Entrevista: Azar Nafisi, profesora de literatura huida de Irán.
Nací en Teherán hace... ¡hum, eso es cosa mía! Viví allí hasta que, en 1997, abandoné Irán y me instalé en Washington. Soy profesora de Literatura en la Universidad Johns Hopkins. Estoy casada y tengo dos hijos, Negan (19) y Dana (18). ¿Política? Soy activista pro derechos humanos. ¿Religión? Nací musulmana ¡y hoy ya no sé lo que soy!
-¿Cómo vivió usted la revolución jomeinista en Irán, en 1978?
–Pasando rápidamente de la euforia a la angustia.
–¿Por qué?
–Porque yo, como todos, estaba harta de la dictadura política del sha. Pero cuando escuché al ayatolá Jomeiny sus disposiciones sobre las mujeres... ¡me asusté muchísimo!
–¿Qué disposiciones?
–Redujo la edad matrimonial de las mujeres de los 18 años... ¡a los 9 años!: les robaba así la infancia y su derecho a crecer libremente... Y recuperó la lapidación. Y rehabilitó la poligamia. Impuso el uso del velo. Inhabilitó a las mujeres para ejercer cargos públicos...
–Rescáteme un recuerdo de aquellos días.
–Acusaron al director de mi antiguo instituto de blasfemo, de haber ofendido a Dios: le hicieron entrar en un saco (a los impíos no se les puede tocar) y lo lapidaron.
–Perdóneme la crueldad de la pregunta: entre el sha y Jomeiny, ¿con quién se queda?
–Todos mis amigos y yo nos oponíamos al sha porque queríamos más libertad, más derechos, no menos de los pocos que teníamos. Lo que queríamos era vivir mejor, ¡no peor!
–¿Y qué sucedió para que no fuera así?
–Que en los movimientos de masas, en las situaciones caóticas, acaban siempre imponiéndose los extremismos, por desgracia.
–¿Qué lección saca para el futuro de Irán?
–Que la mayoría de los iraníes, incluidos los que éramos elites intelectuales, lo ignorábamos todo acerca de la democracia. ¡Lo que necesitamos ahora es educarnos sobre eso!
–¿Se culpa a sí misma también de aquello?
–Sí, todos fuimos culpables.
–¿A qué se dedicaba usted por entonces?
–En 1977 había regresado de Europa y Estados Unidos, de completar mi doctorado en literatura, y daba clases en la universidad.
–¿Y cómo era el ambiente universitario?
–Muchos amigos míos, opositores al sha desde el marxismo, fueron pronto ejecutados por Jomeiny. La lucha, que antes había sido política, ¡era ahora existencial!
–¿Y qué hacía usted?
–Intentaba dar mis clases de literatura. Pero me pusieron un comisario ideológico. Y empezaron a prohibirme ciertos libros...
–¿Qué libros?
–“Lolita”, de Nabokov. “El Gran Gatsby”, de Fitzgerald. Los de Jane Austen, Henry James... De hecho, han prohibido la novela como género: fabular es algo demasiado democrático... ¡Están prohibidas “Las mil y una noches”! Y poetas clásicos como Omar Khayam, del siglo XIII (“por ateo y materialista”), y Firdusi, nuestro poeta épico clásico del siglo XII (porque les evoca al sha), y una gran poetisa amorosa, por “prostituta”...
–La siempre delirante teocracia...
–La obsesión de los guardianes de la revolución jomeinista fue cerrar las universidades. Para impedirlo, nosotros hacíamos sentadas. Y nos acuchillaban, nos disparaban... Muchos estudiantes y profesores morían.
–¿Hasta cuándo soportó esta situación?
–En 1981 impusieron el velo obligatorio para dar clase. Me negué. Y fui expulsada. Tuve suerte: ¡a alumnas mías las asesinaron por haber quedado embarazadas! Y las “guardianas de la revolución” estiraban pestañas de las chicas por si llevaban rimel.
–Qué infierno.
–Mi familia tuvo suerte: mi padre había sido alcalde de Teherán con el sha, pero era un liberal y se había enfrentado a aquel gobierno. El sha lo encarceló y torturó. Eso le salvó luego la vida con los jomeinistas, aunque nos confiscaron tierras y propiedades.
–¿Qué recuerdos tiene del Irán de su niñez?
–Muy bellos, de una naturaleza hermosa, de jardines, chocolaterías, cafés... por los que paseaba con papá, y del olor a pan caliente, a flores, al jazmín que lo embriagaba todo...
–¿Nostalgia?
–También perdí la inocencia visitando a mi padre en la cárcel durante cuatro años... Pero con Jomeiny, el país entero se estragó. Ah, ojalá un día Irán vuelva a oler a flores...
–¿Qué hizo usted al dejar la universidad?
–Organicé en mi casa un aula clandestina: venían siete de mis alumnas, y allí leíamos las novelas prohibidas por los ayatolás. Reíamos, opinábamos... ¡estábamos restituyendo allí nuestra propia dignidad individual!
–¿Y cómo vivían ellas esas lecturas?
–En función de la opresión que sentían: ¡veían que a “Lolita” otro le imponía su sueño y su deseo (Humbert), como a ellas los ayatolás!, y que así no podían crecer libremente.
–¿Y qué sueñan hoy los jóvenes iraníes?
–Muchos ansían irse a Estados Unidos, ¡porque es el “Gran Satán” de los ayatolás, claro! Pero otros quieren quedarse y mejorar su país. Y esa presión está creando espacios.
–¿Es usted optimista acerca del futuro?
–¡Quiero serlo! El premio Nobel de la Paz a la abogada iraní Shirin Ebadi es importante. ¡Ella rompe el estereotipo que occidente tiene del islam!: es mujer, abogada, musulmana, sin velo y defensora de los derechos humanos, de la democracia... ¡Irán será así!
–Quizá Bush decida ayudar... invadiendo Irán: Kagan me dijo que Irán es un peligro...
–¡Sería muy estúpido hacer eso! Irán está cambiando desde dentro, y lo mejor que puede hacer Occidente hoy es apoyar al pueblo: a los movimientos pro derechos humanos, a los disidentes... ¡Eso da mucho ánimo allí! Presionemos, porque el Gobierno iraní es hoy sensible a su imagen en el mundo.
–Usted se fue de Irán... ¿Por qué no vuelve?
–Si volviese hoy, mi vida correría peligro. –Pues ojalá todo eso cambie muy pronto... –Irán creó un tipo de teocracia que fue modelo para el orbe islámico. Su derrota resonaría también en todo el islam: ¡daría alas a tantos millones de musulmanes demócratas...!
Publicada el 4 de diciembre de 2003 en La Vanguardia.
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Entrevista a Azar Nafisi “Ojalá un día Irán vuelva a oler a flores”
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