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18.7.04
Confesiones de un loco de Ala
Autor: Khaled al-Berry
Editorial: La esfera de los libros
¿Cómo se convierte alguien en un islamista radical? Por primera vez, un arrepentido explica y revela el lado oculto de un movimiento terrorista. Una confesión inaudita que permite penetrar en el cerebro, el corazón, el alma de un «loco de Alá».
Como Mohammed Atta, el jefe de los pilotos camicaces del World Trade Center, Khaled al-Berry es un musulmán de Egipto que pertenece a una familia de la pequeña burguesía y que ha recibido una formación universitaria.
Como aquél, escogió la vía del yihad (la guerra santa) y llegó a formar parte del feudo fundamentalista, militando en la Yamaa, una de las organizaciones más poderosas del terrorismo internacional.
Pero a diferencia de Mohammed Atta, Khaled al-Berry es un superviviente. Detenido, encarcelado, después arrepentido, Al-Berry nos muestra, como nunca se hizo antes, el engranaje de esta lógica sectaria: el reclutamiento, el adoctrinamiento, el «lavado de cerebro», las creencias bárbaras, las deformaciones del Corán, el adiestramiento para la práctica del terror.
Este es un libro que no puede dejar indiferente a nadie, vale la pena leerlo.
A continuación el mismo autor nos relata un fragmento de sus vivencias, concernientes a la época de su alistamiento en las filas de un grupo Islámico
Confesiones de un loco de Ala
Arreglo de cuentas Khaled Al-Berry
Durante mucho tiempo creí que mi experiencia en el seno de al-Yamaa al-Islamiyya, «la Comunidad del Islam», no podía interesar a nadie o revelar algún tipo de importancia.
Yo no era, efectivamente, más que un individuo entre centenares de miles que, como yo, se alistaron un día en las filas de un grupo islámico.
Por añadidura, yo no había sido una figura eminente. No me interesaba en absoluto figurar entre aquellos que nos mostraban, de cuando en cuando, en la televisión, explicándonos, bajo mecánicas confesiones sufridas tras un interrogatorio, los campos de entrenamiento donde fueron formados en Afganistán o las extrañas prácticas comunitarias que habían podido observar sus miembros; como las concernientes a la vida cotidiana, los matrimonios de conveniencia, la omnipotencia del jefe y otras historias de este tipo.
Peor todavía. Yo no había tenido el tiempo de actuar en el seno de los comandos del yihad, ni conocía extrañas anécdotas que contar sobre los emires que desposaban a todas aquellas que les gustaban entre sus fieles.¿Entonces, para qué adelantarme a los otros? ¿Quién podía entonces interesarse en la historia ordinaria, en el fondo, de un personaje ordinario?
Nací en Asiut, Egipto, donde todavía viven hoy mis padres. Seguí mis estudios primarios en el colegio de las hermanas franciscanas, después estudié medicina en la universidad de Asiut y, finalmente, en la universidad de El Cairo, donde me diplomé en 1997.
A mitad de los años 1980, me convertí en miembro activo en el seno de al-Yamaa al-Islamiyya. Esta experiencia me marcaría profundamente en varios aspectos. Por un lado, pude liberarme de la enfermiza timidez que me atormentaba. Aprendí a rezar en las mezquitas, a utilizar técnicas propagandísticas, a reclutar para el movimiento. Me impregné de teología musulmana.Más tarde, por un arreglo de cuentas, fui arrestado y encarcelado.
Después de mi liberación continué con mis estudios en la Facultad de Medicina, para darme cuenta, tan pronto como obtuve el diploma, de que no tenía vocación para ello. Opté entonces por la vocación del periodismo y me dediqué al estudio de las ciencias sociales y humanas.
Deambulando por las calles de El Cairo buscaba, durante 1998, una publicación susceptible de interesarse por lo que escribía; uno de esos periódicos clandestinos que aparecían durante unos meses antes de tener que venderlo todo, con frecuencia sin pagar a sus colaboradores; una de esas revistas árabes que sobresalen dando consejos a las esposas ávidas de satisfacer a su marido; o incluso uno de esos editores de noticias deportivas a la búsqueda de una crónica sobre las hazañas africanas del equipo del Zamalek.
Es así como entré en conocimiento con un compañero que trabajaba en el diario Al-Aila. Acudí a su oficina. Allí me preguntó sobre lo que podía escribir.
—¡Cualquier cosa! Respondí con coraje.
Yo estaba al tanto de «todo lo que pudiera hacerme ganar un poco de dinero», ya que la época no era propicia para tratar uno de los temas que me interesaban.
El único hecho destacable de esta entrevista fue que, al descubrir que había sido islamista, el compañero me sugirió que escribiera sobre mi experiencia en el seno de al-Yamaa al-Islamiyya. Mi respuesta fue que ésta no tenía nada que pudiera interesar a nadie, que yo era un personaje ordinario y que no estaba preparado, para llamar la atención, ni para causar más daño a personas que había frecuentado durante años, y que más que ángeles o demonios, eran simplemente personas.
El compañero me pidió que de todas formas reflexionara, de manera que la conversación terminó ahí.
Dejé de lado esta posibilidad y me puse a escribir diversos artículos, uno sobre la calle Qasr al-Nil, otro sobre el barrio al-Zamalek. Me puse también a investigar sobre los lazos de Nasser con los Maylis al-Qiyada, el Consejo Superior de la Revolución. Ninguno de los temas era capaz de crear un mínimo de discusión, debido a su poca actualidad.
Dándole vueltas al asunto, un día, aprovechando que estaba en el café Zahrat al-bustan9, la idea me volvió a la cabeza. ¿Por qué no escribir sobre mi estancia en la Yamaa, con la intención, al menos, de apreciar lo que significaba una actividad de recopilación de tal envergadura?
Tengo que dar gracias a Dios porque el artículo previsto para la publicación en al-Aila no viera nunca la luz, que el número fuera prohibido y retirado de la venta. Mi alegría en este asunto viene del hecho de que los miembros de la redacción habían escogido como portada mi trabajo, bajo el título de «Yo, en al-Yamaa al-Islamiyya, y Mayada al-Hennawi», según la tendencia actual de la prensa egipcia hacia fórmulas escandalosas, con títulos sensacionalistas para captar la atención del público.
Después de muchos meses, hacia finales de mayo de 1999, con ocasión de un congreso celebrado en El Cairo, conocí a Liliane Daoud, una libanesa participante en el evento. Le di mi artículo, inédito todavía, con el fin de cambiar impresiones. Al cabo de un tiempo me llamó de Beirut para indicarme que el profesor Waddah Sharara se interesaba en lo que había escrito.
Un poco más tarde todavía, cuando por casualidad compré un número del periódico Al-Hayat, encontré un artículo de Waddah Sharara sobre mi texto. Inicialmente publicado en Al-Mulhaq, el suplemento dominical del cotidiano Al-Nahar, llevaba por título: «La Tierra es más bella que el paraíso. Un integrista egipcio cuenta su recorrido en Al-Yamaa al-Islamiyya».
Visitando El Líbano por primera vez en agosto de 1999, me encontré con Mamad Abi Samra en los locales de Al-Mulhaq, el cual me propuso continuar con mi relato con el fin de completar este itinerario fundamentalista en el seno de una red radical. Es lo que decidí hacer el año siguiente.
Debo expresar aquí mi agradecimiento a Waddah Sharara por su interés sobre mis escritos. Tengo agradecimientos también para Liliane Daoud y Mamad Abi-Samra. Sin ellos el libro no habría visto la luz.
Finalmente, no ocultaré el hecho de haber sufrido al escribir los más y los menos sobre personas que frecuenté durante un largo periodo de mi vida, compartiendo sus alegrías y sus desgracias. Algunos de ellos podrían creer que he querido culpabilizarlos. Eso sería un error. No sufriría menos si los lectores de este libro llegaran a pensar que aquellos que fueron mis «hermanos» en la Yamaa son lo peor del género humano, carentes de todo tipo de sentimientos.
Fuera lo que fuese de estos sufrimientos y otros sentimientos penosos, no tengo la intención ni de presentar excusas ni de callarme.
Publicado Diario Sur Digital
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