Francia cerrará con carácter preventivo veinte de sus embajadas en países del Islam tras la publicación de unas caricaturas de Mahoma en el semanario "Charlie Hebdo", que viene a ser el equivalente de "El Jueves", si bien con menos miedo al qué dirán los islamistas. Mejor ponerse la venda antes que la herida, habrán pensado seguramente en El Elíseo.
Los temores del Gobierno francés son de lo más comprensible. No están para bromas los seguidores más extremos de Mahoma, tal como demostraron años atrás al asaltar las legaciones diplomáticas de Dinamarca y otros países escandinavos en represalia por la publicación de unos dibujos satíricos sobre el profeta en un periódico danés. Y aún no se han enfriado las brasas del incendio en la embajada de Estados Unidos en Libia, atacada por una turba deseosa de purificar mediante el fuego la afrenta de una película denigratoria de Mahoma que sus autores colgaron en internet.
De mejor o peor gusto, las caricaturas parecen poco agraviosas si se las compara con las sátiras que se hacen en los medios occidentales contra la religión cristiana y, en general, contra cualquier otra que no sea la de los ayatolás. Nada equiparable, desde luego, a la imagen de Cristo cocinada en un programa de televisión por un cantante metido a chef teológico; o con la corona de espinas que utilizó para bromear cierto anterior presidente de Cataluña durante una visita oficial a Jerusalén. Es de suponer que muchas personas se sintieran heridas en sus creencias por esas chanzas irreverentes; pero en modo alguno se les ocurrió responder a las ofensas de palabra con violentas ofensas de obra.
No es el caso de algunos musulmanes especialmente sensibles a este tipo de bromas, que han adoptado la costumbre de caer sobre las embajadas cada vez que algún humorista del impío Occidente hace unas risas a cuenta de Mahoma. Se conoce que para ellos es cosa muy seria la de no tomarse el nombre –o la imagen– del profeta en vano.
A la vista de esos precedentes parece razonable, si bien algo urgida, la decisión de cerrar legaciones que acaba de tomar el Gobierno francés. Choca, si acaso, que haya censurado con mayor fuerza a los caricaturistas del "Charlie Hebdo" que a las cuadrillas de bárbaros empeñados en darle candela a las embajadas –a veces, con embajador incluido– para desahogar su santa ira contra el infiel. De algún modo, se diría que los gobernantes franceses y los occidentales en general le están dando la razón a los censores.
Quizá no hayan caído en la cuenta de que lo que se dirime en este conflicto entre el fuego y la palabra (o la caricatura) es el principio mismo de la libertad de expresión, sin la que perderían sentido todas las demás. Incluida, naturalmente, la libertad de mercado que, en apariencia, es la única que parece preocupar a los gobiernos temerosos de un boicot de los países islámicos, a menudo muy ricos en petróleo.
Ahora es Francia la que claudica por entendibles razones de prudencia; pero antes ya lo habían hecho casi todos los demás países europeos cuando optaron por "comprender" la irritación que causara a los fanáticos una colección de chistes publicada en Dinamarca. Como si no hubiera aprendido nada de su torpe política de apaciguamiento frente a Hitler, Europa vuelve a replegarse ante la violencia en la esperanza de que la fiera se calme sin más que ignorarla. La culpa es del caricaturista.
anxel@arrakis.es
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22.9.12
Pocas bromas con Mahoma
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