Inmigración musulmana como "diáspora"
Periodista Digital reproduce un extracto del libro, que se pondrá a la venta la próxima semana, ‘Sin mordaza y sin velos' (Editorial Rambla), de Josep Anglada, dirigente de Plataforma por Cataluña y candidato a la presidencia de la Generalitat catalana. En este extracto Anglada considera que la inmigración musulmana funciona con los criterios propios de una ‘díaspora':
Como tendremos ocasión de advertir en las páginas siguientes, los musulmanes emigran a Occidente comportándose con fidelidad a lo que los sociólogos denominan como "diáspora". Esa incapacidad para respetar nuestras propias reglas de convivencia, socavándolas progresiva pero inexorablemente, unido a las características específicas de la religión ideologizada que profesa esta diáspora es algo sobre lo que tendríamos que mantenernos en guardia si no queremos llegar en un futuro próximo a una situación de difícil o incluso imposible retorno. Con toda sinceridad: es mucho, demasiado quizá, lo que nos estamos jugando como para contemporizar con este delicado asunto.
Es necesario tomar conciencia de inmediato para que actuemos en la dirección adecuada que no es, ni mucho menos, por donde actualmente deambulan nuestros políticos e intelectuales.
Pero antes de continuar, me gustaría que leyeras las declaraciones que en 1974 pronunció el entonces presidente de Argelia, el "musulmán moderado" Mohammed Bujarruba Bumedián, nada menos que ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, reunida en Nueva York:
"Un día millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria".
Casi todos los grandes estadistas y representantes de las élites intelectuales de Occidente tomaron en su día esa bravata poco menos que a broma. Ahora, cuando leas las páginas siguientes y hasta que termine este libro, merecería la pena que tuvieras estas palabras en la mente, sin olvidarlas. Gadafi, ya lo verás, nos ofrecerá más adelante el cierre del broche de estas declaraciones premonitorias.
EL CONCEPTO DE DIÁSPORA
El término diáspora procede etimológicamente de la misma palabra en griego, con la que los helenos designaban la "dispersión". En este sentido, la última edición de nuestro Diccionario de la Real Academia Española lo define en su acepción segunda como "dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen", aunque los sociólogos le añaden una característica sustancial de especial relieve: esos grupos humanos, para ser considerados diásporas, necesitan además mantener unos lazos de relación entre sí, bien por el recuerdo afectivo a su país de origen o por la preservación de la cultura que les identifica, bien por ambas cosas a un tiempo.
El caso paradigmático de diáspora lo ha representado, durante siglos y siglos, el pueblo judío expulsado de su territorio y propenso a crear comunidades cerradas en aquéllas diversas regiones del mundo en donde se había esparcido. Sin embargo, no es ni mucho menos el único caso de diáspora que podemos hallar en los libros de historia. Entre otros podemos citar a los armenios, a los griegos de Asia Menor y, en cierto sentido, a los negros subsaharianos que fueron llevados por la fuerza como esclavos a América del Norte.
Robin Cohen, en su libro ya clásico Diásporas globales, sugiere que todas las diásporas, para ser tales, requieren el cumplimiento de los siguientes requisitos:
• Un movimiento forzado o voluntario que va desde la región de origen hasta una nueva región o regiones
• Una memora compartida sobre la región de origen, el compromiso de preservar dicha memoria y la creencia en un posible retorno
• Una fuerte identidad étnica que se mantiene en el tiempo y la distancia
• Un sentido de solidaridad hacia los miembros del mismo grupo étnico que viven en otras áreas de la diáspora
• Y cierto grado de tensión respecto a las sociedades de acogida.
Hoy en día, y sobre todo a partir de los trabajos de Chantal Saint-Blancat, hay una tendencia generalizada a considerar los movimientos migratorios como englobados dentro del concepto de "diáspora". De hecho, y como ejemplo, citaré que el prestigioso diccionario alemán Metzler Lexicon (edición de 1999) ya incluye esta acepción de la palabra "diáspora".
Pero no hay que confundirse ya que, como nos advierte con acierto Matthias Krings, uno de los teóricos de esta corriente, no toda colonia de inmigrantes puede ser calificada como diáspora. Esta observación es especialmente certera si consideramos a los inmigrantes dentro de un mismo país (andaluces o gallegos en Cataluña o bávaros en Berlín, por ejemplo) o entre personas que tienen una lengua, cultura o valores e instituciones semejantes o parecidas (los británicos asentados en Alicante o los alemanes de Baleares).
Tampoco englobaría el concepto de diáspora a ciertas minorías étnicas o culturales, como las comunidades gitanas, quienes en todo caso carecen de una tierra específica a la que poder regresar o echar en falta desde el punto de vista emocional.
Es necesario también diferenciar lo que es una diáspora de lo que constituye el exilio. Básicamente, la diferencia entre ambos fenómenos radica en si tiene o no un carácter transitorio. El exilio, aunque pueda extenderse tanto en el tiempo como para que los exiliados mueran sin retornar a sus países de origen, requiere un planteamiento vital de volver en algún momento, de regresar a la cuna cuando las circunstancias que motivaron esa emigración desaparezcan o se desvanezcan lo suficiente. En cambio, la diáspora comporta un requisito temporal de mayor extensión, hasta convertirse en instituciones permanentes dentro del país receptor, creando al mismo tiempo comunidades separadas, con su propia identidad perfectamente definida y conservada, dentro de los países de acogida. La diáspora bien puede eternizarse durante varios siglos.
Y en efecto esa es la característica básica, y al mismo tiempo la consecuencia más destacada, de la diáspora: la generación, consolidación y perpetuación de "manchas o setos culturales" con carácter permanente y estable dentro de una comunidad, la de acogida, que les resulta extraña e incluso en muchos aspectos repelente.
Los miembros de la diáspora pueden transigir en cuestiones como el respeto a las normas más elementales (horarios, normativa de tráfico, uso de la moneda local, etc.) o en cuanto a las relaciones laborales y económicas; pero, como la historia y la realidad presente demuestran obstinadamente, tratarán por todos los medios de mantenerse aislados con respecto a sus usos y costumbres, a sus creencias y prácticas religiosas o culturales, preferiblemente a través de su concentración espacial -formando auténticos guetos-en pueblos o barrios acotados en donde, al constituirse como una minoría influyente o incluso, en algunos casos, como una mayoría social, tratarán de imponer su propia cosmovisión, sus peculiares "rules" o normas al margen de las convenciones autóctonas que nos hemos dado. A este respecto, hay un interesante trabajo, titulado "Diáspora", realizado hace unos pocos años por el profesor James Clifford.
En efecto, los inmigrantes que conforman diásporas al abandonar sus países pretenden, por todos los medios, mantener los lazos religiosos, culturales y afectivos que los conforman como pueblos con su identidad propia, es decir, diferenciados del pueblo en donde finalmente han recalado. Esta circunstancia desgarradora supone una dificultad no sólo para nosotros, los de acogida, sino también para ellos, los "invasores", puesto que su intención de "comportarse aquí" como si "vivieran allí" les ocasiona un choque evidente tanto con los autóctonos, que tienen el innegable derecho natural a conservar sus costumbres en su propio suelo, como con la propia realidad que ellos mismos viven a diario y que contrasta con el mundo en el que en realidad anhelan vivir. La consecuencia es que todo esto, como han comprobado numerosos antropólogos y sociólogos, no hace sino radicalizar el deseo por parte de ellos de autoafirmarse y, por consiguiente y en la misma medida, de sentir un hondo y radical rechazo hacia la cultura o civilización del nuevo país en donde habitan.
Digamos pues como conclusión que la diáspora radicaliza los efectos de "choque" entre el inmigrante y el nacional. Y sin duda lo hará tanto más cuanto mayor sea la diferencia de tradiciones que separa a los inmigrantes de la sociedad en la que han sido recogidos, conduciéndoles inevitablemente a lo que los expertos denominan como el "neo-tradicionalismo", el "neo-dogmatismo" o, en definitiva, el fundamentalismo de sus creencias originales.
Cualquier diáspora, proceda de donde proceda, genera un cierto conflicto allí donde se incuba y desarrolla. Eso es una evidencia de la que no podemos sustraernos si queremos mantener un mínimo de rigurosidad y objetividad al estudiar el asunto vital de la inmigración.
LOS ISLAMISTAS COMO DIÁSPORA NEO-DOGMÁTICA O FUNDAMENTALISTA
Las provincias catalanas, Madrid, Almería, Granada... El Raval, en Barcelona; San Cristóbal o Lavapiés, en Madrid; Juan XXIII en Alicante; Albaicín, en Granada; Sant Ildefons en Cornellá, Rocafonda, Manlleu, Vic, Salt, Manresa, El Vendrell, Calella, Guissona... ¿Te has preguntado alguna vez por qué los musulmanes cuando llegan a nuestro país se concentran en regiones concretas, en provincias determinadas, en ciudades específicas y, dentro de ellas, en barrios particulares? Esto, aunque en principio pudiera parecer simple casualidad, en realidad no lo es. Ni mucho menos. Tiene su explicación y además - y esto es lo que me preocupa-tiene una intencionalidad, tendente a cumplir unos objetivos.
La explicación que aporta la sociología es que, en efecto, el concepto de diáspora es perfectamente aplicable a los inmigrantes islámicos llegados en los últimos sesenta años, en sucesivas oleadas, a Europa. En España y, dentro de ella particularmente en Cataluña, la utilización del calificativo de "diáspora musulmana" es, si cabe, todavía menos discutible. Yo diría aún más: no hay una palabra que defina mejor el fenómeno que representa esta tipología de inmigración.
"Sin mordaza y sin velos" (Editorial Rambla), de Josep Anglada
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