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2.12.07

Parábola del barco sin rumbo


Un retrato de Occidente: Parábola del barco sin rumbo.

Cuenta la leyenda que existió una vez un gran barco que surcaba los océanos del mundo desde tiempo inmemorial. Del amanecer hasta el ocaso, una enorme muchedumbre de marineros de ambos sexos se dedicaba con ahínco a las múltiples tareas exigidas por la navegación. Con el paso de las generaciones, se había llegado a una especialización extrema, en aras de una más eficiente racionalidad. Y, según explicaban con orgullo los cronistas del buque, las reformas técnicas y organizativas introducidas por los sucesivos equipos de capitanes durante los últimos siglos habían hecho posible que la navegación fuera cada vez más rápida, más cómoda, más precisa, más segura. Existían, pues, al parecer, fundados motivos para la satisfacción. Y, sin embargo…

Sin embargo, desde hacía cierto tiempo, la élite directiva del barco –un selecto consejo compuesto por los capitanes de mayor experiencia- se había visto obligada a desmentir unos insidiosos rumores extendidos cada vez con más fuerza entre algunos miembros de la marinería. Se rumoreaba, en efecto, que, pese a las apariencias trabajosamente fingidas por la oficialidad, hacía años que el barco navegaba sin ningún rumbo determinado. Y nunca antes había sido así: según una tradición transmitida de padres a hijos durante siglos, los marineros siempre habían confiado en la existencia de ese rumbo, de ese sentido del viaje.
Como decimos, los capitanes negaban la acusación: ¿acaso no veían todos cómo los oficiales iban continuamente de un lado a otro portando mapas marinos y complejos instrumentos de navegación? ¿Acaso no demostraba ello la más que evidente existencia de un rumbo, de un destino, de una finalidad?

Tales –y otros por el estilo- eran los argumentos que se repetían, con indignación y vehemencia, en las gacetas y boletines del barco. ¡Claro que había un rumbo! Pero, por desgracia, el malestar seguía cundiendo entre los marineros. Muchos preferían no pensar demasiado en el tema, o no pensar en absoluto. Pero la minoría disidente era cada vez más difícil de acallar. Y lo habría sido mucho más si hubiera conocido el documento secreto en el que trabajaba desde hacía años la casta de los capitanes.

Un documento donde se venía a decir que todo eso del rumbo no era más que un mito innecesario. Una exigencia problemática, superflua y anacrónica. El barco podía navegar perfectamente sin rumbo alguno. Como un vagabundo de los mares que ha conquistado al fin la perfecta libertad.
En cuanto a los marineros, había que acostumbrarlos a lo que el documento denominaba “triple condicionamiento”: trabajar, consumir, distraerse. De modo que, al final, perdieran la capacidad misma de plantear preguntas en torno al rumbo. Al fin y al cabo, era lo que más convenía para su felicidad.

La revuelta estalló de improviso y con enorme furia, durante una noche oscura de viento y tormenta. Fue una batalla sangrienta de todos contra todos, y de cada uno contra sí mismo. Los marineros erigieron altares al demonio de la destrucción universal. Pero no todos. Unos pocos, tropezando entre los cadáveres, subieron a cubierta y cayeron de rodillas bajo el cielo relampagueante. Así pasaron toda la noche. Al despuntar el alba, levantaron sus ojos hacia el horizonte. Y entonces fundaron de nuevo el mundo.

Antonio Martínez
El manifiesto


Moraleja.

Como un barco sin rumbo navega Europa hacia confines desconocidos, pocos conocen el destino final de tanta deriva, pero los designios indican que el naufragio será la última etapa del Imperio Europeo.

2 comentarios :

  1. Anónimo2/12/07

    Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  2. Anónimo2/12/07

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    12/02/2007

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