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31.7.12

VIOLENCIA POR EL HONOR EN AMERICA

 Aiya Altemeemi, de 19 años, sufrió un castigo en febrero pasado que ninguno de sus compañeros de escuela en Phoenix, Arizona, podría haber imaginado: su padre le cortó la garganta con un cuchillo de cocina. Cuando escapó a su habitación, su madre y sus hermanas la siguieron, la ataron a la cama, sellaron su boca con cinta, y la golpearon. No era la primera vez: antes, cuando Aiya había expresado reservas acerca de casarse con el hombre de 38 años de edad al que sus padres  habían elegido como marido, su madre la había atado a la misma cama y la quemó con una cuchara caliente.


A pesar de todo, Aiya, que llegó de Irak con sus padres cuando tenía tres años, les dice a los periodistas que entiende el maltrato a la que la sometió su madre: "Porque hablé con un chico y eso no es normal en mi religión. Mi religión dice que no puedo hablar con muchachos".

No es la única historia, hay muchas como las suyas. Es lo que se conoce como "violencia de honor". Los malos tratos no solo incluyen golpes, también ataques con ácido, quemaduras, rotura de nariz (particularmente en las comunidades de Pakistan y Afganistán) y otras formas de mutilación.

Este tipo de incidentes han sido foco de atención en Europa durante varios años, en gran parte gracias a los esfuerzos de la activista somalí-holandesa Ayaan Hirsi Ali, que sacó el problema  a la luz en los Países Bajos hace unos diez años. Desde entonces las estadísticas son alarmantes: de 400 a 600 incidentes de "violencia de honor" se registran anualmente en los Países Bajos, y alrededor de 12 "crímenes de honor" al año en Alemania y Holanda. En Inglaterra, directores de un centro de ayuda, reciben alrededor de 500 llamadas al mes, pidiendo ayuda por violecia de honor y la policía estima que hay entre 3.ooo y 17.ooo casos anuales. Un informe reciente afirma que una quinta parte de los inmigrantes el sur de Asia, creen justificada la vergüenza de las familias para proceder a la violencia.

Los estadounidenses, sin embargo, se negaban a aceptar la idea de que la violencia de honor se produjera en su suelo, al igual que, hasta hace poco, insistían en que la radicalización de los musulmanes en Europa no era problema que podría confrontar a los estadounidenses. Sin embargo, eventos como el de Nidal Malik Hassan autor del tiroteo que causó la muerte de 13 personas y dejó heridas a 30 en la base militar de Fort Hood, en Tejas, y el de Faisal Shahzad, que intentó poner una bomba en Times Square, les hacen ver que el islamismo radical está vivo y bien vivo en EE.UU, y con él, basada en cultura y religión, la violencia contra las mujeres.

CBS News informó que, según una encuesta llevada a cabo en más de 500 servicios sociales, agencias religiosas, legales, educativas y médicos, el 67% respondió que creían que había casos de matrimonio forzado, pero que solo el 16% sentía que su organismo estaba preparado para lidiar con la situación. Sin embargo nadie investigó el problema. Ahora el congresista Frank Wolf ha presentado un proyecto que promete dejar en claro cuan grande es el problema y, si es neesario, desarrollar programas para hacerle frente.

Los estadounidenses son conscientes de los crímenes de honor, pero son menos conscientes de la violencia de honor. Muchas de las víctimas de la violencia son a menudo inmigrantes musulmanas con poco o ningún conocimiento de los recursos disponibles a su favor, pues tienen poco contacto con el exterior pues, a menudo, ni siquiera se les permite tener acceso al mundo exterior, excepto cuando van acompañadas de un varón de la familia.

Además, en estos casos de violencia de honor, toda la familia, incluso la comunidad, está involucrada. No pueden refugiarse en casas de amigos o familiares y algunas de las niñas o mujeres, terminan siendo asesinadas. Muchas de las que se niegan al matrimonio, o se enamoran de un chico no aceptado por sus padres, o que están demasiado occidentalizadas, no están seguras incluso ni en los refugios de violencia doméstica. La situación se ha vuelto tan difícil, que en los Países Bajos, las niñas son secuestradas en las celdas de las prisiones, el único lugar donde pueden estar seguros de que son seguros. En la calle, solo aparecen en público disfrazadas con pelucas y máscaras. Otras, incapaces de resolver el conflicto de matrimonio obligado, o haber sido violadas por desconocidos, terminan con su vida. Carla Rus, psiquiatra especializada en trabajar con estas mujeres en los Países Bajos, informa que el suicidio entre jóvenes hindues y mujeres musulmanas es hasta cinco veces mayor que entre el resto de la población.

No solo Aiya Altameemi, también las jovénes Jessica Mokdad, 20 años, asesinada por su padre, inmigrante iraquí; Noor Al-Maleki, 20 años, también iraquí atropellada por su padre con el coche familiar; Aasiya Hassan, degollada por su marido cuando ella le amenazó con dejar su matrimonio; y muchas, muchas más. 

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