La lección de la historia, repetida a lo largo de siglos, es que donde arden las sinagogas, pronto arden las iglesias. Hace apenas un año, las sinagogas abandonadas de Gaza eran profanadas y quemadas. No hubo ninguna condena, excepto por parte de aquellos de nosotros que sabíamos que una sociedad que prende fuego a una sinagoga también secuestra, asesina y siembra el terror.
Hubo poco lamento por las bellas casas de oración que fueron atacadas por tumultos enfurecidos, excepto por parte de aquellos de nosotros que sabíamos que lo que apareció ese día en Gaza era que la gente estaba convencida de haber ganado. Vieron la retirada como el inicio de su victoria; la debilidad como su fuerza. Lo que hicieron con las sinagogas lo harían con las iglesias una vez se proporcionase "el motivo".
Lo que sale de Gaza, de Irak, de Afganistán, es un movimiento encaminado a llevar al Islam al gobierno del mundo.
Este movimiento es tan intolerante que un dibujo es suficiente para incitar al asesinato, y una palabra errante es suficiente para justificar disturbios y la reducción a cenizas de lugares sagrados. El mundo cristiano y el mundo judío se resisten a reconocer estas verdades porque son tan desagradables con respecto al mundo que queremos creer que existe como el fichado racial.
No nos gusta la idea de que es posible determinar la amenaza que supone alguien basándose en su apariencia étnica. Es racista. Está mal.
Aunque ninguna anciana judía de 67 años tenga planes de secuestrar aviones o volar edificios por los aires, siendo justos, debemos detenerla y registrarla igual que a un varón musulmán joven. Y si, durante el tiempo que nos lleva registrar a ésa anciana, Abdaláh o Mohammed logran atravesar de rositas el control de seguridad y vuelan algo por los aires, al menos tenemos nuestra humanidad. Por lo menos no señalamos a todo un grupo étnico. Puede que tengamos treinta funerales a los que asistir, pero tenemos nuestra humanidad.
No obstante, este concepto está desapareciendo conforme pequeños "errores" provocan reacciones violentas en el mundo musulmán, y al margen de cómo intentemos comprender o justificar, la idea en el fondo es simplemente que nosotros, los del mundo occidental, no actuamos de esa manera. No montamos disturbios cuando se nos insulta; no prendemos fuego cuando se nos molesta.
Primero fueron unas viñetas en Dinamarca que mostraban una caricatura de la cara de Mahoma. De mal gusto y trasnochado. ¿Pero justificación de un crimen? No en el mundo occidental.
Pero en el mundo árabe, fueron suficiente para provocar disturbios y llevar a varias muertes y una recompensa de un millón de dólares por la cabeza del viñetista. Llamativamente, cuando toda una exhibición "artística" de viñetas contra Israel ridiculizando el Holocausto era convocada oficialmente en Irán hace poco, no hubo disturbios en el mundo, no hubo edificios ardiendo, no hubo amenazas de muerte. Vaya usted a saber porqué.
Cuando el Presidente de Irán hace llamamientos a la destrucción de Israel, y presumiblemente a los casi 6 millones de judíos dentro de sus fronteras, no hay disturbios, no hay amenazas de muerte, no hay mezquitas ardiendo ni periodistas secuestrados.
Cuando los judíos son atacados en Rusia, Francia, la ex-Yugoslavia, Inglaterra o Bélgica, no hay manifestaciones violentas, ni disturbios ni amenazas de muerte.
Ahora el Papa ha mencionado unas cuantas palabras, quizá trasnochadas o quizá mal elaboradas, pero el resultado es el mismo. El mundo árabe está en llamas. A pesar de las palabras de calma del organizador de la manifestación de Yakarta de que "nosotros los musulmanes no tenemos carácter violento", la violencia parece prevalecer. Varias iglesias de zonas palestinas han sido incendiadas.
El representante en funciones del Primer Ministro turco decía que el Papa "va a pasar a la historia en la misma categoría que líderes como Hitler o Mussolini". Hitler fue responsable del asesinato de 10 millones de personas al menos, según las estimaciones más modestas. Su aliado próximo, Mussolini, establecía una dictadura fascista en Italia.
Tener un líder islámico que compara al Papa con estos hombres perversos ayuda a arrojar luz sobre la presente guerra propagandística encaminada a retratar a los musulmanes como víctimas en lugar de como agresores.
Pero la realidad se encuentra en las llamas de las iglesias, las balas disparadas al aire, y las bombas incendiarias lanzadas en Gaza. El año pasado, el mundo permaneció en silencio ante la atrocidad de sinagogas reducidas a cenizas. Apenas un año después, la lección se repite.
*Paula R. Stern es profesora adjunta de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad de Columbia y periodista freelance. Sus artículos han aparecido en The Washington Post, The New York Times o el Miami Herald.
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30.5.07
Cuando veas arder las sinagogas...
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