I. Hay mitos que tienen su razón de ser porque nos ayudan a entender la historia de la cultura, como son los mitos referidos a los orígenes de las religiones y culturas antiguas. Así, por ejemplo, en los primeros libros de la Biblia hay textos que se relacionan con el mito, como algunos del “Génesis”, pero no son la narración de una fábula alegórica o simbólica sino más bien relatos con apariencia histórica que gráficamente buscan expresar realidades transcendentes que no se alcanzan a explicar con la experiencia mundana. De ahí que se personifique y humanice a Dios.
El mito, pues, relata una historia sagrada y un acontecimiento que tuvo lugar en el tiempo primordia, donde participan seres divinos o héroes. Así, el relato de Adán y Eva, se refiere a los orígenes de la historia del hombre, cuyo comportamiento se aleja, por el pecado, de la perfección con que Dios creó al hombre y a la mujer. Adán y Eva son el hombre, que Dios creó para que fuera perfecto y feliz. Sin embargo, hay mitos que no forman parte de la historia de la cultura, pues son simples invenciones, simples supersticiones fanáticas que tratan de distorsionarla y falsificarla. Aquí se encuadraría el mito de la convivencia pacífica de las tres culturas (judía, cristiana e islámica) en la España de la Edad Media que se prolonga en la alianza de civilizaciones de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, no menos pacifista, el pacifismo de la rendición y la eliminación, histórica, cultural, espiritual y política de Occidente. Este mito no es más que una fábula amañada por los intelectuales, académicos, políticos y medios de comunicación de la mitomanía anticristiana y anticatólica.
Con datos historiográficos más que comprobados e irrefutables, se demuestra, que no hubo tal armonía intercultural e interreligiosa, sobre todo entre la cultura cristiana y la cultura invasora, la islámica. Ni tampoco es cierto lo que algunos historiadores de la ingenuidad gratuita e interesada han postulado: que la invasión del islam en Hispania fue pacífica, benefactora y liberadora de la población, que harta de los nobles hispanovisigodos, no opuso resistencia, y poco menos, que recibió a los invasores islámicos, con los brazos abiertos.
Este mito se fue configurando con el tiempo desde esquemas ideológicos muy posteriores a la Edad Media(a él han contribuido tanto los seguidores de las lucubraciones semitizantes de Américo Castro Quesada (1885-1972) como los de las tesis opuestas de Sánchez Albornoz y Menduiña (1893-19844). Los estudios filológicos e históricos, demuestran cómo los cantares de gesta y las crónicas que los prosifican, desde el siglo X al siglo XV, así como los romances desgajados de ellas, los romances viejos (históricos, noticieros y fronterizos) recogen la epopeya de la Reconquista contra el moro, dando lugar a una gran poesía heroica popular y nacional, que buscaba recuperar la identidad histórica rota por el islam.
Los cantares de gesta como el Poema del Mío Cid (1140) y los romances sobre él y otros como el rey don Rodrigo, relatan las hazañas militares de los héroes de los reinos de España y también franceses contra los sarracenos, cantadas por los juglares del Norte de los Pirineos y del Sur de la Península Ibérica. Sólo a partir de los siglos XIV y XV, cuando ya se termina la Reconquista y se ha conseguido la unidad de todos los reinos de España en una nación, el contenido de los romances cambia de lo heroico-caballeresco a una poesía más novelesca e idealizada. Y es también cuando entre los siglos XIV y XV, el conflicto interreligioso se agudiza, llegándose a una confrontación y a una asfixiante convivencia entre mudéjares, hebreos, conversos y cristianos viejos. Así, en los cancioneros satíricos se constata un ataque y menosprecio a los marranos y mudéjares, como se puede leer en las Coplas del Provincial de Juan Hurtado de Mendoza (¿-1367).
La idealización del moro se transformaría en los siglos XVI y XVII con los romances artísticos, en maurofilia, en concreto con los romances moriscos, que son una degeneración de los romances fronterizos, pues, no tienen ninguna pretensión de realismo, sino que se mueven en mundo de estricto exotismo y de amoríos. Algunos literatos del Siglo de Oro como Luis de Góngora y Argote (1561-1627) traspusieron sus sentimientos líricos en romances moriscos exóticos e idílicos y también la maurofilia se da en otros géneros como la fantasiosa novela morisca o la comedia de moros y cristianos de Felix Lope de Vega y Carpio(1562-1635), donde los primeros acaban convirtiéndose al Cristianismo.
Esta maurofilia que alababa las hazañas de personajes poéticos como los moros Zaide, Muza o Tarfe, se transforma y contrarresta con las burlas y sátiras de los mismos (la maurofobia) de escritores como Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas (1580-1645), y del propio Lope de Vega y Góngora. Pero no sólo maurofilia y maurofobia, sino también, y sobre todo, antisemitismo, ya que los escritores no hacían sino reflejar lo que era la sociedad de su tiempo, donde, si bien los moriscos eran vistos con cierto colorismo y burla, a los criptojudíos se les consideraba muy peligrosos.
Resulta paradigmático que no aparezca el mito irracional de la convivencia pacífica de las tres culturas en el siglo XVIII con la Ilustración. En la literatura y en la sociedad9 había cierta preocupación por el islam en el norte de África, donde el ejército español aún ocupaba las plazas de Mazalquivir y Orán, como se constata en los escritores Eugenio Gerardo Lobo Huerta (1679-1750), Ignacio de Luzán Claramunt de Suelves y Gurrea(1702-1754), o en la obra Raquel del dramaturgo Vicente García de la Huerta(1734-1787). Sin embargo, hay un “distanciamiento y extrañamiento”0 de la literatura en relación con el moro, así, se ve en las Cartas Marruecas de José Cadalso y Vázquez de Andrade(1741-1782), que no pasa de ser un simple intento de ficción literaria, ya que las referencias a la sociedad norteafricana son escasas y además demuestra un claro desconocimiento de Marruecos.
Hay también otras varias razones: la primera, de carácter sociopolítico, era que las confrontaciones con los moriscos, habían empezado a decrecer a mediados del siglo XVII, de tal modo que al llegar el siglo XVIII, ya se había producido la integración de los pocos moros11 que aún permanecían. Otra de las razones es que los ilustrados españoles andaban muy preocupados por la realidad de su tiempo, y se dedicaron a aplicar la razón pragmática y pedagógica para posibilitar que España alcanzara el progreso técnico y científico de Europa.
Las ideas de los enciclopedistas, no admitían las invenciones de fanáticos mitos populistas como la idealización del mundo árabe, del islam o del al-Andalus. Las fuerzas de la razón y de la imaginación, se centraban en la modernización de la sociedad española. Aunque la realidad política de la ilustración española, en general, fue un fracaso que contribuyó a la no idealización del moro. Salvo Carlos III de Borbón(1716-1788), hubo políticos y reyes incompetentes como Carlos IV de Borbón(1748-1819) y Fernando VII(1784-1833), que impidieron hacer realidad el sueño de ilustrados como Jovellanos de modernizar España; otros factores, como la invasión napoleónica, la pérdida de la España de Ultramar, o el exilio de los afrancesados, también influyeron.
Y otra razón de peso, fue que el islam cercano a España pasó por un período de debilidad militar y política, que impidió las agresiones de siglos anteriores. No será hasta los siglos XIX y XX, cuando las reanude, y en el siglo XXI, aparece con un nuevo tipo de guerra islámica, la llamada guerra asimétrica o guerra de cuarta generación, cuyas trágicas consecuencias hemos padecido con los atentados terroristas en masa como el del 11-S en Nueva York (2001); los de la isla indonesia de Bali, el 12 de octubre de 2002 y el 1 del mismo mes de 2005; el del 11-M en Madrid (2004); el de Beslán en Osetia del Norte (Rusia), el 4 de septiembre de 2004; el de Londres, el 7 de julio de 2005; el de Nueva Delhi el 29 de Octubre de 2005; el de Amán, Jordanía, el 9 de Noviembre de 2005; el de 11 de Abril en Argelia, y el 12 de Abril de 2007 en Marruecos; a ello se unen los interminables atentados terroristas del yihadismo en dos países en guerra como Afganistán e Irak; los atentados terroristas en la inacabable guerra entre Israel y Palestina, y en el dividido Líbano, destrozado por una guerra civil, con el terrorismo chiita de Hizbulá, etc., etc., etc.
Pero sin duda alguna, quien más contribuyó al mito de la convivencia de las tres culturas, más que con ningún otro movimiento estético, fue el Romanticismo (Siglo XIX), ya que fue muy proclive a la idealización sentimental y anacrónica de todo lo medieval. Así Víctor Marie Hugo (1802-1885) llegó a decir la barbaridad filológica de que los romances moriscos eran de origen arábigo. Desde la literatura foránea se importa una maurofilia producto de las invenciones orientalistas y exóticas de los literatos franceses, ingleses y alemanes como Walter Escott(1771-1832), Victor Marie Hugo o Alessandro Francesco Tomasso Manzini(1785-1873),14 sin molestarse nuestros intelectuales, en indagar en nuestra historia la falsedad de las mismas. Nuestros escritores se apuntan a la moda literaria de la novela histórica de temática morisca, sin más, como José Zorrilla y Moral(1817-1893) con el poema recreación de la Granada nazarí, Granada (1842); como la novela El moro expósito (1834) de Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano, de Duque de Rivas(1791-1865). En este orientalismo importado, esta idealización de la maurofilia caen escritores costumbristas como Serafín Estébanez Calderón (1799-1867) y Pedro Antonio de Alarcón y Ariza(1833-1891) y el mismísimo Benito Pérez Galdós (1843-1920). Y de aquí se trasvasa al mundo de la política, incurriendo en la mixtificación del moro tanto liberales como conservadores. Aunque la maurofobia también contrarrestaba esta idealización del moro de cartón piedra como se ve en la novela histórica de José Ignacio Javier Oriol Encarnación de Espronceda y Delgado (1808-1842), Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar, y también en Pedro Antonio de Alarcón, en el Diario de un testigo de la guerra de África y Galdós, en una novela, Aita Tettauen dentro de los Episodios Nacionales, y no sólo maurofilia y maurofobia, sino hasta antisemitismo. En los siglos XX y XXI, la cultura de masas prosigue la estela de estos tópicos y estereotipos románticos sobre los árabes, el islam y al-Andalus paradisíaco.
Se continuó y continúa como los siglos anteriores, sin un análisis riguroso y científico. Se sigue con propuestas sin fundamentos e indocumentadas, que resultan más lamentables cuando se divulgan desde el poder y la influencia que tienen los actuales medios de información. Sin olvidarnos tampoco, de los intereses económicos, estratégicos y políticos de las democracias relativistas y laicistas de Occidente, que, para no ofender a los países árabes, de donde viene la mano de obra barata de la inmigración y los negocios relacionados con el mundo de petróleo, no abandonan los estereotipos de la islamofilia con los países de norte de África y de Oriente Medio.
La verdadera realidad histórica del islam de antes y de ahora, se esconde con la propaganda de la multiculturalidad de los intercambios interculturales entre los países árabes y de Occidente, donde se suele presentar a la cultura árabe como superior a la de Europa, sobre todo si esa cultura es cristiana. Si bien esta falsificación histórica en los siglos XX y XXI, también ha sido y es defendida por los neoliberales, quien la ha hecho un asunto propio ha sido la ideología neomarxista que se aprovecha de estas invenciones para utilizarlas contra el Cristianismo para de este modo relativizarlo y de paso minusvalorar el fenómeno religioso, ya que para los esquemas materialistas del marxismo, la religión es otro instrumento de poder de la superestructura. La ideología neomarxista en decadencia, con los prejuicios políticos heredados, continúa, más que con la maurofilia, con la islamofilia, y bajo la bandera del progresismo y la alianza de civilizaciones, utiliza al islam como instrumento ideológico contra el Cristianismo y contra la cultura de Occidente.
En el siglo XXI, como en el XX, sigue sin hacer un análisis histórico objetivo y riguroso sobre el fenómeno del islam y la cultura árabe en el pasado y en el presente. No se le quiere conocer, y no será porque hay ciencias históricas donde acudir para abandonar sus prejuicios, como la sociología, la antropología, la etnografía, la sociolingüística, etc., etc. De este modo, y al igual que ocurrió en el siglo XIX, algunos escritores e intelectuales de segunda fila, se han subido a los lomos de la añeja maurofilia literaria o de la islamofilia posmoderna propagada por los intelectuales, políticos y ciertas políticas de los nacionalismos de la exclusión de la identidad histórica de España, contando, claro está, con la propaganda mediática de todo tipo.
No se quiere descubrir la verdad de la historia porque quedarían al descubierto y desmontadas, las falsedades sobre los árabes, el islam, al-Andalus y el mito de la tolerancia y la convivencia de las tres culturas en la Edad Media. En esta trayectoria cayeron como Ramón José Sender Garcés (1901-1982), con la novela Imán (1930) que noveliza la guerra colonial que España mantuvo en el Protectorado de Marruecos (1909-1926). Aunque el novelista condena el militarismo y la guerra15, también incurre en la maurofilia y la invención novelesca de que muchos españoles, soldados o no, se pasaron al bando moro; En la misma línea de ficción histórica incurre el escritor Juan Goytisolo Gay (1931), en la Reivindicación del conde don Julián, que nada tiene que ver con la realidad histórica y sociológica de España; Otro tanto de lo mismo pasa con el manchego Antonio Gala(1930), que en El manuscrito carmesí, comete equivocaciones históricas descomunales, como la del mito del crisol de las tres culturas en la Edad Media en al-Andalus; o la ridícula identificación de Andalucía con al-Andalus, cuando éste era el territorio de la España musulmana (desde el siglo X hasta la expulsión del islam en el siglo XIV) y Andalucía era en su mayor parte cristiana (Cádiz, Sevilla, Huelva, Córdoba y Jaén) y no empezó a llamarse como Andalucía sino a partir del siglo XIII. Falsificación antihistórica muy propia del padre de la etnolatría nacionalista andaluza, el padre del andalucismo filoislámico anarco-federalista, Blas Infante Pérez de Vargas (1885-1936).
Además, si el concepto de España como identidad histórica está muy claro a partir del siglo XVI, el de Andalucía, se da en el siglo XVIII; y el colmo de los colmos antihistóricos: decir que no hubo invasión sino integración espontánea de la Hispania romana, cristiana y germánica con la cultura árabe, siendo ésta enemiga de toda interculturalidad. Antonio Gala noveliza un revoltijo apologético de maurofilia e islamofilia, que está protegido y divulgado por el nacionalismo andalucista y filoislámico. En su novela, se habla de la absurda falacia16 de la conciencia andalucista de al-Andalus, a la que se considera como algo separado del mundo islámico, y por supuesto, enfrentada con el Cristianismo. En fin, se continúa con la vieja tesis de Américo Castro, que menosprecia el regeneracionismo autocrítico de la Generación del 98 sobre nuestra historia pasada, y trata de suplantarlo por el complejo de culpabilidad de la misma sobre los moros y judíos.
Para la izquierda progresista reaccionaria, el Cristianismo sigue siendo el opio del pueblo, pero cuando se trata del islam, se olvida esa fatua acusación, y también se olvida de que el socialismo marxista, por esencia, se define ateo, laicista, jacobino y masón, enemigo de todo lo religioso. La historia del siglo XX, ha demostrado con hechos, que el marxismo, el comunismo, el socialismo, al igual que el nazismo, han utilizado la religión para sus propios intereses estratégicos y de poder.
II Así, pues, el mito de la armonía cultural y espiritual de las tres culturas en la Edad Media en España, es una invención parahistórica que en la actualidad siguen empeñados en darle un barniz histórico, los intelectuales de la cultura nihilista, las ideologías del relativismo entre las que está el laicismo ultrarradical del socialismo de la alianza de las civilizaciones.
Todos ellos están empeñados en la desvinculación histórica de nuestra sociedad, narcotizada por la ignorancia y el bienestar material de la que se aprovechan ciertos medios de comunicación y de poder, y de lo que viven los ideócratas y seudointelectuales vendidos a los mismos. Cualquier historiador o medievalista serio, sabe que la historia de la Edad Media en España, desde la invasión del islam en el año 711 dC (siglo VIII) hasta la expulsión del mismo en 1492(siglo XV) por los Reyes Católicos Isabel I de Castilla(1451-1504) y Fernando II de Aragón(1452-1516), fue una lucha, con mayor o menor virulencia según la circunstancias históricas, para recuperar los territorios de Hispania, perdidos por culpa de las nefastas políticas defensivas de los reyes godos.
Este mito ha tratado de utilizar y utiliza falsariamente, a Alfonso X el Sabio (1221-1284) quien en la Escuela de Traductores de Toledo y en el Estudio y Escuela de latín y árabe que fundó en Sevilla, reunió a profesores e intelectuales de las tres grandes religiones monoteístas y de todas las nacionalidades, por eso ha sido calificado como “el gran emperador de la cultura” 18 de la Europa del siglo XIII.
Algunos de esos colaboradores sin duda que fueron árabes musulmanes. Pero la colaboración de de intelectuales musulmanes, la llevó a cabo Alfonso X, más por razones pragmáticas que por un intercambio intercultural e interreligioso. Recurrió a ellos para conocer ciertas ciencias como la medicina19. Y si mandó que se tradujera el Corán al Castellano, lo hizo más bien para conocerlo y refutarlo desde el Cristianismo. Él conocía cuáles eran los límites y los riesgos entre las tres religiones monoteístas, sobre todo con el islam. En todo caso, cabría hablar de una tolerancia relativa20 porque los musulmanes y cristianos del siglo XIII, se soportaron pero nunca se llegaron a entender.
La progresía indocumentada, ignora conscientemente, lo que dice Alfonso X en sus libros como el de Las siete Partidas. Cuando el islam invasor entraba en decadencia, les advierte a los moros y a los judíos que se han de atener a las normas jurídicas del reino castellano-leonés: “Que los judíos et moros de nuestro señorío, que ninguno dellos non sea osado en denostar á nuestro Señor Jesucristo en ninguna manera que seer pueda, nin a Santa María su madre nin a ninguno de los otros Santos (...)”. El mismo Alfonso X, considera a Mahoma como falso profeta, fundador de una religión que había acabado con la “pax goda”. Alfonso X, lo que llevó a cabo, fue una guerra ideológica contra el islam. A través de sus libros de historia y de su literatura, pone en evidencia los errores teológicos del islam.
Este rey de Castilla, como intelectual, era consciente del daño cultural y sociopolítico que había supuesto la invasión del islam en la Hispania visigótica. Alfonso X, más dado a la artes de las letras que al de la guerra contra los invasores, su labor se centró en recuperar y revitalizar la cultura romana, cristiana y visigótica, para de este modo, reengancharla a los mismos niveles de Europa, que no sufriría los impactos terroríficos de la invasión islámica, hasta el siglo XVI, con el imperio otomano de los turcos. Se olvidan, pues, los eruditos de la progresía indocumentada, que Alfonso X, sabía muy bien que el islam, justificándose en la “yihad”, en la guerra santa, pretendía imponerse sobre cualquier creencia. Ejemplo de ello fue el almorávide Yusuf ibn Tasufin (1084-1143). Éste emperador norteafricano, como el dictador del califato de Córdoba, Almanzor (938-1002), o el califa Abd ar-Rahmán III (912-961), a los cristianos mozárabes que permanecían en los reinos de taifas, les dio dos alternativas, la conversión al islam o la muerte, provocando un genocidio, el exilio o la esclavitud.
Prueba de todo lo contrario fue la misma ciudad de Toledo, que por los siglos XI-XII, desde el Rey de León y Castilla, Alfonso VI (1040-1109), los reyes de Castilla la habían convertido en el centro de tolerancia y convivencia de las tres religiones monoteístas, cosa que no ocurrió así durante los siglos que estuvo en manos del islam, como también pasó en otras ciudades de al-Alandalus. Cuando Toledo, sucumbió como reino de taifa, a los musulmanes se les dio la alternativa de emigrar en paz o quedarse conservando sus propiedades21. Claro, que esta tolerancia, es matizada, ya que era una estrategia que llevó a cabo Alfonso VI y Alfonso X, para ir recuperando los territorios que aún estaban en manos de los reinos de taifas. De este modo la Escuela de Traductores de Toledo (siglo XII) y los monasterios, se convirtieron en los centros del apogeo cultural de los reinos cristianos, frente a la decadencia cultural de al-Andalus por culpa de las invasiones norteafriacanas22.
Toda la cultura milenaria acumulada en el Mediterráneo, se transmitió de aquí por la Europa occidental. Y en España como en Francia, Italia y Alemania, nace el Arte Románico (s.XI-XIII) y por ella se va extendiendo, posteriormente, el Arte Gótico (s.XII-XVI), prueba de una fecundidad cultural y de la siempre unidad cultural de Europa. No ocurrió nada similar en los territorios invadidos de al-Alandalus. Lo único relevante de su aportación cultural fue la arquitectura religiosa o militar, que se ha conservado gracias a que los reconquistadores cristianos conservaron monumentos tan extraordinarios como la Alhambra de Granada o la Mezquita Catedral de Santa María de Córdoba, porque el arte mudéjar siempre fue una arquitectura reducida al ámbito de la arquitectura culta y erudita y no se concretó en las construcciones populares musulmanas.
Ellos mismos destruyeron monumentos tan suntuosos como el palacio de Almanzor de Madinata al-Zahra, mandado arrasar por el califa Muhammad II (1009-1010). Y el propio Almanzor mandó pegar fuego a la biblioteca del califa Al-Hakam II (915-976), para demostrar que él era un musulmám piadoso y que un musulmán no necesitaba de ella sino sólo del Corán.
Y en tiempos de la invasión de la secta de los almorávides, se ordenó quemar los libros de uno de los más valiosos teólogos del islam, como era Al-Gazali (m.1111). Y después, con la invasión de la secta de los almohades, las ciencias y toda la cultura de al-Alandalus, tras que era mucho más inferior a la cristiana y judía, se hundió en el abismo, porque llevaron a cabo la misma práctica: la prohibición de la lengua romance y la quema de libros y la persecución de intelectuales como el filósofo musulmán aristotélico Averroes (1126-1198) o el médico y filósofo judío, Rabí Moisés el Egipto, mas conocido como Maimónides (1135-1204), ambos tuvieron que exiliarse para no someterse a las imposiciones del islam. El islam ortodoxo, siempre ha condenado, prohibido y perseguido la “bid à”, es decir, la creación poética y literaria, o la invención artística, científica y cultural, ya que la considera peligrosa para su religión.
Ni la mayor plenitud de riqueza, que fue el Califato de Córdoba de Abd ar-Rahmán III (siglo X), no vino ni de la agricultura, ni del comercio, ni de la ganadería, que eran llevados por judíos, cristianos mozárabe y muladíes, y ni por su puesto tampoco vino de la cultura, la riqueza que alcanzó el Califato. Procedía, como siempre, de los tributos y de los botines de guerra de las continuas aceifas y campañas contra los reinos cristianos, y sobre todo, de la esclavitud.
El islam, moral y legalmente permite la esclavitud, y ello llevó a que el Califato se convirtiera en el mayor centro del comercio de seres humanos, de todo Occidente, de esclavos cristianos y africanos y de esclavas. La convivencia pacífica en el al-Andalus, no fue así, porque desde la invasión del islam, éste obligaba a los vencidos a la conversión, a la esclavitud, o la confiscación y al saqueo de todos los bienes y al pago de tributos. Tras la invasión del islam, las clases sociales tan ricas y variadas de la herencia romana, cristiana y germánica, quedaron dilapidadas en al-Andalus, apareciendo: la aristocracia árabe de los musulmanes vencedores que se creían superiores a los vencidos cristianos (mozárabes) y judíos y también con el paso del tiempo, discriminaron a los musulmanes hispanos(los muladíes).
Con los reinos de taifas, divididos por cuestiones raciales, aparecen dos clases guerreras y advenedizas, son las sectas de los almorávides y de los almohades que invaden la Península, y con los últimos invasores, llegan los también norteafricanos, los benimerines. Hablar, pues, de convivencia pacifica, sobre todo por parte de algunos mitómanos y progresistas indoctos del idílico al-Alandalus, es un absurdo antihistórico, porque en él, lo que se daban eran unas constantes luchas raciales y continuas guerras civiles entre los mismos invasores islámicos, y por supuesto, una irrenunciable “yihad” , guerra santa, contra los infieles de los reinos cristianos de Hispania.
La intolerancia no fue el estilo de los reyes hispanos en relación con el enemigo vencido. Así, todos los historiadores están de acuerdo en que la capitulación del reino nazarí de Granada en 1491, no supuso la vejación y humillación del vencido sino que los Reyes Católicos, dieron libertad a los musulmanes para que decidieran regresar a África, o bien vivir donde desearan, así como practicar su religión, y mantener sus costumbres y leyes. Esta tolerancia religiosa no se practicó con los judíos que, aunque colaboraron en las primeras invasiones con el islam, como no se convirtieron fueron injustamente expulsados de España en 1492.
Tampoco esta tolerancia se llevó con los mismos derechos para los cristianos porque estaban vigilados por las limitaciones del poder político-religioso de la Inquisición. Sin embargo, con el paso del tiempo estos privilegios de los musulmanes no sirvieron para que se integrasen en la sociedad, y ante su comportamiento violento y guerrero, se les dio la alternativa: o convertirse, o marcharse de los reinos de Castilla y León.
Mientras que los judíos conversos sí se integraron, los musulmanes convertidos no lo hicieron. En los siglos posteriores, los moriscos seguían soñando con recuperar al-Alandalus, y para ello llegaron a colaborar en el siglo XVI con el Imperio Turco Otomano y los piratas bereberes. Reiniciaron la guerra santa contra los cristianos, y hasta el siglo XVII, con Felipe III, no se decretó la expulsión definitiva de los moriscos de España.
Otra evidencia de no querer la integración religiosa y cultural entre los vencederos islámicos y los vencidos cristianos y judíos, fue la prohibición, en tiempos del emir de Córdoba, Abd ar-Rahmán II(788-852), del romance y del latín, obligando a los cristianos mozárabes, judíos y a los conversos musulmanes españoles, a que hablaran sólo el árabe. Ello obedecía a que para el islam, “la lengua de la Revelación coránica era inmutable y eterna, como el mismo Dios y su Libro”. El bilingüismo, que siempre es una fuente de riqueza cultural, quedó prohibido políticamente, y quien no lo hiciera estaba sentenciado a no vivir tranquilo. Este odio a la “aljamía”, a la lengua bárbara, para ellos, del castellano, provocó una aculturación progresiva del islam, al no querer integrarse con la cultura de España. Y no sólo esto, sino que a los cristianos mozárabes se les prohibió construir iglesias, utilizar las campanas, en definitiva, la práctica publica de su religión, igual que ocurre ahora en muchos países de África y Asia, donde el islam es la religión mayoritaria y continua con las persecuciones. Estas represiones despóticas y discriminaciones religiosas y raciales, condujo a que los mozárabes y judíos, huyeran hacia los reinos cristianos que cada vez más avanzaban en la Reconquista de los territorios de Hispania.
Tras lo dicho, ya va siendo hora que dejemos de aceptar acríticamente, supersticiosos mitos, leyendas negras, cuentos chinos y cuentos árabes, tópicos manidos, falsedades y manipulaciones de alianzas de civilizaciones laicistas e islámicas, que casi siempre apuntan contra la Civilización de Occidente, contra la cultura cristiana y contra la Iglesia Católica. La verdad histórica, más tarde o más temprano, aparece para desterrar los prejuicios, las mentiras ideológicas y las fantasías literarias que han demostrado su irresponsabilidad e inoperancia, y sobre todo, su fracaso en la Historia del pensamiento y de la cultura..
De Don Diego Quiñones Estevez
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