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19.6.12

Moros seducidos por cabras y burros

Todos en alguna ocasión hemos oído la expresión "violador de cabras" pues bien en Minuto Digital nos explican a que se debe este dicho.

 Moros seducidos por cabras y burros


Retorna el islam por estas tierras. Después de 500 años, vuelve a asomar el hocico por España. No voy a hacerles la ofensa, a estas alturas, de explicaros qué es el islam ni por qué su malhadado regreso, a contrasentido de la historia y del simple sentido común, es tan funesto para nuestro país y compromete trágicamente su futuro, y más en las circunstancias actuales en que nuestra milenaria nación está embarcada en un proceso de descomposición que los españoles parecemos incapaces de frenar.

Pero no les voy a entretener con el deprimente guión de estos sombríos presagios, sino con la amena exposición de un par de curiosidades musulmanas.

Antes de entrar en matería abro aquí un pequeño paréntesis a modo de introducción y para ponernos “en ambiente”. A todo español que se precie de pertenecer a su recia estirpe se le ha escapado en algún momento un expresivo exabrupto que merece un comentario.Todos hemos escuchado alguna vez, en boca de personas de bien, la castiza expresión de “follador de camellos” o “violador de cabras”. Más allá del aspecto festivo y jocoso de estas expresiones, genuina manifestación del carácter desinhibido y falto de complejos de una raza que dice las “verdades del barquero” sin la menor malicia y bellaquería, hay que detenerse un instante e ilustrar con unos ejemplos fidedignos lo bien fundado de estas castellanas palabras que enriquecen el decir de todo español cabal y bien peinado.

El Corán defiende a los creyentes el comer la carne de un animal (ovino, caprino, camélido, etc…) con el que previamente se hubiese tenido relaciones sexuales. Han leído ustedes bien. Y si tienen dudas vuelvan a releer lo anterior. Esta prohibición clara y sin rodeos, llamando a las cosas por su nombre en un texto sagrado, que además es un código legal, una norma de comportamiento y el “libro de estilo” del buen musulmán, indica a las claras que estas prácticas zoofílicas no son, en la cultura árabemusulmana, ocasionales, sino una costumbre bastante extendida (por lo menos en los tiempos de Mahoma, aunque no debe de haber mucha diferencia con el día de hoy debido al escaso, o más bien nulo, progreso experimentado por el mundo musulmán desde los tiempos del Profeta). Distintos legisladores y líderes espirituales musulmanes en épocas diferentes han refrendado el texto coránico con aportes propios en la zoofílica materia. (Aunque lo de las distintas épocas no significa gran cosa, tal vez nada, en un mundo espiritual, moral y cultural estancado en el siglo VII: lo mismo es ahora que hace siglos, están atornillados a una realidad inamovible).


Sabido es que los pueblos pastores siempre han tenido esas inclinaciones con sus animales de rebaño. La convivencia prolongada, la soledad y la frustración sexual de los pastores propician ese deleznable hábito. (Por ejemplo, es sobradamente conocida la especial “relación” de los pastores andinos con las llamas, portadoras y propagadoras por eso mismo, de la sífilis en esas desoladas comarcas: un cariño animal intenso. Pero dejemos este tema para los antropólogos).

Lo que interesa señalar aquí es lo siguiente: es significativo que el Corán (y los grandes legisladores islámicos) no prohiba ni condene estos aberrantes comportamientos que asquean a cualquier persona con el corazón bien puesto, lo que indica lo arraigado de estas prácticas y la tolerancia con la que se comtempla el fenómeno. Simplemente advierte sobre la inconveniencia de sacrificar y consumir un animal previamente sometido a los desviados apetitos de sus ciudadores. No fuera que de no mediar un tiempo prudencial entre ambos momentos, la cópula y la ingesta, se encuentre el creyente en el plato lo que anduvo un rato antes en lo más profundo de su organismo: un especial ajoaceite del que yo personalmente paso, muchas gracias.

Prefiero a ese discutible manjar sazonado con tan peregrino condimento, algunas viandas más acordes a nuestro cristiano e ibérico paladar, todo lo que sea matanza de cochino, para no ir más lejos y para marcar bien la diferencia con estos comedores de sémola. Está claro entonces que cuando un moro degüella una oveja o algún otro animal de pezuña hendida, podemos estar prácticamente seguros de que no se lo acaba de “beneficiar” un par de horas antes. De todas maneras, si algún conspicuo lanzador de fatuas autoriza el comercio carnal con la esposa muerta, ¿de qué nos vamos a extrañar después de eso? Tres son las grandes verdades de este mundo: quien hace lo más hace lo menos, dos y dos son cuatro, y Superman es virgen.

Tal vez estas repudiables prácticas, atestiguadas en el mismo Corán, estén en el origen de esa declaración del polémico escritor francés Michel Houellebecq que afirmó en su momento que “el islam es el invento de un beduino aburrido de follarse a su camella”. Este provocador ya fue llevado ante los tribunales del país vecino unos años antes por haber dicho que “el islam es la religión más imbécil de todas, y cuando abres un Corán se te cae el alma a los pies”. Como se ve, es un hombre de ideas firmes y principios incorruptibles.

Pero este señor Mahoma, del que no hay pruebas definitivas, fuera de algunas maliciosas valoraciones, de su concubinato con su camella favorita, en cambio fue un pederasta con todas las letras. El mismo Corán nos informa que el Profeta de Alá se casó con una de sus esposas cuando esta tenía 6 años y que consumió el matrimonio cuando alcanzó los 9. Esto aquí y en toda tierra de garbanzos es pedofilia, por más que los apóstoles del relativismo cultural nos canten alabanzas sobres estas sugestivas costumbres ancestrales que los occidentales estamos, al parecer, incapacitados para entender y menos aún para condenar desde la discutible altura de nuestro eurocentrismo casposo y “démodé”.


Señalemos, sin embargo, que estas exóticas costumbres no son un invento del islam, aunque se den frecuentemente entre los sectarios mahometanos. Mucho antes de la fuga del Profeta a Medina, esto era cosa común por aquellas polvorientas y semíticas comarcas. En la obra de Voltaire “Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones”, 1866, este nos dice lo siguiente: “Heródoto, en el libro II (de su “Historia”), dice que en el transcurso de su viaje por Egipto hubo una mujer que se acopló públicamente con un macho cabrío, y pone a todo Egipto por testigo. Está prohibido en el Levítico, en el capítulo XVII, el unirse con los machos cabríos y las cabras, lo que da a entender que estos acoplamientos eran comunes”.


¡Qué culturas tan atractivas! ¿Verdad? Algún bromista dirá que si estas gentes se soportan sus propios olores, los aromas de las cabras o los chivos deben de parecerles “Azur de Puig” o “Acqua di Gio” (marcas registradas). Carezco de la experiencia para pronunciarme con autoridad en este grave debate.

Y por último (no sé por qué asosiación de ideas, ¿los olores tal vez?) se me viene a la mente la prohibición hecha a los musulmanes de usar la mano izquierda para según qué menesteres. Con la mano derecha se come a puñados el cuscús de la bandeja común, y la mano izquierda se reserva para la fase final del proceso digestivo, a modo de papel higiénico.
De ahí la insufrible ofensa que se le hace a un musulmán al tocarlo ostensiblemente con la mano “impura”. Cosas de la antropología. Curiosidades coránicas.

Os dejo. Me ha entrado de pronto como unas ganas irrefrenables de darme un baño de agua muy fresca. Tal vez sea sólo algo sicológico, pero siento picores en todo el cuerpo.

Hilarantes e impactantes imágenes de vídeo: [Advertimos que las imágenes contenidas en el video podrían herir la sensibilidad del lector]

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