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26.1.11

Una alemania menos alemana

En España empezamos a tener los primeros conflictos con los musulmanes por razones obvias como es el desinterés por integrarse en nuestra sociedad, la dificultad para adaptarse a nuestras costumbres, por no hablar de la imposibilidad de aceptar nuestras leyes puesto que sus leyes “La Sharia” es una ley impuesta por su Dios.
De modo que se mire como se mire lo cierto es que los problemas con esta comunidad avanzan a medida que el número de musulmanes se incrementa en nuestras ciudades, pasando de ser una minoría invisible y silenciosa a ser un numero considerable que intenta imponer e imponerse, hasta me atrevería a decir que se “pitorrean de nosotros y nuestra tolerancia” ya que para ellos solo demuestra y así lo consideran como un signo de debilidad.

Pero no acaba en España el problema con los musulmanes, algunos países europeos están en peores condiciones. Hace poco publicamos en este Blog un fantástico articulo recogido en el Magazine de la Vanguardia sobre Suecia, sugiero que si no lo habéis leído lo intentéis, vale la pena, tener en cuenta y no olvidéis nunca que lo que sucede ahora en Europa, es lo que sucederá en un par de años en nuestro país.
Suecia ya no es el oasis de tolerancia que fue en otros tiempos con los musulmanes

Hoy vamos a conocer como Alemania la gran defensora del multiculturalismo, ya que prácticamente fue el primer país de Europa donde llegaron los primeros musulmanes, en este caso los turcos, tiene graves problemas con este colectivo hasta el extremo que la propia Angela Merkel en un alarde de sinceridad a llegado a rendirse a la evidencia declarando que “el Multiculturalismo ha fracasado en Alemania”


El Estado europeo pionero en acogida de trabajadores extranjeros, Alemania, ha admitido públicamente, con una cierta sorpresa y horror, que la integración de su inmigración no es tal. “El multiculturalismo ha fracasado”, reconoció la canciller Angela Merkel en octubre, ante la evidencia de que hay extranjeros que tras años en el país no hablan alemán. El debate social sobre qué hacer está abierto


Familias de diferentes culturas pasan la tarde del domingo en el paseo del Rin en Dusseldorf

Alemania ha descubierto ahora una realidad: es un país de inmigración. Y es una realidad conflictiva, menos confortante que la de pensar y creer que los inmigrantes llegan, trabajan, ahorran y regresan a sus países. Los inmigrantes no están de paso”, diagnostica Ulrich Kober, experto en inmigración de la Fundación Bertelsmann.

Es curioso: el Estado de Europa pionero en la acogida de extranjeros por motivos laborales ha descubierto ahora que forman parte de su paisaje humano y –horror– muchos de ellos ni siquiera hablan alemán aceptablemente.

Les queda la palabra. Impresa. La caída de Damasco de los alemanes tiene nombre y apellidos: Alemania se disuelve, el libro del que se han vendido más de un millón de ejemplares. Está escrito por Theo Sarrazin, consejero a la sazón del Bundesbank –el banco central de Alemania, una de las instituciones sobre las que descansan el prestigio y el orgullo nacional–, socialdemócrata, que se vio obligado a presentar la dimisión por el alboroto que levantaron sus tesis: los cuatro millones de musulmanes –el 5% de la población– no han sabido integrarse en la sociedad que les ha acogido y será complicado que lo hagan en el futuro. Lectores aparte, Sarrazin no está solo: una tercera parte de los ciudadanos cree que una Alemania sin islam sería mejor, según una encuesta de la fundación Friedrich-Ebert, en la órbita socialdemócrata.

De la palabra, de eso viven los empleados de la Mayersche Droste, un hipermercado de la literatura en el centro de Dusseldorf. Como Rolf Keusser, responsable del departamento de ficción y capaz de citar autores españoles que el periodista ni conocía. Un alemán viajado. No ha leído el libro de Sarrazin porque su mundo es la ficción. Keusser guía al periodista a una sección de esta gran librería dedicada a… inmigración.

Junto al libro de Sarrazin, destaca otro éxito de ventas: El final de la paciencia. Su autora, Kirsten Heisig, era una juez de menores en Berlín que se quitó la vida días antes de la publicación del libro, suerte de memorias en las que describe “la capital que no ven los turistas” y en la que aparecen menores traídos de Palestina y Líbano para vender droga en las calles de Berlín, aprovechando una cierta impunidad legal. La autora se desespera al ver cómo la red de protección social alemana es incapaz no ya de reeducarlos sino siquiera de controlar a estos chavales.

Una calle comercial de Oberbilk, el barrio con más inmigración de Dusseldorf, y mujeres musulmanas en el interior de un tranvía en esta ciudad

Rolf Keusser repasa algunos de los libros sobre inmigración, que parecen dividirse entre los que critican el buenismo de la multikulturi (un concepto acuñado por los Verdes en los años 80 como réplica a la Leit Kultur, la cultura dominante, cristiana y autóctona) y los que prometen recetas para una integración exitosa con fotografía de alemanes que han triunfado pese a sus raíces musulmanas. Herr Keusser cree que el libro de Sarrazin marca el antes y el después de todo. “Hay puntos desagradables –opina–, pero también muchos aspectos de los que todo el mundo habla ahora. Yo tampoco entiendo que haya turcos que llevan 30 años en Alemania y no sean capaces de hablar alemán. No dan la sensación de que se quieran integrar. Y luego está el problema de la religión. Tampoco los indios o los chinos que viven aquí son cristianos y no hay problema. Con el islam, el problema es la mujer. Mi mejor amiga es maestra, en Moenchengladbach, tiene 28 niños en clase de los que 16 son musulmanes. Cuando pide a algunos padres que acudan para comentar cosas que no van bien, muchos progenitores no la toman en serio porque es mujer.”

Este es el tipo de quejas que abundan hoy en día y sintetizan lo que un sector de la sociedad exige a los inmigrantes: obligación moral de hablar alemán y respeto a la Constitución –que nadie se engañe, se trata de que no haya casos, supuestos o excepciones, que justifiquen el trato discriminatorio a las mujeres y va dirigido a un sector de esos cuatro millones de musulmanes, mayoritariamente turcos–.

Una joven turca se prueba vestidos para su boda en una tienda de Marxloh, una de las localidades que tienen mayor porcentaje de inmigración de Alemania

La sociedad alemana parece decidida a aceptar, finalmente, que este es un país tan de inmigrantes como Estados Unidos o el Reino Unido. La canciller Angela Merkel se ha pronunciado, con matices. “El multiculturalismo ha fracasado, ha fracasado totalmente (…) Quien no aprenda alemán inmediatamente no es bienvenido”, proclamó el 16 de octubre ante las juventudes democristianas en Postdam.

Desde la publicación a finales de agosto de Alemania se disuelve, el debate público está dominado por la inmigración –y no precisamente la de los españoles o los vietnamitas, casos modélicos al decir de varias fuentes oficiales–. “Lo sorprendente del efecto Sarrazin es la amplitud de la controversia. Y su característica. Antes, en los pasados años 90, el debate sobre la inmigración era muy pragmático, hoy es muy emocional”, afirma Anton Rutten, director de Inmigración en el Ministerio de Trabajo e Inmigración del land de Renania del Norte-Westfalia.

Una pareja alemana y una turca se hacen fotografías al caer la tarde en el paseo junto al Rin en Dusseldorf 

Alemania, más determinante que nunca en el curso de la Unión Europea, da muestras de impaciencia, pero está lejos –el pasado obliga y pesa, positivamente– de articular un partido xenófobo como los que irrumpen a su alrededor: Holanda, Suecia, Dinamarca, Hungría, Austria; Suiza y sus referéndums que rechazan los minaretes; o la República Francesa, donde nada ha hecho desaparecer del mapa político de los últimos 25 años al Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen.

La gran noticia para el prestigio de Europa es que Alemania resiste… “A pesar de este malestar, la cultura democrática es todavía muy fuerte en este país, pesa la conciencia del pasado nazi. Eso nos distingue de otros países. Pero sí hay un potencial xenófobo, está ahí, como en Holanda. Vamos a ver qué pasa. Yo no daría garantía de que no puede crecer el voto xenófobo”, señala Ulrich Kober, de la Fundación Bertelsmann.

Alemania tiene además dos peculiaridades respecto a algunas de las naciones vecinas: su escasa hipoteca colonial –salvo que se hable de Togo–, que no le hace estar en deuda con nadie, y su inmunidad a grandes atentados islamistas como los que han sufrido España o Gran Bretaña. Tampoco ha registrado episodios sangrientos al modo de Holanda –el asesinato de Theo Van Gogh– o crisis existenciales como la generada por las viñetas de Mahoma publicadas en un diario de Dinamarca.

¿Por qué muchos inmigrantes con décadas de residencia en Alemania siguen sin hablar alemán? ¿A qué obedece que sus hijos tengan dificultades pese a estudiar en escuelas públicas? ¿Acaso el Gobierno federal no invierte 218 millones de euros en cursos gratuitos para los inmigrantes mayores de 16 años (cursos que eran voluntarios hasta el 2005 y que ahora ya son obligatorios)?

El sistema escolar ha permitido que muchos inmigrantes –en realidad, todos los entrevistados mencionan a los de origen turco– lleguen al mercado laboral ¡sin hablar bien alemán! Unos imputan el fallo al sistema educativo que selecciona el camino a los diez años, de forma que a tan temprana edad ya queda bastante determinado el niño que llegará a la universidad y el que, como máximo, tendrá estudios técnicos o secundarios. Tampoco ayuda que no haya clases por las tardes y que, por tanto, los hijos de inmigrantes pasen más horas en casa, donde el entorno raramente es germanohablante.

Otro factor negativo es la concentración de inmigrantes –cada barrio tiene su escuela–, aunque cualquiera que conozca el paisaje de las banlieues francesas se quedará admirado ante los supuestos guetos alemanes como el de Oberbilk, el barrio de Dusseldorf con mayor concentración de inmigrantes –lo son el 23% de sus habitantes frente al 17% del conjunto de la capital renana–. Aquí no se ven adolescentes que se apoderan de la calle, ni muros degradados o un paisaje desolador y sin porvenir.

“Estamos mucho mejor aquí, aunque creo que aquí también llegará un Frente Nacional”, afirma Toufik, de 37 años, que llegó hace 13 años de su Lille natal y es padre de tres hijos. “Cuando llegué –agrega–, cruzaba los pasos de peatones en rojo si no pasaba ningún coche. Me di cuenta de las miradas de reprobación y de que los alemanes no lo hacían. Así que les imité.” No todo el mundo reacciona con esta naturalidad. “Hoy se ven más muchachas con velo en Berlín que en Estambul –observa Ulrich Kober–. La mayoría no lo lleva por presión familiar sino por voluntad propia. Es típico de la segunda generación, buscan señales de identidad. En el exilio uno descubre sus raíces.”

Matthias Korfmann, el periodista que cubre la información sobre inmigración en la región de Dusseldorf del poderoso grupo de diarios regionales Waz, cree que “por primera vez hablamos de unos vecinos, los turcos, que llevan en muchos casos 40 años entre nosotros y ahora descubrimos que no sabemos nada de ellos”. “Y ellos –añade–tampoco parecen saber muy bien cómo funciona esta sociedad. Hace poco, publicamos la historia de tres prometedoras profesoras de universidad de origen turco, distinguidas además por su embajada. Las tres coincidían en que gracias a los vecinos alemanes habían llegado tan lejos, porque en sus casas, al principio, incluso les disgustaba su interés por la cultura.”

Una imagen tomada en el metro

José Povedano aterrizó aquí siendo un niño. La entrevista se desarrolla en su despacho en Bonn, desde donde dirige la red asociativa que engloba a la inmigración española y es consultado con frecuencia por la administración para asesorar en la materia. “Parece increíble, pero durante decenios los alemanes no se han visto como un país de inmigrantes cuando hoy en día somos 16,9 millones con ese origen (de una población de 81,8 millones de habitantes). No somos una sociedad monolítica, aunque a algunos alemanes les cueste creerlo”, explica.

No sólo les cuesta creerlo sino que incluso lo rechazan. Y algunos ostentan cargos electos, como Horst Seehofer, el líder de la rama bávara de la democristiana CDU, una de las voces más beligerantes en esta, para algunos, caída de Damasco: “Alemania no es un país de inmigración”, dice. También se ha mostrado abiertamente partidario de cerrar las fronteras a más turcos y árabes, abogando por dar prioridad a la inmigración europea. 

La patronal y muchos sectores siguen necesitando inmigración, aunque ahora apunten a la mano de obra cualificada. (Merkel ya ha hablado hace un par de dias con ZP ofreciéndole puestos de trabajo para españoles cualificados) Y luego está el factor demográfico, que modera los impulsos: hoy el 35% de los jóvenes alemanes son hijos de la inmigración. Tendencias demográficas en mano, el porcentaje no hará más que aumentar de aquí al 2050.

Texto de Joaquín Luna
Fotos de Àlex Garcia
Magazine
La Vanguardia

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3 comentarios :

  1. Tauro26/1/11

    La verdad que la entrada esta muy interesante a pesar de su extensión.
    El caso es que juraría haberla leído con anterioridad ;)

    Un saludo.

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  2. Anónimo26/1/11

    La multiculturalidad es una estupidez que ofende al sentido común y al primario sentido de conservación e identidad de un pueblo, me parece una barbaridad que el 35% de los jóvenes alemanes tengan raíces extranjeras, ningún pueblo puede aceptar eso. Nos han vendido que la inmigración es positiva porque sí, porque la diversidad es buena, pero ¿por qué es buena? Me parece más sensato que si una sociedad necesita jóvenes para su sector productivo, se hagan políticas de natalidad, incentivar la adopción de niños por parejas que no los puedan tener a madres que no desean o no puedan criarlos, en lugar de promocionar el aborto, y más medidas de ese tipo. Cuanto más homogeneidad genética tiene un pueblo mejor va en todo, aunque decir esto es políticamente incorrecto.A todo el mundo le parece estupendo proteger animales en peligro de extinción, o hablando de humanos, proteger a las tribus del Amazonas u otras indígenas amenazadas por el mundo en desarrollo, pero se escandalizan si se les habla de no recurrir a inmigrantes en los países occidentales. Países no precisamente pobres y con gente preparada, como Japón, Corea del Sur, y en el futuro China, tienen grandes economías y apenas recurren a importar mano de obra extranjera. Por último, comentar que los alemanes se han cansado de los turcos y a eso responde la propuesta de Merkel de buscar inmigrantes europeos que sean cualificados.

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  3. Anónimo17/7/11

    no se puede creer que los gobiernos europeos piensen que la multiculturalidad es positiva, es una barbaridad, hecen que los pueblos pierdan paulatinamente su identidad cultural, no entiendo como los alemanes dejan pisotear su cultura de esta manera tan denigrante, que pasa en europa estan dormidos, cuando van a despertar y defenderse de este abasallamiento a su cultura y raices.

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