Lo que comenzó con la regularización de signos externos, aprobando la ley contra el burka, le siguen otras propuestas con la finalidad de respetar el “estado laico” que identifica a los franceses y que últimamente está perdiendo rigor al admitir y complacer a los seis millones de musulmanes que practican el islam que no tiene nada de laico.
Entre esas propuestas destacan: prohibir el rezo en la calle, rechazar un médico por sexo o religión o evitar tener que confeccionar menús especiales en los centros escolares con motivo de la religión, también se habló de revisar las financiaciones de los centros religiosos musulmanes o la imposición de los empresarios, que hasta ahora ceden a las exigencias de sus trabajadores por causas religiosas (como podría ser la hora del rezo).
El islam y el debate sobre el laicismo en Francia
Por: Antonio Pérez Omister
En 1905 los franceses desterraron los símbolos religiosos de las escuelas y edificios públicos, un orgullo laico que hoy es menos neutral de lo que parece. Mientras los católicos se sienten discriminados en su propio país, el Estado se ha replanteado en los últimos años financiar con dinero público la construcción de mezquitas, al tiempo que se permite a los musulmanes rezar en plena calle y se les consiente el absentismo laboral con motivo del ayuno del Ramadán.
No obstante, los 6 millones de musulmanes residentes en Francia creen que su religión está tan discriminada como ellos mismos. Lo que no mencionan estos musulmanes es que en sus países de origen el cristianismo está, sencillamente, prohibido y perseguido.
En 2005, el Gobierno francés, profundamente dividido en torno al tema de la secularización, y aún desconcertado por los recientes disturbios y actos vandálicos en los que participaron miles de jóvenes inmigrantes musulmanes, prefirió no celebrar el centenario de una ley que en múltiples ocasiones ha incomodado a los católicos franceses, pero que es ahora, cuando es rechazada por la ruidosa comunidad musulmana, cuando parece más políticamente incorrecta e injusta que nunca.
El rescate de la vieja ley que establece la separación entre Iglesia y Estado, fue objeto de muchos titulares nacionales e internacionales cuando se utilizó para prohibir el uso de los velos musulmanes en las escuelas públicas francesas. Proclamada por primera vez en diciembre de 1905, la ley otorga a todos los ciudadanos libertad religiosa absoluta en un país que practica predominantemente la fe católica romana, al tiempo que prohíbe el apoyo económico estatal a cualquier religión.
En ningún otro lugar del mundo se ha aplicado esta separación del Estado y la Iglesia con tanto esmero y ahínco como en Francia, donde las escuelas públicas y edificios del Gobierno se mantienen libres de cualquier símbolo religioso ostensible. Esto no impidió, no obstante, que en 1996 Francia celebrase los mil quinientos años desde la conversión de Clodoveo, rey de los francos, al catolicismo.
El concepto francés de laicismo se ha convertido en parte integral de la identidad de la República francesa, que en teoría no admite diferencias por motivos de sexo, raza o credo. Aunque, como sucede en España, que básicamente ha importado el modelo francés, esa discriminación puede llevarse a la práctica siempre que sea de forma “positiva”. Es decir, premiando con una tolerancia inusitada al islam, al tiempo que se es absolutamente inflexible en la aplicación de la ley con los propios católicos.
Ahora los franceses están reevaluando su concepto de laicismo. Sobre todo tras los violentos disturbios que vienen protagonizando los musulmanes en los últimos años, desde que se prohibió el uso del velo en las escuelas. Unos disturbios que bien podríamos calificar de “algaradas” o tumultos organizados. Los musulmanes residentes en ciudades cristianas ya los practicaban en la España medieval para hacer notar su presencia con un claro propósito intimidatorio.
La comunidad musulmana está jugando hábilmente sus cartas mediante la táctica del “victimismo” que tan buenos resultados le está dando a ambos lados de los Pirineos. Así, la idea de que la discriminación y pobreza que sufren los inmigrantes magrebíes y sus descendientes se debe al rechazo de la xenófoba sociedad autóctona del país de acogida, mayoritariamente cristiana, ha calado profundamente entre la clase política y ha permeabilizado a la propia sociedad europea a la que se acusa de practicar la marginación sistemática de los musulmanes, generando una especie de sentimiento de culpabilidad. Hasta tal punto esto es así, que muy pocos son los que se plantean si el esfuerzo de integración de esos inmigrantes magrebíes ha sido todo lo sincero que cabría esperar.
En el país vecino, esta situación ha generado llamamientos a la “tolerancia” desde sectores provenientes de todo el espectro político francés a favor de una interpretación menos rígida de la ley de 1905. Eso sí, sólo en lo tocante al islam. La separación entre el Estado y la Iglesia católica se mantiene estrictamente.
Siendo ministro del Interior, Nicolás Sarkozy desafió abiertamente la prohibición del velo islámico en las escuelas, apoyada por el presidente Chirac. Sarkozy también llevó a cabo una importante campaña de proselitismo a favor del islam, y se mostró favorable a que se destinasen fondos públicos para la construcción de mezquitas y la capacitación de clérigos musulmanes en sus países de origen. Entretanto, Lhaj Thami, presidente de la Unión de Organizaciones Islámicas en Francia, afirmaba que la ley de 1905 no es compatible con el islam, y exigía revisarla sin dilación.
Uno de los argumentos esgrimidos por los musulmanes en Francia es que, mientras se siguen permitiendo los árboles navideños en las escuelas, se prohíbe un “discreto” velo islámico y exigen que Francia actúe en consecuencia con sus verdaderos valores. ¿A qué valores se refiere? Evidentemente a los de su laicismo unidireccional: arrinconamiento de la Iglesia y las tradiciones católicas, y permisividad absoluta con el islam. Hay que señalar que en diversas escuelas públicas españolas, los musulmanes ya han mostrado su malestar por el hecho de que se celebren representaciones navideñas y se canten villancicos. Algunos han ido un poco más allá y han declarado sin tapujos que estas celebraciones les “ofenden” profundamente.
Hay que decir que en los países musulmanes la separación entre religión y estado no se da, y que en todos ellos, en mayor o menor medida, el islam está presente en todos los aspectos de la vida cotidiana de sus ciudadanos. En otros casos, como los de Irán o Arabia Saudí, podemos hablar directamente de auténticos estados teocráticos donde la práctica del cristianismo, u otras religiones, está rigurosamente prohibida.
La prohibición del velo musulmán en Francia fue recibida con rabia y con furia en el mundo musulmán, y con una mojigata incomprensión en el resto de Europa, pero sobre todo en la España de la absurda alianza de civilizaciones, donde las niñas musulmanas no tienen tales restricciones.
En cualquier caso, una buena parte de la ciudadanía europea empieza a dar muestras de cansancio ante la interminable retahíla de reivindicaciones y reproches de la comunidad musulmana, que parece empeñada en hacerse cada día más incómoda, odiosa y antipática.
Las recientes encuestas realizadas en Francia demuestran que una enorme mayoría de la ciudadanía está a favor de mantener la prohibición del velo en las escuelas e, incluso, de extenderla a otros ámbitos. Esto ha llevado al ahora presidente Sarkozy a replantearse sus postulados proislamistas de antaño.
El detonante para este cambio de postura ha sido que empieza a percibirse en Francia que existe una fuerte presión contra las niñas y mujeres musulmanas que prefieren no utilizar el velo e integrarse al modelo de vida occidental. Asimismo, un sector importante de musulmanes practicantes exigen al Gobierno francés separar a las niñas de los niños en las clases de educación física y natación, o retirar a las niñas de las clases de biología. Pero esto sólo son los primeros pasos para alcanzar un propósito final: negar la educación a las mujeres. Pretensión que ya se ha dado en Reino Unido, donde la colonia de inmigrantes musulmanes es aún más radical en sus exigencias que en Francia o Alemania.
Uno de los primeros políticos franceses que se pronunció en contra de una interpretación estricta de la ley de 1905 fue Sarkozy, que propuso facilitar la financiación pública a las comunidades musulmanas, declarando que éstas no cuentan con los recursos financieros que obtienen las comunidades cristianas y judías, y que una ausencia de apoyo por parte del Estado, las haría susceptibles de recibir donaciones provenientes de los fundamentalistas en el extranjero. Una vez más, se trataba de ceder ante el trágala de la amenaza velada. Ahora Sarkozy cambia su discurso y da un giro a la derecha. ¿Qué ha motivado ese cambio de actitud?
La emigración tiene un significado religioso esencial para el buen musulmán. Es un acto místico que persigue obedecer los designios de Dios, pues esta emigración comporta también un elemento apostólico. El buen musulmán no sólo debe mantener su fe, sino que ha de imponerla en las tierras de acogida. Incluso por la fuerza si ello es necesario. Con lo que la cacareada “emigración” se convierte en una auténtica “invasión” encubierta en la que el invasor intenta imponer sus usos y costumbres, y no hace absolutamente nada por integrarse. El buen musulmán, ante la disyuntiva de permanecer fiel a su fe, o integrarse en la sociedad occidental de acogida, elige la autoexclusión y, al mismo tiempo, lamenta amargamente la “incomprensión” de quienes le han admitido generosamente en el seno de su comunidad. De ahí que, dos y hasta tres generaciones después de haber nacido en el país de acogida los hijos de esos primeros inmigrantes musulmanes, sus hijos sigan sintiéndose discriminados.
No debemos dejarnos influir por el discurso victimista de unos intolerantes que constantemente nos chantajean apelando a nuestra bobalicona tolerancia. Las concesiones que hoy hagamos al islam, serán los eslabones de las cadenas que nos oprimirán mañana. Va siendo hora de que exijamos a quienes vienen a compartir nuestra tierra, que hagan un esfuerzo por comprendernos y que se muestren menos intransigentes. Nadie les pide que vengan. Y una vez que han venido, casi todos de forma ilegal, nadie les exige que abjuren de su fe y que abandonen sus costumbres. Sólo les pedimos que no intenten imponérnoslas, porque fracasarán estrepitosamente.
Y, ya puestos a ser tolerantes, que permitan a quienes deseen abandonar el islam, ya sean éstos hombres o mujeres, que puedan hacerlo libremente. Del mismo modo que nosotros permitimos abrazar esa religión a quienes desean hacerlo según su libre albedrío.
Siglo XXIcom
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