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16.10.06
El progresismo occidental frente al islamismo
En aras de la exaltación de la diversidad cultural, de la santificación del respeto a la otredad y de la glorificación de lo políticamente correcto hemos arribado a una situación absurda en lo que respecta a la denuncia del terrorismo islámico.
Estallan en mil pedazos subtes en Londres, trenes en Bombay y en Madrid, autobuses en Jerusalén; rascacielos en Nueva York, hoteles en Egipto, Indonesia, Marruecos, y en Occidente aún parece haber espacio para el decoro y la sensibilidad hacia aquellos que, con vistas a alcanzar el Paraíso, están transformando la Tierra en un infierno.
Ahora sabemos que en Inglaterra, víctima reciente del terror musulmán, el influyente diario The Guardian tenía entre sus colaboradores a un militante de la agrupación integrista Hizb ut Tahrir, con vínculos con el terrorismo islámico. El periodista en cuestión, Aslam Dilpazier, había sido contratado por el diario "para acrecentar la diversidad étnica en la redacción", según explicaron fuentes internas del medio.
Organizaciones radicales como Al Muhajiroun –que bregó para que "la bandera negra del Islam flamee sobre Downing Street"– y personajes como el jeque Omar Bakri Muhamad –que regularmente llamaba a la guerra santa contra Occidente– habían sido largamente tolerados en la tierra de Su Majestad.
Asimismo, un informe conjunto de los ministerios británicos de Interior y Exterior de mediados del año pasado, titulado Jóvenes Musulmanes y el Extremismo, sugería que "el término fundamentalismo islámico es inadecuado y debería evitarse, porque algunos musulmanes perfectamente moderados probablemente lo perciban como un comentario negativo a propósito de su aproximación a su fe", y recomendaba "persuadir al público y a la prensa de que los musulmanes no son el enemigo interno".
Esto fue unos meses antes de los atentados múltiples del 7 de Julio, perpetrados por musulmanes británicos de ascendencia paquistaní. Esta desubicada rectitud política persistió aun luego de los ataques: la BBC tildó a los atacantes de "terroristas" sólo por un breve período; apenas unas horas después de la masacre abandonó el término, llegando incluso a reemplazar dicha palabra de informes ya publicados en su website por la más aséptica bombers, "que ponen bombas".
Esta cortesía delirante no es patrimonio exclusivo de los británicos. Al propio pueblo estadounidense le tomó casi tres años utilizar las palabras "terrorismo islámico" para definir al enemigo que enfrenta. Ello sucedió cuando la comisión investigadora de la gestión de la comunidad de inteligencia estadounidense previa al 11-S concluyó que EEUU no estaba enrolado en una genérica y vagamente descripta "lucha contra el terror", sino contra el "terrorismo islámico".
Durante el 11º acto de conmemoración de la voladura de la AMIA, celebrado en Buenos Aires menos de dos semanas después de los atentados acaecidos en Londres, ni uno solo de los oradores fue capaz de pronunciar la palabra "islámico" en sus discursos, optando en su lugar por denunciar genéricamente a los "terroristas" y a los "fundamentalistas" que perpetraron la matanza de 85 civiles en nuestra patria.
Y todavía subsiste la farsa en los aeropuertos internacionales de efectuar chequeos al azar; como si revisar la cartera de una anciana chilena o los zapatos de un niño sueco fueran a aumentar la seguridad de los pasajeros, en lugar de inspeccionar a individuos que respondan al perfil del sospechoso típico.
Ciertamente, por momentos parecería que Occidente se hallara bajo el hechizo de una profundamente desquiciada pseudotolerancia progresista. Así, el Comité Internacional de la Cruz Roja –cuyos miembros musulmanes han objetado por décadas la aceptación del Maguen David Adom, la agencia humanitaria israelí, finalmente incorporada muy poco tiempo atrás– debe abstenerse de usar la cruz cuando opera en Irak, porque a los musulmanes iraquíes no les agradan los símbolos cristianos.
La elitista universidad de Yale aceptó como alumno a Rahmatulla Hashemi, ex vocero del régimen talibán, sin que éste diera muestra pública de arrepentimiento.
Inglaterra consideró anular la conmemoración del Día del Holocausto porque, de alguna manera, era ofensivo para los musulmanes del país; finalmente, Tony Blair rechazó la idea de englobar la Shoá dentro de un genérico Día del Genocidio.
La municipalidad de Sevilla ha removido la figura del Rey Ferdinando III (patrón y santo de la ciudad) de sus celebraciones porque éste luchó contra los moros durante 27 años, tantos siglos atrás.
En Italia se ha considerado quitar un fresco de Dante que adorna el techo de la catedral de Bolonia porque Mahoma aparece en el infierno.
Mohamed Bouyeri –el musulmán holandés de ascendencia marroquí que degolló al cineasta Theo van Gogh en Ámsterdam, en plena vía pública, por un film sobre el status de la mujer en tierras musulmanas, que, según él, ofendía al Islam– había sido presentado en la prensa holandesa, dos años antes, como un ejemplo de buena integración cultural.
En esta nación, cerca del 80% de la población estuvo a favor de expulsar de su patria a Ayaan Hirsi Ali, una firme crítica del Islam radical, apelando como excusa a un tecnicismo burocrático.
En las escuelas secundarias de Dinamarca, cuyo secularismo les ha impedido introducir la Biblia como material de estudio, se enseña no obstante el Corán.
En Suiza, Tariq Ramadán –nieto de Hasan al Banna, fundador de la Hermandad Musulmana, y él mismo un polémico radical– es profesor en la Universidad de Friburgo y una reconocida figura mediática.
Sami al Arian –personaje vinculado a agrupaciones fundamentalistas– fue profesor en la Florida International University hasta que un escándalo precipitó su destitución.
usuf al Qaradaui –buscado bajo cargos de terrorismo por las autoridades egipcias, y clérigo que aprueba golpizas a las esposas musulmanas y la pena de muerte para los homosexuales– fue recibido el año pasado en una ceremonia oficial por el alcalde de Londres.
Y, por supuesto, existe Hollywood, esa meca del progresismo occidental en la que incluso películas realizadas luego del 11 de Septiembre denotan dificultad en presentar a los musulmanes en el rol de los malvados.
El film La suma de todos los miedos presenta a neonazis europeos en el papel de los malhechores que desean hacer explotar una bomba atómica en suelo estadounidense. Se trata de la versión en celuloide de una novela homónima de Tom Clancy en la que quienes planean semejante atrocidad son en realidad terroristas palestinos.
No es coincidente que haya tomado un caso del cine, puesto que, como están dadas las cosas, éste y nuestra realidad tienen en la ficción su común denominador.
Es difícil determinar quién es más ilusorio en su percepción del Islam fundamentalista, si los creativos de la industria del celuloide o la legión de periodistas, políticos e intelectuales que gestan la forma políticamente correcta de captar y representar dicho fenómeno.
Esta cosmovisión ingenua y derrotista de la intelligentsia occidental quedó legendariamente plasmada en estas palabras del escritor norteamericano John Updike, quien poco tiempo atrás decía al New York Times, acerca de su nueva novela, titulada Terrorist: "No pueden pedir, en cierta forma, un retrato de un terrorista más compasivo y tierno que el mío".
En el hecho de que ninguno de estos intelectuales pueda entender que no es precisamente nuestra compasión y ternura lo que debemos brindar a los islamistas fanatizados decididos a aniquilarnos yace la clave de la tragedia occidental.
Por Julián Schvindlerman, escritor y analista político.
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ÁLIANZA EN DECÚBITO PRONO
ResponderEliminarFrente a la teoría -confirmada en los hechos- del "choque de civilizaciones", expuesta magistralmente por Samuel Huntington, auténtica "bestia negra" de la progresía internacional, Zapatero propone una arcangélica "alianza de civilizaciones", un engendro aún no explicado (ni maldita la falta que nos hace), cuyo verdadero progenitor no es ese deficiente mental que nos gobierna o algún componente de la colección de lobotomizados que revolotean a su alrededor, sino el "moderado" y "aperturista" ayatolá Jatamí del "democrático" Irán (el mismo que humilló a la ministra de Exteriores del Gobierno de Aznar y a la Reina por su condición de mujeres, durante una visita de Estado a España hace unos años).
Hace ya mucho que se viene observando en los socialistas y demás ralea izquierdista una marcada tendencia proislámica, una ostentosa querencia por el moro, que llama poderosamente la atención. En su relación con el islam, la izquierda española, agotada ideológicamente, postrada intelectualmente y en coma moral irreversible, ha pasado, en los últimos años, de la curiosidad a la fascinación, de la reserva a la entrega, de la simpatía a la identificación, de la solidaridad a la cooperación, del coqueteo a las relaciones carnales, de los tocamientos al lecho conyugal. ¿Hace falta aclarar que en esos contactos íntimos, nuestra izquierda se ha puesto en decúbito prono, o dicho en cristiano, culo en popa, como corresponde a sus más firmes tendencias vitales?
Existe una extraña afinidad entre la izquierda española, abanderada autodesignada del progresismo mundial, y ese mundo islámico retrogrado y corrompido, que es en principio y por definición la negación categórica de todos los valores e ideales proclamados por la izquierda: el progreso, la igualdad, la democracia, la tolerancia, la pluralidad , la paz, etc... Sin embargo, por chocante que resulte, la izquierda está encantada con ese mundo árabe-musulmán abyecto y siniestro, cuyo pan de cada día lo constituyen las lapidaciones, las ablaciones, las burkas, los chadores y otros hiyabs, los degollamientos, el oscurantismo religioso, el despotismo político, los regimenes feudales,el terrorismo, el atraso aceptado, la miseria promovida, la incultura encumbrada, la brutalidad fomentada, la discriminación de la mujer, las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos, etc...Todas estas lacras y crimenes dejan a nuestros progresistas, de ordinario tan exquisítos y de epidermis tan sensible en lo tocante a los Derechos Humanos, la Democracia y el Progreso, totalmente indiferentes y mudos. La izquierda que tiene, no ya en la mayoría, sino en la totalidad de los países musulmanes, un auténtico filón de motivos y oportunidades para ejercer su autoconcedido papel de guardianes de las Libertades, los Derechos Humanos y la Justicia, no dice una palabra y mira hacia otra parte o directamente se le cae la baba de ternura ante la universal corrupción que es el sello indeleble del mundo islámico.
Como ejemplo de esa anormal tolerancia y simpatía (que ya es connivencia), basta poner el caso del sultanato beréber de Marruecos, una monarquía medieval podrida hasta la médula. Con un país de esta calaña, fuente permanente de conflictos contra nuestros intereses, amenaza contínua contra nuestra soberanía, el único enemigo de verdad que tenemos, siempre a la espera de clavarnos un puñal por la espalda, el gobierno socilista, haciendo gala de un nulo sentido de la responsabilidad de Estado y mostrando un desprecio absoluto por la noción misma de patriotismo, mantiene una estrecha relación que deshonra a España, y que se parece mucho a la sumisión rastrera del perro apaleado.
El enfermizo amor que la izquierda nacional siente por un mundo islamico que representa la antitesis de la cultura, de la política y el espíritu occidental, es un a situación asaz insólita y despreciable que nos puede deparar, en los próximos tiempos, sorpresas mayúsculas. No nos extrañaría nada que en cualquier momento, algún conspicuo dirigente socialista anunciara, ppara regocijo de sus conmilitones y alborozo de la progresía toda, que se ha cortado el prepucio en el venerado nombre de Alá el Misericordioso,y se ha hecho sectario de Mahoma, el mensajero del verdadero Dios. ¡Hinshalá!
Frente al sano e inexcusable principio del "ELLOS por su lado y NOSOTROS por el nuestro" (y cuanto más lejos los unos de los otros mejor) que debe regir nuestras relaciones con el mundo musulmán, parece que el actual Gobierno ha decidido adentrar a España definitivamente en la opción suicida del "NOSOTROS con ELLOs juntos y revueltos". España va derechoa una catastrófe sin remedio: el enemigo en casa, usurpando un lugar que no le pertenece, creciendo sin parar, sintiéndose cada día más fuerte y mostrando una mayor insolencia a medida que su número y fuerza aumentan, y una caterva infame de renegados confraternizando con el invasory complotando con él para entregarle el país en bandeja . Estamos en manos de un equipo de vendepatrias que llevará, si los españoles no toman conciencia de la tragedia que se avecina, a la ruina definitiva a una nación una vez admirable y orgullosa, y ahora un guiñapo irreconocible donde la traición campa a sus anchas.
Posiblemente España esté viviendo el momento más ruin de su milenaria historia. Nuestro país hace aguas por todas partes: en su territorio, en su unidad, en su soberanía, en su cultura, en su espíritu, en su alma. Al cáncer del separatismo, al veneno de la desuniñon entre los españoles, se suma ahora, después de 500 años de tregua, la renovada amenaza del ignominioso yugo musulmán, que busca conseguir ahora lo que una España, ya irremisiblemente perdida, de hombres valerosos e inteligentes, le negó sin desmayo durante siglos. Hemos acogido inconscientemente en nuestro suelo el germen de la muerte, un tumor monstruoso que nos corroe. Estamos empollando al "huevo de la serpiente" islámica, sin querer darnos cuenta, a pesar de las señales inequívocas y contínuas, y del estruendo de los avisos, del peligro mortal inminente que nos acecha. Mientras los majaderos y los despistados todavía andan con la cantinela de la integración y salmodiando las bondades de la multicultura, la morisma va afianzándose más y más en España, camino e la conquista definitiva de ese Al-Ándalus de los mitos nunca abandonados por un islam expansivo, agresivo y demográficamante avasallador. La inevitable tragedia que se acerca inexorablemente, y sobre la que no puede haber ya dudas, es la desaparición pacífica por sometimiento y conversión de los españoles a la ley de los invasores, o un baño de sangre que empapará a España desde el Estrecho hasta los Pirineos.
Pues como dice T.S Elliot (Premio Nobel de literatura, 1948): "Las religiones antagonistas significan culturas antagonistas, y finalmente, las religiones no se pueden conciliar".
A.P.D