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10.10.05
El Corán, ambiguedades entre la Paz y la Espada
El Islam es, sí, una religión. Pero es también la pretensión de articular la convivencia social conforme a las normas que figuran en un libro supuestamente revelado por Alá a Mahoma
El Corán, al contrario, contiene un catálogo de disposiciones civiles, penales y penitenciarias, que constituyen un verdadero Código, cuyo vigor se aspira a implantar en las sociedades islámicas, con todo su rigor, que no otra cosa es la Sharía.
En ABC del 18 de octubre del 2001, se leía que "los servicios secretos, sobre todo los británicos, empiezan a disponer de hechos nuevos, y uno se ha filtrado con cierto margen de seguridad: hay varias cabezas, varios Bin Laden, quizá en veinte países, coordinados, financiados sobre todo, por saudíes, yemeníes y libaneses".
Mejor es enterarse tarde que no enterarse nunca, pero la noticia no es tal, sino historia, y vieja. La sombría e inquietante historia del Islamismo multipolar, de redes diseminadas y centros concurrentes, era ya una certeza hace seis años, cuando Martine Gozlan publicó en París "Pour comprendre l´integrisme islamique".
Por necesidad de ponerle una cara al enemigo y porque, en este caso, es lo más probable que esté detrás del ataque sufrido por las Torres Gemelas, toda la máquina guerrera y propagandística norteamericana se ha dirigido contra Osama Bin Laden. Pero nos engañaríamos mucho si creyéramos que el integrismo islámico es una especie de red piramidal a cuya cabeza se encuentra el acaudalado saudí.
La trama de intereses y apoyos que sostiene al terrorismo islámico no se parece en nada a aquellas organizaciones de confesión marxista leninista que tenían su sostén ideológico, organizativo y económico más allá del Telón de Acero. Combatir aquella modalidad de terrorismo -cruel, organizado, voluntarioso- era difícil, pero se encontraba dentro de la lógica de la amistad y la enemistad. Este bloque, enemigo de aquél, abrigaba en su seno organizaciones ciertamente peligrosísimas, que hacían las veces de quinta columna, pero que, si se descabezaban, si se desconectaban de sus bases logísticas, eran neutralizables.
Las organizaciones terroristas islámicas no están detrás de ningún Telón: probablemente están aquí mismo, o en casa de nuestros aliados. Su sistema de apoyo forma parte de nuestro propio sistema económico. Y lo que es peor, sus reclutas no se captan sólo en lejanos países, sino también en las aulas de nuestras universidades y en los patios de las mezquitas que se levantan en nuestras ciudades.
Se diría que las sociedades occidentales confunden con frecuencia la tolerancia con la indiferencia y que, al socaire de aquélla, han permitido e incluso alentado expresiones islámicas de consecuencias atroces, que han criado cuervos prolíficos y se están jugando los ojos en el tablero del gran juego.
Hemos de hacernos a la idea de que la captura o la muerte de Bin Laden no significará apenas nada. Que los brazos de la hidra islámica son múltiples y que no es necesariamente en los países islámicos en donde se asientan sus cabezas, ciertamente múltiples, complejas y bien celadas.
Es importante también persuadirnos de que, en lo que hace al Islam, el respeto a la libertad de las conciencias requiere una modulación exigente. Que, digan lo que digan sus gobiernos, es en los pueblos de casi todo el mundo islámico en donde se jalea a Bin Laden como héroe, que, por mucho que nos cueste admitirlo desde el respeto a la libertad religiosa, es en las mezquitas, desde la de Málaga hasta la de Mindanao, en donde se cantan sus alabanzas y en donde hay una potencial masa de reclutamiento.
Los occidentales tenemos en la memoria la superación de nuestras propias discordias religiosas por la respetuosa aceptación de la diferencia, y, habiendo hecho virtud de la tolerancia hacia quien, aceptando las reglas de la convivencia, lo hace desde otras creencias, tendemos a confiar en la virtud pacificadora de la tolerancia hacia el Islam, como si el Islam fuera sólo una religión. Pero no lo es. O no lo es solamente.
El Islam es, sí, una religión. Pero es también la pretensión de articular la convivencia social conforme a las normas que figuran en un libro supuestamente revelado por Alá a Mahoma, por mediación del arcángel Gabriel. Y esto no se parece ni de lejos a ninguna de las confesiones que tienen su asiento en los países de Occidente, que, aunque se quieran inspiradoras de las virtudes que alientan la vida social y jueces de su moral, no pretenden ofrecer, ni menos imponer, ningún cuerpo jurídico confesional propio.
En el Evangelio, la sola insinuación hecha a Jesús de que intervenga en asuntos de tejas abajo, proponiéndole la partición de una herencia, recibe de Él el rechazo (Lc 12,13). Las máximas "mi Reino no es de este mundo" (Jn 18,36.) y "dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios" (Mt 22,21) sientan una distinción de ámbitos que se expresa en la diferenciación entre la Iglesia y el Estado como sociedades perfectas en sus fines, que hace Santo Tomás de Aquino, y en la determinación de que "cada comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas específicas" (Catecismo de la Iglesia Católica, artículo 1881).
El Corán, al contrario, contiene un catálogo de disposiciones civiles, penales y penitenciarias, que constituyen un verdadero Código, cuyo vigor se aspira a implantar en las sociedades islámicas, con todo su rigor, que no otra cosa es la Sharía (así en Irán, Pakistán, Afganistán, Sudán, Arabia Saudita), o se aplica discretamente disfrazado, como se hace en Argelia con el "Code de la Famille", o en Marruecos, con el "Code du Statut Personnel".
Aquel libro que se predica sagrado e inmutable es, por otra parte, extremadamente ambiguo, como resultado de la recopilación desordenada de textos dispersos, producidos en momentos cambiantes de la vida de Mahoma.
Tanto que mientras ofrece versículos de alabanza a los cristianos y a los judíos, hay otros de condenación eterna; que mientras contiene versículos de paciencia y benignidad, los hay también de llamada al combate e incitación al exterminio, que los hay de libertad y de coacción, y que todos están a la interpretación de los alfaquíes, siguiendo la Sunna, la inmensa recopilación de los dichos y gestas de Mahoma, cuyo contenido, rechazado sólo por los chiítas, es aceptado por la inmensa mayoría de los musulmanes.
No es el Corán un texto hilado, seguido, sino más bien un florilegio de las revelaciones aisladas e independientes, supuestamente confiadas en una sola noche por Alá a Mahoma, que luego éste fue dictando o relatando a distintos escribas.
Su soporte inicial fueron fragmentos de papiro, omóplatos de camello, trozos de cerámica y la memoria oral. Y no se recogió en un solo corpus sino veinte años después de morir el profeta, en el trabajo que hizo el escriba Zayd, que no se ajustó a ninguna cronología ni a ningún orden lógico, sino a la mayor o menor extensión de los fragmentos recopilados, siendo ese corpus el que sirvió de base para la versión definitiva del libro, que se estableció en Bagdad a principios del siglo X, si bien hay quien sigue hoy hablando de versículos perdidos, que se habrían expurgado de la versión oficial, y hay quienes aseveran -los chiítas- que la censura obedece a la voluntad sunnita de erradicar toda referencia a Alí, el yerno de Mahoma, y a sus derechos a la sucesión.
Los filólogos y los historiadores se han afanado en indagar en la cronología de los textos: por su contenido, por la alusión a acontecimientos conocidos, por el estilo literario. Y, aunque su trabajo no arroje certezas, sí llega a distinguir entre los textos elaborados en una o en otra época de la vida de Mahoma.
De las mudanzas en la vida del profeta, tormentosa y tornadiza, resultan unos textos heterogéneos y desiguales, a veces muy contradictorios, tanto que hay quien habla de dos Mahomas: uno, rebelde sin armas, fascinado por Jesucristo, y otro jefe guerrero, que no duda en derramar sangre en el nombre de Dios; uno que predica pacíficamente en la Meca contra el politeísmo del que se sirven los mercaderes, y otro que se retira a Medina para acaudillar a las hordas contra quienes se han burlado de su predicación.
Esa dualidad explicaría la dualidad del Corán, en donde, dispersos y yuxtapuestos, se contienen mensajes de amor y de odio, de libertad y de imposición, de liberación y de terror.
Mas si distinguir esos dos talantes diferentes en la personalidad de Mahoma: el de los versículos de la Meca y el de los versículos de Medina, es una cuestión ardua, a la que sólo pueden llegar los especialistas, lo que queda fácilmente claro a los ojos de cualquier lector atento son las inconexiones y las contradicciones del texto coránico.
El mismo Corán que en la azora 2, aya 228 dice que "las mujeres tienen sobre los esposos idénticos derechos que ellos tienen sobre ellas",
en la azora 4, aya 38, dice que "los hombres están por encima de las mujeres, porque Dios ha favorecido a unos con respecto a otros".
Frente a la igualdad de derechos que proclama el aya arriba citada, se encuentran otras de segregación, postergación y desprecio.
Así, la azora 33, aya 59, prescribe que se cubran con un velo: "profeta; dí a tus esposas, a tus hijas, a las mujeres creyentes, que se ciñan los velos; ese es el modo más sencillo de que sean reconocidas y no sean molestadas".
Así la azora 4, aya 38, que ordena a los varones que traten a golpes a aquéllas de sus esposas de quienes teman la indocilidad: "aquellas de quienes temáis la desobediencia, amonestadlas, mantenedlas separadas en sus habitaciones, golpeadlas".
Así también la azora 2, aya 223, que niega poéticamente a las mujeres su libertad más íntima: "vuestras mujeres son vuestra campiña. Id a vuestra campiña como queráis".
En la azora 5, ayas 52 y 53, se considera a los cristianos como seguidores de otra senda también trazada por Alá, con los que hay que competir únicamente en bondad: "Te hemos hecho descender el Libro con la verdad, confirmando los libros que ya tenían y vigilando por su pureza. Juzga entre ellos según lo que Alá ha revelado y no sigas sus seducciones aportándote de la verdad que te ha venido. Hemos instituido para cada uno de vosotros un sendero, una ley y un camino. Si Alá hubiese querido, os hubiese reunido en una comunidad única, pero os ha dividido con el fin de probaros en lo que os ha dado. ¡Competid en las buenas obras!. Vuestro lugar de reunión, el de todos, está junto a Alá".
Y en la azora 5, aya 85, se anima a la buena relación con los cristianos, a los que se enaltece: "en quienes dicen: "nosotros somos cristianos", encontrarás a los más próximos, en amor, para quienes creen, y eso porque entre ellos hay sacerdotes y monjes y no se enorgullecen".
Pero el mismo Corán, en la misma azora, en el aya 56, prohíbe taxativamente la amistad con judíos y con cristianos: "¡Oh los que creéis! No toméis a judíos y cristianos por amigos. Los unos son amigos de los otros."
En la azora 2, aya 257, se dice que "no hay apremio en la religión", estimable expresión de respeto a la conciencia.
Pero en la azora 4, aya 59 se afirma "a quienes no creen en nuestras aleyas, los quemaremos en un fuego, y cada vez que su piel se queme les cambiaremos su piel por otra nueva, para que paladeen el castigo".
En la azora 4, aya 78, se dice que "quienes creen combaten en la senda de Alá; quienes no creen combaten en la senda de Tagut (el demonio): matad a los amigos del demonio".
De las paradojas del Islam no es la menor la que hace referencia a la Yihad, a la guerra santa: término hoy tan popularizado, en méritos de acontecimientos muy de lamentar.
Parece que Yihad, en árabe, significa simplemente "esfuerzo", circunstancia que los apologistas del Islam aprovechan para subrayar que la primera yihad, el primer esfuerzo, que tiene que hacer el creyente es contra sí mismo, para superarse.
Pero el que eso sea así no obsta a que históricamente la yihad haya sido y sea la guerra en nombre de Alá. Especialmente a partir de la huída a Medina, la alusión al "esfuerzo" en el Corán tiene un contenido específicamente bélico, y con ese carácter lo han venido entendiendo los musulmanes, desde entonces hasta hoy mismo.
Por citar algunos versículos alusivos a la yihad, todos mediníes, (Medina).
De la azora 2, valgan los siguientes:
186: "combatid en el camino de Alá a quienes os combaten";
187; "matadlos donde los encontréis, expulsadlos de donde os expulsaron";
189. "matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Alá";
212: "se os prescribe el combate, aunque os sea odioso".
No cabe tampoco ocultar el contrasentido de pretender hacer justicia "en el nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso", con unas prescripciones de, digamos, derecho penitenciario, sencillamente inhumanas. Acaso comprensibles en una sociedad de beduinos del siglo VII, pero absurdamente feroces cuando se quieren aplicar en nuestra época, en razón de la inmutabilidad de un texto que se supone redactado por Dios mismo.
Y es que no son prescripciones posteriores, ni normas convenidas: es el propio Corán el que prescribe las amputaciones, las lapidaciones y demás barbarie.
Es en el Corán, en la azora
2, aya 190, en donde se lee: "las cosas sagradas son talión. A quien os ataque, atacadle de la misma manera que os haya atacado"; o en la azora
5, aya 42, donde se manda: "cortad las manos del ladrón y de la ladrona en recompensa de lo que adquirieron y como castigo de Alá"; o en la azora
5, aya 37, en donde se contempla la pena de crucifixión:"la recompensa de quienes combaten a Alá y a su Enviado y se esfuerzan en difundir por la tierra corrupción consistirá en ser matados o crucificados, o en el corte de sus manos y pies opuestos, o en la expulsión de la tierra que habitan"; o la que, en la azora
24, establece la pena de azotes: aya 2: "a la adúltera y al adúltero, a cada uno de ellos, dadle cien azotes; en el cumplimiento de este precepto de la religión de Alá, si creéis en Alá y en el último día, no os entre compasión de ellos; que un grupo de creyentes dé fe de su tormento";
o el aya 4, que confirma el mismo atroz castigo: "a los que calumniar a las mujeres honradas y no pueden luego presentar cuatro testigos, dadles ochenta azotes y no volved jamás a aceptar su testimonio".
Semejantes prescripciones penales se mantienen en vigor en los países en que se aplica la Sharía, edulcoradas en algún caso, como en Arabia Saudita, por la hipocresía de crucificar a los reos después de ser cadáveres, o de confiar la amputación de las manos de los ladronzuelos a un experto cirujano.
Los rigores de la letra coránica no se ven paliados, sino, al contrario, incrementados, por la Sunna: segunda fuente de la fé islámica, humana, no divina, consistente en millares de pequeñas historias:
los hadiz - literalmente, las tradiciones- en las que se cuentan los hechos y dichos del profeta y de sus compañeros.
Y si no hay conformidad completa en el texto del Corán, menos la hay en la autenticidad y valor de los relatos de la Sunna, en la que distinguen los autores y las escuelas entre los relatos auténticos, los dudosos y los simplemente inventados, en una u otra época, a favor o en contra de una determinada afirmación o doctrina.
Acaso sea en lo referente al trato con las mujeres, en donde la Sunna manifiesta en grado superior ese sentido de mayor rigor y menores contemplaciones.
Según Abdullah b. Umar, el profeta dijo: "Mujeres, dad limosna, multiplicad las plegarias y que Alá os perdone, ya que entre los moradores del infierno he visto que erais más en número que los hombres".
Bukhari transcribe otro dicho del profeta: "cuelga el látigo allí donde tu mujer pueda verle". Ibn Masud: "la mujer nunca se halla tan cerca del sitio privilegiado que le corresponde como cuando está en el lugar más escondido de la casa". Umm Salama: "haz que la casa sea la salvaguarda de tu virtud, y de tu habitación haz su tumba". Ibn Hanbal: "mujeres, vuestra guerra santa la tenéis en la cocina". No resulta raro que, con tal doctrina, la expresión que se utiliza para designar al domicilio conyugal sea Baitu al Ta´a, esto es, "el lugar del sometimiento".
En lo que hace a la prescripción coránica de golpear a las esposas díscolas, los españoles hemos tenido la oportunidad de conocer el criterio que uno de los dos imam de España, el de Fuengirola, ha sentado en su libro "La mujer en el Islam". El Dr. Muhammad Kemal Mustafá ha venido a decir:
"Algunas de las limitaciones a la hora de recurrir al castigo físico son:
Nunca se debe pegar en situación de furia exacerbada y ciega, para evitar males mayores.
No se deben golpear las partes sensibles del cuerpo (la cara, el pecho, el vientre, la cabeza, etc.).
Los golpes se han de administrar a unas partes concretas del cuerpo, como los pies y las manos, debiendo utilizarse una vara no demasiado gruesa, es decir, ha de ser fina y ligera, para no dejar cicatrices ni hematomas en el cuerpo.
Los golpes han de ser fuertes y duros, porque la finalidad es hacer sufrir psicológicamente y no humillar y maltratar físicamente.
Gracias a las restricciones y limitaciones anteriormente expuestas, el Islam ha vaciado el castigo físico de significado como medida represiva y lo convirtió en puro maltrato de índole psicológico-moral".
Esta doctrina, que tiene el carácter de interpretación auténtica, por la autoridad de la persona que la ha pronunciado, fue fuertemente contestada por mujeres musulmanas españolas, como "An-Nisa", la "Asociación Cultural Baraka" y las "Hermanitas de Inch´Alá", de Barcelona.
Españolas, al fin, se han atrevido a reprender en público al Imam, aprovechando, sin duda, la libertad que les da vivir en un país en el que no se aplica la ley islámica, que si así fuera, otro gallo les hubiera cantado. El Dr. Kemal Mustafá, por su parte, se ha limitado a recordar que la prescripción figura en el Corán y que no se puede condenar un aya sin condenar el íntegro corpus coránico.
Felizmente, la doctrina del imam de Fuengirola, por exagerada que parezca, está lejos de la que transcribe Waraqa bin Israil, de "L´ethique sexuelle de l´Islam": "Hay que pegar a las mujeres, sí, pero hay maneras y maneras de hacerlo: a la que es delgada, con un bastón; a la robusta, con el puño; a la gordita, y sólo a ella, con la mano bien abierta, de modo que uno no se haga daño".
En lo que hace a la doctrina de la Sunna sobre la libertad de las conciencias, representa también, en general y dentro de las habituales contradicciones, un mayor rigor y una menor comprensión que la que dispensa el Corán.
Así, si para Al-Zamakhxari, "el Islam no se ha de imponer ni por la coacción ni por la violencia, sino que la gente ha de aceptarlo conscientemente y con plena libertad para hacerlo".
Otros aseguran (Sulaiman b. Musa, Al-Qurtubi) que esa prescripción de libertad ha quedado abrogada por la conducta del propio Mahoma, que forzó a los árabes a abrazar el Islam combatiéndolos y no aceptando de ellos ninguna otra religión que no fuese la del Islam.
Zayd b. Aslam dejar ver esa dualidad en la vida de Mahoma, antes y después de la marcha a Medina, que acusan los estudiosos: "durante los diez años de permanencia en la Meca, el Enviado no hizo ninguna clase de imposición religiosa. Estaba claro que los politeístas no aceptarían el Islam si no era por la fuerza.
El Enviado pidió, pues, a Alá permiso para combatirlos y la petición le fue otorgada".
Y Al Bukhari, proclama poéticamente en otro hadiz (con una bella expresión que tendrá eco en lejanas expresiones líricas) que "el paraíso se encuentra a la sombra de las espadas", que Mahoma "impuso el Islam al pueblo", que "no aceptó por parte de los árabes ninguna otra religión que no fuese el Islam" y que "ordenó matar a todos aquellos que se le oponían: politeístas, renegados y gente de la misma calaña".
Impuesto el Islam por la fuerza, de entre los sometidos, los Ahl al Kitab, las gentes del Libro, se refiere a -judíos y cristianos- son merecedores de cierta tolerancia. Pero el poder sobre ellos se ha de alcanzar antes por la imposición violenta, y así lo dice Al-Bara´ (Tawba, 9, 29):
"¡Combatid contra aquellos, de los que recibieron el Libro, que no crean en Alá ni en el último Día, no hagan ilícito lo que Alá y su mensajero han hecho ilícito y no sigan la verdadera religión! Combatidlos hasta que, humillados (menospreciados), paguen la yizia (el tributo que han de pagar los Ahl al Kitab para poder conservar su fe y practicarla en su comunidad) directamente" .
En contraste con la relativa tolerancia que algunas tradiciones muestran hacia judíos y cristianos, hay también otras, como la recogida por Ibn Sa´ ad, Al-Tabaqat Al-Kubra, vol. 2/8, II, p. 35 que anuncia que: "en tierra de árabes, no pueden coexistir dos religiones";
o la de Muslim, Sahih, Kitab Al-Jihad wa-l-Siyar (palabras del Profeta citadas por Umar Ibn Al-Khattab, segun el hadiz conservado por Muslim): "cristianos y judíos serán expulsados de tierra de árabes hasta que sólo permanezcan musulmanes" ; o la de Al-Tabaqat Al-Kubra, vol. 2/2, p. 848: "¡Matad a aquél que reniegue del Islam!";
o el 14º hadiz transmitido por al-Bujari y Muslim: "no es permitido derramar la sangre de un musulmán excepto en uno de estos tres casos: el casado que comete adulterio, vida por vida y el que deja su religión y rechaza la comunidad".
Si las contradicciones y paradojas que depara el Corán dan lugar a una muchedumbre interpretativa de logomaquias para los alfaquíes, de controversias sobre textos íntegros o expurgados, auténticos o dudosos, vigentes o abrogados, otro tanto, y más, sucede con la Sunna: océanos de tinta se han vertido y se vierten sobre la legitimidad y veracidad de las tradiciones, sobre enmiendas y certezas, efectividades y derogaciones.
En el fragor de esa secular batalla doctrinal se han suscitado tendencias como la de los nuseyri sirios, que mitigan las aristas de los textos y tienden a una interpretación más suavizada y moderna, pero, no se olvide, estas tendencias son minoritarias y, a menudo, no reconocidas como propiamente islámicas por los rigoristas sunnitas. La convicción islámica emergente se alinea más en los rangos de los Hermanos Musulmanes egipcios, o de los wahabitas saudíes. Y es engañarse pensar lo contrario.
El mundo islámico es demográficamente explosivo, España hace frontera con él, las comunidades islámicas que se han instalado aquende son numerosas, y no son pocos -dicen que treinta mil- los españoles que han abrazado el credo islámico, atractivo por su sencillez y laxitud moral, que, al fin y al cabo, el ser supremo de la revolución francesa y la referencia más o menos panteísta del deísmo, están más cerca de Alá que de Dios Uno y Trino.
Negar la emergencia del Islam como problema es esconder la cabeza bajo el ala. Y por mucho que la tolerancia sea virtud, cumple preguntarse si, desde el punto de vista estrictamente político, es digna de ser tolerada la pretensión de articular la vida social conforme a las normas procedentes de ese cuerpo de doctrina religiosa y jurídica que son el Corán y la Sunna; si es sensato y lícito acoger a quienes no buscan integrarse en la sociedad de acogida, sino enquistarse en ella, con vistas a transformarla conforme a semejantes convicciones.
La inmensidad del número de creyentes en el Islam, la proximidad geográfica, la cercanía a algunos aspectos de su doctrina, el deber moral de asistir a los más necesitados -y muchos musulmanes están, en parte por el lastre que supone el Islam para sus sociedades, entre los más necesitados de la Tierra- aconsejan tender puentes, establecer relaciones de comprensión y colaboración.
Pero no desde el irenismo, ni desde el indiferentismo, sino desde el exigente servicio a la Verdad, estimulando, dentro del mundo musulmán, a los sectores propicios a interpretar su propia doctrina desde una perspectiva más abierta, pero también, y más que ello, conociendo bien las creencias de la otra parte y afirmando la propia fe.
Autor del texto original:
Carmelo G. Franco.
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