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16.11.07
La Sociedad Multirracial (Racismo)
La Sociedad Multirracial
(Guillaume Faye)
Durante los últimos diez años, la mayoría de los países europeos han testificado precipitadamente la instalación en su seno de un nuevo tipo de sociedad - que habrían podido prever hace veinte años pero que no habían previsto, una forma que se creía reservada, hasta ahora a América: la sociedad multirracial, consecuencia de la descolonización, de la inmigración de mano de obra extraeuropea y de la desigualdad demográfica entre el Norte y el Sur.
Por primera vez en su historia - al menos la de los últimos mil años - Europa del Oeste acoge minorías afroasiáticas de rápido crecimiento (entre 5 y 10%) . El choque es de importancia y es en Francia donde se manifiesta lo más violentamente posible. Queda allí pues abierta con una brutalidad y una urgencia desconocida la cuestión de la identidad. Y este reto finalmente permite a los Europeos tomar conciencia, o al menos reflexionar, sobre la naturaleza de su propia especificidad.
La identidad, la profundidad del sentimiento de pertenencia y el valor del concepto de ciudadanía se basan obviamente en una relativa homogeneidad etnocultural de los habitantes de Europa. Lo que implica preguntarnos sobre la "deseabilidad" de la sociedad multirracial o pluricultural.
Frente a esta nueva realidad, el debate público menciona abiertamente la proposición de un posible y deseable devenir en un país de minorías. Sin embargo, diversas corrientes de opinión no dudan ya en poner en entredicho la posibilidad de adquirir la ciudadanía de un país europeo si no se es de origen etnocultural europeo.
La sociedad multirracial presenta dos inconvenientes principales: en primer lugar, es una sociedad " multirracista", dónde prosperan los ghettos, el odio racial, las guerras sociales en todas las clases, como lo demuestran los ejemplos de EE.UU., de Brasil, de Sudáfrica, etc.
En segundo lugar, este modelo social equivale a la new-yorkisación de Europa, según la lógica del Occidente planetario, donde el desarraigo, el individualismo narcisista, el refuerzo del carácter mecánico y comercial del cuerpo social, la pérdida de la identidad cultural, constituyen la norma y vacian de sentido el concepto de ciudadanía, tanto para los alógenos como para los indígenas.
Por razones de hostilidad a todo racismo, por el derecho de cada hombre a beneficiarse de una identidad y de una ciudadanía, por la preferencia de un modelo comunitario frente a la sociedad masificada que muestra hoy su carácter patógeno, y por respeto de la cultura europea, cuestionar la sociedad multirracial debe pasar a ser hoy una prioridad.
Por otra parte, en la medida en que lo que está en juego es crucial, la nueva oposición no será entre una "derecha" y una "izquierda" - división puramente socioeconómica ya secundaria y obsoleta - sino entre los partidarios del cosmopolitismo y los partidarios de la identidad, que se reclutaran dentro de la izquierda como de la derecha, el problema de la sociedad multirracial se hace central y se instaura como el problema político principal de este fin de siglo.
Lo que se bautiza como "inmigración" en Europa es, en realidad, una "colonización demográfica" por parte de los pueblos fértiles de los países de Asia y África, según la expresión de Alfred Sauvy.
Sufrimos el movimiento inverso de colonización que hicimos sufrir a los otros. Si no rechazamos y detenemos nuestra decadencia demográfica, no solamente se realizara la idea de Pierre Chaunu según la cual "Alemania esta condenada a desaparecer, pero ella no lo sabe aún", sino que a principios del próximo siglo una muy fuerte proporción de los habitantes de Europa, sobre todo entre la juventud, ya no será de origen europeo y probablemente ni de "cultura" europea, puesto que esta última habrá perdido su facultad de integración y porque las poblaciones inmigradas elegirán abiertamente la americanización.
Enfrentamos una pérdida de identidad etnocultural (más grave aún que la desculturización, ya que no es recuperable) que amenaza muy seriamente a Europa. En realidad, como intenté demostrarlo en un ensayo reciente, nunca, durante su historia, Europa ha estado tan amenazada de desaparición como ahora ni sus dirigentes han sido tan inconscientes.
A la hora en que (con mucha razón, por supuesto) nos sentimos abrumados y afectados por los genocidios que afectan o afectaron, total o parcialmente a otros pueblos, seguimos siendo indiferentes y ciegos al genocidio - étnico, demográfico - del que se encuentran amenazados los europeos.
Los adeptos de la asimilación de los extranjeros en Europa (como los de su integración en el sistema de ghettos de una sociedad "pluricultural") siguen exactamente el mismo planteamiento que los mesiánicos convertidores de los Indios de América, que los niveladores jacobinos y sobre todo de los colonialistas de los siglos XIX y XX.
Solamente, con la diferencia que es a nosotros a quienes quieren ahora acabar de colonizar. Por espinosa y trágica paradoja de la historia, es la Europa excolonizadora quien se encuentra ahora a la espera de su colonización definitiva. ¡Y, suprema ironía, los inmigrantes afroasiáticos, hijos de los que colonialismo antes domino y destruyó su identidad, son ahora los protagonistas dirigidos y utilizados para hacer perder a Europa los restos de su identidad, son también los instrumentos de nuestra propia "hyperoccidentalización" !
La sociedad multirracial es a la vez la reversión y la continuación de la sociedad colonial; y el multirracialismo aparece como la hipóstasis del colonialismo. En los dos casos es el progresismo quien lleva la danza y se puede comprender, ahora, que el colonialismo no era más que la fase infantil del multirracialismo...
Debe existir en alguna parte del inconsciente de los progresistas y socialdemócratas, este fantasma secreto, mezcla de masoquismo y altérofobia, autorracismo y altérorracismo: no bastaba con ir a colonizar, a occidentalizar y desculturizar a los pueblos del Sur, es necesario ahora traerles a vivir con nosotros, para que acabásemos juntos desculturizados y desidentificados mutuamente.
Quienes fueran los vectores de su desculturalización, vienen ahora a nuestra casa para ayudar a nuestra desculturalización definitiva.
Laurent Fabius, fiel en eso a la ideología de Jules Ferry, y en perfecta concordancia con el espíritu de la Revolución francesa como de la Constitución americana, recordaba que la República tenía vocación que construir una sociedad y una nación multirraciales, donde las identidades y las pertenencias religiosas, culturales y étnicas de los ciudadanos pasaran a un segundo lugar. ¿Autojustificación del etnocidio?
No es pues una novedad, la ideología que preside hoy al multirracialismo, a pesar de su pretensión a serlo. La doctrina de la "República Francesa", en efecto, prosigue explícitamente el modelo "nacional" de los monarcas centralizadores, asentándose en la asimilación forzada de los pueblos y la abolición de sus identidades.
En Francia, la colonización de los pueblos de las "provincias" por el Estado central, el colonialismo de ultramar y el multirracialismo y la asimilación de hoy se prolongan naturalmente. El poder actual, "multicultural", no hace más que proseguir la doctrina de sus antecesores. Paradójicamente, es la identidad francesa que paga los gastos de la ideología francesa... en la medida en que no basta ya con integrar grupos étnicamente cercanos, como fue el caso durante siglos.
La evidencia que la sociedad multirracial crea los guetos e institucionaliza el racismo nos es confirmada por el hecho de que en las instituciones, más allá de un determinado límite máximo de "gente de color", estos últimos reivindican una autonomía racial.
En Gran Bretaña, en el partido laborista, los Negros reivindicaron y obtuvieron (además, con mucha lógica) la constitución de una "sección negra", verdadero partido dentro del partido (Daily Mail, 15 de abril de 1985).
Así pues, como en Bélgica con el problema de los Flamencos y Valones que ha obligado a duplicar todas las instituciones (pero con una gravedad múltiple a causa de la profundidad de la diferencia étnica), nos acercamos poco a poco a una sociedad en la que se asignaran todos los sectores en función de las razas y etnias.
Es innecesario decir que el sentimiento comunitario y el concepto de interés general como servicio público se menoscabaran, y que no subsistirá ya otro lazo social que aquel de las relaciones comerciales y contractuales de intereses económicos [ Un interesante informe confidencial fue publicado por la administración francesa de los Servicios de Correos sobre la aparición preocupante de "redes" y de "sectores" basadas en la etnia dentro de las jerarquías oficiales, y que dan lugar a discriminaciones raciales endémicas en ambos sentidos.] - lo que corresponde al proyecto social liberal.
La sociedad multirracial intenta superponer al racismo ordinario y a la desintegración de la sociedad, la dictadura absoluta del mercantilismo diario, lo que equivale a suprimir todas las relaciones humanas que no están basadas en el interés material. La sociedad multirracial, cuya instalación refuerza a la sociedad comercial, al desarrollo de las doctrinas neoliberales y a la potenciación de los poderes tecnoeconómicos en detrimento de los poderes políticos en Occidente, es también correlativa de la aparición de la "Nueva Sociedad de Consumo", caracterizada por la tribalización del cuerpo social.
Consecuencia: los únicos lazos sociales "calientes" serán los vínculos privados o intraétnicos (intratribales); tan ajenos a las relaciones y a las "comunicaciones" que operan a un nivel "nacional" o macrosocial, serán cada vez más fríos, anónimos, técnicos y mercantilizados. La sociedad multirracial contribuye pues a acentuar estas características patológicas de los pueblos de hoy: incremento de la masificación y del individualismo anónimo, desaparición de los vínculos cívicos y del altruismo comunitario.
A los que dicen : "Muy bien, vamos a perder nuestra identidad cultural y antropológica:" ¿¿por qué negarnos a ello? Una nueva civilización, universal, mestiza está naciendo. ¿¿Por qué no debemos aceptarlo? ", no hay sino que responderles a nivel racional o a nivel moral."
Queda también por oponer un deseo contrario, el mismo deseo, la misma voluntad, que manifiestan por ejemplo, los Africanos o Árabes de no dejarse invadir por Europeos, de seguir siendo fieles a su identidad. En efecto, así como es normal y legítimo que el Árabe, el Negro africano, el Japonés quieran seguir siendo ellos mismos, que se reconozca que un Africano es necesariamente un hombre negro o un Asiático un hombre amarillo, es legítimo, natural y necesario que se reconozca el derecho a un Europeo a rechazar el multirracialismo y a afirmarse como hombre blanco.
Tratar de racismo tal posición es una fanfarronada inadmisible. Los verdaderos racistas son, al contrario, los que organizan en Europa la constitución de una sociedad multirracial.
Que sean lógicos: así como era necesario combatir el colonialismo y la opresión que los Blancos invasores hacían sufrir a los pueblos de color, así mismo es necesario rechazar la implantación en la Europa de estos mismos pueblos de color. Y ello, precisamente en nombre del antirracismo. Porque la historia demuestra que las sociedades constituidas sobre mezclas o yuxtaposiciones brutales de poblaciones de orígenes muy distantes terminan por dar lugar, como el caso de los Estados Unidos o de Brasil lo demuestran, a sociedades obsesionadas por el veneno de la cuestión racial, sustituto de la cuestión social, a sociedades infectadas por el racismo de masas, el racismo diario constituye el irrefrenable telón de fondo.
Las sociedades americanas del Norte y el Sur nos muestran que la asimilación de etnias distintas en un conjunto comunitario y cultural falla y que sólo subsiste la yuxtaposición jerarquizada de los grupos humanos - con todas las tensiones que se derivan. ¿¿Se cree seriamente que nuestro modelo sociocultural actual, que ya no posee para los autóctonos ningún poder consensual, podrá federar a poblaciones de orígenes muy diferentes ?
Es pues en nombre del antirracismo que es necesario condenar a la sociedad multiracial y a sus apologistas. Es en nombre del antirracismo que es necesario denunciar al que niega la existencia de las razas e identidades, y cuyos enemigos son tanto el europeo como el Africano orgullosos de sus orígenes.
Los partidarios del cosmopolitismo multirracial realmente se proponen constituir una organización social del mundo de carácter profundamente racista: quieren construir una civilización planetaria, de cultura americana occidental, donde los Blancos dominan a los mestizos y a la gente de color (puesto que estos últimos tendrán más difícil su integración en el modelo cultural occidental, que es "blanco" a pesar de todo), dónde cada país sea un melting pot heterogéneo en el cual dominará una casta occidentalizada.
Es la extensión planetaria del modelo racista de la sociedad americana. Dividir para reinar. Los totalitarismos quieren sociedades fragmentadas...
A este modelo, por antirracismo, por respeto de las razas y los pueblos, preferimos el de un mundo heterogéneo de pueblos homogéneos (y no al revés), la sola garantía del respeto al otro.
Se respetará en Europa al hombre africano o el hombre árabe que no se integren y desaparezcan como hombres diferentes o ni se refugien en ghettos, que puedan apreciarse como extranjeros que dispondrán de una patria y no como unos parias malasimilados.
Consecuencia del multirracialismo (pero no solamente de él) el racismo, este mal de las sociedades igualitarias implícitamente contenido en el asimilacionismo de los derechos humanos, incrementa en una forma que escandaliza a la opinión publica.
Es en este nivel más vil que los racistas declarados (en privado, ya que su expresión publica se sanciona, como la homosexualidad antes) y los antirracistas profesionales plantean hoy el problema de la identidad de los pueblos.
La cuestión racial toma pues hoy el mismo carácter que la cuestión social, y en algunos aspectos que la cuestión sexual hace algunas décadas. Y, por una fatalidad trágica, cuanto más el racismo es hecho tabú, y más se legisla contra él, más se instaura como discurso implícito de referencia en el trasfondo de todos los debates y de todos los comportamientos diarios... El racismo, fase final, fase cancerosa de las identidades en perdición, pasea en adelante su espectro entre nosotros.
La cuestión racial se convirtió en el demonio interior del mundo occidental no solo por culpa del simple hecho del planetarizacion de la historia, de la abolición de las distancias o de la creación de doctrinas políticas como el racismo de los siglos XIX y XX en los países anglosajones, en Alemania y Francia (patria del nacimiento del racismo teórico, como lo muestra bien Zeev Sternhell); sino que la responsabilidad de la obsesión racial la tiene la socialdemocracia, que hoy se declara antirracista pero que fue históricamente responsable, desde hace un centenar de años, del colonialismo, luego del neocolonialismo ocultado bajo la mampara de la "descolonización", y finalmente de la organización de la inmigración y de la sociedad multirracial en Europa. Pero también otro factor, más específico, impulso la instalación de la obsesión racial.
Los medios denominados antirracistas, humanistas militantes, que por su obsesión y persecución patológica del "fascismo", y "nazismo", han contribuido a su resurgir en sociedades donde estas doctrinas en realidad habían desaparecido después de la guerra. Encontramos allí uno de los más asombrosos efectos de hétérotelia social que podramos constatar.
Hitler permanece vivo, como mito, presencia latente y segunda conciencia subterránea, gracias al celo de sus pretendidos denunciadores, que no dejan de anunciar fantasmagóricamente su regreso, mientras que en realidad, durante los años sesenta, había desaparecido realmente.
No hay pues un día en que no se nos presente una dudosa publicación de "antología" sobre las fechorías del nazismo, una película televisada triste sobre la deportación, el "holocausto", la resistencia antifascista, etc.
La fascinación por el fenómeno fascismo-racismo-nazismo se expresa en los medios de comunicación, bajo el pretexto pedagógico de inmunizar a las poblaciones, pero en realidad se hace para incrementar el beneficio económico de unos pocos, como lo demuestran los escandalosos y dudosos affaires del "Diario de Ana Frank" (un fraude con bolígrafo) o de la película "Holocausto", película que apela a la morbosidad bajo un discurso "antinazi" de fachada.
Un psicoanálisis de estos síndromes obsesiónales, que ocurren en mayor virulencia cuarenta años después, mostraría, que los promotores del discurso de "denuncia" pedagógico de la tríada fascismo-racismo-nazismo, sufren una angustia de atracción-repulsión, un deseo irreprensible de "hablar", una necesidad de expresar y encubrir a la vez una obsesión racial y un racismo profundos bajo su proyección (en otros) y su denuncia permanente.
Intelectuales como Jean-Pierre Faye, Bernard- Henri Lévy, Albert Jacquard (este último usual de los lapsos racistas), por no hablar de Simone Veil, que pasa su vida persiguiendo hitlerianos imaginarios o visualizando el retorno de Mussolini en el mas minúsculo fenómeno social xenófobo, son responsables de la propagación de ese "mito ario", de la "racialización " ideológica de nuestra sociedad y del mantenimiento de la sombra de Hitler en el imaginario de los Europeos de hoy.
Tal síndrome puede compararse a lo que pasaba con el sexo en los ambientes cristianos no hace mucho tiempo. Los curas "antimasturbadores" de nuestros órganos colegiados, las damas protectoras denunciadoras de orgías imaginarias o los padres de familia cazadores de pederastas, manifestaban, también, una profunda atracción por los hechos - imaginarios - que denunciaban, y sobre todo, suscitaban en otros la fascinación y la tentación. El obseso del sexo o la raza, del antisemitismo o la pederastia, al crear su psicodrama de sospechas y tabúes, propaga su obsesión y sus tentaciones y hace posible la aparición del fenómeno que denuncia [Es necesario mencionar a este respecto la increíble campaña de propaganda organizada en Francia en 1985, con el apoyo del poder, por la asociación Sos-Racismo y una parte de la prensa, en favor de la sociedad multiracial. El objeto sutil de esta campaña fue al mismo tiempo devaluar la identidad francesa ("Francia está como un ciclomotor, se mezcla"), de crear tensiones étnicas, en particular, antiárabes y presentar la sociedad multiracial como un hecho establecido. Hicieron que la Juventud se sumara moralmente, en particular, a llevar una insignia antirracista vendida a centenares de millares de ejemplares, dado que se culpabilizó los que la rechazaban explícitamente. El resultado más notable de esta campaña habrá sido dividir a la población sobre la cuestión racial, lo que ocurria por primera vez desde 1945, y de hacer crecer en proporciones considerables a los partidarios de una expulsión brutal de la gente de color... Hasta se puede decir que, sociológicamente, a partir de 1985, Francia es el primer país europeo donde la cuestión racial fue abierta y planteada explícitamente, dónde el problema de la identidad fue formulado en términos étnicos y biológicos y donde el racismo se han convertido en un sentimiento corriente, tanto por parte de la gente de color como en otros].
En efecto, uno de los principales resultados sociológicos a los cuales llegaron los B.H. Lévy y Roy Ladurie (compañeros de raza, por otra parte, de Hanna Arendt), en su denuncia del resurgir del "espíritu de Auschwitz", es la creación de una atmósfera de "sacralización" del fenómeno, en particular, en las generaciones mas jóvenes. Mientras que el "desconocimiento de Hitler" les habría podido inmunizar contra un renacimiento de las doctrinas racistas o fascistas haciéndolas hundirse en el olvido y la trivialidad de lo retro, la advertencia permanente contra su renacimiento ha reconstruido objetivamente a las sectas neonazis. De la misma forma, la estúpida letanía sobre que "la raza no existe" ha desarrollado naturalmente una contrarreacción racista. La advertencia contra el "racista grande-ario y rubio" [Tema recurrente en las series televisadas y las innumerables películas "pedagógicas" que florecen desde mediados de los años setenta, y no solamente en torno al sempiterno tema de "la brutalidad de las SS", por lo que no hay ninguna semana sin que los periodistas de los grandes medios de comunicación escritos y audiovisuales mencionen con delicia el espectro] hizo nacer una fascinación patológica por ese mito que se pretendía evitar (véase como ejemplo, la utilización provocadora de símbolos nazis por jóvenes marginados, en ruptura con un mundo de adultos que para ellos esta vacio de sentido, encerrado en su egoísmo y su hipocresía).
Los escritos de un Bernard- Henri Lévy muestran una extraña fascinación por el tema racial ario y una protesta implícita contra la "barbarie" inherente a todo lo que estaría incluido en la cultura europea "pura".
En el espíritu de un público cada vez mas alejado de lo que se pudo llamar la cultura política clásica, el exceso de discurso y sermones sobre el racismo, el fascismo, el nazismo, la provocación permanente respecto al supuesto renacimiento de un antisemitismo de masas, la sempiterna y estúpida asociación (como en la película Train d’Enfer de Roger Hanin) del "Ario rubio" brutal, torturador, racista y de extrema derecha, y de su víctima, representada por un Judío o un Mediterráneo, contribuyen a mantener y desarrollar una especie de "mito ario negativo" cuyos efectos son los mismos rigurosamente que los de un "mito ario positivo".
Desde este punto de vista puede hacerse un paralelo: de la misma forma que las democracias occidentales, como las democracias populares, intentan legitimarse, hacer olvidar sus fracasos inmensos y de lavar la sangre que tienen aún sobre las manos desde 1945 designando como enemigo fantasmagórico al "totalitarismo fascista" (en un proceso mórbido de legitimación negativa), nuestra sociedad no deja de conmemorar su victoria sobre Hitler y Mussolini para hacer olvidar los problemas contemporáneos que no puede solucionar concretamente: "el vientre de la bestia inmunda esta fértil aún", tal es el mito fundador y de legitimación, según la famosa fórmula de Brecht, de una sociedad que no llega ya a justificarse mas que presentándose como el oponente de un fascismo-racismo-nazismo siempre listo para reaparecer, siempre latente por esencia, nunca completamente vencido.
El mito del fascismo latente contiene implícitamente la idea de que la cultura europea - francesa y alemana en particular - es, por naturaleza, culpable de engendrar tales "demonios" (una Europa identitaria y autónoma es el demonio para los B.H. Lévy y los André Glucksmann) y que debe, pues, permanecer bajo vigilancia y perder, por cosmopolitismo, su identidad cultural o étnica (es la tesis de la Iglesia que recomienda, por un moralismo de culpabilización, la adopción de niños extraeuropeos y fomenta el mestizaje). Pero este mito permite también trivializar y hacer olvidar los delitos que, desde "Dresde" e "Hiroshima", las democracias occidentales como las democracias comunistas, vinculadas a las primeras por el mismo "antifascismo" fantasmagórico, no dejaron de perpetuar en todos los ámbitos: poblaciones desplazadas y/o destrozadas en Europa después de la guerra, aceptación de las anexiones arbitrarias de la Unión Soviética, gulags y sistema de concentración soviético, crímenes de guerra innumerables de las democracias occidentales y Estados comunistas en todos los conflictos que agitaron el Tercer mundo desde 1950, etc.
Resumidamente, el cadáver de Adolf Hitler, embalsamado y mantenido cuidadosamente desde la guerra, sirve a toda esta inmensa corriente político-ideológica "igualitaria, humanista y democrática" (englobando, de los comunistas y los liberales, a todos los participes del "frente antifascista", todos los que son herederos ideológicos de un judeocristianismo que, también, tiene las manos bien ensangrentadas), para legitimar su totalitarismo implícito y a minimizar el alcance de sus fechorías, que son los crímenes de guerra y las tentativas de genocidio perpetrados, por ejemplo, por Israel en el Líbano, pero que se intenta los perdonemos porque son hechos por los hijos de "los mártires de Auschwitz".
Nunca, desde 1981, fecha de la instalación de los socialistas en el poder, se había visto tanto a Hitler en la televisión francesa. No hay un día sin "denuncia" del racismo hitleriano, sin una condena del antisemitismo, sin un "gran" debate sobre el "resurgimiento del racismo", sin los fondos de marchas militares nazis, sin películas sobre los campos de la muerte y sin un curso de moral cívica impartido por los grandes sacerdotes del antirracismo y de la buena conciencia.
El efecto de este bombardeo de información es - obviamente - el revés de lo que se ha buscado. Racismo, antisemitismo e hitlerismo se instalan en el imaginario colectivo como presencias demoníacas, mitemas diabólicos que, incluso si no seducen inmediatamente, siguen estado, sin embargo, presentes en la profundidad de los cerebros... Se repite una vez mas, la vieja historia de los aprendices de brujo.
Son pues, los "denunciadores" del nazismo quienes permiten su permanencia - y que incluso lo profundizan - en forma de mito, dando así, desgraciadamente, razón a posteriori al famoso Martin Bormann... "La furia pedagógica que denuncia y condena el racismo y el antisemitismo, sobre todo allí donde no existen, afortunadamente no hace sino cristalizar definitivamente tal idea en la conciencia popular."
Los profesores han hecho que mucha gente que antes no hacía distinción entre un Judío y un no judío (en cualquier caso no más que entre un católico o un protestante, un Bretón y un Antillés) "fuese informada" que en la lucha contra el antisemitismo, el Judío no era un ciudadano como otro, que la judaidad no era una diferencia como otra, y que el antisemitismo era una forma "especial" (terrible) de racismo. Julius Streicher y Drumont no lo habrían soñado mejor. El resultado de las campañas obsesiónales contra el racismo y el antisemitismo realizadas desde el principio de los años setenta fue distinguir racialmente al Judío del resto de la población.
Lo que las sectas neonazis no hicieron, los medios "antirracistas" y los sectarios de los derechos humanos lo realizaron. Ciertamente, no fue voluntario de su parte, pero es necesario señalarles los hechos. Han sido más estúpidos que perversos.
Pero en cuanto a propaganda política, la idiotez es imperdonable porque puede conducir a lo peor y a los resultados más inesperados. Estos resultados quedan claros hoy: el antisemitismo progresa de nuevo a Francia, y por otra parte, en el pueblo y en muchas elites, es cada vez mas atractivo en tanto que toma el sabor del fruto prohibido. En cuanto al racismo ordinario, es inútil mencionar su extensa difusión...
Sin embargo, más allá de la ceguera, es posible detectar en los profesionales del antirracismo algunos deseos turbios. ¿Los múltiples gritos y lapsus de un Albert Jacquard [Durante una emisión televisada de la 2° cadena francesa consagrada al racismo - una vez más Albert Jacquard, que se pretende por impostura genétista pero que es el bufón de los medios científicos, desde más de diez años, se dedica a explicar a los Franceses que las razas no existen, pero no deja, para demostrar esta contraevidencia, de hacer apología de la sociedad multirracial. O bien existen, o bien no existen...] o los fantasmas hitléromaniacos y racioides de un Bernard-Henri Lévy, cuya última novela es una antología de obsesiones nazimorfas, las iras de cualquier otro autor contra el fascismo hitleriano nos deja entrever que detrás cada puerta como las viejas señoritas frente al Violador, todo esto no se vincula más o menos con un deseo negado?
Es una fascinación negativa, ciertamente, pero esta afloración de publicaciones dudosas que pretenden, para denunciar mejor el "peligro nazi", mostrar los aspectos "históricos", reconoce que esta fascinación encuentra un mercado de fascinados cada vez mas creciente..
La idea racista que, por arquetipo toma fuerza y forma, ingresa en adelante, en el panteón de valores, como recurso posible. Así como los cristianos suscitaron misas negras y cultos demoníacos, del mismo modo, nuestros buenos demócratas y obsesos del fraternalismo antirracista han favorecido lógicamente el nacimiento de una "cultura" racista.
En muchos casos, Hoy es el antirracismo quien crea racismo y no al revés; o más exactamente el antirracismo, al calificar errónea y sistemáticamente de "racista" los comportamientos xenófobos totalmente clásicos donde el odio racial no existe en origen, o actitudes sociales banales desprovistas de racismo, termina por volver efectivamente racistas dichos comportamientos.
Del mismo modo, la atmósfera de sospecha racista creada por los cazadores de brujas del antirracismo deja suponer a la gente de color que están por todas partes dispuestos a ser discriminados, lo que les conduce sociológicamente a discriminar ellos también.¡
De allí se pasa a otra consecuencia extremadamente dañina, el hecho de que todo discurso de afirmación de una identidad europea corra el riesgo de verse neutralizado como "racista", lo que es el colmo, puesto que el racismo es la inferiorización del Otro y no la afirmación de Sí! Conviene pues denunciar como promotores de racismo a todos los que intentan establecer un vínculo entre la afirmación perfectamente legítima de una identidad étnica europea y el racismo.
Todos los Europeos, por lo tanto, son alcanzados, en distintos grados, por la autoculpabilización. Ésta se manifiesta con motivo de las psicosis antirracistas que los medios de comunicación y la opinión pública extienden cada vez que un extraeuropeo aparece en la crónica judicial. El psicodrama antirracista toma aspecto patológico y desempeña el papel de una especie de autoterapia mórbida de la sociedad. Se trata de exorcizar a un demonio del que se sospecha que se lleva en sí, denunciando un racismo imaginario (la observación de riñas más banales como una oleada de " crímenes racistas") o, por parte de las autoridades, negándose a sancionar los delitos cometidos por extraeuropeos, por temor del pecado capital. Este síndrome masoquista exacerba aún más el racismo de masas.
Los medios políticos e ideológicos que tienen interés en desarraigar a los Europeos, en la pérdida de su identidad, desempeñan un papel especialmente activo en la exacerbación de este racismo, según una doble estrategia: favorecer por una parte la sociedad multirracial y cosmopolita que mantiene los ghettos y causa el desarraigo tanto de los autóctonos como de los alógenos; y suscitar, por otra parte, un racismo popular, incitando a las autoridades como a los ciudadanos no aplicar las leyes hacia los alógenos, poniendo a unos contra otros, por sutiles campañas de prensa, los Europeos contra los extranjeros, resumidamente, gritando sin cesar "lobo", con el fin de hacer, precisamente, que venga el lobo.
Esta estrategia tiene por objeto transformar a la sociedad europea en una contraparte de la sociedad americana: al mismo tiempo multirracial y multirracista. A la imagen de los Americanos, los Europeos deben convertirse en individuos sin identidad, encerrados en su prisión étnica y federados por la forma de vida occidental y materialista o la "comunicación" de un sector audiovisual débil.
Ya que hemos tomado conciencia de esta realidad, podemos, sobre la cuestión del racismo, invertir completamente los términos del problema a diferencia de como es presentado por el discurso oficial.
El único racismo existente es aquel de los que quieren, para Europa y eventualmente otros conjuntos sociohistóricos, una sociedad multirracial
El único racismo existente es de los que asumen el monopolio del antirracismo
El único racismo existente es de los que devalúan la pertenencia y la conciencia racial, es decir, la etnicidad de los pueblos del mundo, que abogan por la desaparición de las razas - riqueza inestimable de la especie - reduciendolas a simples categorías biológicas individuales, o a simples "curiosidades" etnográficas y superficiales.
El único racismo existente es aquel de quienes nos hacen creer que el reconocimiento del hecho racial y las identidades étnicas conduce al complejo de superioridad xenófobo, mientras que, al contrario, es el menosprecio de las otras razas, la paranoia y el odio racial los que nacen en las sociedades igualitaristas (los Estados Unidos).
En resumen, el único racismo existente hoy es de los que devalúan la identidad étnica, es decir biocultural, en beneficio de definiciones desculturizantes, primitivas y falsas pertenencias a modelos estrictamente políticos ("democracia occidental", cultura de los "derechos del hombre", etc)."
Al contrario, la verdadera oposición al racismo pasa por el reconocimiento de la legitimidad de la afirmación de la conciencia y el hecho étnicos por todos los pueblos, incluyendo el propio.
El derecho a la identidad, para un pueblo, es también el derecho a una relativa homogeneidad étnica y el derecho a una territorialidad, es decir, a la soberanía sobre una unidad política, de tal modo que se observe una coincidencia entre la etnicidad y el conjunto territorial independiente; porque el derecho de un pueblo a la identidad no se garantiza si cohabita en una extensa unidad política con otras minorías y si no tiene la soberanía en un territorio donde su etnia esté representada mayoritariamente.
La yuxtaposición de etnias en el marco de una "macrosociedad" da lugar sistemáticamente a un mosaico social donde reinan los ghettos y el odio racial, cultural y religioso. Los distintos ejemplos, Estados Unidos, el Líbano, los países de África occidental, Sudáfrica, la Unión Soviética, ilustran la nocividad de la cohabitación étnica y dan el espectáculo de naciones tribalizadas dónde reina el colonialismo interior.
El incremento del racismo antiárabe, es uno de los efectos políticos más negativos a los cuales dan lugar el multirracialismo y el racismo que le es inherente. El racismo antiárabe, consecuencia directa de la presencia de un excesivo número de arabomusulmanes en Europa Occidental, sirve a un determinado número de intereses políticos y estratégicos bien precisos. Específicamente aquellos para los cuales es altamente ventajoso impedir a largo término toda cooperación euroárabe. Una gran política de amistad euroárabe amenaza en efecto los intereses del condominio americano-soviético en la región mediterránea.
En segundo lugar, el renacimiento del Islam - el mayor hecho político planetario desde 1945 - obstruye considerablemente la estrategia del sionismo, cuya política antiárabe y antimusulmana mostró su verdadero rostro en la tragedia impuesta al Líbano.
No es una casualidad que el racismo antiárabe conozca un recrudecimiento en el momento justo en que esta infeliz Europa, dividida en dos y controlada por los bloques, se ve orientada - en su lado occidental - al atlantismo, el americanismo y el sionismo.
Los opositores de un racismo antiárabe agresivo, como los pretendidos antirracistas que, sin ser árabes, asumen el derecho "a defenderlos" (como la organización abiertamente sionista Sos-Racismo) y que, con mucha destreza, hacen de la "provocación" del multirracialismo el medio para suscitar un rechazo antiárabe, son los mismos que apoyan la idea de una Europa americana, que defienden el imperialismo israelí, que hacen pasar a los Palestinos o a los activistas musulmanes por criminales, resumidamente los que pretenden separar a los Europeos de los Árabes.
Saben muy bien que una solidaridad euroárabe, que una gran política mundial de unidad de los pueblos árabes y de los pueblos europeos es incompatible con la idea de la sociedad multirracial occidental y que, para romper la amistad entre estos pueblos, es necesario infringir la norma del "cada pueblo en su país de origen". [Guillaume Faye desde entonces cambió completamente de parecer sobre esta cuestión y considera ahora al Islam y la inmigración-invasión como la amenaza principal para Europa, puesto que calificó a los Estados Unidos de simples "adversarios". Ver Guillaume Faye, La colonisation de l’Europe].
Lo que sucede con los árabes, sucede también para el conjunto de los pueblos del Tercer mundo: la difusión de una lógica de odio hacia los que, en el siglo XXI, deberían convertirse en nuestros aliados contra los dos bloques, que imponen la sociedad multirracial sobre los pueblos europeos. Quieren hacernos seguir el camino de los Estados Unidos, esa sociedad multiracial cuya política se construye sobre la lógica de antagonismo entre el Tercer mundo y el imperialismo occidental.
[Traducción: Carlos Gómez]
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