No al chantaje extremista

Por temor a encender la ira islamista, a cada rato, en cualquier lugar del mundo, se arma un monumental revuelo por un hecho sin importancia. El resultado suele ser el mismo: vencen los chantajistas.

Este viernes, en España, los dueños de una megadiscoteca llamada La Meca anunciaron que se gastarán cien mil euros en tiempos de crisis, para cambiar el diseño y el nombre de su local. La rebautizarán como La Isla, le quitarán el minarete que adornaba el edificio y retirarán la media luna que remataba una cúpula. Todo para que a los jefes radicales árabes que residen o puedan vivir en el pueblo español de Águilas no les dé por vestir de explosivos a algún descerebrado dispuesto a inmolarse en una calle concurrida. Y, de paso, para calmar los ánimos de la comunidad musulmana local, alterada por lo que consideran una ofensa a su intocable y muy sagrada religión. Claro que en honor a la verdad habría que admitir que sin la amenaza siempre presente de los locos de las bombas, a los moderados no les pararían bolas.

Si ya fue de Ripley lo que ocurrió hace unos días con el pastor que quería quemar unos Coranes el 11-S, una excentricidad de un simple fanático de pueblo chico que los amarillistas medios de comunicación y los aterrados políticos elevaron a categoría de acontecimiento planetario, menos razón tiene lo de la discoteca.

No deberían ceder a la presión porque es un peldaño más en el camino que nos están imponiendo los religiosos feudales musulmanes, respaldados por dirigentes timoratos occidentales, para recortar derechos cívicos.

A muchos católicos nos fastidia cada vez que hacen una película, publican una foto o escriben un libro ofensivo del cristianismo, pero ningún autor deja de hacerlo ni se esconde en un agujero porque tema que lo pasemos a cuchillo. Y si aparece un cura dispuesto a prenderle fuego en público a las obras blasfemas, los supuestos afectados se matan de risa y lo critican. Pero en absoluto se les ocurre retirar lo hecho o pedir disculpas y, menos aún, a sus gobiernos correr a arrodillarse ante el Vaticano en nombre de sus ciudadanos díscolos.

La senda que han emprendido las democracias de agacharse ante la intolerancia y el chantaje de los islámicos radicales es un error que nos costará caro en el futuro. Por eso, son tan importantes medidas como la que adoptó Francia hace poco de prohibir la burka y el velo islámico en sitios públicos. Si los musulmanes quieren vivir en Occidente tendrán que aceptar, como mínimo, las Constituciones de los países donde residan. Y en ellas está escrito que todos los ciudadanos son iguales y si ya es difícil que lo entiendan los hombres machistas que no profesan la religión islámica, sólo falta que demos alas a quienes pregonan que las mujeres son seres de segunda. O que se recorte la libertad de expresión y de libre empresa con el fin exclusivo de reverenciar a una mano de extremistas que no respetan los derechos ajenos.

Lo difícil para las autoridades francesas será imponer la norma, que ojalá la adopten en el resto de la Unión Europea y del mundo libre. Porque solo con el respaldo de todos será posible pararles los pies a los intolerantes para que no crezca su devastadora fuerza. De ahí que también merezca un aplauso el gesto de la alemana Merkel, al entregar un premio al famoso caricaturista de Mahoma, condenado a vivir escondido por el pecado de hacer unos dibujos divertidos.

Salud Hernández-Mora
El tiempo.com



Tauro, Mª José nos ha facilitado el vídeo con subtitulos en ingles.



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