La carga de los tres reyes
XLSemanal - 12/7/2010
Ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle. Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa -también esto les suena, imagino- debilitada e indecisa.
Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas populares, para entendernos- y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.
La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja.
La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna.
La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros-; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.
¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura.
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Bueno, la verdad es que poco más se puede decir, mi visión de la cuestión es idéntica a la del señor REVERTE.
ResponderEliminarANTONIO
Aunque hoy en dia está censurado ir en contra de lo "políticamente correcto", y asumiendo responsabilidades, yo también estoy totalmente de acuerdo con el Sr. Reverte, y al que no le guste "ajo y agua" y que nos insulte y ademas gracias por leer nuestro punto de vista
ResponderEliminarLas batallas no eran frecuentes en este periodo de la historia, lo frecuente eran las escaramuzas y los alardes que evitaban las batallas, por esto la Batalla que en Julio de 1212 se dio en las Navas de Tolosa constituye el punto mas clave de todos de los 800 años de Reconquista. A Alfonso VIII le habían zurrado fuerte al comienzo de su reinado en Alarcos por lo no cabía en absoluto que menospreciara al enemigo que tenía enfrente. Requirió toda la ayuda que entre él y el Arzobispo de Toledo pudieron conseguir. Fernando III, su nieto, que tenía unos 8 años quedó muy impactado. A los franceses hubo que echarlos porque querían matar moros como en las Cruzadas sin atenerse a las normas y en su camino de vuelta la liaron en Toledo queriendo matar judíos. Las normas eran muy claras años después su nieto las volvió a imponer. Al que se entregaba se le respetaban vidas y haciendas. La ayuda de Pedro de Aragón fue considerable, los centenares de navarros que acompañaron a Sancho IV cumplieron y orgullosos de su actuación se llevaron las cadenas a Navarra y hasta su escudo, caballeros leoneses y portugueses acudieron en cantidad mientras el rey de León permanecía en el cazadero real de Babia. Si llegan a ganar los moros se hubiera perdido Toledo y podían haber dejado la frontera cerca de Burgos. El reinado de Fernando III es el aprovechamiento razonado de esa victoria, Córdoba se le entrego y la respetó, Por el contrario no consintió en entrar en la Sevilla conquistada, permaneciendo en el campamento real (Actual fundación hispano-cubana y antigua ermita de Sta Mª de los Remedios) hasta que salió de la ciudad el último sevillano. Al morir la frontera estaba en Niebla y el campo de Gibraltar.
ResponderEliminarNOTA: Es notable el trabajo del Catedrático de Cirugía de la Universidad de Málaga Prof Vara Tobrek que se relajaba con soldaditos de plomo y al acabar con el Ejercito napoleónico, emprendió la reconstrucción de esta batalla como tesis doctoral de su carrera de Historia en la Universidad de Jaén