¿La nueva seña identitaria del radicalismo islámico?
Vaya por delante mi más absoluto respeto por cuantas formas - siempre decorosas, se entiende – decide poner sobre su desnudo cuerpo cualquier ser humano. No es posible, ni de recibo, condicionar los gustos e, incluso, las costumbres de nadie por razones tan ingenuas como el hecho de que pueda incomodarnos su simple contemplación. Especialmente si esa negativa actitud nos viene dada por un cúmulo de prejuicios siempre mal aprendidos.
De un tiempo a esta parte he visto crecer la polémica, hasta desbordarse, sobre el uso, en imparable aumento, del velo o pañuelo islámico, más conocido como “Hiyab”.
Si no fuera por la gravedad que parece entrañar las mil y una interpretaciones que de tal uso se desprende, tanto para quienes lo usan, como para quienes lo critican, la situación no pasaría de ser parte de una cómica escena costumbrista de los Hermanos Quintero o, si me apuran, de una escena al uso de cualquier novela de Jardiel Poncela.
Pero, desgraciadamente no es así. Tan, en principio, simple prenda, está comenzando a convertirse “de facto” en un arma arrojadiza de consecuencias imprevisibles.
Bajo su tacto, en algunos casos de suave seda y diseño vanguardista y personalizado, se han comenzado a cobijar radicales actitudes en defensa de reivindicaciones no siempre bien entendidas, ni justificadas.
Durante mucho tiempo la costumbre de cubrirse la cabeza, a veces con un simple pañuelo de mano, fue, sin más, un obligado gesto de respeto a determinados momentos de significado religioso. Esta acción, realizada mayoritariamente por la mujer, también tuvo su expresión en el hombre. Y puedo asegurar que salvo en aquellos casos de una excesiva religiosidad, la mayor parte de los que así lo hacían, obligados por las circunstancias, estaban esperando el momento más oportuno para librarse de tan “incómoda” prenda.
Es importante hacernos la siguiente reflexión. De las tres religiones monoteístas salvo en la arraigada costumbre judía, donde la pequeña “kipá” ha llegado, en el hombre, a convertirse casi en una obligada prenda de vestir a diario y en cualquier momento, combinándose en ocasiones con un elegante traje de Armani, el velo católico, o el Hiyab musulmán habían llegado a desaparecer de manera casi absoluta; salvo en poblaciones rurales, o en las poblaciones musulmanas donde la evolución hacia cualquier manifestación prooccidental ha sido abortada por sus radicales dirigentes.
De manera que parece evidente y hasta comprensible, al menos en lo que conocemos como Occidente, que el resurgimiento de la tan traída prenda - el Hiyab - se debe más a un posicionamiento étnico y social - yo me atrevería a decir que también político – que religioso.
Es una clara reivindicación de unas señas identitarias, aparentemente perdidas. Tal vez porque, pese a no ser conscientes las generaciones anteriores del riesgo o, incluso, del deseo de perder su identidad, tampoco nunca tomaron la verdadera decisión de fundirlas con el nuevo medio al que por determinadas circunstancias se vieron abocados a llegar.
Sin embargo no dejaré de manifestar mi contrariedad y mi más rotunda oposición al uso que de la prenda se está comenzando a hacer por parte de la juventud musulmana afincada en Occidente. Es sumamente difícil creer que bajo la “protección” del Hiyab se recuperen y vuelvan a surgir ancestrales creencias religiosas largamente perdidas. La fe no se encuentra ni en un pañuelo, ni bajo un pañuelo.
Dejando a un lado cuestiones estéticas, que el pañuelo generalmente perjudica, por lo que sorprende y hace poco creíble la enconada defensa de su uso por las adolescentes musulmanas – mujeres al fin y al cabo - , más bien parece, como decía antes, una manera de encontrar la salida a una falta de identidad: “Para mí, el Hiyab es un regalo de Allah.
Me da la oportunidad de acercarme a Allah y también me permite identificarme y ser reconocida como musulmana”; “Ellas son representantes del Islam y de los musulmanes. A cualquier lado que van, tanto musulmanes como no musulmanes las reconocen como seguidoras del Islam”; “En esta vida, no podría pensar en algo mejor que ser musulmana, y el Hiyab es un signo que me lo recuerda permanentemente”; “Saber que Allah me encuentra bella – con el Hiyab - es lo que me hace sentir bien”.
Estas son algunas frases, extraídas de un periódico musulmán, publicado en Occidente, pronunciadas, dicen, por varias adolescentes musulmanas, residentes igualmente en Occidente, en segundas y terceras generaciones,. Aunque cuesta trabajo creerlo, pues más bien parecen frases estereotipadas sacadas de monjas, o religiosas ancladas en siglos pasados, bien pudiera ser que en ellas anide de manera encubierta ese fanatismo religioso que tanto nos preocupa.
Se nos dice, no sin cierta sorpresa por nuestra parte, que “era de esperar que la generación de sus hijas, las jóvenes de hoy, frente a la fascinación de sus padres por la cultura occidental y el desprecio marcado de Occidente hacia el Islam, decidan emprender una búsqueda para conocer su religión y al mismo tiempo su identidad que, por las relaciones e influencias, no formaba parte ni de Oriente ni de Occidente”.
Pero cuesta trabajo aceptar semejante argumentación. Si tenemos en cuenta que, por lo general, los estratos sociales de estas generaciones de nuevos y “fervientes” islamistas, salvo excepcionales casos, proceden de los niveles más bajos de la sociedad, tanto en lo económico, como en lo intelectual y académico, llegaremos a la conclusión que lejos de ser oposición directa a sus padres, se nutren básicamente de ellos.
Además, resulta sorprendente que pese a la “fascinación occidental” que dicen haber abducido a los padres, uno aún pueda contemplar con horror, por ejemplo, como ante los efectos de una desgracia o una catástrofe las manifestaciones de dolor de “esa vieja generación” musulmana se conviertan en un concierto de estridentes gritos, acompañados de un deprimente espectáculo de autolesiones a base de golpetazos y fuertes palmadas, más cercano a ancestrales costumbres no superadas que la “odiosa” modernidad impuesta por Occidente.
Resulta difícil aceptar que después de decenas de años e imbuidos de pleno en sociedades abiertamente plurales, pueda haberles surgido de lo más profundo de su ser ancestrales deseos identitarios. Incluso superando a los de sus generaciones anteriores. Es un fenómeno social de difícil comprensión y más compleja explicación.
Yo no tengo duda alguna de que esas jóvenes, que han adoptado de manera beligerante el uso de el Hiyab, teóricamente occidentalizadas y que comienzan a ser legión, han buscado en el uso de la prenda más que una identidad la identificación con una personalidad perdida o, tal vez, nunca ostentada.
Más bien parece que a falta de otras posibilidades trataran de hacerse visibles en esta compleja e insolidaria sociedad, reafirmando su personalidad con elementos externos de dudoso acierto. Ya saben, aquello de: “que hablen de mí aunque sea mal”.
Lo preocupante es la lectura que hacen los radicales islamistas del uso del Hiyab. Parecen querer hacer confluir en él todas las milenarias reivindicaciones, nunca suficientemente bien justificadas, de Oriente a Occidente.
Lo cierto es que han conseguido convertir lo que era una simpática y agradable prenda en una bandera reivindicativa. Hasta la expresiva doña Rogelia lo lleva y nunca fue sospechosa de islamismo radical alguno. El peligro no esta en el pañuelo – Hiyab - sino en las ideas e intenciones que bajo él puedan cobijarse.
Felipe Cantos
Desde Bélgica
LA OTRA BOFETADA
Una niña de ocho años con velo se dirige a su escuela de Gerona. Ha perdido varios días de clase, porque su familia se empeñaba en que no asistiera con el pelo suelto.
Muy por encima de la instrucción de la niña, la cuestión de principio es ésa, el pelo suelto: para la familia, de la cabeza de una mujer importa cómo se cubre, no cómo se cultiva.
Las normas del colegio rechazan la vestimenta discriminatoria. Como el director tiene dos ojos, y tanto su ojo izquierdo como su ojo derecho le indican que los niños musulmanes nunca se cubren la cabeza y las niñas sí, juzga el hiyab un símbolo de sumisión y no de religiosidad. Discriminatorio, que diría Perogrullo.
Pero le llega una orden del consejero de Educación, y quien dice consejero dice lector de impresos e instancias, dice hombre ahormado al tartamudeo del BOE, aunque todavía dotado de dos ojos útiles. Su ojo izquierdo y su ojo derecho le indican que los niños musulmanes nunca se cubren la cabeza y las niñas sí, etcétera. Y pese a todo, él, que podría dictar la escolarización forzosa de la niña, abre la puerta del colegio a la sumisión, vestida con el racismo más reaccionario, ahora llamado multiculturalismo.
Así es como una niña de ocho años llega a su escuela de Gerona ataviada con el hiyab. Y en el instante preciso en que pone un pie en el aula, un bofetón cae sobre las mejillas de las musulmanas liberales. Zas.
En Marruecos, Egipto, Turquía, Irán, Irak, miles de hombres y mujeres contrarios a la opresión religiosa reciben un manotazo. Sangran en su soledad acorralada. Se preguntan por qué los abofetea el consejero, si tiene un ojo izquierdo y un ojo derecho.
Les contesta Nietzsche: el error no es ceguera, el error es cobardía.
ABC. IRENE LOZANO
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17.10.07
El Hiyab, pañuelo musulmán
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4 comentarios :
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Es cierto que el problema no es el pañuelo sino la intención de quien lo lleva, y lo cierto es que se ha convertido en un simbolo del islamismo radical, la falta de libertad y la represión de la mujer.
ResponderEliminarSospecho que detrás del velo hay más que un símbolo, que también, me refiero concretamente a la polémica que esta desatando en los colegios.
ResponderEliminarCuando afirman que llevar el pañuelo es un mandato de Alá, pero intencionadamente obvian que el Corán dice, “que vuestras MUJERES se cubran….” No las niñas, no menciona a las niñas. ¿Cómo es posible que estén mintiendo tan descaradamente?
Yo he visto a niñas y adolescentes a la salida de colegios concretamente en Túnez y la mayoría no llevaban velos, en Túnez en Egipto y otros países muchas musulmanas están optando por no llevarlo, es mas, se visten con ropas occidentales .
¿No crees que esta forma de querer imponerlo en Europa, se debe a otras intenciones ocultas diferentes al plano religioso?
Esta postura de imposición y en ocasiones con chantaje incluido da para muchas interpretaciones, y la mas lógica es el deseo de saber hasta donde Occidente esta dispuesto a ceder, y poco a poco cuando nos demos cuenta la Sharia estará introducida en la Europa de las libertades.
Saludos.
Desde luego que es un pulso, un reto a occidente para sabe hasta donde estamos dispuetos a aguantar. Pasa como con los nacionalistas: estarán provocándonos hasta que les paremos los pies. Así que cuanto antes mejor. Mi abuela siempre decía: "más vale ponerse una vez colorá que ciento amarillo"
ResponderEliminar"Cuando afirman que llevar el pañuelo es un mandato de Alá, pero intencionadamente obvian que el Corán dice, “que vuestras MUJERES se cubran….” No las niñas, no menciona a las niñas. ¿Cómo es posible que estén mintiendo tan descaradamente?"
ResponderEliminarla que miente eres tu.las siete veces que se menciona "hiyab" en el Coran,en ninguna dice nada de cubrise la cabeza con el velo...
VIVA EL HIYAB!!