En el verano (del norte) de 2005, asistí a la ceremonia de su graduación en una universidad de Amsterdam. Samira recibió un diploma de pedagogía y una puntuación de 10 (la más alta posible) para su tesis. Es el el lado alegre de la historia, que tiene también su lado trágico. Cuando llegué a la ceremonia, fui recibida como el resto de invitados en el área de recepción afuera del auditorio donde ésta tendría lugar. Reparé en los afortunados, un total de 35 estudiantes, agrupados en torno a unos puestos de café. Familiares y amigos les acompañaban, charlando, con regalos y flores envueltas en celofán. Padres y madres orgullosos, vergonzosos hermanos y hermanas, novios y novias felices de estar allí para asistir a este evento familiar.
En el puesto de Samira no se veía a nadie de su familia: ningún hermano, ni hermana, ni primo, ni sobrino, ni sobrina. Dos años antes, Samira tuvo que fugarse de casa porque quería vivir en una casa de estudiantes como sus amigas holandesas Sara y Marloes. En casa, compartía habitación con sus familiares y no tenía vida privada. Cada movimiento que hacía era vigilado por su madre y hermanas; fuera de casa, quienes vigilaban eran sus hermanos. Todos querían asegurarse de que, bajo ninguna circunstancia, Samira iba a occidentalizarse.
Samira soportó una terrible violencia física y psíquica en casa. Su familia siempre tenía un pretexto para cuestionarla, meterse con sus cosas y prohibirle poner un pie en la calle. La golpeaban frecuentemente. Corrió el rumor en su comunidad de que tenía un novio holandés. Los golpes en casa arreciaron. Samira no pudo soportarlo más y se marchó. Poco después, en el verano de 2003, se puso en contacto conmigo. Fui con ella a la policía para hacer una denuncia contra sus hermanos, que la habían amenazado de muerte. Según ellos, la muerte de Samira era el único modo de vengar la vergüenza que había traído a la familia al dejar la casa paterna.
La policía dijo que no podían hacer nada excepto archivar la denuncia. Dijeron que habían miles de mujeres como ella y que no era deber de ellos el intervenir en asuntos familiares.
Desde que se fugó, Samira ha estado escondiéndose, cambiando de domicilio y amparándose en la generosidad de desconocidos. Es valiente y enfrenta la vida con fuerte optimismo. Samira lee sus libros de texto, hace sus deberes y entrega sus trabajos a tiempo. Acepta invitaciones de Sara y Marloes a fiestas de estudiantes y hace un esfuerzo por pasárselo bien. Pero, a veces, tiene una mirada triste dibujada en su rostro que revela sus preocupaciones. A veces llora, y confiesa que le gustaría tener una vida diferente, más parecida a la de sus amigas holandesas. Hoy, en cualquier caso, en el día de su graduación, Samira está radiante, agarrada a su diploma y devolviendo los besos de sus amigos. Aunque sus preocupaciones están lejos de haber terminado. No tiene dinero; tiene que encontrar un trabajo, y con su nombre marroquí no le será nada fácil en Holanda; tiene que encontrar un nuevo sitio para vivir; vive con el miedo permanente a ser descubierta por sus hermanos y ser asesinada por ellos. No es ninguna broma, puesto que el área de La Haya y en el sur de Holanda, 11 chicas musulmanas han sido asesinadas por sus propias familias entre octubre de 2004 y mayo de 2005 por ''ofensas'' similares a las que se atribuyen a Samira.
En mi mente, hay tres categorías de mujeres musulmanas en la sociedad holandesa. Imagino que esta distinción se puede aplicar también al resto de países europeos con grandes poblaciones musulmanas. Primero, están las chicas como Samira: fuertes, determinadas, inteligentes, deseosas de tener una oportunidad de diseñar su futuro en una senda escogida por ellas mismas. Se enfrentan a numerosos obstáculos mientras intentan integrarse en la sociedad occidental, y algunas perderán su vida intentando conseguir sus sueños.
Después están las chicas y mujeres que son muy dependientes y están apegadas a sus familias pero que, con inteligencia, consiguen llevar una doble vida. En vez de enfrentarse a sus familias y discutir sobre su adhesión a las costumbres y religión, estas chicas usan un método más diplomático. Cuando están con la familia (en el más amplio sentido de la palabra, que incluye a su comunidad), se ponen el velo y obedecen al antojo de sus parientes. Pero fuera de casa, llevan una vida como cualquier mujer occidental: tienen un trabajo, se visten a la moda, tienen novio, beben alcohol, asisten a fiestas y se las apañan para pasar un tiempo lejos de casa de vez en cuando.
El tercer grupo son totalmente vulnerables. Algunas de estas chicas son importadas como novias o criadas desde los países de origen de los inmigrantes con los que vienen a vivir. Algunas son hijas de las familias más conservadoras. Chicas sacadas de la escuela cuando alcanzan la pubertad y que son encerradas en sus hogares. Sus familias salen indemnes de esta moderna clase de esclavitud porque las autoridades rara vez reparan en estas jóvenes mujeres. Chicas que han sido educadas para ser absolutamente obedientes: harán todas las labores del hogar sin rechistar. Sus voluntades individuales se someten a la servitud aprendida en casa de sus padres, que ponen en práctica en casa de sus maridos o las casas de quienes las importan y las esclavizan. Apenas saben leer o escribir. Cuando se casan, cargan generalmente con tantos niños como les permita su fertilidad. Cuando abortan, la mayoría lo toman como la voluntad de Dios, no como resultado de su falta de salud por ausencia de cuidados médicos, que suelen evitar conforme a la religión de sus padres.
De un tiempo a esta parte vengo diciendo que la manera más efectiva que tienen los gobiernos de la Unión Europea para manejarse con sus minorías musulmanas es fortalecer a las mujeres musulmanas que viven dentro de sus fronteras. La mejor herramienta para fortalecer a estas mujeres es la educación. Con todo los sistemas educativos de varios países de la Unión Europea atraviesan una crisis de abandono, particularmente con respecto a los niños inmigrantes. Estamos pagando el precio de mezclar educación con ideología. En cualquier caso, permitidme que insista en el importante asunto de liberar a la mujer de las cadenas de la superstición y las costumbres tribales.
El mayor obstáculo que impide a las mujeres musulmanas dirigir una vida libre y digna es la violencia -física, mental y sexual- cometida por sus familiares cercanos. He aquí una simple lista de la violencia perpetrada sobre niñas y mujeres en las culturas islámicas:
- Las niñas de 4 años son mutiladas genitalmente: algunas de ellas con tan mala fortuna que mueren como consecuencia de infecciones; otras quedan traumatizadas de por vida y sufrirán con el tiempo infecciones recurrentes en sus aparatos reproductivos y urinarios.
- Las adolescentes son apartadas de la escuela a la fuerza y se ven recluídas dentro de casa para detener su escolarización, suprimir sus pensamientos y sofocar su voluntad.
- Las víctimas de incesto o abuso sexual son golpeadas, deportadas o asesinadas para evitar que presenten denuncias.
- Algunas víctimas de incesto o abuso que quedan embarazadas son forzadas a abortar por sus padres, hermanos mayores o tíos para mantener el honor de la familia. En esta era de la prueba del ADN, las chicas podrían demostrar que han sido abusadas. Pero en lugar de castigar a los abusadores, la familia trata a la hija como si ésta hubiera deshonrado a la familia.
- Las niñas y mujeres que protestan por sus maltratos son golpeadas por sus parientes para matar su espíritu y reducirlas a una vida de servitud que llega a extremos de esclavitud.
Muchas niñas y mujeres que no pueden soportar más el sufrimiento se quitan la vida o desarrollan numerosas clases de dolencias psicológicas, incluyendo crisis nerviosas y psicosis. Literalmente, se las vuelve locas.
Una chica musulmana en Europa corre mayor riesgo que las de otras religiones de ser forzada por sus padres a casarse con un desconocido. En este tipo de matrimonio -que, al ser forzado, por definición comienza con una violación-, concebirá niño tras niño. Será un útero esclavizado. Muchos de sus niños crecerán en un hogar con padres que no están unidos por el amor ni interesados en su felicidad. Las hijas pasarán por la vida suyugadas como sus madres, y los hijos -en Europa- dejarán la escuela, atraídos por pasatiempos que van desde holgazanear por las calles al abuso de drogas o el fundamentalismo islámico radical.
Los mandatarios europeos todavía no han entendido el enorme potencial de liberar a las mujeres musulmanas. Están desperdiciando una oportunidad única para hacer de la integración musulmana un éxito en tan solo una generación. Moralmente, los gobiernos necesitan erradicar la violencia contra las mujeres en Europa. Esto dejaría claro a los fundamentalistas que los europeos se toman en serio sus constituciones. Por ahora, la mayoría de los abusadores piensan sencillamente que la retórica occidental sobre la igualdad de hombres y mujeres es cobarde e hipócrita, mientras los gobiernos occidentales toleren el abuso de millones de mujeres musulmanas cuando se les dice que es en nombre de la libertad religiosa.
Las mujeres musulmanas como Samira están preparadas para educar a sus hijos para la vida en una sociedad moderna. Estas mujeres planificarían su familia al lado de un compañero elegido por ellas. Con ello se reduciría el absentismo escolar de sus hijos. Ellas saben valorar la educación e inculcarían su importancia a sus hijos. Valoran el trabajo y aspiran a hacer su contribución a la economía nacional. Ellas proveerían a la maltrecha economía europea de los recursos humanos que ésta necesita. Los hijos de mujeres musulmanas libres están más preparados para desarrollar una actitud positiva hacia las sociedades en las que viven. Aprenderán a una edad temprana a apreciar la libertad y la prosperidad en la que viven y, tal vez, incluso entenderán cuán vulnerables son estas libertades y las defenderán.
¿Por qué son tan lentos los líderes europeos en apreciar el gran papel que las mujeres musulmanas pueden tener en la integración de inmigrantes en la Unión Europea? Parte de culpa puede atribuirse a la pasividad de las universidades y organizaciones no gubernamentales en interceder por los derechos de la mujeres inmigrantes. La comunidad académica condena unánimemente la violencia contra la mujer, tanto cometida por la familia o por el estado, pero es negligente en investigar y proveer el sostén legal necesario y en inculcar a los mandatarios la prioridad de defender los derechos de la mujer.
A pesar de contar con facultades árabes e islámicas, la mayoría de universidades europeas sirven como centros activistas de promoción de la causa palestina, en lugar de investigar y preparar centros para estudiantes musulmanes. Las organizaciones no gubernamentales mantienen un vergonzoso silencio en esta lucha por los derechos humanos. Vale, hay una ONG en Noruega, Human Rights Watch, dirigida por una valerosa mujer, Hege Storhaus. Pero en los países más grandes, ninguna ONG controla el número de asesinatos por honor que se cometen en su territorio, o cuántas niñas son mutiladas, o cuántas niñas son apartadas de la escuela y forzadas a una vida de esclavitud.
Pese a todo, hay lugar para el optimismo. Crece en Europa la alerta ante la extensión y la persistencia de la violencia familiar contra las mujeres y niñas musulmanas, justificada en nombre de la cultura y la religión. Algunos gobiernos han reconocido que deberían emprender acciones para luchar contra éste y otros tipos de violencia contra las mujeres. Todavía nos falta recorrer un largo camino para alcanzar las condiciones en que chicas como Samira puedan dirigir su vida sin miedo. Qué lástima que Europa se ciegue a esta oportunidad de oro que tiene en sus manos."
Ayaan Hirsi Ali
Fuente: AEI
Violencia de género o genericidio
"Mientras preparaba este artículo, pregunté a un amigo judío si era apropiado usar el término “holocausto” para describir la violencia contra las mujeres en todo el mundo. Mi amigo se sorprendió, pero cuando le leí las cifras de un informe de 2004 publicado por el Centro de Ginebra para el Control Democrático de las Fuerzas Armadas, dijo que sí, sin dudarlo.
Una estimación de las Naciones Unidas dice que entre 113 y 200 millones de mujeres en todo el mundo están demográficamente “desaparecidas”. Cada año, entre 1,5 y 3 millones de mujeres y niñas pierden sus vidas como resultado de la violencia de género o la desatención.
¿Cómo es posible esto? Expondré algunos factores:
En países donde el nacimiento de un niño es considerado un regalo y el nacimiento de una niña una maldición de los dioses, el aborto selectivo y el infanticidio acaban con los bebés hembras.
Las chicas jóvenes mueren desproporcionadamente por desatención porque la comida y la atención médica llega primero a sus hermanos, padres, maridos e hijos.
En países donde las mujeres son consideradas propiedad de los hombres, sus padres y hermanos pueden asesinarlas por escoger sus propias parejas. Es lo que se llama muertes “de honor”, aunque el honor no tenga nada que ver con esto.
Las jóvenes novias son asesinadas si sus padres no pagan lo suficiente a los hombres que van a desposarlas. Es lo que se llama muertes “de dote”, aunque no sean muertes justas, sino asesinatos.
El brutal comercio internacional de chicas jóvenes mata un número incontable de ellas. La violencia doméstica es la mayor causa de muerte de mujeres en cada país. Se invierte tan poco en la salud de la mujer que cada año 600.000 de ellas mueren dando a luz. 6.000 niñas sufren mutilación genital cada día, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. Muchas de ellas mueren; otras viven el resto de sus vidas incapacitadas por el dolor. De acuerdo con la WHO, una mujer de cada cinco en todo el mundo será víctima de violación o intento de violación durante su vida.
Lo que está sucediendo con las mujeres y niñas en muchos lugares del mundo es genocidio. Como todas las víctimas, ellas gritan su sufrimiento. Pero no es que el mundo no las escuche; es que prefiere no prestarles atención. Es mucho más cómodo para nosotros ignorar estos asuntos. Y con “nosotros” quiero decir también las mujeres. Muy a menudo, somos las primeras en apartar la vista. Incluso puede que seamos partícipes al favorecer a nuestros hijos y descuidar el cuidado de nuestras hijas. Todas estas cifras son estimaciones; registrar el número exacto de actos de violencia contra las mujeres no es una prioridad en muchos países.
Para salir adelante, existen tres retos:
Las mujeres no están organizadas ni unidas. Aquellas de nosotras en los países ricos que han alcanzado la igualdad ante la ley necesitamos movilizarnos para ayudar a nuestras compañeras. Solo nuestra indignación y nuestra presión política pueden llevar a un cambio.
Los islamistas están empeñados en reavivar y expandir un brutal y retrógrado conjunto de leyes. Donde quiera que los islamistas impongan la shariah o ley islámica, las mujeres son apartadas de la vida pública, se les niega la educación y se les fuerza a una vida de esclavitud doméstica.
Los relativistas culturales y morales cuestionan nuestro sentido de la indignación moral proclamando que los derechos humanos son una invención occidental. Los hombres que abusan de las mujeres exigen su derecho a guiarse por otros valores alternativos -una aproximación "asiática," "africana" o "islámica" a los derechos humanos.
Tenemos que combatir esto. Una cultura que secciona los genitales de las niñas, encadena sus mentes y justifica su opresión física no es igual que una cultura que considera que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres.
Hay tres pasos iniciales que los líderes del mundo podrían tomar para comenzar la erradicación del asesinato en masa de las mujeres:
Un tribunal como la corte de justicia de La Haya debería preocuparse por los 113 a 200 millones de mujeres y niñas desaparecidas.
Un serio esfuerzo internacional debe hacerse urgentemente para contabilizar con precisión la violencia contra niñas y mujeres, país a país.
Necesitamos una campaña mundial para la reforma de las culturas que permiten estos crímenes. Comencemos por decir sus nombres y avergonzarlas.
En los dos siglos pasados, los occidentales han ido cambiando gradualmente el modo de tratar a las mujeres. Como resultado, Occidente disfruta de una mayor paz y progreso. Mi esperanza es que el Tercer Mundo se embarque en este esfuerzo. Así como pusimos fin a la esclavitud, debemos acabar con el genericidio."
Ayaan Hirsi Ali
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