El 22 de octubre de 2002, Oriana Fallaci se dirigió a una audiencia en el American Enterprise Institute.
La Sra. Fallaci, natural de Florencia, Italia, y una veterana periodista, levantó un gran revuelo a través de Europa con la publicación de su libro La Rabia y el Orgullo (llamando a Occidente a enfrentarse al mundo Islámico)
No me escondo. Nunca lo he hecho. Me quedo en casa porque me gusta quedarme en casa, y en casa trabajo. No he aparecido en público durante al menos diez años. Nada de entrevistas, nada de televisión.
Entonces, ¿por qué estoy aquí?
Porque, desde el 11 de septiembre, estamos en guerra. Porque el frente de esa guerra está aquí, en América. Porque cuando fui corresponsal de guerra, me gustaba estar en el frente. Y ésta vez, en ésta guerra, no me siento como una corresponsal de guerra. Me siento como una soldado. El deber de un soldado es de luchar. Y para luchar en esta guerra, desplego un arma personal.
No es una pistola. Es un libro pequeño, "La Rabia y El Orgullo".
Mi arma de soldado es el arma de la verdad. La verdad que comienza con la verdad que mantengo en estas páginas.
Desde Afganistán hasta Sudán, desde Palestina hasta Pakistán, desde Malasia hasta Irán, desde Egipto hasta Irak, desde Argelia hasta Senegal, desde Siria hasta Kenia, desde Libia hasta Chad, desde Líbano hasta Marruecos, desde Indonesia hasta Yemen, desde Arabia Saudí hasta Somalia, el odio hacia Occidente crece como un fuego alimentado por el viento.
Y los seguidores del fundamentalismo islámico se multiplican como un protozoo de una célula que se divide para convertirse en dos células, después cuatro, después ocho, después dieciséis, después treinta y dos, hasta el infinito. Aquellos que no estén enterados de ello sólo tienen que mirar las imágenes que la televisión nos trae cada día. Las multitudes que impregnan las calles de Islamabad, las plazas de Nairobi, las mezquitas de Teherán.
Las caras feroces, los puños amenazantes. Los fuegos que queman la bandera americana y las fotos de Bush.
El choque entre nosotros y ellos no es un choque militar. Oh, no. Es uno cultural, uno religioso. Y nuestras victorias militares no resuelven la ofensiva del terrorismo islámico. Al contrario, lo animan. Lo exacerban, lo multiplican. Lo peor está todavia por llegar.
El presidente Bush ha dicho, “Nos negamos a vivir con miedo.”
Preciosa frase, muy preciosa. ¡Me encantó!
Pero inexacta, señor Presidente, porque Occidente sí vive con miedo.
La gente tiene miedo de hablar contra el mundo islámico. Miedo de ofender, y de ser castigada por ofender, a los hijos de Alá. Puedes insultar a los cristianos, a los budistas, a los hindús, a los judíos. Puedes difamar a los católicos, puedes escupir sobre la Madonna y Jesucristo. Pero ay del ciudadano que pronuncie una palabra contra la religión islámica.
La gente tiene miedo de hablar contra el mundo islámico.
Miedo de ofender, y de ser castigada por ofender, a los hijos de Alá.
Mi pequeño libro no es blando con el Islam. En ciertos pasajes, es incluso feroz. Pero es mucho más feroz con nosotros: nosotros los italianos, nosotros los europeos, nosotros los americanos.
Llamo a mi libro un sermón -dirigido a los italianos, a los europeos, los occidentales. Y junto con la rabia, este sermón desata el orgullo por su cultura, mi cultura. Esa cultura que a pesar de sus errores, sus fallos, incluso monstruosidades, ha dado tanto al mundo.
Nos ha movido de las tiendas del desierto y las chozas de los bosques a la dignidad de la civilización. Nos ha dado los conceptos de belleza, de moral, de libertad, de igualdad. Ha hecho una conquista única en el campo social, en el reino de la ciencia. Ha hecho desaparecer enfermedades. Ha inventado todas las herramientas que hacen la vida más fácil y más inteligente, aquellas herramientas que nuestro enemigo también puede utilizar, por ejemplo, para matarnos. Nos ha llevado a la luna y a Marte, y esto no puede decirse de la otra cultura.
Una cultura que ha producido y produce sólo religión, que en todos los sentidos encarcela a las mujeres dentro del burka o del chador, que nunca está acompañado de una gota de libertad, una gota de democracia, que subyuga a su gente bajo régimenes opresivos, teocráticos.
Sócrates, Aristóteles y Heráclito no fueron mullahs. Jesucristo, tampoco. Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Galileo, Copérnico, Newton, Pasteur y Einstein, lo mismo.
Mi libro es también un j’accuse. Para acusarnos de cobardía, hipocresía, demagogia, holgazanería, miseria moral, y todo lo que viene con ello.
La estupidez de la moda de la corrección política, por ejemplo. La insuficiencia de nuestros colegios, nuestras universidades, nuestros jóvenes, gente que a menudo ni siquiera saben la historia de su país, los nombres Jefferson, Franklin, Robespierre, Napoleón, Garibaldi. Y no entendiendo que la libertad no puede existir sin disciplina, auto-disciplina.
Yo nos acuso a nosotros también de otro crímen: la pérdida de la pasión. ¿No habéis entendido qué conduce a nuestros enemigos? ¿Qué les permite luchar esta guerra contra nosotros? ¡La pasión! ¡Ellos tienen pasión! ¡Tienen tanta pasión que pueden morir por ella!
Sus líderes también, por supuesto. Conocí a Jomeini. Discutí con él durante más de seis horas calmadamente, y os digo que ese hombre era un hombre de pasión. Nunca he conocido a Bin Laden, pero he observado bien sus ojos. He escuchado bien su voz. Y os digo que ese hombre es un hombre de pasión. Hemos perdido la pasión.
Bueno, yo no. Yo hiervo en pasión. Yo, también, estoy preparada para morir por pasión. Pero a mi alrededor, no veo pasión. Incluso aquellos que me odian y me atacan y me insultan lo hacen sin pasión. Son moluscos, no hombres y mujeres. Y una civilización, una cultura, no puede sobrevivir sin pasión, no puede ser salvada sin pasión Si Occidente no se despierta, si no reencontramos la pasión, estamos perdidos.
Para citar de mi libro:
“El problema es que la solución no depende de la muerte de Osama bin Laden. Porque los Osama bin Ladens ahora son demasiados: como clonados como la oveja en nuestros laboratorios de investigación… De hecho, los mejor entrenados y los más inteligentes no se quedan en los países musulmanes… Se quedan en nuestros propios países, en nuestras ciudades, nuestras universidades, nuestras empresas.
Tienen lazos excelentes con nuestras iglesias, nuestros bancos, nuestras televisiones, nuestras radios, nuestros periódicos, nuestros editores, nuestras organizaciones académicas, nuestros sindicatos, nuestros partidos políticos…
Peor, viven en el corazón de la sociedad que les acoge sin cuestionar sus diferencias, sin revisar sus malas intenciones, sin penalizar su resentido fanatismo.
“Si continuamos quedándonos inertes, serán siempre más y más. Exigirán siempre más y más, nos afligirán y darán órdenes siempre más y más. Hasta el punto de sojuzgarnos. Por esta razón, tratar con ellos es imposible. Intentar establecer un diálogo, impensable. Mostrar indulgencia, suicida. Y aquel que piense lo contrario es un necio.”
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30.7.04
Oriana Fallaci "Un sermón para Occidente"
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