Este es el nombre del ciudadano afgano de 41 años condenado a muerte en Afganistan por haberse convertido al cristianismo. No olvidemos que la pena de muerte es el castigo establecido, en muchos países musulmanes, para los que abandonan el Corán.
El gobierno afgano, aduciendo “falta de pruebas” ha “desistido temporalmente” del caso, Abdul Rahman, bajo protección, ha sido liberado.
La noticia no mereció nuestra atención, porqué ya sabemos que nuestra mirada paternalista no proyecta, nunca, un ojo crítico hacia los países islámicos.
Si un musulmán fuera condenado a muerte, por su religión, por ejemplo en los Estados Unidos, el tsunami informativo y social habría sido el previsible y el pertinente.
Sin embargo, y por suerte, en los países democráticos no se dedican a perseguir a las personas por su creencia religiosa, y por tanto, esta es una hipótesis que no necesita ser objeto de preocupación.
En los países islámicos, en cambio, la persecución religiosa no solo es un hecho, sino que ha ido a más, y no encuentro ni denuncia mediática, ni rechazo social, ni mínima preocupación ciudadana.
Y es esta constatación, la alegría con que aceptamos la vulneración de todos los derechos fundamentales en los países islámicos –amigos o no tanto-, la que me preocupa, me motiva y me indigna.
He denunciado reiteradamente el silencio que proyectamos ante la esclavitud y el sufrimiento de millones de mujeres sometidas a la tiranía machista del Islam. Sin embargo, quizás porqué no toca, quizás porqué no forma parte de las preocupaciones de la corrección política, nunca denunciamos otras persecuciones, quizás menos masivas, pero igualmente dolorosas.
Veamos como son las cosas.
Estos días una delegación española ha visitado Arabia Saudí. Hemos asumido como “normal” que las mujeres –a excepción de la reina- brillaran por su ausencia, en una aceptación del machismo criminal que es una auténtica derrota de los países democráticos.
Pero como que la renuncia explícita de un derecho fundamental abre la puerta a la renuncia de otros derechos, también hemos obviado lo que pasa con los ciudadanos cristianos.
Es curioso, porqué los Borbones son católicos, apostólicos y etc. Pero no parece que ello sea ningún obstáculo para asegurar, en plena Arabia Saudita, que el rey actual es magnífico, que está haciendo una “política inteligente” y que es un aliado del pueblo español. Bien.
La fatwa de 3 de julio de 2000 prohíbe explícitamente que los cristianos compren posesiones, construyan iglesias o hagan ningún tipo de apología. Obviamente, no pueden acceder a la ciudadanía saudí. Entre otras cosas, la fatwa asegura que toda religión, fuera del Islam, es herejía y, a partir de aquí, abre la puerta a todo tipo de castigos, incluyendo la pena de muerte, para preservar la única religión verdadera.
Y por supuesto, hablo de cristianos, que si explicito lo que dicen los ulemas de los judíos, lo que explican en las mezquitas, lo que escriben en sus libros de texto, o lo que aseguran en sus televisiones, entonces tendríamos que usar gramática demasiado gruesa. Y sucia. Y violenta.
De hecho, no es que los judíos no puedan comprar propiedades en tierra saudita, es que no pueden ni existir.
Hablabámos de la fatwa. Su rigorismo extremista, sumada a la confusión ancestral que existe, en el Islam, entre Dios y las leyes civiles, está impregnando de sentido represivo, la filosofía, las leyes y la actuación de gobiernos islámicos, desde Kuwait hasta Palestina, desde el Uzbekistan (hace poco se enderrocó la última sinagoga que quedaba en todo el territorio) hasta el Yemen o el territorio ensangrentado del Sudan.
Sin embargo, hace tantos años que hemos decidido no escuchar el lamento de los cristianos de Belén, o de todo el sur sudanés –incluyendo la terrible tragedia de Darfour, que también es una tragedia religiosa-, o de los cristianos que queden en Egipto, que el aumento represivo ha llegado de forma impune y casi natural.
Y con ello no niego lo que ya sabemos: que el Islam ha sido, en épocas más felices, tierra de acogida, justamente cuando el rigorismo extremista cristiano impedía a otras religiones vivir con una cierta tranquilidad.
Durante siglos, ha habido ciudades del Islam que permitían una singular y envidiable armonía entre las tres religiones monoteístas, siendo ejemplo notable de convivencia.
Pero hace muchos años que esta concepción idílica se ha transmutado en una situación de presión, persecución y violencia, justo desde que la ideología integrista ha pasado a ser hegemónica.
Y no olvidemos que el papel de algunas de las tiranías del petrodólar, en la consolidación del Islam intolerante, ha sido absolutamente clave. Por eso, cuando escucho al jefe de Estado de un país democrático, elogiar las excelencias del tirano saudita, me siento notablemente imbécil.
Pascua cristiana y pesar judío. En las sociedades libres, grandes fiestas religiosas. Pero en algunos países de la Media Luna, más que actos religiosos, estos días se celebran auténticos actos de resistencia.
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