Supervivientes del atentado de este domingo contra dos iglesias kenianas relatan a ABC la masacre en el lugar de los hechos
Diez y veinte de la mañana del pasado domingo. En las entrañas de la Africa Inland Church, una pequeña iglesia situada en la localidad de Garissa, al noreste de Kenia, es tiempo de liturgia y celebración para cerca de 150 feligreses. Apenas sesenta segundos después, el tabernáculo comienza a retorcerse entre lágrimas.
«Al
principio pensaba que alguien estaba lanzado piedras contra el tejado»,
destaca a ABC Joseph Munyambu, quien desde hace décadas se encarga del
cuidado del centro. En sus ojos, el horror del equívoco todavía es
visible. «Poco después de explosionar dos granadas, tres hombres
vestidos de uniforme militar (otra fuentes aseguran que se trataban de
cuatro) comenzaron a abrir fuego contra los feligreses que estábamos en
el interior», destaca este menudo anciano, en cuya camisa todavía se
muestran visibles las marcas de la masacre. «No he tenido ni tiempo de
limpiar las manchas de sangre», se lamenta. Nadie le culpa.
«Todo era un caos. Los primeros en caer fueron tres niños que fueron ejecutados como animales con varios disparos en la cabeza y el pecho.
Después, los terroristas comenzaron a ordenar que nos apiláramos contra
uno de los muros de la iglesia. Yo, sin embargo, me escondí entre los
bancos rezando para que todo acabara».
Quince
minutos después, las plegarias del bueno de Joseph encuentran respuesta
y los atacantes huyen hacia un vehículo. Su balance no puede ser más
atroz: diecisiete personas fallecidas y más de 60 heridos.
Víctimas,
con nombre y apellidos: Issa Mohammed Aden. Musulmán. Transferido hacía
tan solo unos días desde la capital -Nairobi- por los mandos
policiales, era uno de los encargados de la vigilancia del centro. Fue
ajusticiado a la entrada.
La
joven Anne Kaleli, cristiana, tuvo más suerte. «Apenas un disparo en la
pierda», sonríe a la cámara apostada en una camastro del principal
hospital de Garissa. A su lado, Joseph Mutunga, párroco del centro, aún
no se explica lo ocurrido.
«¿Por qué? Ésa es la gran pregunta que nos hacemos todos. Nosotros solo somos hombres de paz», destaca a este diario.
Desconocidas
las causas morales, de la autoría no queda ninguna duda. El del domingo
es el primer incidente severo contra una iglesia del país desde que
tropas del Ejército de Kenia se adentraran, el pasado mes de octubre,
100 kilómetros en Somalia, como medida de castigo a los últimos
secuestros de extranjeros protagonizados en la frontera (entre ellos, el
de las españolas Montserrat Serra y Blanca Thiebaut).
En
respuesta, Sheikh Ali Rage, portavoz y número dos de la milicia
islamista de Al Shabab, advirtió que Kenia debería «afrontar las
consecuencias» por haber «comenzado la guerra» con el despliegue de sus
tropas en territorio somalí.
Precisamente, ayer, tan solo veinticuatro horas después de producirse la masacre, Al Shabab asumía en uno de sus principales foros (Al Kataib) la autoría
de «las ofensivas militares de la ciudad de Garissa» (de forma paralela
al atentado en la Africa Inland Church, el grupo armado llevaba a cabo
un ataque similar en otra iglesia de la ciudad, aunque sin víctimas
morales).
«Nunca
antes habíamos tenido un problema con nuestros hermanos musulmanes. La
convivencia entre comunidades es perfecta», destaca el párroco Mutunga.
«Simple terrorismo»
A
solo un par de kilómetros de estas palabras, y entre excelsas medidas
de seguridad, Mohammed Bishar, de las asociación de jóvenes islámicos,
reiteraba también su convencimiento a este diario: «Estos ataques no pueden ser calificados de guerra entre religiones, tan solo de simple terrorismo. Pero no vamos a ceder».
Y
las palabras parecen traducirse en hechos. Ayer, centenares de
musulmanes (situada en las cercanías de Somalia, la mayor parte de la
población de Garissa profesa este credo) hacían cola en los centros
médicos para rendir pleitesía a los supervivientes de la masacre.
De los atacantes, eso sí, ni rastro. «No temo que vuelvan. Ahora estaremos preparados», aseguraba el bueno de Joseph Munyambu.
Mientras,
y con la mirada puesta en el futuro, el pequeño anciano se afanaba a
última hora de la tarde por limpiar la sangre que recorría muros y
suelos de su querida iglesia. En su camisa, las heridas de la masacre
todavía eran visibles: “El próximo domingo, volveremos. Y seremos aún
más. No nos derrotarán”.
Fuente: ABC
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