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16.8.08
Islam. De la apostasía a la violencia
No es fácil comprender lo que caracteriza al mundo islámico. Algunos piensan que ya saben en qué consiste la religión musulmana con lo leído en sus años de escuela o con lo encontrado en alguna información de Internet. Otros, más realísticamente, se asoman a los países islámicos o a los inmigrantes que llegan a países de tradición occidental, y reconocen lo complejo y difícil que es penetrar en un mundo cultural y religioso muy distinto del nuestro.
Un libro reciente sirve para despertar el deseo de un mayor estudio y atención a la galaxia del Islam. Es la obra del P. Samir Khalil Samir, un sacerdote jesuita nacido en Egipto, que imparte cursos universitarios en Beirut y en Roma.
El título del libro, publicado por ahora en italiano, es atrevido: “Islam. De la apostasía a la violencia” (“Islam. Dall’apostasia alla violenza”, Cantagalli, Roma-Siena 2008).
El título parece atrevido, pero simplemente da a entender lo que se ofrece en esta obra: una colección de artículos y trabajos breves que aparecen en orden alfabético, desde la “A” de la Apostasía hasta la “V” de la Violencia.
No busco ahora resumir un libro estimulante y contracorriente. Sólo quisiera fijarme en dos preguntas que constantemente el P. Samir formula frente a la complejidad del mundo islámico.
La primera se refiere a la problemática sobre el posible diálogo con el mundo islámico. ¿Cómo comunicar con una realidad compleja, con diversas tendencias y corrientes, y sin una autoridad interpretativa reconocida?
La pregunta muestra hasta qué punto la religión musulmana no resulta fácilmente comprensible, pues además de las corrientes sunita y chií (o chiíta), existen innumerables imanes y jefes religiosos que se atribuyen la interpretación correcta y exacta de las enseñanzas reveladas por Alá (Allah) a Mahoma.
La segunda pregunta va más a fondo: ¿sobre qué dialogar? Hay quienes proponen limitarnos a los contenidos religiosos: hablar sobre Dios y sobre el alma.
Pero en la religión que surge desde el Islam ser creyente implica un modo de vivir, de organizar la vida social, de establecer las leyes. Es decir, el Islam aspira a convertirse en un sistema político capaz de regular los principales aspectos de la vida de las personas.
Ante esta segunda pregunta, el P. Samir insiste una y otra vez en la necesidad de poner sobre el tapete del diálogo el tema de los derechos humanos, que radican en la naturaleza humana y que valen para todos, sin distinción de razas, sexo, o religión, para luego ver si la legislación islámica (la Sharía) respeta o no tales derechos.
Notamos, por ejemplo, que en muchos países la aplicación de la Sharía lleva a tratar a la mujer como alguien sometido al varón y con un peso legal inferior al mismo. Otras veces se permite la mutilación de la mano y del pie de quienes son declarados culpables de algunos delitos, o se llega a la eliminación violenta de los adúlteros. Vemos, además, que todavía se aplica la pena de muerte a quienes dejan la religión islámica para pasar a otra religión o para convertirse en ateos. En estos y otros casos, ¿no estamos ante flagrantes violaciones de los derechos humanos?
Frente a situaciones como las evocadas, presentes en algunos importantes estados islámicos o defendidas por intérpretes religiosos que se consideran auténticos intérpretes del Corán, quedan dos alternativas. O se reconoce que la Sharía va contra los derechos humanos, y, por lo tanto, debe ser condenada por los gobiernos defensores de tales derechos y por los organismos internacionales. O hemos de pensar que la interpretación dada hasta ahora por muchos musulmanes sobre su religión y sobre la Sharía es errónea. En esta segunda alternativa, se hace necesario buscar una interpretación del Corán capaz de respetar los derechos fundamentales de todo ser humano.
No podemos quedar indiferentes cuando un musulmán decide hacerse católico y sufre, por este motivo, innumerables vejaciones, desprecios e, incluso, amenazas de muerte. Algo no va bien en aquellos pueblos y grupos religiosos que no permiten una de las libertades más profundas que debe reconocerse a todo ser humano: la libertad de seguir a la propia conciencia en materia religiosa.
Establecer el diálogo con el mundo musulmán exige afrontar estas dos preguntas (y, desde luego, muchas otras). Sólo así podremos trabajar hacia caminos de entendimiento, eliminando prejuicios que dificultan el encuentro, pero sin ceder ni un milímetro cuando se trata de garantizar los derechos fundamentales que deben ser reconocidos a todos los seres humanos.
Fernando Pascual
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