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19.4.08
La preocupante cobardía Europea
Occidente permanece ocioso mientras sus cimientos son hechos pedazos.
El pasado viernes, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas asestaba un golpe mortal a la libertad de expresión. En una votación 32 a 0, el Consejo ordenaba a su "experto en libertad de expresión" que informase al Consejo de todos los casos en los que los individuos "abusan" de su derecho a la libertad de expresión realizando expresiones de prejuicios religiosos o raciales.
La medida fue propuesta por los abanderados de la libertad que son Egipto y Pakistán. Fue apoyada por todos los países árabes musulmanes y africanos, ejemplos ellos de libertad. Los estados europeos se abstuvieron.
Estados Unidos, que no es miembro del Consejos de Derechos Humanos, intentaba contrarrestar la medida. En un discurso ante el Consejo, el embajador norteamericano ante la ONU en Ginebra, Warren Tichenor, advertía que el propósito de la resolución es socavar la libertad de expresión, porque "impone restricciones a los individuos en lugar de enfatizar el deber y la responsabilidad de los gobiernos de garantizar, respaldar, promover y proteger los derechos humanos".
Al pretender criminalizar el libre discurso, la resolución viola abiertamente la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas. El Artículo 19 de este documento afirma explícitamente: "Todo el mundo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye la libertad a ostentar opiniones sin interferencia y buscar, recibir y trasladar información e ideas a través de cualquier canal y al margen de las fronteras".
La decisión de los europeos de abstenerse en lugar de oponerse a la medida parece, a primera vista, bastante sorprendente. Teniendo en cuenta que los estados miembros de la Unión Europea se encuentran entre los defensores más enfáticos de Naciones Unidas, habría sido normal en su caso haberse opuesto a una resolución que socava el documento fundacional de Naciones Unidas, y en la práctica, uno de los pilares más básicos de la civilización occidental.
Pero una vez más, tal tener en cuenta las posturas de la Unión Europea en los últimos años en contra de la libertad de expresión, en realidad no hay nada de lo que sorprenderse. La cesión actual por parte de la Unión Europea a la baja calaña intelectual se encuentra por supuesto en su respuesta a la difusión en Internet de la película del parlamentario holandés Geert Wilders, Fitna.
La Unión Europea ha llegado a extremos insospechados para atacar a Wilders por atreverse a ejercer su derecho a la libertad de expresión. La Presidencia de la Unión difundía una declaración de condena a la película por "alimentar el odio". El Primer Ministro holandés Jan Peter Balkenende difundía circulares que afirman que la película "no sirve a otro propósito que ofender".
También entonces, el secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-moon atacaba a la película por "ofensivamente anti islámica".
Estas declaraciones acompañan a la pretensión de la Unión Europea de restringir la libertad de expresión tras la publicación en el 2005 de las viñetas de Mahoma en el periódico de Dinamarca Jyllands Posten. También encajan en el contexto de la censura sistemática a los intelectuales anti-jihadistas por todo el continente. Estos intelectuales, como Peter Redeker en Francia o Paul Cliteur en Holanda, son amenazados para ser silenciados por jihadistas europeos. Y los gobiernos de Europa o bien no hacen nada por defender a los pensadores amenazados, o justifican a los chantajistas intelectuales simpatizando con sus enfados.
Es axiomático que la libertad de expresión es el pilar fundamental de la libertad humana y el progreso. Cuando a la gente no se le permite expresarse con libertad, no puede tener lugar ningún debate ni investigación. Se debe exclusivamente a la libertad de debate e investigación que la humanidad haya progresado desde la Edad Media hasta la Era Digital. Este es el motivo de que el primer acto de cualquier futuro tirano consista en hacerse con el control del mercado de ideas.
Pero hoy, las naciones de Europa y en la práctica de gran parte del mundo occidental, o bien permanecen de brazos cruzados y no hacen nada por defender esa libertad, o colaboran con esos estados islámicos que no son libres y que con frecuencia son tiránicos y con los terroristas, censurando el debate y acallando a la disidencia.
Existen dos motivos de que éste sea el caso.
En primer lugar, la izquierda política, que controla sin rival la burocracia de la Unión Europea así como la mayor parte de los centros intelectuales del mundo libre, ha demostrado a través de sus acciones que no guarda ningún compromiso real con los valores democráticos. En lugar de apoyar los valores democráticos, la izquierda adopta cada vez más la palabrería de la democracia de manera cínica, con el objetivo de socavar el libre discurso en la esfera pública en nombre de "la democracia".
Escribiendo acerca del enfado izquierdista contra la película de Wilders en Europa, Henryk Broder, de Der Speigel, observaba que casi sin excepción, los medios europeos han condenado a Wilders como "populista de derechas". Como observa Broder, a primera vista esta afirmación es absurda, dado que Wilders es un progresista radical.
En Fitna, el expresivo legislador demuestra cómo son utilizados los versos del Corán por parte de los jihadistas para justificar los actos más repugnantes de asesinato en masa y odio. Su película superpone versos del Corán que instan al asesinato de los no musulmanes con escenas reales de carnicerías jihadistas. También superpone versos del Corán que fomentan el odio contra los judíos con grabaciones de clérigos islámicos que repiten los versos, y con una niña de 3 años diciendo haber aprendido que los judíos son una mezcla de cerdos y monos en sus clases del Corán. Fitna cierra con un desafío a los musulmanes a purgar estos criminales y odiosos pilares religiosos de su sistema de creencias.
Aunque discutible, pero no necesariamente, incendiaria, la película de Wilders sirve de invitación a Europa y al mundo islámico para celebrar un debate abierto. Su película desafía a la audiencia -- tanto a musulmanes como a no musulmanes -- a pensar y debatir si el islam respeta o no las nociones de libertad humana, y qué se puede hacer para impedir que los jihadistas exploten el Corán para justificar sus actos de asesinato, tiranía y odio.
Como observa Broder, al declarar a Wilders "populista de derechas", la izquierda pretende censurarle tanto a él como a su llamamiento al debate público. El mensaje subyacente de colocarle el sambenito es que Wilders se encuentra de alguna manera al margen de la catadura de la compañía civilizada, y por tanto su mensaje debe ser ignorado por toda la gente en sus cabales. Si usted no quiere verse aislado intelectualmente y condenado al ostracismo social como Wilders, entonces no debe ver su película bajo ningún concepto ni tomarla en serio. Hacerlo sería un acto de "populismo de derechas" – y todo el mundo sabe lo que significa eso.
Al igual que todos los movimientos antidemocráticos, la izquierda política de hoy en día pretende silenciar el debate y de esa manera socavar la democracia, primero, demonizando a cualquiera que no esté de acuerdo con ella, y a continuación aprobando leyes que criminalizan la expresión o que ponen límites al derecho de la gente a decidir cómo quiere vivir.
En la Unión Europea, el Tratado de Lisboa regurgitó en la práctica la Constitución que fue rechazada por los electores de Francia y Holanda y que estaba destinada a ser rechazada por los británicos, en virtud del tecnicismo burocrático. En Gran Bretaña, el Parlamento ha Laborado durante años por aprobar una ley que criminaliza insultar el islam. También entonces, una de las primeras acciones que tomó el gobierno Brown tras tomar posesión el pasado verano fue prohibir a sus miembros hablar de "terrorismo islámico".
Al igual que en Europa, también en Israel la izquierda llega a extremos insospechados por socavar la democracia en nombre de la democracia.
Simplemente en un ejemplo reciente, esta semana el profesor izquierdista de Derecho Mordechai Kremnitzer advertiría al Parlamento de no aprobar ninguna ley que permita someter a referéndum cualquier futura partición de Jerusalén o rendición de los Altos del Golán. En opinión de Kremnitzer, "Si el veredicto de un referéndum está determinado por una mayoría pequeña que incluye electores árabes, entonces un sector determinado cuya opinión no fue aceptada es probable que intente rechazar la legitimidad del referéndum y pueda rechazarlo con violencia".
Este "sector determinado" al que se refiere Kremnitzer, por supuesto, son los judíos, que se oponen a la partición de Jerusalén y la rendición de los Altos del Golán por mayoría aplastante.
El argumento de Kremnitzer es tan ridículo como interesado. Es ridículo porque sabe que en el 2004, los miembros del Likud celebraron un referéndum sobre la retirada proyectada de Gaza y el norte de Samaria por parte del gobierno. El entonces primer ministro Ariel Sharon prometía respetar los resultados de la votación de su partido. Pero cuando el 65% de los miembros del Likud rechazaba su plan, él los ignoró. Y la reacción del público, aunque contundente, fue completamente pacífica.
La única fuerza que utilizó de manera constante la fuerza y la intimidación en los días previos a la retirada de Gaza y el norte de Samaria fue el gobierno. Desplegó a decenas de miles de policías para irrumpir en las protestas e impedir a los manifestantes viajar a las manifestaciones convocadas legalmente, y durante meses encarceló a manifestantes sin juicios. En sus acciones obviamente antidemocráticas y legalmente dudosas, el gobierno fue escrupulosamente defendido por Kremnitzer y sus colegas, que o bien no hicieron nada mientras las libertades civiles de los manifestantes eran pisoteadas, o defendieron con entusiasmo el abandono de los valores democráticos por parte del gobierno declarando "antidemocráticos" a los manifestantes.
En la práctica, en su testimonio del miércoles, Kremnitzer reproducía al pie de la letra ese argumento afirmando que los referéndums "son una receta para perjudicar la democracia".
Al margen de ser teórica y factualmente erróneo, el argumento de Kremnitzer -- al igual que los argumentos de la burocracia de la Unión Europea, que marginó a la ciudadanía europea aprobando el Tratado de Lisboa -- es interesado de manera patente. Al igual que sus colegas de la Unión Europea, es completamente consciente de que su apoyo a una rendición israelí de Jerusalén y los Altos del Golán constituye una opinión marginal. De manera que su preocupación real no es la salud de la democracia israelí, sino el poder de la izquierda política para determinar la política en contra de los intereses y los deseos de la opinión pública.
El segundo motivo de que la izquierda consienta la censura de la expresión es que sus miembros están exactamente igual de preocupados por la amenaza de la supremacía islámica como sus detractores políticos, pero al contrario que sus detractores, la izquierda es demasiado cobarde para hacer algo. La idea quedaba en evidencia, también, tras la difusión de la película de Wilders.
Esta semana, una delegación de líderes religiosos cristianos y musulmanes holandeses viajaba a El Cairo para hablar con líderes islámicos religiosos. Hablando en Radio Netherlands, Bas Plaisier, que encabeza la iglesia protestante holandesa, afirmaba que la misión de la delegación es "limitar las posibles consecuencias" de la película de Wilders. Las consecuencias a las que se refiere, por supuesto, son la perspectiva de disturbios musulmanes violentos y ataques contra los cristianos y los holandeses en todo el mundo.
Radio Netherlands informaba de que Plaisier "ha estado recibiendo informes preocupantes procedentes de ciudadanos holandeses por todo el mundo, incluyendo algunos temerosos de las repercusiones entre los cristianos de Sudán, Oriente Medio e Indonesia".
De manera que el verdadero motivo de que la iglesia protestante holandesa condene la película no es que crea que Wilders se equivoca, porque sus líderes están seguros de que Wilders acierta de lleno. Es simplemente que al contrario que Wilders, que ha puesto en peligro su vida para expresar su opinión, la iglesia protestante holandesa es demasiado cobarde para defenderse, y por eso ellos viajan a El Cairo a rendir pleitesía a los líderes religiosos que a diario supervisan los sermones de odio y supremacía islámica en las mezquitas egipcias. Siguen rindiendo pleitesía a aquellos que han institucionalizado la persecución religiosa de su minoría cristiana Copta por parte de Egipto y su censura a los críticos liberales del régimen de Mubarak y la Hermandad Musulmana.
Y ese es el motivo final. Al zanjar el debate por las buenas - a fuerza de difamar a sus detractores no-izquierdistas y por miedo a los jihadistas y los regímenes que les promueven -- Occidente en conjunto socava no solamente sus propios valores y creencias fundacionales. También socava a los no jihadistas del mundo islámico, que si alguna vez tuvieran oportunidad, trabajarían para promover una forma de islam que no responda al desafío con violencia sino en su lugar con el discurso de la razón y el respeto mutuo a las diferencias de opinión.
Caroline Glick es periodista por la Universidad de Columbia y editor jefe en funciones de The Jerusalem Post. Tras finalizar sus estudios, ingresó en el ejército y alcanzó una consejería en las negociaciones de Oslo junto al ex primer ministro Rabin. Tras abandonar la esfera política, Glick pasó al periodismo con una columna semanal de portada en el diario. Durante el reciente conflicto de Irak, fue la periodista empotrada del medio, estando en el primer escuadrón americano que entró en Bagdad y siendo la primera mujer en poner el pie en la capital durante el conflicto.
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El presidente iraní ya ha anunciado que el precio del petróleo está muy, pero que muy bajo. Habrá que abrir dos docenas de mezquitas y meter en la cárcel a cincuenta o sesenta defensores de los derechos humanos (o parecidos) para calmarle. La UEueUEue ya lo está haciendo persiguiendo a los suyos y levantando más de las dos docenas de mezquitas solicitadas. ¡Algo es algo, hombre!.
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