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24.1.08

Pakistaníes en Barcelona, ni molestan ni se integran


No se meten con nadie, ni para bien ni para mal.  Están allí, trabajan en sus comercios, o comercios de otros.
Viven en sus pisos o en los de sus paisanos.Y si han de tomar un té, lo hacen con otro pakistaní.
Son educados, atentos y no crean problemas; de alguna forma, viven en un sistema jerarquizado.
No todos hablan. No todos pueden hacerlo. Aunque, como en todo, hay excepciones.

En Ciutat Vella vive la mayoría de los pakistaníes de Barcelona. Se han extendido a otras zonas de la ciudad, pero allí permanece buena parte de sus intereses comerciales e inmobiliarios. Un hecho, este último, del que se quejan algunos comerciantes autóctonos, que empiezan a sentirse expulsados. Un pakistaní - comentan-ha comprado él solo las 18 nuevas tiendas de la Illa Robadors. Hay algunos con mucho dinero.

Partes del barrio comienzan a parecer un Pakistantown.
 

Sus calles las cruzan al ritmo acelerado de la ciudad centenares de personas de ese origen. Sobre todo jóvenes, que van de un lado a otro porque tienen que ir. No son como algunos turistas que se paran distraídos por las estrechas calles o los vecinos que realizan tranquilamente la compra. Tampoco como otras personas - algunos adolescentes- que saltan de la Rambla en busca del turista ensimismado. Ellos van a trabajar. Y de hablar sobre detenciones o de cómo se vive en el barrio, pocos lo tienen permitido. "Eso con el encargado, nosotros no podemos hablar", comenta uno en una de tienda de souvernirs. "Son muchos y sólo son hombres. No causan problemas pero se bastan entre ellos. Están muy organizados, de alguna forma son autosuficientes y se están haciendo con el barrio; no tienen necesidad de integrarse", explica la presidenta de la Fundació Tot Raval, Rosa Gil.

Vienen a trabajar y a hacer negocio. Las mujeres las dejan en su país si las tienen - muchos son jóvenes-; y si han venido con ellas, estas se quedan en casa. "Son invisibles. Es una mentalidad muy diferente de la nuestra.
En ese sentido, están cien años por detrás de como podemos pensar nosotros", añade Rosa.

Comerciantes, vecinos, sean autóctonos o no, prefieren, en su mayoría, no opinar sobre la convivencia en el barrio. Y si lo hacen, suele ser para decir lo mismo: "No es como hace 15 años con los robos por parte de otros inmigrantes. Eso está ya solucionado", aclara Susana, en una tienda de bolsos frente a la de souvenirs. "Nosotros no queremos problemas. Venimos a trabajar y ya está.
No nos metemos con nadie", reitera en la rambla del Raval otro pakistaní en su colmado. Mientras habla no pierde el hilo de lo que está cobrando a dos clientes a la vez. "Es que soy muy rápido", dice a una mujer, sin ningún acento.

Larbi, un argelino con una carnicería muy cerca del colmado pakistaní, toma un té de menta con un amigo. Ahora vive en Vallcarca. Pero lleva 15 años en el Raval, primero viviendo y ahora con su negocio. "Lo que haría falta es que habláramos más entre todos. Cuando dices que eres argelino, pakistaní o de otro sitio, no te alquilan. Acabas recurriendo a los paisanos. Necesitaríamos hablar más entre todos", sentencia.

Casi el 90% del colectivo son hombres
 

De ser un grupo de exóticos pasaron a convertirse en nuestros vecinos. De manera sigilosa, casi sin darnos cuenta.

Los primeros en llegar atrajeron a parientes y amigos. Otros acudieron a la llamada de la regularización de 1991. La mayoría, originarios de la provincia de Punjab, del distrito de Gujrat, de la tribu Gujar. Si la primera oleada ha conseguido cierto nivel económico y social, que sus hijos lleguen a la universidad y defenderse en castellano, no puede decirse lo mismo de las siguientes. A medida que el grupo era más numeroso se encerraba más en sí mismo, quizá para sentirse más protegido. Y aceptaba el matrimonio acordado por sus padres, la práctica habitual en el país, que siguió incluso Benazir Bhutto.

De repetir hasta la saciedad el "¿quiere butano?" por los interfonos de toda Barcelona y vender rosas por restaurantes y locales nocturnos, el pakistaní ha pasado a ser también el cocinero o el camarero que sirve la comida en el bar o el restaurante, y el tendero de la esquina, entre otros oficios.

Salieron a la luz, para los barceloneses de más allá de la plaza Catalunya y su entorno, cuando empezaron a reivindicar oratorios más amplios y en mejores condiciones, como otros musulmanes de la ciudad. Y, sobre todo, porque fueron mayoría en los encierros de inmigrantes en una decena de parroquias de Barcelona, en el 2001.
Muchos confian en regresar a Pakistán. Se agrupan y comparten piso con familiares, hermanos, primos que van llegando... "El que llega primero abre las puertas al resto..., nosotros funcionamos así".

La Vanguardia.

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