeque por algunos de sus discípulos, en 2006.

Pero el integrismo musulmán que más preocupa es indudablemente el de los salafistas. Estos son conscientes de que están acusados de lo peor y de que su imagen es irremediablemente negativa.Intentar conversar sinceramente con los imames o los seguidores de esta corriente de pensamiento -que quiere volver al salaf, a la doctrina fundada por Taki Eddin Ahmed Ibn Taymiya en el siglo el siglo XIV y recuperada por Mohamed Ibn Abdelwahab para dar nacimiento al wahabismo- es un vía crucis.
Estos rigoristas que practican un islam medieval son extremadamente prudentes en el momento de entablar conversación con un extranjero, aunque sea musulmán. La fobia del «chivato musulmán», espía de la policía o de los servicios secretos de su país de origen está omnipresente.

Además, sienten poco afecto hacia los seguidores de las otras corrientes musulmanas por considerarlas demasiado blandas.

Hay mezquitas salafistas en toda Cataluña. Muchas son discretas, poco visibles, y la mayoría de sus fieles no sabe que su imam profesa el salafismo.

Para algunos, como en la pequeña ciudad de Martorell, en la provincia de Barcelona, este extremo no es importante porque no se trata de la Salafia Yihadia (Salafismo Combatiente), sino de salafismo y punto, explica Abdelilah, miembro de una asociación musulmana local. Para otros, la distancia entre el salafismo y la Salafia Yihadia es escasa. Casualmente, nadie reivindica su pertenencia a la segunda

La mayoría de las mezquitas salafistas se encuentra en la provincia de Tarragona. Si la mezquita de Reus es la más visible y seguramente la más mediática de los templos salafistas, hay otros núcleos más discretos. En 2002, un informe de la Policía catalogaba la mezquita de Valls, en la comarca del Alt Camp, como «radical», pero hoy ningún fiel dice haber oído algo «raro» en las homilías del viernes por parte del imam.
En el Paseo de los Capuchinos, a 10 metros de la calle donde se ubica la mezquita, hay ciertamente bastantes fieles barbudos en el momento de la oración del viernes.Pero parece gente pacífica, preocupada más por los problemas cotidianos de la vida que en imprecaciones antioccidentales.

El imam es mal visto por la población no porque haga llamamientos a la guerra santa en Irak, sino porque, según algunos vecinos, tiene una dudosa barba, no quiere escolarizar a sus hijas y desde que llegó a la población ha aumentado el número de mujeres tapadas a lo saudí. Esta aserción es rechazada por Hasán, un ex inspector de la enseñanza pública en Marruecos, convertido en inmigrante ilegal.
Según Hasán, no todo es lo que parece. Pone como ejemplo que, cuando ocurrieron los atentados del 11-S en Estados Unidos, el tendero barbudo de la Carretera del Pla, que era considerado un «fanático», manifestó su solidaridad con América comprando una inmensa bandera norteamericana en Tarragona y colgándola en la vitrina de su tienda.

Sin embargo, cuando hace unos meses una asociación de musulmanes del Alt Camp pidió al Ayuntamiento de Valls que le vendiera un terreno municipal para construir una nueva mezquita, la respuesta fue negativa. No se sabe si por el informe policial de 2002 o por miedo a enfrentarse a los vecinos, ya que los musulmanes querían un terreno en el centro de la ciudad.

En la capital de la provincia, el Centre Islamic de Tarragona, situado en la carretera 340, que va de Barcelona a Valencia, es también considerado un feudo de los salafistas. Soufiane, un habitual del Centre, un chico con una barba en forma de collar y que acude a rezar todos los días en una mezquita de la ciudad, dice haberse reencontrado con su religión en España.

El joven, que trabaja de camarero en un gran hotel, se enfada cuando se le dice que el salafismo es sinónimo de «radicalismo», de «atentados» y de «muerte». «¿Conoces alguna mezquita salafista en Marruecos? Ya no hay ninguna. Los imames han sido encarcelados y los fieles dispersados. Este país cristiano nos permite por lo menos tener mezquitas salafistas a plena luz del día; entonces ¿por qué vamos a combatirlo?».

Pero este discurso conciliador cambia cuando se evoca Palestina, Chechenia, Afganistán e Irak. «Si pudiera cargarme a 20 soldados de Bush», asegura Soufiane, «me martirizaría en Irak».

En la boca de Soufiane, «martirizarse» significa suicidarse.La cara del chico se vuelve más adulta. Durante un cuarto de hora no para de soltar todo el odio que siente hacia «los norteamericanos y sus perros judíos», llegando a acusar a la Administración Bush de estar detrás de la reciente voladura del techo de la mezquita chií de Samarra en Irak.

En la Costa Dorada, Segur de Calafell, Torredembarra, Roda de Bara y Cambrils son pequeñas y coquetas estaciones balnearias que tienen la particularidad de contar todas ellas con templos salafistas. En la mezquita de la Comunidad Religiosa Islámica Al Forkan, de Segur Calafell, un templo limpio y bastante bien arreglado, la oración del viernes transcurre normalmente. Como la mezquita tiene dimensiones mas modestas que la de la M-30 de Madrid, el forastero es rápidamente reconocido.

En medio de la crisis de las viñetas sobre Mahoma, se pensaba que el imam iba a comentar temas políticos, pero evita hacerlo.Hay que esperar al fin de la oración y a la invitación «para repartirse el pan» -como dicen los marroquíes cuando invitan a alguien a comer- de un fiel de la mezquita para hablar de «temas políticos», siempre bajo el sello de la confidencialidad y el amparo de la «hermandad» entre seguidores de Alá. ¿La Salafia Yihadia? «Aquí no pinta nada. Lo que tenemos es nuestra solidaridad con nuestros musulmanes oprimidos», responde el anfitrión. «Pero», sigue, «eso no significa que no pensemos lo mismo que muchos salafistas yihadistas, pero de allí a saltar por los aires ».

Pero ¿qué paso en Vilanova i la Geltrú, no muy lejos de Segur de Calafell?, le pregunta el reportero, que tiene en mente la detención hace un par de semanas por la Policía de varios miembros de una célula salafista que presuntamente hacía una labor de reclutamiento de suicidas para la Guerra de Irak. La réplica es inmediata y esperada. Aunque asegura no tener ninguna relación con el asunto, añade que «lo de Vilanova es un asunto de yihad y de muyahidin en Irak, y no tiene nada que ver con España».

Es el mismo discurso oído en muchas bocas musulmanas. Pero nuestro hombre está seguro de una cosa: las detenciones de Vilanova i la Geltrú se hicieron sobre la base de un «soplo musulmán», y el dinero encontrado en la casa del principal imputado eran donaciones de musulmanes. Aunque la mayoría de los beneficiarios o intermediarios son marroquíes, esas donaciones no provienen nunca de Marruecos, sino de «bienhechores de los países del Golfo». El anfitrión explica que no hace falta insistir mucho para recibir fondos, que pueden obtenerse a través de Internet. El dinero, asegura, no transita por cuentas bancarias, es enviado por correo a través de la Western Union, siempre en pequeñas cantidades. Algunas veces, esas donaciones transitan por el intermediario de algunos peregrinos de vuelta de La Meca.

Antes de terminar este viaje sobre islamistas e islamismos en España, alguien propone asistir a un debate en el centro cívico del barrio inmigrante de Rocafonda, en Mataró, provincia de Barcelona.En la sala, el público está, casi en su totalidad, compuesto por mujeres. La mayoría lleva velo y está separada de un pequeño grupo de hombres por una barrera visible: una fila de sillas vacías.

Frente a cuatro conferenciantes veladas, las mujeres desgranan una larga lista de padecimientos en un país que -recuerdan a menudo en sus intervenciones- no es el suyo. «En este país, estoy triplemente oprimida, por ser mujer, musulmana e inmigrante», dice la primera. «Aunque nosotras las moras [sic] vivimos con los infieles que comen cerdo, tenemos que convivir con ellos porque no hay más remedio», asegura la segunda. Y la tercera explica que la prensa internacional recibe 75.000 millones de dólares para «ridiculizar el islam» y hace un llamamiento: «Que cada fiel de Alá imprima un Corán y vaya a hacer proselitismo en cada ciudad, en cada barrio, en cada calle, en cada apartamento de España para explicar a los cristianos el verdadero islam».

Es sábado y la organización internacional Forjadores de la Vida de Amr Jaled, un conocido telepredicador egipcio de la cadena árabe por satélite Iqrae, ha organizado un debate sobre la mujer musulmana enviando cuatro conferenciantes: dos marroquíes que hablan perfectamente el castellano, una española, la hermana Amparo, que vino desde Valencia, y una ciudadana de un país de Oriente Próximo. ¿Son islamistas?, pregunta tímidamente una asistente.«No digas eso», le responde una joven marroquí, «Amr Jaled nos enseña cómo retornar al islam».

Para sus seguidores, Amr Jaled aboga por un islam abierto, cuyo objetivo es la reislamización de las masas inmigrantes en Europa.Para sus detractores, es ilusorio pensar que la religión de Mahoma pueda abrirse al mundo actual y, para ellos, Forjadores de la Vida no es ni más ni menos que un movimiento islamista.

En la puerta del centro cívico, un joven marroquí sonríe satisfecho.«Acaso lo que propone ese egipcio es lo que proponemos todos, que hay que volver a la fe de los ancestros, a la pureza de nuestra religión». Oriundo de una tribu de Larache, el joven rechaza el término de integrista, pero reconoce que, «en realidad, todos los que queremos retornar a nuestra religión de antaño somos salafistas, si no en el hábito, seguro que en la mente». Aunque vino de muy pequeño a Cataluña, no se siente «catalán, ni español, ni siquiera marroquí»; solamente «musulmán».