MOHAMED HADAD. 13 AÑOS. Admirador de Hamas, tiene pensado cómo será su acción mortal: comenzará tirando granadas y vaciará todo su cargador antes de lanzarse con un cinturón de explosivos.
INTIFADA
Seré un hombre bomba
Yahid, 14 años, tiene una única ilusión: inmolarse y matar soldados israelíes «pero no mujeres ni niños». Mohamed, 13 años, quiere entrar ya a formar parte de la resistencia. El enviado especial de CRONICA comprueba la veracidad de un estudio psiquiátrico sobre los niños palestinos.
Antes del 22 de julio de 2002, Yihad Hawitti, un adolescente palestino de 14 años, aún con cara y cuerpo niño, quería ser médico. Tras ese día, aspira a convertirse en terrorista suicida.Quién sabe si será el primer menor en estallar por los aires en pro de la causa palestina. Él, o Mohamed, o Rami, o Isa...
Los cuatro están dispuestos a ser mártires de la Intifada, kamikazes, terroristas suicidas, shahid en su propia jerga. «Desde que los israelíes asesinaron a mi madre y a dos de mis hermanos, mi única meta es convertirme en shahid», asegura el pequeño Yihad en su casa en el barrio de El Daraj, en la ciudad palestina de Gaza.
El 22 de julio de 2002, Yihad fue rescatado de entre los escombros a los que quedó reducida su casa. En el inmueble adyacente vivía clandestinamente Salah Shehade, dirigente del brazo armado del movimiento islamista Hamas. Y contra él iba dirigido el «ataque selectivo», en forma de bomba de una tonelada, que las Fuerzas Israelíes lanzaron desde un cazabombardero F-16. La explosión acabó con el entonces enemigo público número uno de Israel, pero se llevó también la vida de otros siete adultos y nueve menores de entre 18 meses y 17 años de edad.
Entre los muertos estaba la madre de Yihad, y su hermano Subji, de cinco años, y su otro hermano, Mohamed, de seis. Y Yihad ya nunca más pensó en la Medicina. «Al principio experimenté una profunda tristeza, pero con el paso del tiempo se hace cada vez más fuerte mi ansia de venganza», asegura.
Escucha sus palabras sin inmutarse el padre, Mahmud, quien trabaja como fontanero en el Ayuntamiento de la ciudad de Gaza. No será él, parece, quien corte las alas bélicas a un hijo no más lleno de odio que él mismo: «Aquel bombazo destrozó nuestra familia, así que si Yihad quiere perpetrar una operación suicida yo no seré quien se lo impida». Palabras de padre.
Un reciente estudio conducido por el reputado psiquiatra Eyad el- Sarraj, de 59 años, y realizado entre niños palestinos de hasta 12 años, demuestra que el caso de Yihad no es aislado.Por el contrario, la fiebre suicida parece haber germinado en miles de niños palestinos. Los datos en manos de Eyad el-Sarraj, quien tras estudiar en la Universidad de Londres volvió a su tierra para fundar el hospital psiquiátrico de Gaza, dicen que uno de cada cuatro quiere ser terrorista suicida.
FIEBRE SUICIDA
«Tras preguntar a una amplia muestra de niños de diferentes localidades de la Franja qué quieren ser cuando cumplan los 18 años, nos encontramos con que un porcentaje muy significativo aspira a ser shahid, lo que en el contexto local debe interpretarse como suicida», comenta este médico palestino de nacionalidad británica en su chalé del lujoso barrio de Rimal. «El 35% de los varones contestaron que su máxima aspiración es convertirse en mártires, mientras que entre las chicas llegó al 14%, lo que nos da una media de más del 24%. Algo realmente preocupante», explica.
«Yo no me inmolaría dentro de un autobús o en un centro comercial», dice Yihad, dando cuenta de sus planes de futuro. Habla sentado junto a un retrato póstumo de su hermano Subji. Su padre escucha su discurso desde el otro lado del cuarto de estar. Sobre la cabeza del patriarca cuelgan los rostros de los dos otros ausentes: la esposa Muna y el pequeño Mohamed. Poco después de enviudar, el fontanero volvió a contraer matrimonio y hoy por la casa corretea un bebé de cinco meses llamado también Mohamed, en honor del hermanastro muerto.
«Mi objetivo serán los soldados, no los civiles», continúa Yihad, quien asegura que no quiere generar en otros jóvenes israelíes la congoja que él ha sufrido en sus propias carnes. «Ni sus mujeres ni sus niños son culpables de lo que nos ha ocurrido, pero si el Ejército vuelve a efectuar nuevas incursiones en esta zona me presentaré voluntario para coger los explosivos».
Antes de que comenzara la segunda Intifada, la ejecución de atentados suicidas por parte de mujeres se presentaba como un imposible.Sin embargo, a día de hoy ya se contabilizan siete casos consumados y otra veintena de ocasiones en que las mujeres bomba fueron interceptadas por las fuerzas de seguridad israelíes antes de que pudieran hacer estallar su carga. Roto el tabú -primero por las organizaciones extremistas palestinas de carácter laico, pero luego también por las islamistas-, el primer caso de niño bomba podría ser tan sólo cuestión de tiempo.
«A pesar de que los portavoces de Hamas han dicho en repetidas ocasiones que los niños deben permanecer fuera de la contienda, nunca se sabe lo que podrían hacer otras como las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, que están formadas por grupos de gángsteres que no tienen disciplina ni siguen autoridad alguna», explica el-Sarraj. «No me parece probable en estos momentos, pero si es teóricamente posible», agrega el psiquiatra.
Mohamed Hadad encarna la figura del chuleta del barrio de El Daraj. Busca el respeto de los demás niños y la admiración de las niñas blandiendo una réplica casi perfecta de un fusil de asalto modelo kalashnikov. «Quiero entrar a formar parte de la resistencia, y participar en operaciones contra los israelíes», espeta con una determinación impropia para sus 13 años de edad.«Ya lo tengo pensado: comenzaré tirando varias granadas de mano, continuaré disparando hasta agotar el cargador y finalmente me lanzaré con un cinturón explosivo contra aquellos que todavía estén con vida».
Mohamed también tiene claro cuál es el modelo a seguir: el que marcan los islamistas de Hamas. «Sin duda, son los mejores, y me uniré a ellos en cuanto pueda», dice. Ningún miembro de su familia resultó directamente afectado por la explosión que mató a Salah Shehade y que se llevó a la familia de Yihad, pero ello no quita que quiera vengar lo ocurrido a sus amigos y vecinos.
Mientras Mohamed posa con su fusil en la misma calle en la que estalló el infierno el 22 de julio de 2002, un corro de niños lo contemplan con envidia. En un barrio pobre de paredes grises y tristes, llaman la atención las fachadas de las viviendas afectadas por la explosión, ahora reconstruidas y pintadas de blanco y verde. El inmueble en el que se escondían los Shehade y las casas adyacentes están llenos de niños que vivieron el horror de aquella brutal explosión.
«Como no se encuentre una salida al conflicto, y pronto», decía el-Sarraj, «vamos a tener largas colas de candidatos para perpetrar acciones suicidas. No sólo aquí, sino en otros países árabes y musulmanes». Y lo cierto es que en el barrio de El Daraj las palabras del psiquiatra parecen materializarse. Aquí, el porcentaje de menores candidatos al martirio es incluso mayor que el de la estadística general.
Al otro lado de la calle vive Hassan Hiyazi, padre de 12 hijos de entre uno y 20 años de edad. A sus 43 años, Hassan, que tiene un pequeño taller para la reparación de televisores y vídeos, apoya decididamente el terrorismo suicida como fórmula de resistencia.Incluso si el sacrificado es uno de los suyos. «Mire, yo ya estoy muy mayor para ello, pero si uno de mis hijos decide perpetrar una Amaliya [como se denominan genéricamente en árabe los atentados y otras acciones de lucha armada] contará con mi bendición», asegura.
«Ustedes los occidentales tienen una concepción equivocada de lo que aquí ocurre», elabora Hassan. «En Israel no hay civiles, sino que todos en algún momento de sus vidas son militares, pues todos hacen el servicio militar y van a la reserva, así que todos son objetivos legítimos».
En la noche del 22 de julio del 2002 Hassan tuvo la suerte de estar viendo la televisión en el cuarto de estar junto a toda su prole. «Si hubiéramos estado en los dormitorios, que quedaron destrozados por la onda expansiva, tendríamos algún muerto, pero Alhamdulilah [gracias a Dios] sólo sufrimos heridas».
Sin duda, el asesinato de Salah Shehade ha marcado a muchos palestinos, que vieron cómo la cúpula del Ejército israelí -entonces comandado por el actual ministro de Defensa, Saúl Mofaz- no mostraba ningún escrúpulo a la hora de diferenciar entre civiles y militares.
Eyad el-Sarraj traduce esta rabia a claves psiquiátricas. Según su análisis, el hecho de que los niños palestinos hayan visto cómo sus mayores mueren o son humillados a manos del Ejército israelí ha creado en los pequeños una sensación de desprotección.Al sentirse completamente vulnerables y desamparados, los niños palestinos han puesto sus ojos en las organizaciones radicales, a las que han convertido en sus nuevos referentes de autoridad y poder.
SANTIFICADOS
Así, la semilla del terrorismo anida en ellos alimentada en dos fuertes raíces. «En primer lugar, porque en el acto suicida se da una identificación con Dios, que a diferencia de sus padres, es onmipotente y siempre sale vencedor. Y en segundo lugar, porque la sociedad -frustrada por su impotencia ante el agresor, que es mucho más fuerte- santifica a los mártires, los convierte en una especie de sacerdotes, de profetas», argumenta Eyad el-Sarraj.
Son las consignas que marcan el ideario de Rami, de 17 años, el tercer hijo de Hassan Hiyazi, también fatídicamente marcado por lo del 22 de julio. «Los militares sabían perfectamente lo que ocurriría, lo que demuestra que ellos también matan civiles cuando lo consideran conveniente.
¿Es que no está claro que si tiras una bomba de 100 kilos en un barrio como éste, donde las casas están pegadas las unas a las otras, las paredes son tan frágiles como el cartón y las calles tan estrechas, no van a matar a gente inocente?», espeta con ira Rami, que el curso que viene querría comenzar a estudiar Ingeniería. «Acciones como ésta son las que luego provocan sus respectivas reacciones, así que ahí tiene lo que ocurrió poco después en la Universidad Hebrea».[Rami se refiere a un artefacto colocado por un terrorista suicida de Hamas que se saldó con ocho personas muertas y decenas de heridos].
Dice que no puede evitar sentirse orgulloso cada vez que tiene lugar lo que el califica como «acciones de resistencia». Ya sea en Palestina, en Irak o en Afganistán. «Antes yo no estaba de acuerdo con las Amaliyas, pero desde que vivimos el ataque contra la casa de aquí al lado pienso que no tenemos otra alternativa, dado que ellos son muy superiores tecnológicamente», se justifica.
CON EL APOYO DEL PADRE
Si se le pregunta cómo reaccionaría en el caso de que hubieran asesinado a su madre y algún hermano, tal como le ocurrió a su vecino Yihad Hawitti, si se le inquiere si contemplaría la posibilidad de perpetrar un atentado suicida, a Rami no le tiembla la voz.«No hace falta que maten a ningún miembro de mi familia, incluso ahora ya me lo planteo», dice.
El padre, Hassan, sigue con atención sus crudas palabras mientras reparte el té y los dulces que otra de las hijas ha traído en una bandeja. Y calla.
En Gaza se celebra la última jornada del mes sagrado del Ramadán, conocida como el Eid el-Fiter. Aprovechando que no tienen que ir al colegio, miles de niños palestinos han salido a las calles de las localidades y campos de refugiados de la Franja. Muchos llevan armas de plástico. Aparentemente, esta predilección por los juguetes bélicos no es sino un fenómeno de mímesis provocado por la omnipresencia de fuerzas de seguridad, por la asiduidad de imágenes violentas, ya sea en la pantalla del televisor o en vivo y en directo.
Pistolas plateadas, reproducciones -unas más logradas, otras más obvias- de fusiles M-16 o de kalashnikov. Algunas de estas imitaciones incluso disparan unas pequeñas bolitas de plástico amarillo, que se pueden apreciar en todas las esquinas del Omar el-Mukhtar, la principal avenida de la ciudad de Gaza.
A pocas manzanas de distancia vive el doctor Eyad el-Sarraj.En más de una ocasión, el psiquiatra ha solicitado a la Autoridad Nacional Palestina que limite la importación de estos artículos que fomentan la violencia infantil, así como que filtre los contenidos que se ven a través del televisor. «A diferencia de las televisiones occidentales, donde se da una censura de aquellas imágenes que pueden ser perjudiciales para el espectador infantil, aquí en Palestina se enseña todo».
En opinión de el-Sarraj habría que impedir que los niños vean los cuerpos desmembrados, la sangre, la violencia en su forma más pura. «Todo ello no hace sino aumentar el nivel de agresividad de la gente, especialmente de los niños y jóvenes que son los más sensibles», dice
Con casi 1.300.000 personas que viven en 210 kilómetros cuadrados (a pesar de que el total de la Franja asciende a 365 kilómetros, el resto está ocupado por asentamientos en los que viven unos 5.000 colonos israelíes, bases y zonas militares cerradas), Gaza es el territorio con la densidad más alta del mundo.
Según las estadísticas, el 45% de la población tiene menos de 15 años. Por ello, solucionar el problema de la violencia infantil se ha convertido en uno de los principales retos del proceso de paz que ahora intenta reactivarse a través de la Hoja de Ruta y de las nuevas iniciativas pacifistas: los Acuerdos de Ginebra y la llamada Voz del Pueblo.
«La violencia infantil y juvenil en los Territorios Palestinos es una bomba de relojería que tenemos que desactivar», advierte una vez más el-Sarraj, que hoy en día dirige el Gaza Community Mental Health Programme, una organización no gubernamental que trabaja especialmente con los niños, aunque también lo hace con las mujeres y las víctimas de la tortura.
Esta ONG del sector de la salud tiene un programa especial de intervención en los campos de refugiados, donde las condiciones de vida son totalmente precarias. La miseria es la principal cantera de reclutamiento para las organizaciones extremistas.
El campo de refugiados de Yabalia, con sus más de 100.000 habitantes, es uno de los más emblemáticos para el terrorismo suicida. De él han salido un gran número de shahids, muertos perpetrando atentados, en acciones de guerrilla o en combate con el Ejército israelí. Las calles de Yabalia se han convertido en un auténtico panteón de mártires, cuyos rostros aparecen reflejados en multitud de carteles pegados sobre las grises paredes.
MOHAMED, EL HÉROE
Uno de los pósters más repetidos evoca a la persona de Mohamed Salah, quien el 31 de diciembre del 2001 se infiltró en el lado israelí del paso fronterizo de Erez. Mató a dos soldados e hirió a varios más en la que constituye una de las pocas operaciones exitosas perpetradas por las organizaciones extremistas desde el interior de la Franja, que queda herméticamente aislada por una verja electrificada similar a la que se construye ahora alrededor de Cisjordania.
A sus 20 años, Mohamed Salah, tras demostrar la vulnerabilidad del todopoderoso Ejército israelí, se convirtió en el héroe de muchos niños palestinos. Entre los que le veneran está su hermano Isa, que a sus 16 años estudia en la escuela pública Ahmed Shuqueri.«La experiencia nos muestra cómo la resistencia es la única fórmula que nos permitirá alcanzar la libertad», señala Isa, quien cuando termine el colegio quiere estudiar Ciencias Químicas en la Universidad Islámica de Gaza.
En una discusión junto a cuatro compañeros suyos de clase, Isa, el mejor dotado retóricamente del grupo, preconiza el binomio cheguevariano del «patria o muerte» para el conjunto del mundo árabe e islámico. A su parecer, si no hubiera ahora resistencia en Irak, ya habrían entrado en Siria y estarían preparando la invasión de Irán. «Tanto el sionismo que sufrimos aquí como el imperialismo yanqui que está asolando Irak constituyen las dos caras de una misma moneda y deben ser combatidos de la forma que sea».
JORDI RIVERA. Gaza
El Mundo.
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INTIFADA
Seré un hombre bomba
Yahid, 14 años, tiene una única ilusión: inmolarse y matar soldados israelíes «pero no mujeres ni niños». Mohamed, 13 años, quiere entrar ya a formar parte de la resistencia. El enviado especial de CRONICA comprueba la veracidad de un estudio psiquiátrico sobre los niños palestinos.
Antes del 22 de julio de 2002, Yihad Hawitti, un adolescente palestino de 14 años, aún con cara y cuerpo niño, quería ser médico. Tras ese día, aspira a convertirse en terrorista suicida.Quién sabe si será el primer menor en estallar por los aires en pro de la causa palestina. Él, o Mohamed, o Rami, o Isa...
Los cuatro están dispuestos a ser mártires de la Intifada, kamikazes, terroristas suicidas, shahid en su propia jerga. «Desde que los israelíes asesinaron a mi madre y a dos de mis hermanos, mi única meta es convertirme en shahid», asegura el pequeño Yihad en su casa en el barrio de El Daraj, en la ciudad palestina de Gaza.
El 22 de julio de 2002, Yihad fue rescatado de entre los escombros a los que quedó reducida su casa. En el inmueble adyacente vivía clandestinamente Salah Shehade, dirigente del brazo armado del movimiento islamista Hamas. Y contra él iba dirigido el «ataque selectivo», en forma de bomba de una tonelada, que las Fuerzas Israelíes lanzaron desde un cazabombardero F-16. La explosión acabó con el entonces enemigo público número uno de Israel, pero se llevó también la vida de otros siete adultos y nueve menores de entre 18 meses y 17 años de edad.
Entre los muertos estaba la madre de Yihad, y su hermano Subji, de cinco años, y su otro hermano, Mohamed, de seis. Y Yihad ya nunca más pensó en la Medicina. «Al principio experimenté una profunda tristeza, pero con el paso del tiempo se hace cada vez más fuerte mi ansia de venganza», asegura.
Escucha sus palabras sin inmutarse el padre, Mahmud, quien trabaja como fontanero en el Ayuntamiento de la ciudad de Gaza. No será él, parece, quien corte las alas bélicas a un hijo no más lleno de odio que él mismo: «Aquel bombazo destrozó nuestra familia, así que si Yihad quiere perpetrar una operación suicida yo no seré quien se lo impida». Palabras de padre.
Un reciente estudio conducido por el reputado psiquiatra Eyad el- Sarraj, de 59 años, y realizado entre niños palestinos de hasta 12 años, demuestra que el caso de Yihad no es aislado.Por el contrario, la fiebre suicida parece haber germinado en miles de niños palestinos. Los datos en manos de Eyad el-Sarraj, quien tras estudiar en la Universidad de Londres volvió a su tierra para fundar el hospital psiquiátrico de Gaza, dicen que uno de cada cuatro quiere ser terrorista suicida.
FIEBRE SUICIDA
«Tras preguntar a una amplia muestra de niños de diferentes localidades de la Franja qué quieren ser cuando cumplan los 18 años, nos encontramos con que un porcentaje muy significativo aspira a ser shahid, lo que en el contexto local debe interpretarse como suicida», comenta este médico palestino de nacionalidad británica en su chalé del lujoso barrio de Rimal. «El 35% de los varones contestaron que su máxima aspiración es convertirse en mártires, mientras que entre las chicas llegó al 14%, lo que nos da una media de más del 24%. Algo realmente preocupante», explica.
«Yo no me inmolaría dentro de un autobús o en un centro comercial», dice Yihad, dando cuenta de sus planes de futuro. Habla sentado junto a un retrato póstumo de su hermano Subji. Su padre escucha su discurso desde el otro lado del cuarto de estar. Sobre la cabeza del patriarca cuelgan los rostros de los dos otros ausentes: la esposa Muna y el pequeño Mohamed. Poco después de enviudar, el fontanero volvió a contraer matrimonio y hoy por la casa corretea un bebé de cinco meses llamado también Mohamed, en honor del hermanastro muerto.
«Mi objetivo serán los soldados, no los civiles», continúa Yihad, quien asegura que no quiere generar en otros jóvenes israelíes la congoja que él ha sufrido en sus propias carnes. «Ni sus mujeres ni sus niños son culpables de lo que nos ha ocurrido, pero si el Ejército vuelve a efectuar nuevas incursiones en esta zona me presentaré voluntario para coger los explosivos».
Antes de que comenzara la segunda Intifada, la ejecución de atentados suicidas por parte de mujeres se presentaba como un imposible.Sin embargo, a día de hoy ya se contabilizan siete casos consumados y otra veintena de ocasiones en que las mujeres bomba fueron interceptadas por las fuerzas de seguridad israelíes antes de que pudieran hacer estallar su carga. Roto el tabú -primero por las organizaciones extremistas palestinas de carácter laico, pero luego también por las islamistas-, el primer caso de niño bomba podría ser tan sólo cuestión de tiempo.
«A pesar de que los portavoces de Hamas han dicho en repetidas ocasiones que los niños deben permanecer fuera de la contienda, nunca se sabe lo que podrían hacer otras como las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, que están formadas por grupos de gángsteres que no tienen disciplina ni siguen autoridad alguna», explica el-Sarraj. «No me parece probable en estos momentos, pero si es teóricamente posible», agrega el psiquiatra.
Mohamed Hadad encarna la figura del chuleta del barrio de El Daraj. Busca el respeto de los demás niños y la admiración de las niñas blandiendo una réplica casi perfecta de un fusil de asalto modelo kalashnikov. «Quiero entrar a formar parte de la resistencia, y participar en operaciones contra los israelíes», espeta con una determinación impropia para sus 13 años de edad.«Ya lo tengo pensado: comenzaré tirando varias granadas de mano, continuaré disparando hasta agotar el cargador y finalmente me lanzaré con un cinturón explosivo contra aquellos que todavía estén con vida».
Mohamed también tiene claro cuál es el modelo a seguir: el que marcan los islamistas de Hamas. «Sin duda, son los mejores, y me uniré a ellos en cuanto pueda», dice. Ningún miembro de su familia resultó directamente afectado por la explosión que mató a Salah Shehade y que se llevó a la familia de Yihad, pero ello no quita que quiera vengar lo ocurrido a sus amigos y vecinos.
Mientras Mohamed posa con su fusil en la misma calle en la que estalló el infierno el 22 de julio de 2002, un corro de niños lo contemplan con envidia. En un barrio pobre de paredes grises y tristes, llaman la atención las fachadas de las viviendas afectadas por la explosión, ahora reconstruidas y pintadas de blanco y verde. El inmueble en el que se escondían los Shehade y las casas adyacentes están llenos de niños que vivieron el horror de aquella brutal explosión.
«Como no se encuentre una salida al conflicto, y pronto», decía el-Sarraj, «vamos a tener largas colas de candidatos para perpetrar acciones suicidas. No sólo aquí, sino en otros países árabes y musulmanes». Y lo cierto es que en el barrio de El Daraj las palabras del psiquiatra parecen materializarse. Aquí, el porcentaje de menores candidatos al martirio es incluso mayor que el de la estadística general.
Al otro lado de la calle vive Hassan Hiyazi, padre de 12 hijos de entre uno y 20 años de edad. A sus 43 años, Hassan, que tiene un pequeño taller para la reparación de televisores y vídeos, apoya decididamente el terrorismo suicida como fórmula de resistencia.Incluso si el sacrificado es uno de los suyos. «Mire, yo ya estoy muy mayor para ello, pero si uno de mis hijos decide perpetrar una Amaliya [como se denominan genéricamente en árabe los atentados y otras acciones de lucha armada] contará con mi bendición», asegura.
«Ustedes los occidentales tienen una concepción equivocada de lo que aquí ocurre», elabora Hassan. «En Israel no hay civiles, sino que todos en algún momento de sus vidas son militares, pues todos hacen el servicio militar y van a la reserva, así que todos son objetivos legítimos».
En la noche del 22 de julio del 2002 Hassan tuvo la suerte de estar viendo la televisión en el cuarto de estar junto a toda su prole. «Si hubiéramos estado en los dormitorios, que quedaron destrozados por la onda expansiva, tendríamos algún muerto, pero Alhamdulilah [gracias a Dios] sólo sufrimos heridas».
Sin duda, el asesinato de Salah Shehade ha marcado a muchos palestinos, que vieron cómo la cúpula del Ejército israelí -entonces comandado por el actual ministro de Defensa, Saúl Mofaz- no mostraba ningún escrúpulo a la hora de diferenciar entre civiles y militares.
Eyad el-Sarraj traduce esta rabia a claves psiquiátricas. Según su análisis, el hecho de que los niños palestinos hayan visto cómo sus mayores mueren o son humillados a manos del Ejército israelí ha creado en los pequeños una sensación de desprotección.Al sentirse completamente vulnerables y desamparados, los niños palestinos han puesto sus ojos en las organizaciones radicales, a las que han convertido en sus nuevos referentes de autoridad y poder.
SANTIFICADOS
Así, la semilla del terrorismo anida en ellos alimentada en dos fuertes raíces. «En primer lugar, porque en el acto suicida se da una identificación con Dios, que a diferencia de sus padres, es onmipotente y siempre sale vencedor. Y en segundo lugar, porque la sociedad -frustrada por su impotencia ante el agresor, que es mucho más fuerte- santifica a los mártires, los convierte en una especie de sacerdotes, de profetas», argumenta Eyad el-Sarraj.
Son las consignas que marcan el ideario de Rami, de 17 años, el tercer hijo de Hassan Hiyazi, también fatídicamente marcado por lo del 22 de julio. «Los militares sabían perfectamente lo que ocurriría, lo que demuestra que ellos también matan civiles cuando lo consideran conveniente.
¿Es que no está claro que si tiras una bomba de 100 kilos en un barrio como éste, donde las casas están pegadas las unas a las otras, las paredes son tan frágiles como el cartón y las calles tan estrechas, no van a matar a gente inocente?», espeta con ira Rami, que el curso que viene querría comenzar a estudiar Ingeniería. «Acciones como ésta son las que luego provocan sus respectivas reacciones, así que ahí tiene lo que ocurrió poco después en la Universidad Hebrea».[Rami se refiere a un artefacto colocado por un terrorista suicida de Hamas que se saldó con ocho personas muertas y decenas de heridos].
Dice que no puede evitar sentirse orgulloso cada vez que tiene lugar lo que el califica como «acciones de resistencia». Ya sea en Palestina, en Irak o en Afganistán. «Antes yo no estaba de acuerdo con las Amaliyas, pero desde que vivimos el ataque contra la casa de aquí al lado pienso que no tenemos otra alternativa, dado que ellos son muy superiores tecnológicamente», se justifica.
CON EL APOYO DEL PADRE
Si se le pregunta cómo reaccionaría en el caso de que hubieran asesinado a su madre y algún hermano, tal como le ocurrió a su vecino Yihad Hawitti, si se le inquiere si contemplaría la posibilidad de perpetrar un atentado suicida, a Rami no le tiembla la voz.«No hace falta que maten a ningún miembro de mi familia, incluso ahora ya me lo planteo», dice.
El padre, Hassan, sigue con atención sus crudas palabras mientras reparte el té y los dulces que otra de las hijas ha traído en una bandeja. Y calla.
En Gaza se celebra la última jornada del mes sagrado del Ramadán, conocida como el Eid el-Fiter. Aprovechando que no tienen que ir al colegio, miles de niños palestinos han salido a las calles de las localidades y campos de refugiados de la Franja. Muchos llevan armas de plástico. Aparentemente, esta predilección por los juguetes bélicos no es sino un fenómeno de mímesis provocado por la omnipresencia de fuerzas de seguridad, por la asiduidad de imágenes violentas, ya sea en la pantalla del televisor o en vivo y en directo.
Pistolas plateadas, reproducciones -unas más logradas, otras más obvias- de fusiles M-16 o de kalashnikov. Algunas de estas imitaciones incluso disparan unas pequeñas bolitas de plástico amarillo, que se pueden apreciar en todas las esquinas del Omar el-Mukhtar, la principal avenida de la ciudad de Gaza.
A pocas manzanas de distancia vive el doctor Eyad el-Sarraj.En más de una ocasión, el psiquiatra ha solicitado a la Autoridad Nacional Palestina que limite la importación de estos artículos que fomentan la violencia infantil, así como que filtre los contenidos que se ven a través del televisor. «A diferencia de las televisiones occidentales, donde se da una censura de aquellas imágenes que pueden ser perjudiciales para el espectador infantil, aquí en Palestina se enseña todo».
En opinión de el-Sarraj habría que impedir que los niños vean los cuerpos desmembrados, la sangre, la violencia en su forma más pura. «Todo ello no hace sino aumentar el nivel de agresividad de la gente, especialmente de los niños y jóvenes que son los más sensibles», dice
Con casi 1.300.000 personas que viven en 210 kilómetros cuadrados (a pesar de que el total de la Franja asciende a 365 kilómetros, el resto está ocupado por asentamientos en los que viven unos 5.000 colonos israelíes, bases y zonas militares cerradas), Gaza es el territorio con la densidad más alta del mundo.
Según las estadísticas, el 45% de la población tiene menos de 15 años. Por ello, solucionar el problema de la violencia infantil se ha convertido en uno de los principales retos del proceso de paz que ahora intenta reactivarse a través de la Hoja de Ruta y de las nuevas iniciativas pacifistas: los Acuerdos de Ginebra y la llamada Voz del Pueblo.
«La violencia infantil y juvenil en los Territorios Palestinos es una bomba de relojería que tenemos que desactivar», advierte una vez más el-Sarraj, que hoy en día dirige el Gaza Community Mental Health Programme, una organización no gubernamental que trabaja especialmente con los niños, aunque también lo hace con las mujeres y las víctimas de la tortura.
Esta ONG del sector de la salud tiene un programa especial de intervención en los campos de refugiados, donde las condiciones de vida son totalmente precarias. La miseria es la principal cantera de reclutamiento para las organizaciones extremistas.
El campo de refugiados de Yabalia, con sus más de 100.000 habitantes, es uno de los más emblemáticos para el terrorismo suicida. De él han salido un gran número de shahids, muertos perpetrando atentados, en acciones de guerrilla o en combate con el Ejército israelí. Las calles de Yabalia se han convertido en un auténtico panteón de mártires, cuyos rostros aparecen reflejados en multitud de carteles pegados sobre las grises paredes.
MOHAMED, EL HÉROE
Uno de los pósters más repetidos evoca a la persona de Mohamed Salah, quien el 31 de diciembre del 2001 se infiltró en el lado israelí del paso fronterizo de Erez. Mató a dos soldados e hirió a varios más en la que constituye una de las pocas operaciones exitosas perpetradas por las organizaciones extremistas desde el interior de la Franja, que queda herméticamente aislada por una verja electrificada similar a la que se construye ahora alrededor de Cisjordania.
A sus 20 años, Mohamed Salah, tras demostrar la vulnerabilidad del todopoderoso Ejército israelí, se convirtió en el héroe de muchos niños palestinos. Entre los que le veneran está su hermano Isa, que a sus 16 años estudia en la escuela pública Ahmed Shuqueri.«La experiencia nos muestra cómo la resistencia es la única fórmula que nos permitirá alcanzar la libertad», señala Isa, quien cuando termine el colegio quiere estudiar Ciencias Químicas en la Universidad Islámica de Gaza.
En una discusión junto a cuatro compañeros suyos de clase, Isa, el mejor dotado retóricamente del grupo, preconiza el binomio cheguevariano del «patria o muerte» para el conjunto del mundo árabe e islámico. A su parecer, si no hubiera ahora resistencia en Irak, ya habrían entrado en Siria y estarían preparando la invasión de Irán. «Tanto el sionismo que sufrimos aquí como el imperialismo yanqui que está asolando Irak constituyen las dos caras de una misma moneda y deben ser combatidos de la forma que sea».
JORDI RIVERA. Gaza
El Mundo.
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