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7.11.05

La «intifada» estalla en París



"Los territorios perdidos de la República".

Delincuencia e integrismo, detonantes de los graves disturbios registrados en un barrio de la capital francesa.
Coches abrasados tras los disturbios de la noche del jueves en Clichy-sous-bois

París- «¡Esto es Bagdad! ¡Esto es Bagdad!», gritaban decenas de jóvenes exaltados. Un telón de fuego les separaba de las fuerzas del orden, en una ventolera confusa de proyectiles, humo y sirenas... pero no era el cruento Iraq de la posguerra, sino Clichy-sous-bois, localidad deprimida a las afueras de París.

Los grupos de adolescentes que provocaron, en las dos últimas noches, graves disturbios en este barrio, tomaron a la Policía francesa por soldados norteamericanos y quisieron encarnar, ellos mismos, a los rebeldes iraquíes. Mucho más grave que un simple juego.

La causa de la rebelión urbana fue la muerte de dos adolescentes de 17 y 15 años, originarios de Túnez y Mali, electrocutados tras escalar el muro de un transformador eléctrico cuando escapaban de la Policía. Un tercer joven que les acompañaba, de 21 años y origen turco, está gravemente herido.
La noticia corrió como la pólvora entre los jóvenes del barrio, que ayer, por segunda noche consecutiva, volvieron a pertrecharse para atacar a la Policía incluso con balas reales, como la que percutió contra un coche de antidisturbios.
Como en un pequeño Bagdad. Ya lo avisaban sus gritos.

Lo ocurrido en Clichy-sous-bois es sólo un ejemplo más del drama diario que viven cientos de «barrios de riesgo» diseminados por toda Francia. El número total de estos suburbios, con una altísima tasa de criminalidad y un paro por encima del 20%, asciende a 630, según las cifras de un informe policial de 2004. Los servicios de información detectaron además, en 300 de ellos, un aumento del integrismo islámico. Son las zonas desheredadas de la République, aquí llamadas «banlieues», en las que viven 1.800.000 personas.

Viveros de delincuentes. Estos guetos brotan en todos los cinturones periféricos de las grandes ciudades, reconocibles por sus torres de 20 plantas, con cientos de minúsculos apartamentos de protección oficial, donde se hacinan familias de hasta más de diez miembros. Arrabales creados en los 60 y 70, donde el Estado alojó a las olas de inmigrantes, fundamentalmente magrebíes y del África subsahariana.
La ausencia de infraestructuras educativas, la huida de empresas y comercios a otros lugares, la articulación de algunos barrios en torno a nacionalidades o etnias, una economía sumergida dependiente de la criminalidad y una degradación social constante han moldeado una especie de burbujas marginales.

Treinta años después, esas burbujas explotan. «Aquí no hay maleantes, son sólo jóvenes que no tienen nada», explicaba ayer un habitante de Clichy-sous-bois a la televisión francesa. «La Policía los persiguió como si fueran bandidos y por eso escalaron el transformador, pero no lo eran», les defendía otro lugareño.
El primer ministro, Dominique de Villepin, se encargó de contradecirlos: «Se trataba de ladrones que estaban actuando».

Muchos de los jóvenes crecidos en estos barrios, agrupados en bandas, terminan por caer en las garras de la delincuencia. Triunfar cuando uno está obligado a escribir el nombre de un gueto en un formulario de trabajo no es fácil.
Tan generalizada está la discriminación por la raza o el lugar de residencia previa que el Gobierno estudia imponer por ley el currículum vitae anónimo, sin foto y sin dirección.

El amanecer después de la batalla contaba 29 coches particulares quemados, una guardería destrozada, el saqueo del edificio de correos y la destrucción de nueve furgonetas del servicio postal. Una de ellas fue estrellada en llamas contra el Ayuntamiento. «Una noche de disturbios. Otra más en Clichy-sous-bois», relató con hartazgo el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy. Él mismo reconoció que no es caso aislado: «Hay que poner fin a este inquietante fenómeno de violencia urbana que no existía hace 20 años».

Plan piloto.

El Gobierno dio un primer paso en marzo, aplicando un plan piloto urgente en 25 de estos puntos negros, que podría ser implantado en el resto. Pero Francia no tiene tiempo que perder.

Algunos gendarmes han debido mudarse del lugar donde prestan servicio porque sus hijos han sido agredidos o sus mujeres, declaraba un oficial a «Le Figaro» esta semana. Como reconocía un comisario lionés a este periodista: «En algunos barrios, como Venissieux [periferia de Lyon], tenemos incluso que escoltar a los bomberos. Cualquier persona o uniforme asimilado al Estado corre peligro».
Precisamente en Venissieux predicaba Abdelkader Bouziane, imán condenado esta semana a seis meses de prisión por haber instigado a la violencia contra las mujeres.

En la medianoche del martes, Nicolas Sarkozy visitó Argenteuil, localidad con uno de los mayores índices de criminalidad del extrarradio parisiense.
La autoridad del Estado fue acogida a golpe de proyectiles y piedras. «Los habitantes de los barrios difíciles tendrán derecho a la misma seguridad que el resto de los franceses», clamó Sarkozy, decidido a estirar el filón electoral conservador y presentarse como el nuevo «sheriff» de las zonas de Francia que más se asemejan al lejano Oeste.

¿Arde París?

Varios suburbios de la capital francesa se suman a la revuelta juvenil de Clichy-sous-bois.

Dos bomberos tratan de apagar un coche en llamas en la quinta noche de disturbios en el suburbio parisino de Clichy-sous-bois
Clichy-sous-bois

Inútil buscar el centro de Clichy. No existe. La localidad es un cúmulo de colonias de mala reputación, compuestas por edificios descascarillados de hasta 20 plantas, con los bajos atestados de grafittis, junto a otras zonas de apariencia tranquila, con hileras de casas bajas, como en cualquier cinturón de clase trabajadora de los que rodean las grandes ciudades.

El transporte es casi inexistente. Las infraestructuras, deficientes. Los comercios, escasos. Aquí, un restaurante turco, allí, una carnicería musulmana y alguna panadería. Ni una tienda de discos o ropa.
Si no fuese por los restos de coches calcinados, un simple paseo apenas deja entrever que en esas calles se libra una cruenta batalla, desde hace días, entre la Policía y los jóvenes del barrio, saldada con más de 50 detenciones. Hasta que, frenando ante una de las primeras rotondas del pueblo, como salidos de una película, se aparecen dos decenas de antidisturbios, con protecciones, cascos y armas en mano.

«Estamos aquí para evitar que ocurran los problemas. Y no al contrario, como dicen algunos», comenta secamente el jefe de la dotación.
Los disturbios comenzaron tras la muerte de Ziad y Banou, dos jóvenes de 15 y 17 años, el jueves, cuando huían o creían huir de la Policía. La mayoría de los habitantes de Clichy cree que los agentes «acorralaron a los chicos», que, presa del pánico, escalaron un transformador en el que murieron electrocutados.

Las autoridades, a pesar de continuos cambios de versión, sostienen que no hubo tal persecución. La granada lacrimógena policial lanzada al interior de la mezquita de la localidad, hace dos días, fue la gota que terminó por desbordar la ira. La última madrugada se saldó con otras 19 detenciones. Los primeros enjuiciados por enfrentarse a la Policía han sido ya condenados a dos meses de prisión.
Y, más preocupante aún, revueltas parecidas estallaron en otras cuatro localidades depauperadas de la periferia parisiense, como si otros suburbios hubiesen decidido solidarizarse con lo ocurrido en Clichy.

A 20 metros de la rotonda tomada por los antidisturbios, un restaurante McDonald’s parece reivindicar que la globalización también alcanza a Clichy-sous-bois. En su interior, a las 14:00 horas de ayer, una veintena de personas de al menos seis razas diferentes.
Ahmed, de 20 años y origen tunecino, reconoce que «podría ser uno de ellos» refiriéndose a los detenidos por lanzar piedras contra la Policía. «Estudio, ayudo a niños con problemas y no soy ningún delincuente.
Pero aquí vivimos en la miseria. Y tenemos que soportar continuos controles de identidad sólo porque el 90 % somos de origen extranjero, aunque seamos franceses.
Yo estuve cuatro horas en comisaría porque no llevaba la documentación cuando venía de hacer deporte. Por eso cuando ves a la poli, corres».
Abdul lleva un traje típico marroquí y camina fatigosamente a sus 60 años. Lleva 36 en Clichy-sous-bois y aún chapurrea el francés.

Una prueba del repliegue social en el que viven las poblaciones islámicas en localidades donde son mayoría. La desazón le obliga a repartir culpas: «Es triste todo lo que está pasando.
No tiene sentido lo que están haciendo los chicos [en referencia a los causantes de la revuelta], pero tampoco que cuando llamamos a la Policía por la delincuencia no venga nunca, y ahora tengamos el pueblo lleno».

La retahíla de quejas no tiene fin cuando se aborda a los jóvenes, que se sienten olvidados por el Estado y criminalizados apenas pronuncian las primeras letras del pueblo donde han nacido. «Aquí se puede vivir, no te roban cada vez que sales a la calle», afirma Tariq, ataviado con túnica y una prominente barba islámica, y vecino de Clichy desde hace 22 años, «y con la Policía de proximidad no había ningún problema.
Con los antidisturbios sí, porque no son de aquí, nos provocan y pertenecen casi todos al Frente Nacional», partido francés de ultraderecha.

Clichy es el punto negro del departamento de Seine Saint-Denis, al noreste de París. Los habitantes de las ciudades que rodean a esta localidad dormitorio evitan pasar por allí. Tampoco es muy difícil; nada invita a visitarla.
Una lacra con la que conviven sus 28.000 habitantes. «Somos una isla separada del mundo», se lamenta frente al Ayuntamiento Alí, de 25 años y titulado en Administración de empresas. «He querido mudarme, pero nadie quiere firmar un contrato porque vengo de Clichy.
Busco trabajo, pero no consigo el puesto por el lugar donde vivo». Cuando intuye la sorpresa del periodista, esboza una sonrisa irónica: «Es que esto no es como España, allí no hay guetos».
Por Javier Gómez



Francia aplica el toque de queda en sus urbes por primera vez desde la guerra de Argelia

El anuncio de la presencia ayer en Toulouse del ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, acompañando a las fuerzas del orden precipitó el incendio de vehículos.

PARÍS. La aplicación práctica del toque de queda, por vez primera desde la guerra de Argelia (1954-62), en las ciudades y suburbios víctimas de incendios y violencias sin precedentes desde hace días es valorada por la opinión pública, recibe el apoyo crítico de la oposición socialista, es denunciada por comunistas y ecologistas y plantea inmensos problemas para una justicia desbordada por las detenciones masivas de niños, adolescentes y jóvenes.

Ante la Asamblea Nacional, para poner a la opinión pública como testigo, el primer ministro, Dominique de Villepin; el titular de Interior, Nicolas Sarkozy, y los portavoces de todos los grupos parlamentarios -socialista, comunista, ecologista, centrista y conservador- intercambiaron ayer graves advertencias y denuncias, que dan a la crisis un agrio perfume decadente: mientras arden las afueras de París, sus señorías se tiraban a la cabeza el miedo, el odio y treinta años de fracasos urbanísticos y sociales.

Una pesadilla no tan lejana.

Por su parte, la Unión Sindical de la Magistratura (USM) lanzó una nueva advertencia jurídica: «Los tribunales franceses y, en particular, los tribunales de la región parisina serán incapaces, materialmente, de afrontar las consecuencias inmediatas de la proclamación del toque de queda en los suburbios».
En doce días se han consumado 1.560 detenciones y 178 personas han sido encarceladas expeditivamente. Si los disturbios continuaran, el incremento de las detenciones pondría a los tribunales de justicia al borde del colapso inmediato.
Es una de las primeras consecuencias prácticas de la proclamación del toque de queda, recurriendo a una legislación de excepción de 1955, que solo había sido utilizada durante la guerra de Argelia, entre 1954 y 1962.

Para los hijos y nietos de los inmigrantes norteafricanos que conocieron aquella tragedia, se trata de un recuerdo que desentierra los peores fantasmas de odio, muerte y persecución.

Para policías y magistrados es una pesadilla: ¿qué hacer con centenares de adolescentes y jóvenes detenidos a los que será difícil juzgar con rapidez?

El fantasma de más muertes

Desde anoche, la aplicación expeditiva del toque de queda en muchas ciudades quizá permita restaurar una parodia de paz y tranquilidad armada. Pero nadie sabe qué pudiera incubarse durante las largas horas nocturnas de tal estado de excepción.

Mientras tanto, los distintos flecos de la crisis toman proporciones imprevisibles.

Las Compañías Republicanas de Seguridad (CRS, antidisturbios), gendarmes, policías y bomberos son invitados a la «serenidad». «Sobre todo, no quiero dramas, ya hemos tenido bastantes», ha declarado Sarkozy. Pero los ataques con bolas de petanca y las respuestas con gases lacrimógenos pueden degenerar en cualquier momento: y el fantasma de los muertos pone a las fuerzas de seguridad al borde permanente del ataque de nervios.

En las alcaldías, escuelas y hospitales de los departamentos de la Isla de Francia se han multiplicado los llamamientos a la paz y la responsabilidad. Pero la prolongación de la crisis ha creado nuevos problemas: los garajes están abarrotados de coches incendiados; el desplazamiento en metro y autobuses en zonas sensibles complica la vida de muy mala manera; los sindicatos de maestros y profesores están desbordados por los problemas de cada día en zonas de riesgo.

Primeros experimentos

Ante ese clima de grave incertidumbre nacional, las primeras ciudades en decretar el toque de queda fueron, anoche, Amiens, Orleáns y Savigny-sur-Orge (Essone), en la periferia sur de París. Algunas otras ciudades, como Raincy (Seine-Saint-Denis), ya lo habían aplicado desde la tarde de ayer para intentar yugular las llamaradas nocturnas.
Los prefectos de la República tomarán la decisión de aplicar el mismo estado de excepción nocturna cuando lo consideren oportuno, si los disturbios no cesaran rápidamente.

Oficialmente, la posibilidad de aplicar el toque de queda en cualquier ciudad de Francia estará vigente hasta el próximo día 20, entre las 10 de la noche y las 6 de la mañana.

A la espera de acontecimientos, dispuesto a estar en primera línea del conflicto, Nicolas Sarkozy decidió acompañar a las fuerzas del orden anoche en Toulouse, donde el anuncio de su presencia precipitó el incendio de automóviles en alguna barriadas.



El Estado Francés invierte 8.599 millones de €uros en ayudas a la inmigración. 

La desintegración familiar en las 750 «zonas sensibles» de Francia, junto a la degradación de la educación, es un hecho denunciado por todos los sociólogos.

PARÍS. La ola sin precedentes de incendios y violencia suburbana ha estallado en apenas medio centenar de las 750 zonas oficialmente calificadas como «sensibles» en toda Francia, en las que el Estado invierte cada año más de 7.000 millones de euros en ayudas globales, a los que hay que añadir otros 1.599 millones de euros en concepto de ayudas a la integración, con un resultado aparentemente catastrófico.

La Asamblea Nacional debe comenzar esta tarde la discusión de los capítulos consagrados a las ciudades y viviendas, dependientes del Ministerio de Asuntos Sociales.
Desde septiembre pasado ya estaba previsto aumentar en un 13 por ciento las ayudas consagradas a intentar socorrer de muy distinta manera a los habitantes de los guetos sociales peor dotados.
Antes del nuevo plan de fondos de urgencia, ya estaba previsto invertir 7.190 millones de euros de ayudas entre las 750 zonas sensibles, repartidos de este modo, según los presupuestos oficiales del Estado:

-Ayudas a la mejora de la oferta de viviendas, 1.231 millones de euros

.-Ayudas para la compra de primera vivienda, 5.115 millones.

-Renovación urbana, 233 millones.

-Igualdad social y territorial, 611 millones.

A tales ayudas globales hay que añadir los 1.599 millones de euros consagrados expresamente a solidaridad e integración, repartidos en estos capítulos:

-Políticas a favor de la inclusión social, 1.010 millones de euros.

-Ayudas a la integración de extranjeros, 561 millones.

-Igualdad entre hombres y mujeres, 27.5 millones.

A esas partidas presupuestarias previstas oficialmente desde septiembre pasado, será necesario añadir el montante de las nuevas ayudas anunciadas ayer por Dominique de Villepin, el primer ministro:
más ayudas escolares, más ayudas a la integración, mayores exoneraciones fiscales para las empresas que den trabajo a jóvenes nacidos en familias de inmigrantes.

A esas ayudas pagadas con fondos de los presupuestos del Estado habría que añadir las ayudas de naturaleza muy similar pagadas con fondos municipales, de departamentos y regionales.

J. P. QUIÑONERO


2 comentarios :

  1. Anónimo7/11/05

    Esto no son actos de protesta son actos vandálicos con el fin de desestabilizar el país que les ha acogido, el país que les permite tener escuelas, sanidad, ayudas estatales, y una vida bastante mejor que en sus totalitarios países, pero a pesar de todo se sienten discriminados.
    Primero inmigraron los italianos también realizaban como todos los inmigrantes sin preparación los trabajos mas humildes, después inmigraron los españoles no solo aceptaron las reglas del juego estaban agradecidos al país por tener la oportunidad de trabajar duro, pero poder enviar a sus familias una ayuda en esos tiempos que según nos cuentan fueron tan difíciles en España, muchos han regresado a sus países de origen, el resto han organizado su vida en Francia han creado sus familias y estan perfectamente integrados.
    ¿Por qué no se integran los musulmanes?
    Todos los sabemos, pero desde luego no ha sido Francia quien los ha marginado, ni les ha prohibido casarse con cristianas/os, ni les prohíbe que practiquen sus cultos ni que se mezclen con los franceses, son ellos los que se marginan, son ellos los que quieren imponernos sus normas, son ellos los que exigen que las empresas se adapten a sus días festivos y las empresas optan por no contratarlos, pues saben que las relaciones acaban siendo problemáticas, son ellos los que no aceptan la forma de vida de occidente.
    España esta en la misma situación, y no tardaremos en ver y conocer las represalias.
    Europa se desestabiliza todo se tambalea, nuestra cultura, nuestra religión y nuestras raíces, esta vez estamos solos USA no vendrá a solucionar nuestros problemas, nosotros también le dimos la espalda cuando nos necesito, y nuestros políticos se han dedicado a fomentar el antiamericanismo duro y puro.

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  2. Anónimo11/2/09

    Ja ja ja . Habéis querido dejar entrar libremente y favorecer en todo a los musulmanes ? Pues ahora, aceptad las respuestas. Sólo habéis recogido las cosechas de años de " tolerancia ". La culpa no es del Islam, si tu en tu casa no dejas entrar al ladrón, pues no te puede robar legalmente.

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