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21.11.07

El islam y la ciencia

ERNEST RENAN Conferencia dictada en la Sorbona el 29 de marzo de 1883

Un dogma revelado siempre se opone a la investigación libre, que puede contradecirlo. El resultado de la ciencia no es expulsar, sino alejar siempre lo divino, alejarlo, digo, del mundo de los hechos particulares donde se creía verlo. La experiencia hace retroceder lo sobrenatural y restringe su dominio. Ahora bien, lo sobrenatural es la base de cualquier teología.

EL ISLAM Y LA CIENCIA

He recibido de este auditorio tantas demostraciones de su benevolente atención que me he atrevido hoy a tratar ante ustedes uno de los temas más sutiles, pleno de esas delicadas distinciones que hay que abordar resueltamente cuando se quiere sacar a la historia del campo de las aproximaciones. Lo que casi siempre causa los malentendidos en historia es la falta de precisión en el empleo de las palabras que designan las naciones y las razas.

Se habla de griegos, romanos, árabes, como si esas palabras designaran grupos humanos siempre idénticos a sí mismos, sin tener en cuenta los cambios producidos por las conquistas militares, religiosas o lingüísticas, por la moda y las grandes corrientes de todo tipo que permean la historia de la humanidad. La realidad no se rige por categorías tan simples.

Nosotros los franceses, por ejemplo, somos romanos por la lengua, griegos por la civilización y judíos por la religión. El hecho de la raza, vital en su origen, va perdiendo importancia a medida que los grandes hechos universales, llámense civilización griega, conquista romana, conquista griega, conquista germánica, cristianismo, islamismo, Renacimiento, filosofía o revolución, pasan como rodillos trituradores sobre las variedades primitivas de la familia humana y las obligan a confundirse en masas más o menos homogéneas.

Quisiera tratar de desembrollar junto con ustedes una de las más grandes confusiones de ideas que se han cometido en este orden, quisiera hablar del contenido equívoco de las palabras: ciencia árabe, filosofía árabe, arte árabe, ciencia musulmana y civilización musulmana. Las ideas vagas que se han formado sobre este punto han provocado muchos juicios falsos e incluso errores prácticos, a veces bastante graves.

Cualquier persona algo instruida en los aspectos de nuestra época ve claramente la inferioridad actual de los países musulmanes, la decadencia de los Estados gobernados por el islam, la nulidad intelectual de las razas que deben su cultura y su educación únicamente a esta religión. Todos aquellos que han estado en Oriente o en África se sorprenden de los alcances fatalmente limitados de un verdadero creyente, de esa especie de círculo de hierro que rodea su mente, cerrándola absolutamente a la ciencia, incapaz de aprender nada ni de abrirse a ninguna idea nueva.

A partir de su iniciación religiosa, como a la edad de diez o doce años, el niño musulmán, hasta entonces a veces bastante despierto, de repente se vuelve fanático, lleno de una absurda soberbia por poseer lo que él cree la verdad absoluta, disfrutando como de un privilegio lo que causa su inferioridad. Ese loco orgullo es el vicio radical del musulmán. La aparente simplicidad de su culto le inspira un desprecio poco justificado hacia las demás religiones. Convencido de que Dios da fortuna y poder a quien a Él le parezca bien, sin tener en cuenta educación ni mérito personal, el musulmán siente el más profundo desprecio por la educación, por la ciencia, por todo lo que constituye la mente europea.
Ese hábito inculcado por la fe musulmana es tan fuerte que todas las diferencias de raza y de nacionalidad desaparecen por el hecho de la conversión al islam. El berberisco, el sudanés, el circasiano, el malayo, el egipcio, el nubio, convertidos en musulmanes, no son ya berberiscos, sudaneses, egipcios, etcétera; son musulmanes.

Persia es la única excepción; ella ha conservado su propio carácter; porque Persia ha ocupado en el islam un lugar aparte; en el fondo es más chiita que musulmana.

Para atenuar las molestas deducciones contra el islam que uno se siente inclinado a sacar de un hecho tan general, muchas personas han señalado que, después de todo, esta decadencia puede ser tan sólo algo transitorio. Para tranquilizarse sobre el futuro, apelan al pasado. Esta civilización musulmana, ahora tan decaída, otrora fue brillante. Tuvo sabios y filósofos. Durante siglos, fue la maestra del Occidente cristiano.
¿Por qué habría dejado de serlo? Este es precisamente el punto sobre el que quisiera llevar el debate.
¿Hubo realmente una ciencia musulmana, o por lo menos una ciencia aceptada por el islam, tolerada por el islam?

En los hechos que se alegan hay una parte muy real de verdad. Sí; desde más o menos el año 775 hasta cerca de mediados del siglo XIII, es decir, durante aproximadamente cinco siglos, en los países musulmanes hubo sabios y pensadores muy distinguidos. Se puede decir, incluso, que durante esa época el mundo musulmán era superior, en cuanto a cultura intelectual, al mundo cristiano. Pero es importante analizar bien este hecho para no extraer consecuencias erróneas.
Es importante seguir siglo por siglo la historia de la civilización en Oriente, para tener en cuenta los diversos elementos que llevaron a esta superioridad momentánea, la cual pronto se convirtió en una inferioridad completamente característica.

Nada más ajeno a todo lo que puede llamarse filosofía o ciencia que el primer siglo del islam. Resultado de una lucha religiosa que duró varios siglos y mantuvo la conciencia de Arabia en suspenso entre las diversas formas de monoteísmo semítico, el islam está a mil leguas de todo lo que puede llamarse racionalismo o ciencia. Los caballeros árabes que se aferraron a él como pretexto para conquistar y saquear fueron, en su momento, los primeros guerreros del mundo; pero eran, sin duda, los hombres menos filósofos.
Un escritor oriental del siglo XIII, Abul-Faradj, al esbozar el carácter del pueblo árabe, se expresaba así: “La ciencia de ese pueblo, de la que tanto se vanaglorian, era la ciencia de la lengua, el conocimiento de sus modismos, la textura de los versos, la hábil composición de la prosa… En cuanto a la filosofía, Dios nada les enseñó y no crearon una propia”.

Nada más cierto. El árabe nómada, el más literario de los hombres, es de todos los humanos el menos místico, el menos llevado a la meditación. El árabe religioso se conforma, para explicar las cosas, con un Dios creador que rige el mundo directamente y se revela al hombre a través de profetas sucesivos. Así, mientras el islam estuvo en manos de la raza árabe, es decir, bajo los cuatro primeros califas y bajo los ommiades, no se produjo en su seno ningún movimiento intelectual de carácter profano.
Omar no incendió, como se repite a menudo, la biblioteca de Alejandría; esa biblioteca, en su época, había ido desapareciendo poco a poco; pero el principio que hizo triunfar en el mundo era realmente un principio destructor de la investigación erudita y del trabajo variado de la mente.

Todo cambió cuando, hacia el año 750, Persia se impuso e hizo triunfar a la dinastía de los hijos de Abbás sobre los Bani Omaya. El centro del islam se vio transportado a la región del Tigris y del Éufrates. Ahora bien, este país estaba lleno, además, de los indicios de una las más brillantes civilizaciones que haya conocido Oriente, la de los persas sasánidas, que habían llegado a su apogeo bajo el reinado de Cosroes Anuschirwan.
El arte y la industria florecían en ese país desde hacía siglos. Cosroes agregó la actividad intelectual. La filosofía, expulsada de Constantinopla, vino a refugiarse a Persia; Cosroes mandó traducir los libros de la India. Los cristianos nestorianos, que constituían el elemento más considerable de la población, eran versados en la ciencia y la filosofía griegas; la medicina estaba por completo en sus manos; sus obispos eran eruditos de la lógica y la geometría.

En las epopeyas persas, cuyo color local está tomado de la época sasánida, cuando Rustem quiere construir un puente, manda traer a un djathalikik (catholicós, nombre de los patriarcas u obispos nestorianos) como ingeniero.
La terrible ráfaga de viento del islam paró en seco durante unos cien años todo ese bello desarrollo iraní. Pero el advenimiento de los abásidas parecía una resurrección del resplandor de Cosroes.

La revolución que llevó a esta dinastía al trono la realizaron tropas persas, con jefes persas. Sus fundadores, Abul-Abbás y sobre todo Mansur, están siempre rodeados de persas. Son, en cierto modo, sasánidas resucitados; los consejeros íntimos, los preceptores de los príncipes, los primeros ministros son los Barmecidas, familia de la antigua Persia muy ilustre, que permaneció fiel al culto nacional, el parsismo, y se convirtió al islam tardíamente y sin convicción. Los nestorianos rodearon pronto a estos califas poco creyentes y se convirtieron, por una especie de privilegio exclusivo, en sus primeros médicos.

Una ciudad que tuvo en la historia de la mente humana un papel completamente aparte, la ciudad de Harrán, había seguido siendo pagana y había conservado toda la tradición científica de la antigüedad griega: proporcionó a la nueva escuela un considerable contingente de sabios ajenos a las religiones reveladas, sobre todo, hábiles astrónomos.

Bagdad se erigió como la capital de esta Persia renaciente. La lengua de la conquista, el árabe, no pudo ser suplantada, como tampoco pudo serlo la religión negada por completo; pero la mentalidad de esta nueva civilización fue esencialmente mixta. Ganaron los parsis y los cristianos; la administración, en particular la policía, quedó en manos de los cristianos. Todos esos brillantes califas, contemporáneos de nuestros carlovingios, Mansur, Harún-al-Raschid, Mamún, apenas si son musulmanes.

Practican exteriormente la religión de la que son los jefes, los papas, si podemos expresarnos así; pero su mente está en otra parte. Sienten curiosidad por todas las cosas, principalmente las cosas exóticas y paganas; interrogan a India, a la antigua Persia, a Grecia sobre todo. A veces, es verdad, los pietistas musulmanes llevan a la corte reacciones extrañas; el califa, en ciertos momentos, se muestra devoto y sacrifica a sus amigos infieles o librepensadores; después, el soplo de la independencia se impone de nuevo; entonces, el califa vuelve a llamar a sus sabios y a sus compañeros de placer, y se reinicia la vida libre, para gran escándalo de los musulmanes puritanos.

Esta es la explicación de esa curiosa y atractiva civilización de Bagdad, cuyas fábulas de las Mil y una noches han dejado huella en todas las imaginaciones, extraña mezcla de rigorismo oficial y relajamiento secreto, época de juventud e inconsecuencia, donde las artes serias y las artes de la vida dichosa florecieron gracias a la protección de jefes descreídos de una religión fanática; donde el libertino, aunque siempre bajo la amenaza de los castigos más crueles, es halagado y buscado en la corte.

Bajo el reinado de estos califas, a veces tolerantes, a veces perseguidores a pesar suyo, se desarrolló el libre pensamiento; los motecallemin o “discutidores” tenían sesiones donde se examinaban todas las religiones según la razón. Tenemos, por así decirlo, el informe de una de esas sesiones hecho por un devoto. Permítanme leérselo, tal como lo tradujo el señor Dozy.

Un doctor de Kairoán pregunta a un piadoso teólogo español, que había viajado desde Bagdad, si, durante su estancia en esa ciudad, no había asistido nunca a las sesiones de los montecallemín.
“Asistí dos veces” respondió el español, “pero me cuidé bien de no regresar.” “¿Por qué?”, le preguntó su interlocutor. “Juzgue usted”, respondió el viajero. “En la primera sesión a la que asistí, no sólo había musulmanes de todo tipo, ortodoxos y heterodoxos, sino también infieles, guebros, materialistas, ateos, judíos, cristianos; en resumen, había incrédulos de todos tipos.
Cada secta tenía su jefe, encargado de defender las opiniones que profesaba, y cada vez que uno de esos jefes entraba en la sala, todos se levantaban en señal de respeto y nadie retomaba su lugar antes de que el jefe se hubiese sentado.

La sala se llenó pronto y, cuando se vio que estaba completa, uno de los incrédulos tomó la palabra: ‘Estamos reunidos para razonar’, dijo. ‘Todos conocen las condiciones. Ustedes, musulmanes, no alegarán razones tomadas de su libro o fundadas sobre la autoridad de su profeta, ya que nosotros no creemos ni en uno ni en otro. Cada uno debe limitarse a argumentos extraídos de la razón.’ Todos aplaudieron estas palabras.” “Comprenderá”, agregó el español, “que después de haber escuchado tales cosas, ya no regresé a esa asamblea. Me propusieron visitar otra; pero era el mismo escándalo.”

Un verdadero movimiento filosófico y científico fue la consecuencia de esta disminución momentánea del rigor ortodoxo. Los médicos sirios cristianos, seguidores de las últimas escuelas griegas, eran muy versados en la filosofía peripatética, en matemáticas, medicina y astronomía. Los califas los utilizaron para traducir el árabe la enciclopedia de Aristóteles, a Euclides, Galeno y Ptolomeo, en una palabra, todo el conjunto de la ciencia griega tal como la tenían entonces.

Mentes activas,como Alkindi, empezaron a especular sobre los eternos problemas que el hombre se plantea sin poderlos resolver. Los llamaron filsuf (philosophos), y desde entonces esa palabra exótica fue tomada a mal para designar algo ajeno al islam.
Filsuf se convirtió para los musulmanes en una denominación temible, que entrañaba a menudo muerte o persecución, al igual que zendik y más tarde farmasún (francmasón). Era, hay que confesarlo, el racionalismo más completo que se roducía en el seno del islam. Una especie de sociedad filosófica que se llamaba los Ijuán-es-safa, “los hermanos de la sinceridad”, se puso a publicar una enciclopedia filosófica, notable por la sabiduría y la grandeza de sus ideas.

Dos grandes hombres, Alfarabi* y Avicena, pronto se colocaron a la altura de los pensadores más completos que hayan existido. La astronomía y el álgebra tuvieron, sobre todo en Persia, desarrollos notables. La química prosigue su largo trabajo subterráneo, que se revela al exterior a través de sorprendentes resultados, como la destilación, tal vez la pólvora.
La España musulmana sigue a Oriente en estos estudios; allí los judíos aportan una colaboración activa. Avempace, *Ibn-Tofail* y Averroes elevan el pensamiento filosófico del siglo XII a alturas donde no se le había visto llegar desde la Antigüedad.

Así, es a este gran conjunto filosófico al que acostumbramos llamar árabe, porque está escrito en árabe, aunque en realidad es grecosasánida. Sería más exacto decir griego; ya que el elemento verdaderamente fecundo de todo esto venía de Grecia. Se valía en esos tiempos de decadencia, en proporción de lo que se sabía de la antigua Grecia. Grecia era la única fuente del saber y del pensamiento recto. La superioridad de Siria y de Bagdad sobre el Occidente latino provenía únicamente de cuán próximas estaban ellas a la tradición griega.

Era más fácil tener un Euclides, un Ptolomeo, un Aristóteles en Harrán o en Bagdad que en París. ¡Ah, si los bizantinos hubieran sido unos guardianes menos celosos de tesoros que en ese momento apenas si se leían!; ¡si en el siglo VIII o en el XIX hubiera habido Besariones y Lascaris! No hubiéramos tenido necesidad de ese extraño rodeo que hizo que la ciencia griega nos llegara en el siglo XII a través de Siria, Bagdad, Córdoba y Toledo.

Pero esta especie de providencia secreta que hace que, cuando la llama de la mente humana se va a extinguir entre las manos de un pueblo, otro se encuentre ahí para relevarlo y volverla a encender dio un valor de primer orden a la obra, oscura sin aquella, de esos pobres sirios, de esos filsuf perseguidos, de esos harraníes cuya incredulidad los puso en el bando de la humanidad de entonces. Gracias a sus traducciones árabes de las obras de la ciencia y la filosofía griegas, Europa recibió el fermento necesario de tradición antigua para el nacimiento de su genio.

En efecto, mientras que Averroes, el último filósofo árabe, moría en Marruecos en la tristeza y el abandono, nuestro Occidente se encontraba en pleno despertar.
Abelardo ya había dado el grito del racionalismo renacentista. Europa encontró su genio y comenzó esta evolución extraordinaria cuyo último término sería la total emancipación de la mente humana. Aquí, sobre la montaña de Santa Genoveva, se creaba un sensorium nuevo para el trabajo de la mente. Lo que faltaba eran los libros, las fuentes puras de la Antigüedad. A primera vista parecería que hubiera sido más natural ir a pedirlos a las bibliotecas de Constantinopla, donde se encontraban los originales, y no recurrir a traducciones a menudo mediocres en una lengua que se prestaba poco para expresar el pensamiento griego.

Pero las discusiones religiosas habían creado entre el mundo latino y el mundo griego una deplorable antipatía; la funesta cruzada de 1204 no hizo sino exasperarla. Y además, no teníamos helenistas; tendríamos todavía que esperar trescientos años para tener un Lefèvre d’Étaples, un Budé.

A falta de la verdadera filosofía griega auténtica, que se hallaba en las bibliotecas bizantinas, fuimos a buscar a España una ciencia griega mal traducida y adulterada.
No hablaré de Gerberto, cuyos viajes entre los musulmanes son cosa muy dudosa; sin embargo, desde el siglo XI, Constantino el Africano es superior en conocimientos a su época y a su país, porque recibió una educación musulmana.
De 1130 a 1150, un colegio activo de traductores, establecido en Toledo bajo el patronazgo del arzobispo Raimundo, tradujo al latín las obras más importantes de la ciencia árabe. Desde los primeros años del siglo XIII, el Aristóteles árabe hizo su entrada triunfal en la Universidad de París. El Occidente se sacudió su inferioridad de cuatrocientos o quinientos años. Hasta ese momento, Europa había sido científicamente tributaria de los musulmanes.
Hacia mediados del siglo XIII, la balanza todavía es incierta. A partir de aproximadamente 1275, aparecen claramente dos movimientos: por una parte, los países musulmanes se sumen en la más triste decadencia intelectual; por la otra, Europa Occidental entra resueltamente por su cuenta en esta gran vía de la investigación científica de la verdad, inmensa curva cuya amplitud aún no ha podido ser medida.

¡Ay de aquel que se vuelve inútil para el progreso humano! Es eliminado casi de inmediato. Cuando la ciencia llamada árabe inoculó su germen de vida en el Occidente latino, desapareció. Mientras que Averroes llegó a las escuelas latinas con una fama casi equiparable a la de Aristóteles, sus correligionarios lo olvidaron.
Después de aproximadamente el año 1200, ya no hubo un solo filósofo árabe de renombre. La filosofía había sido siempre perseguida en el seno del islam, pero de una manera que no había logrado suprimirla. A partir de 1200, la reacción teológica la vence por completo. La filosofía es abolida en los países musulmanes.
Los historiadores y los polígrafos sólo hablan de ella como de un recuerdo, de un mal recuerdo. Los manuscritos filosóficos son destruidos y se vuelven raros. La astronomía sólo se tolera por la parte que sirve para determinar la orientación del rezo.
Pronto, la raza turca se apoderó de la hegemonía del islam e hizo prevalecer en todas partes su falta total de mente filosófica y científica. A partir de ese momento, con algunas raras excepciones como Ibn-Jaldún, el islam ya no tendrá ningún gran pensador; mató a la ciencia y a la filosofía dentro de su seno.

No he pretendido en absoluto, señores, disminuir el papel de esa gran ciencia llamada árabe que marcó una etapa tan importante en la historia de la mente humana.
Se ha exagerado su originalidad en algunos puntos, en particular en lo que se refiere a la astronomía; no hay que caer en el otro extremo, despreciándola sin medida. Entre la desaparición de la civilización antigua en el siglo VI y el nacimiento del genio europeo en los siglos XII y XIII, existió lo que se puede denominar el periodo árabe, durante el cual, la tradición de la mente humana se llevó a cabo a través de las regiones conquistadas por el Islam.
Esta ciencia llamada árabe, ¿qué tenía en realidad de árabe? La lengua, sólo la lengua. La conquista musulmana había llevado la lengua de Hedjaz hasta el fin del mundo. Al árabe le ocurrió lo que al latín, el cual se convirtió en Occidente en la expresión de sentimientos e ideas que nada tenían que ver con el antiguo Lacio. Averroes, Avicena y Albategni son tan árabes, como Alberto el Grande, Rogerio Bacon, Francis Bacon y Spinoza son latinos.

Asimismo, es un error tan grande atribuirle a Arabia la ciencia y la filosofía árabes como atribuirle toda la literatura cristiana latina, toda la escolástica, todo el Renacimiento, toda la ciencia del siglo XVI y parte de la del siglo XVII a la ciudad de Roma, porque todo eso está escrito en latín. Lo que sí es muy notable, en efecto, es que entre los filósofos y sabios llamados árabes, apenas si haya habido uno solo, Alkindi, de origen árabe; todos los demás eran persas, transoxianos,españoles, gente de Bojará, Samarcanda, Córdoba, Sevilla.
No sólo no eran árabes de sangre, sino que no tenían nada de árabe en su forma de pensar.
Utilizaban el árabe; pero les molestaba, como a los pensadores de la Edad Media les molestaba el latín, y lo destrozaban al usarlo. El árabe, que se presta bien para la poesía y para una cierta elocuencia, es un instrumento muy incómodo para la metafísica. Los filósofos y sabios árabes son, en general, escritores bastante malos.

Esa ciencia no es árabe. ¿Es acaso musulmana? ¿Ofreció el islamismo algún seguro secular a esas investigaciones racionales? ¡Oh, de ninguna manera! Este hermoso movimiento de estudios es totalmente obra de parsis, cristianos, judíos, harraníes, ismaelitas, musulmanes interiormente sublevados contra su propia religión. De los musulmanes ortodoxos no recibió más que maldiciones.
Mamún, el califa que mostró mayor celo para la introducción de la filosofía griega, fue condenado sin piedad por los teólogos; las desgracias que afligieron a su reinado fueron presentadas como castigos por su tolerancia a doctrinas ajenas al islam. No era raro que, para agradar a la multitud alborotada por los imanes, se quemaran en las plazas públicas o se arrojaran en los pozos y cisternas los libros de filosofía y astronomía.
A quienes cultivaban esos estudios los llamaban zendiks (infieles); los golpeaban en las calles, les quemaban sus casas y, con frecuencia, cuando quería ganar popularidad, el poder los mandaba matar.

Así que, en realidad, el islamismo siempre persiguió a la ciencia y a la filosofía. Terminó por asfixiarlas. Sólo hay que distinguir a este respecto dos periodos en la historia del islam; uno, desde sus comienzos hasta el siglo XII; el otro, desde el siglo XIII hasta nuestros días.
En el primer periodo, el islam, minado por las sectas y moderado por una especie de protestantismo (lo que llaman el motazilismo), estaba menos organizado y era menos fanático que lo que ha sido en el segundo periodo, cuando cayó en manos de las razas bárbaras y bereberes, razas pesadas, brutales y sin agudeza mental.

Los primeros árabes que se comprometieron en el movimiento apenas si creían en la misión del Profeta. Durante dos o tres siglos, la incredulidad apenas se disimula. Luego viene el reinado absoluto del dogma, sin ninguna separación posible de lo espiritual y lo temporal; el reinado con coerción y castigos corporales para quienes no practican.
La libertad nunca ha sido más profundamente herida que por una organización social donde la religión domina absolutamente la vida civil.

En los tiempos modernos, sólo hemos visto dos ejemplos de un régimen así; por una parte, los Estados musulmanes; por la otra, el antiguo Estado pontificio de la época del poder temporal.

Y hay que decir que el papado temporal no tuvo peso más que en un pequeño país, mientras que el islamismo oprime vastas porciones de nuestro globo y mantiene la idea más opuesta al progreso: el Estado fundado sobre una pretendida revelación, la teología que rige a la sociedad.

Los liberales que defienden el islam no lo conocen. El islam es la unión indiscernible de lo espiritual y lo temporal, es el reinado de un dogma, es la cadena más pesada que la humanidad haya cargado jamás. En la primera mitad de la Edad Media, lo repito, el islam apoyó la filosofía, porque no la pudo impedir; no la pudo impedir porque estaba sin cohesión, poco habilitado para el terror. La policía, como he dicho, estaba en manos de cristianos y ocupada principalmente en perseguir las tentativas de los partidarios de Alí.

Una infinidad de cosas pasaron a través de la malla de esa red tan laxa.
Pero cuando el islam dispuso de masas ardientemente creyentes, destruyó todo. El terror religioso y la hipocresía estuvieron a la orden del día. El islam fue liberal cuando fue débil, y violento cuando fue fuerte. No lo honremos por lo que no pudo suprimir. Honrar al islam por la filosofía y la ciencia que no pudo aniquilar primero es como honrar a los teólogos por los descubrimientos de la ciencia moderna.

Estos descubrimientos se hicieron a pesar de los teólogos. La teología occidental no ha sido menos persecutoria que la del islamismo. Sólo que ésta no ha tenido éxito, no ha destruido la mente moderna como el islamismo destruyó la mente de los países que conquistó.

En nuestro ccidente, la persecución teológica sólo triunfó en un único país: España. Ahí, un terrible sistema de opresión ha asfixiado la mente científica. Apresurémonos a decirlo, ese noble país tomará su revancha. En los países musulmanes pasó lo que hubiera ocurrido si la Inquisición, Felipe II y Pío V hubieran triunfado en su plan de detener le mente humana.

Francamente, siento mucha pena de estar agradecido a los genios del mal porque no lo hayan logrado. No; las religiones tienen sus grandes y bellos momentos, cuando consuelan y animan las partes débiles de nuestra pobre humanidad; pero no hay que elogiarlas por lo que nace a pesar de ellas, por aquello que intentaron sofocar en la cuna. No se hereda a la gente que uno asesina; los perseguidores no deben beneficiarse en absoluto de las cosas que persiguen.

Ahí está, sin embargo, el error que se comete por exceso de generosidad cuando se atribuye a la influencia del islam un movimiento que se produjo a pesar del islam, contra el islam, y que el islam, felizmente, no pudo impedir. Honrar al islam de Avicena, de Avenzoar, de Averroes, es como si se honrara al catolicismo de Galileo. La teología obstaculizó a Galileo; que no haya sido lo suficientemente fuerte para bloquearlo del todo no es una razón para que se le dé un gran reconocimiento.

¡Lejos de mí las palabras de amargura contra alguno de los símbolos en los que la conciencia humana ha buscado el descanso a miles de problemas insolubles que le presentan el universo y su destino! El islamismo tiene partes hermosas como religión; no he entrado nunca en una mezquita sin sentir una viva emoción, ¿diría?, sin un cierto pesar por no ser musulmán.
Pero, para la razón humana, el islamismo sólo ha sido perjudicial.
Las mentes que ha cerrado a la luz tal vez ya lo estaban por sus propios límites interiores; pero ha perseguido el libre pensamiento, no diría más violentamente que otros sistemas religiosos, pero sí más eficazmente.

Ha convertido a los países que ha conquistado en un campo cerrado a la cultura racional de la mente.

En efecto, lo que distingue esencialmente al musulmán es el odio a la ciencia, la convicción de que la investigación es inútil, frívola, casi impía: la ciencia de la naturaleza, porque es una competencia con Dios; la ciencia histórica, porque al
aplicarse a épocas anteriores al islam podría reavivar antiguos errores.
Uno de los testimonios más curiosos a este respecto es el del jeque Rifaa, que vivió muchos años en París como capellán de la Escuela Egipcia y quien, a su regreso a Egipto, escribió una obra llena de las observaciones más curiosas sobre la sociedad francesa.
Su idea fija es que la ciencia europea, sobre todo por su principio de la permanencia de las leyes de la naturaleza, es de cabo a rabo una herejía; y, hay que decirlo, desde el punto de vista del islam, no estaba del todo errado.
Un dogma revelado siempre se opone a la investigación libre, que puede contradecirlo. El resultado de la ciencia no es expulsar, sino alejar siempre lo divino, alejarlo, digo, del mundo de los hechos particulares donde se creía verlo.
La experiencia hace retroceder lo sobrenatural y restringe su dominio. Ahora bien, lo sobrenatural es la base de cualquier teología. El islam, al tratar a la ciencia como su enemiga, sólo es consecuente, pero es peligroso que sea demasiado consecuente. El islam ha tenido éxito para su desgracia. Al matar a la ciencia, se ha matado a sí mismo, se ha condenado en el mundo a una completa inferioridad.


Cuando se parte de esta idea de que la investigación es algo que atenta contra los derechos de Dios, inevitablemente se llega a la pereza mental, a la falta de precisión, a la incapacidad de ser exacto. Allah áalam, “Dios sabe mejor lo que es”, es la última palabra de cualquier discusión musulmana. Está bien creer en Dios, pero no tanto.
En los primeros tiempos de su estancia en Mosul, el señor Layard deseó, perspicaz como era, tener algunos datos sobre la población de la ciudad, sobre su comercio y sus tradiciones históricas. Se dirigió al cadí, que le dio la siguiente respuesta, cuya traducción debo a una comunicación afectuosa:
“¡Oh, mi ilustre amigo! ¡Oh, alegría de los vivos!
“Lo que tú me pides es a la vez inútil y dañino. Aunque todos mis días hayan transcurrido en este país, nunca se me ocurrió contar las casas ni informarme del número de sus habitantes. En cuanto a este que pone sus mercancías sobre sus mulas o aquél, en el fondo de su barca, de verdad, es algo que no me interesa para nada.

Respecto a la historia anterior de esta ciudad, sólo Dios la sabe, y sólo Él podría decir cuántos errores cometieron sus habitantes antes de la conquista del islamismo.
Sería peligroso para nosotros querer conocerlos.

“¡Oh, amigo mío! ¡Oh, mi cordero, no intentes conocer lo que no te concierne!
Has venido a vivir entre nosotros y nosotros te hemos dado la bienvenida: ¡Vete en paz! En verdad, todas las palabras que me has dicho no me han hecho ningún mal, pero el que habla es uno y el que escucha es otro. Según la costumbre de los hombres de tu nación, has recorrido muchas regiones hasta que ya no encuentres la felicidad en ningún lado. Nosotros (¡Bendito sea Dios!) hemos nacido aquí y no deseamos irnos.

“Escucha, ¡oh, hijo mío!, no hay ninguna sabiduría igual a la de creer en Dios. Él creó el mundo; ¿debemos tratar de igualarlo buscando penetrar en los misterios de Su creación? Ve aquella estrella que gira allá arriba alrededor de esa estrella, mira esa otra estrella que arrastra una cola y que tarda tanta años en venir y tantos años en alejarse; déjala, hijo mío, Aquél cuyas manos la formaron sabrá bien conducirla y dirigirla.

“Pero tú me dirás quizá: ‘¡Oh, hombre!, ¡retírate, porque yo soy más sabio que tú y he visto cosas que tú ignoras!’ Si piensas que esas cosas te han hecho mejor que yo, sé doblemente bienvenido; pero en cuanto a mí, yo bendigo a Dios de no buscar lo que no necesito.
Tú sabes cosas que no me interesan, y lo que has visto, yo lo desdeño. ¿Una ciencia más vasta te creará un segundo estómago? Y tus ojos, que van fisgoneando por todas partes, ¿te ayudarán a encontrar el paraíso?

“¡Oh, amigo mío!, si quieres ser feliz, exclama: ‘¡Sólo Dios es Dios!’ No hagas daño, y entonces no temerás ni a los hombres ni a la muerte, porque tu hora llegará.” Este cadí es muy filósofo a su manera; pero he aquí la diferencia.

Nos parece encantadora la carta del cadí, y a él le parecerá abominable lo que nosotros decimos aquí. Es que, por otra parte, para una sociedad las consecuencias de una mente así son funestas. De dos consecuencias que implica la falta de mentalidad científica, la superstición o el dogmatismo, la segunda es quizá peor que la primera. El Oriente no es supersticioso; su gran mal es el dogmatismo estrecho que se impone por la fuerza a la sociedad entera.
El fin de la humanidad no es quedarse en una ignorancia resignada; es la guerra implacable contra lo falso, la lucha contra el mal.

La ciencia es el alma de una sociedad, porque la ciencia es la razón. Ella crea la superioridad militar y la superioridad industrial. Ella creará un día la superioridad social, quiero decir, un estado de sociedad donde se procurará la cantidad de justicia que es compatible con la esencia del universo. La ciencia pone la fuerza al servicio de la razón. En Asia hay elementos de barbarie análogos a los que formaron los primeros ejércitos musulmanes y esos grandes ciclones de Atila y Gengis Khan. Pero la ciencia les corta el paso.

Si Omar, si Gengis Khan hubieran encontrado frente a ellos una buena artillería, no hubieran rebasado los límites de su desierto. No hay que detenerse en aberraciones momentáneas. ¿Qué tanto no se dijo al principio contra las armas de fuego, las cuales, sin embargo, han contribuido a la victoria de la civilización? Yo tengo la convicción de que la ciencia es buena, de que ella sola proporciona las armas contra el mal que se puede hacer con ella, que, en definitiva, sólo servirá el progreso, quiero decir, el verdadero progreso, el que es inseparable del respeto al hombre y a la libertad.

Traducción: Ofelia Arruti (CPTI);
revisión: Arturo Vázquez Barrón (CPTI);
transliteraciones del árabe: Fernando Cisneros


La publicación de este texto ha sido posible gracias a la información recibida de A.P.D . Muchas Gracias.

BIOGRAFIA

Renan Ernest Filósofo e historiador Frances.
Inicia estudios eclesiásticos, pero antes de ordenarse cuelga los hábitos y renuncia al sacerdocio. Dio clases en el Colegio de Francia y fue miembro de la Academia Francesa y de Inscripciones. Creía en el individuo y valoraba la ciencia por encima de la religión. Es autor de "Vida de Jesús", una obra que causó cierta discusión entre la sociedad gala por su trasfondo heterodoxo. También escribió otras obras como "Recuerdos de la infancia y la juventud", e "Historia del pueblo de Israel".

3 comentarios :

  1. Anónimo22/11/07

    ISLAM, LA CADENA MÁS PESADA

    Uno de los mitos más en boga actualmente entre todos aquellos que aspiran a un escaño en esa sobrepoblada congregación internacional de progresistas de toda laya es esa versión falaz que nos presenta al islam como una civilización, no ya humanista e incluso progresista (!!), sino además científica y filosófica (o cuanto menos protectora y divulgadora de esas disciplinas que, supuestamente, florecieron y conocieron una época de esplendor al amparo del universo musulmán). En pocas palabras: el cuento de un ídilico islam tolerante y creador de cultura y progreso, momento cumbre de la Humanidad, contrapartida obligada de la grosera descalificación de la Civilización Occidental, biblia de nuestros días de esa izquierda bovina de cerebro espongiforme.

    Veamos un interesante comentario de un reputado pensador francés del siglo XIX:

    (Traduzco directamente del original)

    "El islamismo en realidad siempre persiguió la ciencia y la filosofía, y acabó por ahogarlas (...) Los liberales(*) que defienden al islam no lo conocen. El islam es la unión indiscernible de lo espiritual y de lo temporal, es el reino de un dogma, es la cadena más pesada que la humanidad haya nunca llevado. En la primera mitad de la Edad Media, el islam toleró la filosofía porque no pudo impedirla, ya que estaba sin cohesión, poco dotado para el terror. (...) Pero cuando el islam dispuso de masas ardientemente creyentes lo destruyó todo. (...) No le hagamos, pues, el honor de lo que no pudo suprimir. Hacerle al islam el honor de la filosofía y de la ciencia que no pudo aniquilar completamente sería como si le hicieramos el honor a los teólogos de los descubrimientos de la ciencia moderna. (...) No se hereda de aquellos a los que se asesina, no se debe acreditar a los perseguidores el mérito de aquellas cosas que han perseguido. Sin embargo es el error que se comete por exceso de generosidad cuando se atribuye a la influencia del islam un movimiento (la ciencia y la filosofía) que se produjo a pesar del islam, contra el islam y que el islam, felizmente, no pudo impedir. ¿El islamismo acaso ofreció a esas búsquedas racionales algún socorro tutelar? ¡Oh no, de ninguna manera! Este bello movimiemto no recogió de los musulmanes ortodoxos más que maledicciones".

    Ernest Renan, "L´islamisme et la science", conferencia dada en la Sorbonne el 29 de marzo de 1883, recogida en el volumen "Discours et conférences".

    (*) Hoy diríamos "progresistas"

    A.P.D

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  2. Anónimo22/11/07

    "Así que, en realidad, el islamismo siempre persiguió a la ciencia y a la filosofía. Terminó por asfixiarlas..."

    El cristianismo hizo exactamente lo mismo. No ha habido ninguna religión que haya alentado el pensamiento libre. Lo sabemos,¿no?; entonces, ¿ por qué tanto afán por perseguir al islam y a los musulmanes desde sitios como este? ¿ Hay intereses ocultos en ello ?

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  3. Anónimo24/11/07

    Decir que se "persigue" al islam es un sarcasmo equivalente a decir que el invadido persigue al invasor. Es un caso típico de inversión de roles y valores (o de crasa ignorancia: este ve demasiados telediarios). No es una estrategia nueva el que los verdugos se hagan las víctimas y los culpables presuman de inoncencia. Ver al islam y a los musulmanes como víctimas de una persecusión en el contexto de la invasión musulmana de España y Europa, y de la ofensiva general del islam contra Occidente, sólo puede tener dos explicaciones: o resulta de una incapacidad total para entencer nada de lo que está ocurriendo, o es una visión interesada de un islamista o un simpatizante del islam que aprueba sus designios de conquista de Europa.

    En cuanto a los intereses que hay en esta oposición al islam, no hay nada oculto en ello: queremos la erradicación del islam de Europa. ¿Queda claro? Y si no fuera porque el moderador de este blog me va a censurar con toda razón, les diría a todos aquellos que nos invaden, y de paso a sus simpatizantes autóctonos, que se pueden ir a un sitio que está al fondo hacia la derecha.

    A.P.D

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