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15.10.08

El documental 'Fitna' de Geert Wilders





EQUIPARA EL CORAN CON HITLER. ¿ES QUE QUIERE MORIR?


ES EL político holandés más protegido por su batalla contra el islamismo. Ha superado todos los límites con un documental. Nos cuenta por qué lo hace

Por si fueran poco su metro noventa y pico y su oxigenada cabellera, Geert Wilders arrastra también la atosigante distinción de ser el hombre más amenazado de su país. Este flamígero líder holandés -cruzado extremista para unos, Cid Campeador para otros- ha retado al islamismo a un duelo a vida o muerte. Convertido, por su estampa de inventor estrambótico, en una diana de lo más reconocible, el precio de su cabeza sube a la par que el euro: cada vez hay más kamikazes dispuestos a ganarse el paraíso y las 72 vírgenes correspondientes pasándole a cimitarra. Eso sí, la cita no será de mutuo acuerdo, sino cuando le plazca a su enemigo. El terrorismo no convoca testigos. Ni cuenta 10 pasos.

Cada noche, el presidente del Parti Voor de Vrijheid (Partido por la Libertad) pernocta con su mujer en uno de los apartamentos de la red segura, «con más medidas de seguridad que el Banco Nacional», creada para él por el Gobierno holandés. Ya ha dejado las prisiones de alta seguridad y los búnkeres militares, madrigueras donde el otrora idílico país de los tulipanes, poco ducho en lides antiterroristas, lo alojó durante meses cuando supo que los iluminados de Alá habían sacado a subasta su pescuezo.

El emplazamiento de su despacho en el nido de corredores de la Tweede Kamer (Parlamento holandés) es top secret. Tres armarios empotrados con impecable traje de rayas, modales exquisitos y el carraspeo propio del holandés revelan que estamos en el pasillo adecuado.

Para no dar pistas a sus matarifes, están prohibidas las fotos en el lugar de trabajo de Wilders. La insistencia de Crónica para retratarle en la armoniosa Buitenhof, plazoleta interna de la Cámara Baja, tendrá un coste: una hora de vigilancia previa y ocho guardaespaldas apostados en las esquinas mientras otros cuatro no le quitan ojo.

Dentro de una o dos semana (si el estreno del video, previsto para el pasado viernes, no sufre un nuevo retraso), este blindaje hollywoodiano podría no ser suficiente. Para entonces, Geert Wilders, cabeza de la quinta fuerza política neerlandesa, con nueve escaños, habrá emitido un documental que amenaza con incendiar los Países Bajos y, de paso, toda Europa y el mundo islámico. Una estaca visual de 10 minutos. Un cortometraje en el que Wilders, a caballo entre la ultraderecha y el populismo, compara el Corán con el Mein Kampf de Adolf Hitler, proscrito en Holanda desde la II Guerra Mundial, y propone la prohibición del libro sagrado musulmán en Occidente: «Es un libro fascista y debe ser ilegal. Si le quitásemos los pasajes que incitan a la violencia, nos quedarían menos páginas que en un tebeo del Pato Donald».

Las televisiones holandesas se han negado a emitir el opúsculo fotogramado. Pero el asunto no inquieta al incendiario dirigente: Internet, a través de páginas como Youtube, le asegura un altavoz planetario.

El clip está dividido en 12 partes y el autor guarda bajo llave el título. Pero sí adelanta a Crónica que las bombas del 11-M madrileño ocuparán un espacio prominente. «Hasta ahora, la deriva del islam se ha denunciado siempre con palabras. Por primera vez, la crítica será con imágenes. ¿Qué hay de malo en ello?», argumenta con fingida inocencia.

Sobre una población de 17 millones personas, un millón y medio practica el islam en Holanda. Cada una tendrá al menos un Corán. La mayoría son extranjeros marroquíes o turcos, o sus hijos, nacidos ya en Holanda. «Las consecuencias pueden ser gravísimas. La sociedad holandesa está al borde de la implosión y el documental puede ser la chispa final para un estallido de violencia. Wilders se excede en sus términos, pero cada vez más gente piensa como él», analiza Stan de Jong. Este periodista holandés, autor de un documental sobre el asesinato de Theo Van Gogh (Prettig Weekend, ondaks alles), interpreta el auge de Wilders como un capítulo más del choque creciente entre una parte del país y el islam.

Primero fue el populista Pim Fortuyn, quien con su discurso radical anti-inmigración hizo de rompehielos en el achatado clima político holandés de los 90. Y hubiese podido conquistar el poder, de no haber sido asesinado por un radical ecologista en 2002. Sólo dos años después, la democracia holandesa volvió a indigestarse con el degollamiento de Theo Van Gogh y el posterior exilio de la diputada de origen somalí Ayan Hirsi Ali. Ambos osaron defender los derechos de las mujeres musulmanas. «El último eslabón es Wilders», afirma De Jong, «y es quien más lejos llega en sus críticas contra el islam».

Este sangriento dominó podría seguir serpenteando: Wilders no es el único político holandés que rastrilla votos en las procelosas aguas de la integración. Rita Verdonk, ex ministra de Interior, inflexible en cuestiones de inmigración, acaba de lanzar un partido. Su nombre, un zapatazo, resume su programa: Trots op Nederland (Orgullosos de Holanda).

Geert Wilders ha sido definido como un radical antiislámico, un peligro público, el único político holandés alérgico a lo políticamente correcto, un visionario, un excéntrico derechista o un excelente orador. El cóctel no le impidió ser nombrado en diciembre político del año, según un sondeo de la radiotelevisión pública NOS 1.

POLITICO DEL AÑO

Nadie le compraría un coche usado o un tostador, pero en 2006 se embuchó 579.000 votos con la reducción del número de inmigrantes musulmanes por bandera. Las últimas encuestas vaticinan un espectacular auge de su formación política hasta los 15 diputados. «Y seguiremos creciendo mientras el resto de fuerzas ignore el tsunami social que supone la islamización progresiva de Holanda», vaticina en un perfecto inglés. Usa Wilders el mismo calificativo -«tsunami»- al que ha recurrido esta semana una candidata ultra austriaca, Suzanne Witner, para referirse a la inmigración musulmana. Ella incluso ha tachado a Mahoma de pederasta.

Cerca del Tweede Kamer, en un bruin café, el mecánico Stan Wiejverdink lo tiene claro: «Wilders es uno de los nuestros, que llama a las cosas por su nombre. Un tipo normal. El hecho de que quieran matarlo y él no calle demuestra que los tiene bien puestos». Su discurso no sólo cala en las clases populares. Uno de cada cinco votantes del Partido por la Libertad tiene estudios superiores.

Bashar, iraquí, abogado en su país pero taxista en La Haya, afirma que si el Corán se prohíbe no dudará en coger a sus dos hijos «y poner rumbo a otra parte». «Pero conozco a muchos otros musulmanes que serían capaces de comenzar una guerra civil al día siguiente», avisa en un inglés chapurreado mientras guía su taxi camioneta sin amortiguadores por el empedrado de La Haya.

En su documental, el sulfuroso político ahondará en varias de las 114 suras -capítulos- del Corán. «Y su traducción hoy en día: legitimación de atentados masivos, negación de derechos fundamentales, mutilación de las mujeres... No tengo nada contra la mayoría de musulmanes de Holanda. El problema no son ellos, sino el mensaje pervertido de una religión que justifica los peores crímenes», se explaya Wilders.

Las asociaciones musulmanas han asegurado que acudirán a la Justicia para impedir la difusión del vídeo. Desde su exilio en Washington, la diputada Hirsi Ali, de origen africano, lo ha tachado de «provocación». El diario holandés Volkskrant publicó el 29 de diciembre que el Gobierno espera que se produzcan violentos disturbios y ultima un plan de alerta para imponer el orden público en ciudades como Amsterdam, La Haya y Utrecht. Los servicios de inteligencia estudian escoltar las 24 horas del día no sólo a Wilders, sino a los otros ocho diputados del Parti Voor de Vrijheid. El sábado 12 de enero, en Amsterdam, tuvo lugar la primera manifestación anti Wilders, que se saldó con tres detenidos. Un aviso de lo que puede llegar.

-¿Teme usted posibles reacciones de violencia?

-Más bien me traen al pairo. No pueden existir sectores de población que no aceptan ser criticados en un país donde rige la libertad de expresión. Si a mi denuncia sobre la violencia que engendra el Corán responden con disturbios, sería un triste modo de darme la razón.

Sin éxito, el Gobierno ha intentado disuadirlo, para evitar un escándalo mundial como el que siguió a la publicación de varias caricaturas de Mahoma en el periódico danés Jyllands-Posten, con manifestaciones en parte del mundo musulmán y agresiones contra embajadas occidentales. Los diplomáticos holandeses ya han sido alertados para que nieguen toda connivencia del Ejecutivo con las arengas wilderianas. «La libertad de expresión no se puede utilizar para ofender», se desmarcaba días atrás el ministro de Exteriores Maxime Verhagen, en Madrid.

Y mientras, el mundo islámico calienta motores: el gran muftí de Siria, Badr Al-Din Hassoun, declaró en el Parlamento europeo que Wilders será exclusivo responsable de cualquier respuesta violenta si quema o rompe un Corán en su cinta.

Wilders, de 44 años, nacido en el sur rural del país, dispara en derredor sin siquiera agitarse en su sillón de tapicería clásica, que contrasta con su pelambre fluorescente. Como si su intención de no dejar indiferente hilase su verbo de alto voltaje con su eléctrico peinado.

-Las estadísticas indican que sólo entre el 3% y el 4% de los musulmanes de Holanda pueden ser considerados islamistas.

-¿Le parecen pocos varios miles de voluntarios dispuestos a cometer una matanza?

Durante la entrevista no deja de sonar, como un despertador empecinado, el soniquete que anuncia cada nuevo mensaje electrónico en su ordenador. Muchos son amenazas. Una mujer fue recientemente condenada a un año de prisión por haberle dejado más de 100 sentencias de muerte en su correo.

No sólo el islam ha colocado a Wilders en el punto de mira. La izquierda en general, los liberales moderados -su antiguo partido- y muchas asociaciones civiles le acusan de regar el fuego con gasolina dialéctica. Doekle Terpstra, presidente del consejo de universidades, sindicalista democristiano y uno de los cinco hombres más influyentes de Holanda ha creado el movimiento Stop de Berwildering, un juego de palabras que tiene un solo sentido final: Stop a Wilders. «No podemos aceptar su criminalización de los musulmanes. Hablamos de 1,5 millones de personas. Su discurso es el paso previo a un apartheid: una sociedad cuyos grupos religiosos o étnicos vivan segregados. Wilders es el diablo, y al diablo hay que frenarlo».

UNA SOCIEDAD CON MIEDO

Al margen de las severas recetas de Wilders, el modelo aperturista y multicultural de la sociedad holandesa, esa mesa de comensales bien avenidos, empieza a resquebrajarse. Timka Wisser, de la asociación islámica Islamenburgerschap (Islam y Civilización), asegura que «Holanda, pese a su fama, nunca fue tolerante: nos ignoraban mientras no molestábamos. Ahora, tras el asesinato de Theo Van Gogh, del 11-S y del 11-M, creen que somos un problema. Tienen miedo. Piensan que cualquier vecino musulmán puede ser un terrorista. Ahora, además, lo dicen».

Aunque considera un «insulto» la propuesta de Wilders, Timka Wisser reconoce que el sentimiento antiholandés crece entre la juventud islámica: «Están obligados a reconocerse como musulmanes, porque nadie los mira como holandeses». Hace dos meses, el barrio depauperado de Sloteervaart, en Amsterdam, fue teatro de combates urbanos contra la policía. Recordaban el incendio de los suburbios franceses en 2005. Las protestas comenzaron por la muerte de un joven en una comisaría.

El repliegue endogámico de los sectores musulmanes es constante. En Rotterdam, en 2008, abrirá el primer hospital sólo para musulmanes. El Gobierno ya reconoce el derecho a las mujeres islámicas a rechazar un médico de sexo masculino en los centros públicos. El uso del velo ha aumentado, como la existencia de guarderías islámicas. Durante la pasada legislatura, una moción de Wilders convirtió a Holanda en el primer país occidental en prohibir el uso público del burka, incluso por la calle. Pero un repentino cambio de Gobierno impidió desarrollar la ley.

«Nuestro problema es que hemos sido demasiado tolerantes. No se puede ser tolerante con la intolerancia. El relativismo cultural y la patraña del multiculturalismo pretenden hacernos creer que todas las culturas son iguales. Y no es así. Nuestros valores, no tienen nada que ver con los islámicos», se encorajina Wilders, en un discurso que gana adeptos en la derecha europea. Nicolas Sarkozy, defendió hace poco las «raíces esencialmente cristianas» de Francia, tesis que Aznar propuso grabar en el preámbulo de la Constitución Europea.

Desde este barandal, la Alianza de Civilizaciones propulsada por José Luis Rodríguez Zapatero, que celebró recientemente en Madrid su I Foro Mundial, le suena a Wilders como «una partida de cartas con el diablo». «¿Por qué no cogernos de las manos con los terroristas y cantar villancicos en torno a un pino?» apuntala, sacando brillo a su trituradora de concordia.

Cuando su latigazo anti Corán sacuda el mundo, cada segundo en la vida de Wilders podría ser el preludio de su muerte... y sin duelos de por medio. Es lo que tiene el integrismo violento: nunca cuenta 10 pasos.

DOS ASESINATOS, UN EXILIO Y UNA NUEVA DIANA

En la calle Linneusstraat de Amsterdam, el 3 de noviembre de 2004, yacían una bicicleta y el cadáver de Theo Van Gogh. Entre sus tirantes claros cupieron ocho balas. Poca resistencia pudo oponer después a ser degollado. Siglos antes, habrían puesto sus bucles rendidos encima de una pica. Como hasta la barbarie sufre sus metamorfosis, el asesino le dejó hendido en el pecho un cuchillo que sujetaba una carta ensangrentada. Ese tótem de mango negro, enhiesto sobre su camiseta azul, fue la respuesta del islamismo a Sumisión, documental en el que el bisnieto del pintor denunciaba la opresión del islam contra la mujer.

Pocas horas después, los servicios de inteligencia evacuaban a dos escaños del Parlamento holandés para evitarle idéntico fin a sus ocupantes: Ayaan Hirsi Ali y Geert Wilders. Sólo una semana más tarde, el 10 de noviembre, la policía detenía en La Haya a dos iluminados de Alá con granadas en su poder y la intención de lanzarlas contra ambos. Hirsi Ali, diputada de origen somalí y coautora de la película de Van Gogh, terminó por exiliarse en Estados Unidos. Wilders sí ha vuelto a su escaño. En su nuevo emplazamiento, ya no es posible alcanzarle con un disparo desde la tribuna del público.

Antes que ellos, en 2002, un extremista disparó a Pim Fortuyn por sus tomas de posición contra la inmigración. El primer asesinato con motivación política en Holanda desde 1945. El inusual populismo de Fortuyn, homosexual declarado, encontró enseguida un importante eco electoral, del que ahora se nutre Wilders, quien también propugna «acabar con el flujo de inmigrantes musulmanes».

«Has lanzado un bumerán. Sólo es cuestión de tiempo que te alcance», decía la nota clavada en Van Gogh. Destinataria: Hirsi Ali. El bumerán ha vuelto. Ahora es Wilders quien intenta esquivarlo.

JAVIER GOMEZ. Enviado Especial (La Haya)

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