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28.3.04

El velo estandarte de la cruzada islámica.


En España hay ya más de un millón y medio de residentes extranjeros. De ellos se puede calcular que casi la tercera parte son de origen musulmán. Una cifra que parece insignificante si se compara con los cuatro millones de musulmanes que residen en Francia o los tres millones de Alemania pero que hace que la población musulmana no pase desapercibida ni en nuestras calles ni en nuestras escuelas.

La presencia de hijos de inmigrantes en los colegios españoles ha aumentado considerablemente en los cinco últimos años. De 80.687 que había matriculados en el curso 1998-99 se ha pasado a 303.827 en el 2002-2003. Esto hace que el interés por los problemas y dificultades de la escolarización de los inmigrantes sea muy reciente.

En enero del año 2002 saltó a los medios de comunicación el primer conflicto importante entre la dirección de un centro escolar y la comunidad musulmana en España. La directora de un instituto de El Escorial no estaba dispuesta a aceptar que la niña Fátima Elidrisi asistiera a clase con el típico velo musulmán cubriendo su cabeza.

En un principio, la Consejería de Educación había asignado a Fátima un colegio concertado, pero su padre, Alí Elidrisi, se negó a que asistiera a un centro católico y dijo que la niña se quedaría en casa hasta que le dieran plaza en un instituto público. En el mes de enero fue admitida en el Instituto Juan de Herrera de la localidad madrileña.

La directora del centro al ver que Fátima acudía al instituto con la cabeza cubierta le pidió que dejara el velo en la entrada como hacían las otras niñas marroquíes. El señor Elidrisi se negó rotundamente a aceptar esta sugerencia y así empezó un tira y afloja entre la directora y el padre de Fátima que llamó la atención de casi todos los medios de comunicación. El asunto se resolvió cuando la Consejería de Educación “convenció” a la directora de que era mejor escolarizar a la niña con velo que no escolarizarla.

Aquellos días se habló mucho del velo y de la vida que llevaban los niños musulmanes en los colegios españoles. Se supo que ciertas niñas se habían negado a hacer gimnasia en un colegio de Málaga; que algunos niños exigían comidas especiales; y que incluso algún adolescente marroquí había protestado porque no estaba dispuesto a recibir lecciones ni órdenes de ninguna mujer por muy profesora que fuera.

Han pasado ya dos años desde entonces y sólo de vez en cuando se vuelve a hablar de este espinoso asunto del velo. Parece como si existiera un temeroso respeto a discutir sobre cualquier problema que tenga algo que ver con la complicada integración de los niños musulmanes en los nuestros centros educativos.

Del instituto del El Escorial, se ha sabido que las niñas marroquíes que antes de la llegada de Fátima dejaban su velo a la entrada del colegio, porque preferían estar en clase sin él, ahora ya no lo dejan. Al parecer se sienten más a gusto si permanecen todo el día púdicamente cubiertas. Se dice también que imanes integristas van, poco a poco, sustituyendo a otros, más veteranos y moderados, en muchas de las mezquitas que hay en España.

La mayor parte de los españoles cree que la cuestión del velo es un problema menor. Algunos piensan que simplemente es una moda propia de países de cultura distinta y que como tal no hay razón alguna para oponerse. Otros saben muy bien que se trata de una imposición religiosa y argumentan que vivimos en una sociedad plural que debe ser tolerante y que no puede impedir a nadie que obedezca los dictados de su conciencia. En el mejor de los casos se escucha la crítica de alguna despistada feminista que lo considera signo de sumisión de la mujer. Pero si a alguien se le ocurriera decir que los mulás fundamentalistas han lanzado a la civilización occidental un desafío que está utilizando el chador como símbolo, la gente sonreiría con conmiseración o desprecio como si ese que habla fuera un paranoico aterrorizado por el 11 de septiembre o un reaccionario intolerante.

Sin embargo no hay más que seguir los acontecimientos vividos en Francia en estos últimos años para darse cuenta de que el velo es algo más que un trozo de tela que las mujeres de origen musulmán gustan de llevar anudado a en torno a sus cabezas; y de que no son fantasías paranoicas las de quien piensa que es el emblema de un desafío lanzado por los inmigrantes musulmanes que viven en Europa.
El pasado 24 de septiembre dos adolescentes, Lila y Alma Lévy, de 18 y 16 años de edad, hijas de dos ex comunistas, una mujer musulmana no practicante de origen argelino y un abogado judío, que se dice ateo y es miembro del movimiento izquierdista MRAP (Movimiento contra el racismo y por la amistad de los pueblos), se presentaron en un colegio francés, el Liceo Henri-Wallon de Aubervilliers, con la cabeza envuelta en negros velos que tapaban totalmente su pelo, orejas y cuello. Las niñas fueron enviadas de vuelta a casa. Se les abrió un expediente y el 10 de octubre el consejo de disciplina confirmaba su expulsión del centro escolar.

Esta historia llovía ya sobre mojado. Y es que en la última primavera el ministro del Interior francés, Nicolas Sarkozy, al término de su discurso ante la asamblea de la UOIF (Unión de Organizaciones Islamistas de Francia) fue abucheado porque cometió “la osadía” de decir que todas las mujeres estaban obligadas a mostrar su cabeza descubierta en las fotografías del documento de identidad. “Es una orden que viene del cielo!”, “Jamás mostraré una oreja a Sarkozy!”, “Nosotras obedecemos a Alá, por tradición y adoración!”, “El fular es una protección que mata las tentaciones y ante los extraños hay que cubrirse”, fueron algunos de los gritos que se dejaron oír en aquella alborotada reunión.

Estos conflictos entre el gobierno francés y la inmigración musulmana con el chador como principal protagonista empezaron ya en 1989. Fue entonces, siendo Lionel Jospin Ministro de Educación, cuando, ante los primeros conflictos provocados por niñas musulmanas que exigían asistir a clase con la cabeza cubierta, se decidió que el velo sería permitido siempre que no se utilizara como signo de ostentación y que no sirviera para hacer proselitismo.

En Francia existía una ley de 1937 que prohibía cualquier forma de proselitismo en los centros escolares así como toda proclamación de pertenencia a partido político o grupo religioso alguno. Si además se tiene en cuenta que las múltiples encuestas que se hicieron en aquellos días decían que más del 80% de la población era contraria a admitir velos en los centros estatales no se entiende muy bien por qué el gobierno francés cedió ante lo que ya entonces se intuía como una provocación de la comunidad musulmana.

El Ministerio de Educación hubiera tenido la solución bastante fácil, apoyándose en el principio del laicismo y en sus propias leyes podía haber obligado a todos los niños a dejar en los percheros antes de entrar en clase boinas, gorros, velos o cualquier otra cosa que cubriera su cabeza. Pero Jospin no se atrevió entonces a tomar una decisión que, evidentemente, iba a provocar molestar en una buena parte de los inmigrantes musulmanes y pasó la patata caliente al Consejo de Estado que resolvió el problema dando una interpretación “moderna” del laicismo francés: “Nuestra enseñanza es laica no porque prohíba la expresión de creencias diversas sino porque las tolera todas”.

En el año 2002 se publicó en Francia un libro, La République et l’Islam. Entre crainte et aveuglement, editado por Gallimard y escrito por dos miembros del Haut Conseil à l’Integration, Jeanne Hélène Kaltenbach y Michèle Tribalat.
En él las autoras llaman la atención sobre toda una serie de acontecimientos “musulmanes” que tuvieron lugar curiosamente el mismo año en el que cayó el muro de Berlín.

El 14 de febrero de 1989 el Ayatolá Jomeini proclamó la fatua que condenaba a muerte al autor de Los versos satánicos así como a todo aquel que tuviera algo que ver con su publicación. En junio muere Jomeini y un mes después, Ettore Capriolo y Hitoshi Igarashi, traductores al italiano y al japonés respectivamente de la obra de Rushdie, sufrieron sendos atentados en los que Capriolo resultó gravemente herido e Igarashi muerto.

Estos sucesos provocaron multitud de manifestaciones integristas en los países islámicos y sirvieron de excusa para que se constituyeran muchas asociaciones de carácter religioso. Fue también un año en el que la violencia fundamentalista tuvo aterrorizados, más que nunca, a los argelinos. Las dos escritoras francesas llaman la atención sobre el hecho, un tanto curioso, de que fuera ese mismo año cuando, en diversos rincones de Francia y de buena parte de Europa, empezaran a surgir conflictos escolares a propósito del velo, y que estos pusieran al descubierto un extraño flirteo entre cierta izquierda y el islamismo.

Pues bien, cuando todo esto ocurría, Jospin y el Consejo de Estado, con su cobarde decisión, lo que hicieron fue facilitar las cosas a los fundamentalistas para que, utilizando siempre como coartada esa nueva interpretación del laicismo francés decretada por el Consejo de Estado, avanzaran en sus reivindicaciones.

Los inmigrantes musulmanes comenzaron por reclamar en los colegios comidas especiales, comedores separados, horas de oración, el derecho a que las niñas se ausentaran de las clases de gimnasia y la institucionalización del ayuno musulmán. Como en cierta ocasión se oyó decir en una asamblea de islamistas franceses, para los musulmanes el laicismo era una suerte pues permitía poner límites a la autoridad del Estado.

Así siguieron las cosas hasta que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y el susto que el ultraderechista Le Pen dio poco después a los votantes franceses hizo que de nuevo la comunidad inmigrante de origen musulmán, que supone ya casi el 8% de la población, se colocara en el centro de las preocupaciones socio políticas del gobierno de la República.

Con idea de sacar a la luz todas las organizaciones musulmanas y que el gobierno tuvieran unos representantes con los que “dialogar”, el Ministro del Interior de Chirac, Nicolas Sarkozy, en diciembre de 2002 impulsó la creación del CFCM (Conseil français du culte musulman) que debía reunir a todos los representantes de los Consejos Regionales (CRCM). El objetivo del Ministro del Interior era “integrar el islam en la República Francesa”. Una idea que demostraba su buena intención pero que fue recibida con escepticismo por la gran mayoría de los franceses.

En abril de 2003 se celebraron las primeras elecciones en el CFCM. El presidente electo, Dalil Boubakeur, es actualmente el rector de la mezquita de París que, sostenida en su mayor parte con dinero argelino, se considera uno de los centros de culto musulmán de carácter más moderado. El vicepresidente del Consejo es un fundamentalista bastante violento, Fouad Alaoui, representante de UOIF (Union des organisations islamiques de France). El tercer grupo islámico fuertemente representado en el CFCM es el los marroquíes, la FNMF (Fédératione nationale des musulmans de France). Dalil Boubakeur cuenta con el apoyo del gobierno francés pero su situación como presidente del Consejo es cada día más inestable. Recibe tantas presiones de los fundamentalistas que, ante el terror de Sarkozy, amenaza constantemente con presentar su dimisión.

Hasta ahora el CFCM no se había pronunciado en el asunto del velo de las escolares musulmanas. El 11 de octubre varios de sus representantes recibieron la visita del Ministro Sarkozy que, tras manifestar su apoyo al consejo de disciplina del Liceo de Aubervilliers, les recordó que las reglas del laicismo deben ser respetadas por todos y que entre esas reglas se encuentra la prohibición de los signos de ostentación y de hacer proselitismo. La respuesta por parte del CFCM no se hizo esperar. Al día siguiente dio un comunicado en el que lamentaba la expulsión de las niñas, se quejaba de que no se les hubiera consultado antes de tomar la decisión y volvía a insistir en el carácter religioso del velo islámico.

En respuesta a esta actitud, el 17 de octubre, el Primer Ministro Raffarin se dirigió a los musulmanes en la Gran Mezquita de París. “El laicismo respeta las religiones pero también las religiones deben respetar el laicismo” fue el principal argumento de su discurso. Ofreció su total disposición al diálogo pero no descartó recurrir a una nueva legislación para regular el uso del velo en escuelas y centros oficiales si no se conseguía alcanzar un acuerdo sobre este asunto.

El propio Presidente Chirac ha tenido que intervenir en el conflicto. A principios del verano había formado una comisión para estudiar “el laicismo de la República” conocida como la comisión Stasi, constituida por 20 “expertos” y presidida por Bernard Stasi. La comisión, que deberá redactar sus conclusiones antes de fin de año, no descarta la posibilidad de que una ley regule definitivamente el uso del velo en centros escolares.

La propuesta de una ley de prohibición del velo ha dividido a la sociedad francesa. Los grupos más izquierdistas están totalmente en contra, el partido socialista dividido, el CFCM dice que sería un grave error y en cuanto a la derecha, tampoco parece estar totalmente de acuerdo. Mientras que para Alain Juppé, presidente de la UMP, la ley se ha hecho totalmente necesaria, otros compañeros de su partido no lo tienen tan claro, saben que la cuestión del velo no es un asunto religioso sino político y temen caer en una trampa tendida al gobierno por los propios fundamentalistas.
El caso es que todo el mundo ha tenido algo que decir a propósito de la expulsión de estas dos niñas que se han visto convertidas, de la noche a la mañana, en el centro de atención de toda la prensa y en principales estrellas de la televisión.

Su padre y principal defensor, Laurent Lévy, aparte de desautorizar a los profesores del liceo, ha aprovechado la situación para divulgar su doctrina pro musulmana y anticapitalista. Escribe artículos y hace declaraciones sin parar para mostrar el disgusto que le produce que unos cuantos “ayatolás del laicismo, presos de una locura histérica”, hayan organizado todo este lío sólo por “unos pocos centímetros de tela”.

Hasta el viejo líder sesentayochista y actual diputado europeo por el partido Verde alemán, Daniel Cohn – Bendit, ha dado su opinión en esta historia. Después de recordar que todas las religiones monoteístas, y no sólo la musulmana, hacen de menos a la mujer y de expresar que “como liberales libertarios convencidos, no podemos aceptar que el autoritarismo sectario luche contra el autoritarismo integrista”, ha dirigido a las adolescentes “rebeldes” estas palabras de aliento:
“Queridas Alma y Lila, esperamos que guardéis siempre vuestro carácter combativo, orgulloso e independiente. Pero nos tememos que no será en medios musulmanes, aunque sean liberales, donde encontraréis maridos que acepten a mujeres como vosotras. Es en el mundo de los ateos, si es que son liberales como vuestro padre, lo que no siempre ocurre, donde encontraréis un compañero o compañera de vida que os acepte tal como sois”. (Le Monde, 16-10-2003)

Un poco raras suenan estas palabras, si resultara que, como escribió Carlos Semprún en Libertad Digital, todo este lío político hubiera sido preparado por el ateo militante de extrema izquierda Laurent Lévy que, “como simbólico insulto a la podrida sociedad occidental, capitalista e imperialista”, hubiera obligado a sus hijas a montar el numerito en su liceo de Aubervilliers.

Por otra parte, cada vez son más los que, como Michèle Tribalat, piensan que desde que las portadoras del velo lanzaron su desafío a la República francesa, hace 15 años, el tiempo sólo ha servido para empeorar las cosas. Como ya algunos se temían, los fundamentalistas van ganando posiciones en el CFCM y las buenas intenciones de Sarkozy, no sólo no van a servir para resolver el problema, sino que lo más probable es que no hagan más que agravarlo.

Según una encuesta que publicó Le Monde, en septiembre de 2001, a pesar de que el 78% de los musulmanes se confesaba creyente solamente un 20% decía frecuentar la mezquita. Algunos de los musulmanes franceses se consideran ateos pero “sin derecho a decirlo”. Para ellos, el velo es un estandarte del fundamentalismo islámico y no dudan de que la reivindicación del chádor está siendo utilizada políticamente. Para la mayoría de las mujeres de origen musulmán que han abandonado el velo la cuestión no admite dudas, es signo de sometimiento de la mujer y por tanto inaceptable. Uno de los grupos más beligerantes contra el velo es un sector feminista juvenil de SOS racismo, llamado “Ni putas ni sumisas”, cuya fundadora, Loubna Meliane, es una joven, hija de inmigrantes musulmanes.

No hay más que pasearse por la página web de la LNMF (Liga Nacional de Musulmanes de Francia),
http://lnmf.net/, para entender el significado del velo musulmán. La mujer pertenece a su marido, debe tapar su cuerpo para no provocar el deseo de los extraños así como evitar cualquier trato con varones que no pertenezcan a su familia. La ley coránica exige obediencia a Alá, y esa ley fue directamente entregada por Dios a su profeta Mahoma. Una buena musulmana nunca podrá aceptar una ley que entre en contradicción con el Corán.

Pero quizás, para entender mejor por qué ese “inocente velo” es hoy símbolo del fundamentalismo islámico convendría remontarse a la revolución jomeinista que derrocó, en enero de 1979, al sha de Persia, Reza Pahlevi. Pocos días después de hacerse con el poder, Jomeini decretó obligatorio el uso del velo para las mujeres pues no debían mostrar a los hombres ni su cuerpo ni sus cabellos.

Es preciso recordar que la mujer había tenido un papel importante en la lucha contra el régimen del sha. Se dice que en las cárceles iraníes el 20% de los prisioneros políticos eran mujeres. Cuando participaban en las manifestaciones, muchas de ellas, se cubrían totalmente con velos negros como señal de rechazo a lo que consideraban la imposición de un régimen pro occidental.

Sin embargo, el nuevo líder religioso lo primero que hizo cuando sus soldados tomaron Teherán, fue suprimir a las mujeres todas las libertades de las disfrutaban con el régimen anterior. Primero se les prohibió que siguieran siendo jueces, a continuación se suprimieron todas las leyes que equiparaban sus derechos a los del hombre y, finalmente, se les obligó a ocultar su cuerpo entero debajo del chádor.

Muchas de esas mujeres, que se habían cubierto la cabeza en señal de protesta contra el sha, se lanzaron entonces a la calle para evitar la imposición del velo. Las manifestantes fueron insultadas y amedrentadas por los hombres de la calle ante las miradas impávidas y divertidas de los soldados de Jomeini. El nuevo gobierno iraní no tuvo reparo alguno en perseguir a aquellas señoras que habían luchado en primera fila por la Revolución.

Algunas de ellas, aterrorizadas ante el cariz que iba tomando el asunto, lanzaron un SOS a las asociaciones feministas de la izquierda europea que, en la mayoría de los casos, habían mostrado su simpatía por la Revolución islámica. Deprisa y corriendo se constituyó un “Comité para la defensa de los derechos de la mujer” formado por 18 mujeres que acudieron a Teherán para ver sobre el terreno lo que estaba ocurriendo.

Una de esas 18 fue la escritora alemana, Alice Schwarzer, editora de la revista EMMA que había sido fundada en 1977 como la primera revista política escrita “por mujeres y para las mujeres”. Alice Schwarzer, que hasta entonces había admirado a aquellas revolucionarias cubiertas de negro que, desafiando a los soldados del sha, tantas veces se habían manifestado contra “la occidentalización forzada”, después de ver lo que estaba sucediendo en Teherán volvió a Alemania convertida en una luchadora infatigable contra el fundamentalismo islámico. Nada más regresar, escribió un relato de la expedición que fue publicado por su revista en mayo de aquel mismo año.

En el año 2002 esta misma mujer, que tiene ahora sesenta años y que sigue dirigiendo la revista EMMA, recopiló una serie de artículos escritos por diferentes periodistas, más o menos de izquierdas, que a lo largo de los últimos 20 años han ido cayendo en la cuenta del peligro que, para occidente, supone el integrismo musulmán. Todos ellos suscribirían ahora las palabras con las que la feminista alemana comienza este libro que, con el título Los soldados de Alá. Sobre la falsa tolerancia, se publicó el pasado junio en España:

“Ya desde 1979, cuando los ‘guardias revolucionarios’ de Jomeini ataron los largos pañuelos a la cabeza de las mujeres, debería haber quedado claro que el pañuelo no es precisamente ‘una costumbre religiosa’ sino un emblema político, esto es, el estandarte de la cruzada islámica”.

Poco a poco va siendo mayor el número de personas para las que está claro que el velo no es, como dice Laurent Levy, un simple trozo de tela que pone histéricos a los “ayatolás del laicismo”, sino el símbolo del fundamentalismo integrista. Lo fue para las mujeres que se oponían a la occidentalización del sha, lo fue para Jomeini cuando decretó que debía ser una prenda obligatoria, y lo es para todos los radicales religiosos que, en Europa, tratan de evitar que sus mujeres adopten las costumbres occidentales.

Por otra parte, cada día se hace más patente ese “flirteo” entre cierta izquierda y el islam que denunciaba Michèle Tribalat. Un flirteo que no es sólo de la izquierda más radical. A nadie se le puede escapar que los medios de comunicación muestran mucho más interés y conmoción por el llanto de la madre de un kamikaze musulmán terrorista que por el de los familiares de las víctimas de su crimen, sobre todo cuando las víctimas son judíos o soldados norteamericanos. Casi toda la progresía europea es inexplicablemente pro musulmana y antisemita y su obsesión antiamericana va siempre acompañada de una incomprensible debilidad por el islam
Ahora bien, si es verdad que esos centímetros de tela simbolizan el poder del totalitarismo fundamentalista y si, como dice Alice Schwarzer, más que un símbolo religioso el velo es un estandarte de la cruzada islámica, la proliferación de cabezas cubiertas por púdico velos debería producirnos el mismo sentimiento de preocupación que ver surgir, de pronto, brazaletes con cruces gamadas anudados a las mangas de las camisas de unos bellos adolescentes rubicundos.

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